Eisenstein el erótico
La faceta erotómana del director de cine ruso, quien experimentó también en la obra plástica, es rescatada por esta colección de dibujos realizados en México a inicios de la década de 1930 y en los que exploró la relación de la muerte con el sexo y el éxtasis religioso
POR PRAXEDIS RAZO
I. El nervio del trazo
La voracidad creativa de Serguéi Mijailovich Eisenstein pretendió abarcarlo todo. Lo consiguió, a pesar de sacrificios dolorosos, a pesar de sí mismo. Poeta soterrado —hasta en el más mínimo rastro de su escritura hay imágenes nacidas y sopesadas en el juego verbal—, teatrista total —incluso se le podía ver tramoyando en las funciones que montaba—, teórico grafómano —parece que son interminables los cuadernos en que anotaba y parece inabarcable la temática de sus tesis—, en el cine exacerbó sus capacidades —construyendo para aplicar un método— dispositivo en cada proyecto, reiniciando su historia en la historia del cine en cada película, y desde el dibujo prendió fuego a su pensamiento.
Varios cineastas han incursionado con diversas suertes en la gráfica. Son famosas las mujeronas inflamadas, en acuarelas, tintas y plumones, con las que Fellini se divertía en sus procesos de trabajo; las pesadillas plásticas de Lynch; entrañables los collages de Gilliam; y los que aún duermen un sueño dorado entre las notas de un rodaje imposible de Cabeza de Vaca en casa de Nicolás Echevarría. Entre tantos otros, recientemente Mark Cousins ha profundizado en el alma de un Welles pintor y dibujante en un extraordinario ensayo documental. Eisenstein ya desde sus días en las tablas dibujaba sus escenas, sus vestuarios como parte de la disciplina de realización teatral que llevaba a cabo.
La obra delineante del letón soviético adquirió en 14 meses, desde diciembre de 1930, parece que a fuerza de mucho trabajo de contención, un lugar central en sus actividades. Descendía a México, vía su desastrosa problemática con los Estados Unidos, con un equipo mínimo —su camarógrafo Tissé y su asistente y confidente Alexandrov—, recursos mínimos —un férreo financiamiento del político y novelista Upton Sinclair—, pero poderosas ideas sobre lo que podía hacer en nuestro país que le habían sembrado las versiones íntimas de lo mexicano que le leyó a Jack London, D. H. Lawrence y le escuchó a Maiakovski y Rivera, un libro de Anita Brenner, Idols behind altars (1929), ilustrado con fotografías de Modotti y Weston que le atravesó el corazón, y el Prometeo que Orozco pintaba en el Pomona College, de California, que alentaba al realizador en su vagabundeo por Hollywood.
Poco a poco el lápiz y su bicolor infaltable fueron dándole forma a sus ideas que se disparaban para todos lados en nuestro país. El encuentro con el pasado prehispánico, el sincretismo religioso, con la fiesta, la ebullición de una Revolución que se colaba en las paredes, en los libros y un paisaje botánico que en todo lo seducía lo embriagaron, y el nervio del trazo cedió. Escribe en sus Memorias inmorales, a propósito de cómo empezó a dibujar:
La afición por el cuadro cinematográfico, aunque parezca extraño, llega más tarde. (…). Justamente en México, donde el dibujo vive una etapa de purificación interna, en su tendencia a la línea pura, matemáticamente abstracta.
Es especialmente agudo el efecto de cuando, por medio de una línea abstracta (“intelectualizada”), se dibujan correlaciones particularmente sensuales de figuras humanas, por lo regular en situaciones muy intrincadas e incomprensibles.
II. “Folklore de WC”
Comenzó por dibujar secuencias, escenas que complementaban las que había rodado en el día, reminiscencias de la jornada en la Hacienda de Tetlapayac, en Hidalgo. Pero también esbozaba cuadros que brotaban de su espíritu pansexualista, hombres y mujeres a unos genitales pegados, viviendo de ellos, para ellos.
Dibujaba en todo papelito que tenía a la mano, rastros de los hoteles que habitó. Jean Charlot, el pintor francés que se desarrollaba en esos días en México y que en un momento lo acompañara en sus rodajes mexicanos, advierte que se trataba de una técnica automática la del dibujar de Eisenstein.
Señales de humo que le llegaban de su pasado en la Gran Guerra: entretenía a los heridos y moribundos dibujando “‘muchachas’, y los temas que solicitan son los comunes y corrientes del ‘folklore de WC’”. Sin embargo, en México adquieren dimensiones nuevas que, tocando y trastocando con lo sagrado le dan a Eisenstein el aliento que necesitaría la obra que le faltaba realizar.
Detengámonos, por conveniente, en la tauromaquia con la que ha de alucinar el cineasta. Todo en ella lo conmueve. El sacrificio del inocente frente a la masa además lo hace identificarse: “El bárbaro esplendor de este juego de sangre, dorados y arena me entusiasma bestialmente”, escribe en sus Memorias inmorales.
