El amargo pájaro de la ineptitud: la primera crítica de Jorge Ayala Blanco

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Publicada el 20 de enero de 1963 en el suplemento México en la Cultura, del periódico Novedades, esta es la primera crítica de Ayala Blanco, en la que hace una dura crítica al filme de Richard Brooks

 

POR JORGE AYALA BLANCO
La última epopeya de la corrupción de Tennessee Williams, El dulce pájaro de la juventud, no merecería siquiera un comentario si en los créditos no encontrásemos el nombre de Richard Brooks como responsable, al mismo tiempo, de su adaptación cinematográfica y de su realización.

 

Es cierto que las conversaciones del teatro de Williams son, desde un principio, una desventaja para cualquier director. Se necesita ser un Elia Kazan (en Un tranvía llamado deseo y Baby Doll) o un Mankiewicz (en De repente en el verano) para poder superarlas. Williams posee una visión sicopatológica de la realidad que expresa en un teatro apoyado en los peores recursos melodramáticos. Un universo inconsistente y superficial poblado de despojos morales, corrompidos y decadentes en El dulce pájaro, un gigoló sin escrúpulos, una actriz ninfómana y drogadicta, un demagogo suriano, etcétera. Bajo una apariencia de audacia sicosexual encubre las truculencias más burdas, a menudo grotescas, que apenas logran impresionar a algunos espectadores ingenuos. Por lo demás, su temática y las situaciones que plantea representan una etapa superada dentro del teatro norteamericano, sin ninguna vigencia actual.

 

Brooks fracasó rotundamente, hace pocos años, al llevar a la pantalla Un gato sobre el tejado caliente. Sin embargo, en un alarde quizás de injustificada autocrítica, ha reincidido en su intento de hacer cine a partir del material deleznable que puede proporcionar una pieza de Williams.

 

A pesar de que ahora ya es consciente de que Williams sabe tanto de sexo como un adolescente morboso, cree que su teatro es válido como crítica social y lo respeta en la misma forma que si se tratara de un Dos Pasos o de un Penn Warren, pero el valor de su penetración ni siquiera iguala a un John O’Hara.

 

Al error de Williams de interpretar a sus personajes por medio de un repertorio de trastornos sexuales, se añade el error de Brooks de querer transformarlos en símbolos de una situación social. Unos personajes por los que no tienen el menor respeto y que pululan por la cinta como un conjunto de insectos con reacciones y evoluciones sicológicas sorpresivas y arbitrarias. Cualquier alusión sociológica que se quiera hacer, valiéndose de ellos, carece por completo de fundamento porque no se parte de verdaderos seres humanos.

 

La profundidad de un tema y el enriquecimiento de una trama no residen en la acumulación incoherente y sobrecargada de sucesos y personajes secundarios o en la narración de vidas privadas. Es en vano que nos enteremos de que ocurren abortos, chantajes, extorsiones, enajenación de las masas, atentados físicos, raptos, “prostitución masculina”, si en ningún momento se nos transmite una verdadera vivencia. Los presenciamos como una imposición exterior para disfrazar deficiencias y proporcionar al film una débil apariencia delatoria de ciertas bajezas humanas que presiden algunos sectores de la política norteamericana y el ambiente de Hollywood. Es obvio que un vodevil familiar no puede ser una crítica eficaz a los políticos deshonestos; de la misma manera que el presentar un arribista desfigurado y en la miseria que consigue escapar con su tierno amor no puede constituir una desmitificación del culto al dios dólar.

 

El mal empleo que hace Brooks del lenguaje cinematográfico es ejemplar. Su uso del flash-back o “retorno al pasado”, evidencia la confusión en que se encuentra. Este procedimiento narrativo en Bergman (Una lección de amor) o en Mankiewicz (La condesa descalza) es utilizado como un método de conocimiento, para profundizar sobre una situación, para hacer que los personajes revelen su interioridad, la esencia de sus motivaciones, en tato que Brooks lo emplea como un artificio dramático para proporcionar las razones sentimentales del comportamiento de sus personajes pretendiendo, torpemente, saber todo de ellos, con lo que los vuelve todavía más planos.

 

El único drama, que no nos mueve a risa en este film, es ver cómo la actuación de los actores antes justa, directa, espontánea, es aquí de una falsedad al borde de la grandilocuencia.

 

FOTO: La pasión cinéfila de Ayala Blanco comenzó desde que era estudiante/ ARCHIVO JORGE AYALA BLANCO

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