El 19-S desde el realismo fantástico
Estas novelas dan paso a duendes, demonios y elfos, habitantes de una dimensión paralela que converge con la realidad en momentos críticos para enviar señales providenciales
POR ETHEL KRAUZE
No es posible ignorar la grieta que se abrió este nuevo 19 septiembre en el imaginario colectivo. No sólo la física, evidente, sino, la que ocurrió en nuestra conciencia, con la irrupción de ese ojo de huracán hacia adentro de un evento espejo, tan tremendo como inverosímil. Un día doble que es, a la vez, real y fantástico para cualquier tipo de explicación.
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Más allá de argumentos estadísticos, científicos, filosóficos, teológicos, el hecho es que nadie podía creer lo que estaba ocurriendo en los primeros momentos del temblor, porque acabábamos de conmemorar con la bandera a media asta el gran terremoto de 1985, y el magno simulacro apenas estaba terminando.
Me atrevo a afirmar que la mayoría de nosotros se sintió en medio de una novela cruzada de realismo mágico o episodio de ciencia ficción; y en el más pobre de los casos, en una escena de una mala película hollywoodesca de catástrofes para taquilla fácil.
Pero yo acababa de leer y empezaba a trabajar la dupla Dos años, ocho meses y veintiocho noches, de Salman Rushdie, y La vida de los elfos, de Muriel Barbery. Ambas novelas recién publicadas, primas hermanas de lo que llamo un nuevo realismo fantástico que surge en las plumas europeas en los últimos años. Rushdie, indo-británico; y Barbey, afro-francesa. Ambos autores nacidos con esa mezcla de exotismo ancestral y racionalismo occidental que da injertos frutales de variados sabores literarios. Y sentí con claridad que sus páginas me hablaban, nos hablaban directamente.
Rushdie y Barbery, con diferentes estrategias, pero con objetivo común, proponen en sus obras la apertura de una grieta en el mundo que consideramos real, para dar paso a un mundo más grande y abarcador, poblado de duendes, demonios, elfos y señales providenciales y misteriosas desde donde se explica, se dirige y se cuida el nuestro.
Las dos novelas nacen y transcurren en el mundo real, pero están cruzadas por seres fantásticos que desencadenan eventos directamente responsables de cambios sustanciales en la realidad. Como si fueran dimensiones paralelas que de repente convergen, se tocan, interaccionan en cataclismos y vuelven a separarse cada una por su lado.
En este mundo, el que llamamos real, ignoramos lo que ocurre en el otro. Pero los duendes, los demonios y los elfos sí que nos conocen, y combaten entre sí para apropiarse de nuestros destinos, salvándonos, a la postre, de nosotros mismos.
En Dos años, ocho meses y veintiocho noches, Rushdie plantea un futuro próximo, en el cual una tormenta desata una nueva era, la Era de la Extrañeza. Es la grieta que dura, precisamente, dos años, ocho meses y veintiocho noches, donde se cuelan los yinn, “esas criaturas hechas de fuego sin humo”, no son ángeles, sino criaturas caprichosas, no se sabe si diabólicas o benévolas, y su presencia en nuestro mundo produce que los humanos empiecen a elevarse sobre el suelo, centímetro a centímetro, entre otras muchas extrañezas.
Al fondo de las batallas entre ambos mundos, que es lo mismo entre la luz y la oscuridad, que es lo mismo entre la razón y la fe, están los personajes disparadores de la trama, Ibn Rushd, (el gran filósofo conocido como Averroes) discípulo de Ibn Sina (conocido como Avicena) quien había llevado el pensamiento Aristotélico al Islam de la España medieval, y Al-Ghazali, quien habiendo sufrido una crisis de fe, y luego de salir de ella, escribió La incoherencia de los filósofos, en el que ataca a los griegos como Aristóteles, a los neoplatónicos y a sus aliados precursores de Ibn Rush.
La filosofía, decía Al-Ghazali, era incapaz de demostrar la existencia de Dios, ni siquiera la imposibilidad de que existieron los dioses. La filosofía creía en la inevitabilidad de las causas y los efectos, lo cual disminuía el poder de Dios, que podía intervenir con facilidad para alterar los efectos y hacer que las causas fueran ineficaces si así lo quería.
A lo que Ibn Rush respondía con La incoherencia de la incoherencia, donde había pretendido unir las palabras “razón, lógica y ciencia”, con las palabras “Dios, fe y Corán”, pero no lo había logrado. El pensamiento demoledor de Al-Ghazali proponía a la razón como una excrecencia humana que le ponía trabas a la grandeza de la fe. Estos conceptos contrarios no se dan en pureza, se superponen entre sí, se mezclan, se estilizan con las épocas, pertenecen como batalla entre nosotros.
Así, nosotros, en el nuevo 19 de septiembre, batallamos entre la luz y la oscuridad, tratando de explicarnos las casualidades de la razón y los mensajes de la fe. Acaso una de las imágenes más reveladoras de nuestra condición humana haya sido el video que muestra al médico operando a corazón abierto, con una eficacia y una ética profesional impecables, en pleno terremoto, rezando el padrenuestro.
En La vida de los elfos, Babery anuncia la inminencia de una catástrofe a punto de caer sobre nuestro mundo. Pero hay dos seres luminosos, la pequeña María, en un recóndito pueblo de Borgoña, con el don de “ver” las vibraciones de la naturaleza y Clara, la niña que “escucha” la música de la vida, en Roma. Son espíritus mediadores que tienen relación con los elfos y son capaces de crear vasos comunicantes entre su mundo y el nuestro, para prepararnos de la amenaza que nos espera. Nadie sabe cuál es, nadie sabe si tendrán éxito. Pero la esperanza está puesta, y no queda más que seguirla.
No podemos dejar de percibir, en el México del nuevo 19 de septiembre, estos seres luminosos, estos pequeños milagros a la vuelta de esquina, que surgieron de modo espontáneo bajo los escombros, en medio de la tragedia, en forma de brazos, de abrazos, de ayuda, de corazones colmados y a prueba de desgracias.
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FOTO: La vida de los elfos, Muriel Barbery, Seix Barral, Barcelona, 2015, 296 pp. / Dos años, ocho meses y veintiocho noches, Salman Rushdie, Seix Barral, Barcelona, 2015, 400 pp.