En los tiros de película que le pide a Tissé en la plaza de toros El Relicario, en Puebla, rápidamente personifica a la cámara en el cuerpo del toro enamorado, hipnotizado por su matador, el diestro David Liceaga. Filma, históricamente, el primer punto de vista subjetivo, subjuntivo, desde la cabeza de un burel que va a morir y extiende la experiencia extraordinaria en sus dibujos de un erotismo cruento, magnífico.
Desde esta barrera podemos ver cómo al tiempo que fabrica una película excepcional, va lidiando en sus dibujos con sensaciones que la concibieron. La pornografía de Para Chingón, Chingón y Media adquiere goyescamente una altura, un perfume más profundo.
III. Un libro testereante
De todo esto y poco más podemos asomarnos en el exquisito libro Dibujos eróticos de Eisenstein (2021), que ha tenido a bien publicar Alias, proyecto editorial de Damián Ortega que desde hace varios años expía textos del arte contemporáneo en México.
Extraordinariamente bien diseñado en sus proporciones, en el respeto de sus texturas originales, nos pasea por la sala oxitocinante de varias colecciones de dibujos del realizador de Riga: del Hermitage al Estanquillo, pasando por algunas casas privadas de París, la obra erótica de Serguéi es puesta a disposición en un libro a nuestro alcance.
Dos textos nos guían por los papeles eisenstenianos. Uno, “Los juegos de Eros”, pedido ex profeso a la investigadora del departamento de dibujos del Museo del Hermitage, Maria Haltunen. En breve, pone en la cartografía del carbón y el bicolor soviéticos a México y le va aderezando, de a poco, el motivo del título del libro. No obstante, el gran aporte de este texto introductorio, originalmente en ruso1, es una intriga “nueva” y genial al eisensteinismo: los cruces viscerales con la muerte y los pensamientos de Cocteau y Bataille de aquel tiempo.
El otro texto, “Los dibujos secretos de Su Majestad Eisenstein”, un trabajo concienzudo de traducción de Susana Echevarría al texto S.M. Eisenstein, Dessins secrets, de Jean-Claude Marcadé, editado en 1999 para Seuil, acaba por ser, sin duda, la gran actualización del eisensteinismo en el mundo, pero un tanto inconexo, un tanto incompleto cuando se trata de referenciar las páginas en la obra mexicana, que sería un poco poner en orden “el criterio” que se tuvo para construir la línea argumental de Dibujos eróticos por parte de la propia Haltunen, quien edita.
Ya no se sabe a estas alturas si dicha línea pertenece a la curaduría de aquella exposición de 2016 en Bellas Artes o si resuelve un crucigrama editorial interno. Lo que es verdad es que ausenta, no se sabe si deliberadamente, estudios vastos sobre el mismo tema que se han hecho en nuestro país, donde se edita este libro testereante.
En 2001, por ejemplo, el maestro Olivier Debroise, quien ha contribuido impagablemente en el cultivo del eisensteinismo, publicaba en el XXIII Coloquio Internacional de Historia del Arte del Instituto de Investigaciones Estéticas (UNAM) Amor y desamor en las artes, un ensayo brillante sobre los mismos dibujos.
Sin detenernos a mencionar las muchas adendas del doctor Aurelio de los Reyes al mismo microcosmos, en 1978 Salvador Elizondo ensayaba ya, discreto, los entrecruzamientos entre Bataille y Eisenstein a través de su propia obra, Farabeuf (1965), en un texto sin título particular que precedía la edición, expurgación, de la colección de Dibujos mexicanos inéditos, que otro acompañante de rodaje, Gabriel Fernández Ledesma, había donado a la Cineteca Nacional de Luis Echeverría, consumida también en el incendio del 24 de marzo de 1982, pues era una exposición permanente que estaba en el ágora de las salas, donde otros fetiches sagrados del cine nacional se inmolaron también.
En un texto inédito en las recopilaciones de su obra, Elizondo ya ponía de relieve el dilema mortuorio de la obra erotizante que Serguéi vino a dejarse en claro en nuestro país. A través de una espesa contextualización del realizador rigués con su mundo industrial y artístico, el grafógrafo y cineasta (entonces más que nunca) mexicano se anticipa, por mucho, a conceptos que hoy se elaboran y venden como novedades editoriales, y que, de haber convocado no sólo se contribuiría a la cinefilia mexicana, sino al rescate de la obra elizondeana, que seguirá dando de qué hablar.
Notas
1. Traducido por quien trajo al español el complicado idioma textual que Eisenstein usa, inventa, para escribir Yo, memorias inmorales, en la editorial Siglo XXI (1988, t1- 1991, t2), Selma Ancira. Bello detalle, homenaje, al ciclo eisensteniano en español.
FOTO: Ilustración erótica realizada por Serguéi Eiseinstein/ Crédito de foto: Tomada del libro Dibujos eróticos, Alias Editorial
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