Rutas educativas en contexto de pandemia
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La migración a plataformas digitales lleva a las especialistas en temas educativos a cuestionarse acerca de la utilidad de las herramientas tecnológicas del momento, además de reflexionar sobre los rezagos en la capacitación de los maestros y planes pedagógicos para nada funcionales ante la realidad sanitaria
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POR LOURDES CHEHAIBAR NÁDER Y CATALINA INCLÁN ESPINOSA
Investigadoras del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE-UNAM)
La emergencia sanitaria por Covid-19 llegó a nuestro país a pocos meses de la aprobación de cambios relevantes en la normativa federal: el artículo tercero constitucional, la Ley General de Educación, la Ley General del Sistema para la Carrera de las Maestras y los Maestros, así como la creación de la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación. Algunos objetivos de estas modificaciones se han visto interrumpidos o desplazados por atender la contingencia, como la ampliación de la educación inicial dentro de la educación básica y la aspiración de la cobertura universal en la educación superior, entre otros. También quedó en relativo suspenso la discusión y aprobación de otras leyes secundarias referentes a la educación superior y al desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Para valorar el impacto de la emergencia sanitaria es necesario visualizar la magnitud y características de nuestro sistema educativo: más de 36 y medio millones de niños y jóvenes, 2.1 millones de docentes y casi 263 mil escuelas, cuyo tramo obligatorio (preescolar, primaria, secundaria y media superior) representa el 83% de la matrícula; en la enseñanza superior, altamente heterogénea y diversa (universitaria, normal, tecnológica, politécnica, intercultural) se atiende al 11.1% de la matrícula, un poco más de 4 millones de estudiantes. Un sistema de esta magnitud enfrentaba antes de la pandemia suficientes dificultades, entre las que se encuentran la segmentación social que significa atender a poblaciones en condiciones de vulnerabilidad, o la desigual e insuficiente infraestructura. Nuestro sistema educativo contiende con una larga lista de adeudos y debilidades que se acumulan, que las reformas educativas de los últimos años no habían podido resolver y que se han exacerbado.
La decisión federal de suspender clases en el último tramo del ciclo 2019-2020 y concluirlo a distancia tomó por sorpresa a autoridades, estructura escolar, padres de familia, niños, niñas, adolescentes y jóvenes. La estrategia fue similar a la aplicada en muchos países: al principio se planteó de emergencia y después como forma de asegurar un nuevo ciclo escolar, asumir la responsabilidad constitucionalmente establecida de la educación como un derecho y evidenciar la importancia de la actividad educativa para los más jóvenes y para quienes se encuentran en proceso de formación profesional o de posgrado.
La estrategia en educación básica optó por mantener un modelo a distancia mediante el uso de la tecnología, televisión, radio, plataformas y telefonía; para ello se recurrió a empresas que previamente habían diseñado opciones de organización educativa y comunicación entre grupos. En el caso de la radio y la televisión, medios masivos per se, era conocida su relevancia para la comunicación en las regiones más alejadas de nuestro país; también se han diseñado cuadernillos de ejercicios, más parecidos a formas de trabajo en aula.
En educación superior la continuidad se estableció básicamente mediante plataformas digitales; si bien las grandes instituciones de educación superior han podido conformar mecanismos de vínculo con sus comunidades, no podemos olvidar que también para ellas existen condiciones diversas y características desiguales; algunas sólo expandieron experiencias en línea que tenían previamente establecidas, particularmente las instituciones privadas, y otras comenzaron apenas a considerarlas y probarlas.
Después de un poco más de cinco meses de declarada la emergencia sanitaria es muy prematuro valorar si la estrategia establecida ha permitido algo más que mantener la continuidad de los programas escolares, si se ha llegado al centro de la responsabilidad en el caso de la escuela básica: que los estudiantes logren aprendizajes que les permitan entender lo que sucede, explicar su situación inmediata e imaginar otras formas de vida en común.
Respecto a los niveles medio superior y superior, aunque las experiencias de educación mediada por tecnología y a distancia son, desde hace tiempo, más comunes, esto no significa que estudiantes y profesores que aún no las experimentaban tuvieran todos los elementos para ajustar sus formas de interacción con el fin de desarrollar los contenidos requeridos en el tramo del bachillerato (en cualquiera de sus variantes) y en las distintas licenciaturas y posgrados, sean de corte teórico, teórico-práctico o experimental.
No obstante, se pueden apuntar muchas lecciones que derivan de la experiencia de docentes y estudiantes en este periodo; algunas confluyen en torno a diferentes manifestaciones de las desigualdades, como las derivadas de la situación socioeconómica de familias y contextos, las que corresponden a la diversidad étnica, cultural, lingüística o de quienes tienen requerimientos especiales, las vinculadas a la equidad de género, las que impiden conectividad y permanencia constante en las plataformas digitales, las que derivan de las diferentes condiciones de contratación de los docentes y con ellas las de carácter salarial y de prestaciones sociales, e incluso la referidas a las posibilidades de atender problemáticas emocionales y de salud. Todas estas formas de identificar desigualdades e inequidad existían, pero en el escenario pandémico éstas se profundizaron, se pusieron en flagrante evidencia y dejan de manifiesto que, de persistir este tipo de rezagos y problemáticas, dichas desigualdades se verán no sólo refrendadas sino, peor aún, acrecentadas.
Al situar estas condiciones en la escuela y las instituciones de formación profesional, podemos mencionar circunstancias particulares. Así, para educación básica existe un currículum nacional y pautas de evaluación centralizadas, la respuesta docente frente a condiciones de emergencia ha sido nota de prensa en diferentes medios de comunicación. Una importante lección, que puede ser motivo de acción para la entidad reguladora, es reconocer estas prácticas, otorgarles un valor como ejercicios pertinentes, contextualizados y sensibles que muestran cómo se recrea el trabajo docente frente a una circunstancia que altera la cotidianidad, lo que resulta relevante para el aprendizaje de las y los estudiantes. Reconocer estas experiencias emprendidas como una gran aportación de las comunidades docentes es una acción sencilla, pero llena de significado.
Por su parte, los docentes de educación media superior y superior enfrentan otras problemáticas: concentrados en campos disciplinares y profesionales, responden a estructuras curriculares con relativa flexibilidad, aunque también afrontan planes y programas sobresaturados de contenidos, con exigencias de seriación y evaluaciones generalizadas, así como deficiencias en la gestión y normatividad institucional para atender estas condiciones inéditas.
La investigación educativa ha dado cuenta de las complejas y heterogéneas condiciones de trabajo de los docentes de todo el sistema educativo, como las dificultades que representan atender grupos numerosos, la siempre limitada carencia de recursos e infraestructura, los problemas para mantener interés en el tema o área, es decir, sobre la significatividad de los contenidos, los retos para recomponer ausencias formativas para iniciar un nuevo contenido o aprendizaje, entre otras tantas circunstancias que unen a todas y todos los maestros. En este momento, independientemente del nivel educativo en el que se desarrolle, el trabajo docente se enfrenta a circunstancias similares, al reto de hacer transitar sus concepciones pedagógicas, estrategias didácticas, experiencias de evaluación y capacidades digitales a modalidades con las que nunca o pocas veces había trabajado. Sin embargo, unos y otros lo han hecho y con su esfuerzo han mostrado la importancia del significado de la escuela y la formación para niñas, niños, adolescentes y jóvenes.
Mientras no se cuente con tratamientos y vacunas que puedan dar sustento a condiciones de salud para la población, y en tanto las autoridades federales y locales mantengan las restricciones de acceso presencial para todo el sistema educativo, podemos proyectar que transitaremos a sistemas híbridos de enseñanza y formación. Los responsables de concretarlo serán los docentes, a quienes se suele cuestionar por sus carencias siendo que, no obstante, en diferentes contextos y condiciones, han sido quienes han mostrado sus fortalezas y han superado sus debilidades tecnológicas de la mano, en muchos casos, de sus propios estudiantes. La generalización de un modelo mixto, en el que conviven modalidades a distancia y presenciales demandará tiempo, procesos de adaptación, reconsideración de perspectivas y la correspondiente acción docente. Además, es necesario agregar que tanto las escuelas públicas de enseñanza básica y media superior como muchas instituciones de educación superior, carecen de condiciones para ofrecer infraestructura de trabajo acorde con las exigencias que se proyectan. Hasta el momento, la estrategia definida a nivel central ha concentrado recursos y difusión de plataformas, capacitación sobre su uso y manejo como herramientas tecnológicas, y esto constituye un doble riesgo: por una parte, considerar que el camino de esta forma dual de trabajo está únicamente ubicada en la herramienta tecnológica y no en los principios pedagógicos y didácticos que se ponen en juego, que permiten transitar de la presencialidad a la distancia en forma dinámica y significativa para los sujetos en formación, y que dan lugar al vínculo pedagógico. Por otra parte, el peligro de dar entrada al sistema público a soluciones de mercado que, hasta antes de este momento, sólo habían tocado muy tangencialmente sus territorios.
Por lo tanto, enunciar que la escolarización transitará por nuevas modalidades demanda algo más que buenas intenciones. Estamos frente a una oportunidad para promover cambios estructurales y alcanzar horizontes utópicos, si damos paso a diversas acciones en forma colegiada y colectiva.
Se requiere, por ejemplo, resistir los modelos homogéneos y estandarizados que pueden promover las plataformas digitales y los intereses corporativos multinacionales, en el contexto de la diversidad y heterogeneidad de nuestro país y de la región latinoamericana. Asimismo, aumentar la inversión en educación con miras, entre otros fines, a crear y difundir plataformas públicas que permitan garantizar el derecho a la educación y al fortalecimiento del acceso gratuito a recursos digitales, a ampliar la infraestructura y el equipamiento educativos. Demanda atender las dimensiones curricular y didáctica de nuestras prácticas formativas, así como reinventar la planeación y la gestión escolar con verdadera flexibilidad. Impulsar una revisión honesta, exhaustiva y colegiada de los planes y programas de estudio de todo el tramo escolar obligatorio y de toda la oferta de formación profesional y de posgrado, incluida la formación y actualización docente, en su contexto, diversidad y escenarios para un futuro todavía indefinido y alterado en las condiciones de vida del planeta. Desarrollar una didáctica que permita hacer de la experiencia educativa, tanto dentro de las aulas como en la mediada por tecnologías, un proceso significativo y productivo para los actores involucrados en ella, con múltiples recursos para acompañar en forma integral a los estudiantes.
No son inocuas las estrategias y acciones que emprendamos; habrá que sumar voluntades para dar curso a la formación de niñas, niños, adolescentes y jóvenes mexicanos que sean parte de la generación de una sociedad más justa, democrática, equitativa, con perspectiva de género, ética y armónica con el medio ambiente y la pluralidad cultural.
FOTO: Una estudiante de nivel básico toma clase desde su casa en el primer día de clases del ciclo escolar 2020-2021. /Diego Simón Sánchez/ EL UNIVERSAL
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