“El arte es una especie de nahual”: en memoria del artista Federico Silva
El número de julio de 1989 de la revista Los Universitarios, publicada por la UNAM, publicó esta entrevista con el escultor Federico Silva, quien falleció este 30 de noviembre a los 99 años de edad. En ella aborda su concepto de arte desde las disciplinas plásticas y su vínculo con la investigación universitaria. Con autorización del autor, publicamos esta charla en la que Silva rememora la creación del Espacio Escultórico de la UNAM y habla de su exposición Los nahuales: un arte inexistente, que por esas fechas se exhibía en la UNAM
POR GERARDO OCHOA SANDY
En la UNAM todavía persiste una actitud de reserva para con aquellos investigadores del lenguaje de las formas visuales. Sin embargo, desde hace cerca de 20 años hasta la fecha, dicha tarea viene realizándose en la máxima casa de estudios, lo que hace de ella un espacio de libertad. Espacio y libertad que la UNAM no nos da gratuitamente, sino que es un logro del pueblo de México y de los universitarios en lucha por hacer de la Universidad eso, un espacio de libertad, asegura Federico Silva, quien actualmente expone, en el Museo Universitario de Ciencias y Artes, su trabajo titulado Los nahuales: un arte existente, que incluye 37 esculturas monumentales en concreto, siete esculturas de aluminio y madera, 40 pinturas, 133 serigrafías y objetos personales.
En efecto, explica el expositor, “el universitario acepta con mayor beneplácito que alguien investigue en torno a un problema filológico, dedique años al estudio de un término y sobre ello escriba un libro. Ese investigador es bienvenido y premiado. Pero, si un investigador se dedica al estudio del lenguaje de las formas visuales —en sus aspectos teóricos y prácticos, entendida la práctica como una consecuencia de la teoría— su trabajo —creen algunos— no tiene un nivel académico que lo avale. Este fenómeno es cierto. Se extiende a todas las universidades. En ellas los escultores, los músicos, los pintores tienen un lugar aparte. Los investigadores en el campo de la estética exploran sobre el quehacer del artista, pero no les conceden a éstos el nivel académico suficiente para que se les considere también investigadores, ni tampoco el rango universitario a la investigación sobre el lenguaje de las formas visuales en general. Yo me pregunto: ¿la UNAM debe brindarle su apoyo a la investigación del lenguaje de las formas visuales por tratarse éste de una parte del lenguaje universal? Yo, también, me respondo: Sí”.
Federico Silva relata la historia del surgimiento de este “gran movimiento de la escultura en México y dentro de la UNAM: un acontecimiento histórico que, a su vez, es una consecuencia lógica, parte de una necesidad histórica y es resultado no del voluntarismo sino de procesos sociales y culturales de aquel otro gran movimiento, el del arte contemporáneo, surgido también en la Universidad —en el seno de la Escuela Nacional Preparatoria— en 1922 y 1923, es decir, 65 años atrás”.
Dice Federico Silva:
“Algunos artistas que trabajábamos como maestros en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, hace casi 20 años, considerábamos que la enseñanza tradicional requería de un tiempo para la investigación en torno al lenguaje de las formas visuales pues, para nosotros, la obra artística no era sólo un objeto de disfrute sino parte también de un trabajo de exploración del lenguaje. Así, Julio Estrada, Manuel Felguérez y yo hicimos una especie de frente, y se nos sumaron los arquitectos González-Lobo y Oscar Olea. Durante un tiempo y en distintos foros universitarios expusimos nuestra tesis y un día recibimos el aval del entonces rector, el doctor Soberón, y de su coordinador de Humanidades, Gastón García Cantú. Este último, precisamente, nos invitó a integrarnos como investigadores dentro del área a su cargo. Más tarde ocuparía su ligar Rubén Bonifaz Nuño, quien también nos dio carta abierta.”
A Rubén Bonifaz Nuño lo sustituiría Jorge Carpizo, quien dedicó los primeros meses de trabajo a la reorganización de la Coordinación de Humanidades, refiere Federico Silva. En esos días el nuevo coordinador se encontró con un grupo de artistas que, se pensaba, debían ubicarse en el Instituto de Investigaciones Estéticas. Carpizo conversó con ellos, Silva le manifestó su poco interés por integrarse al IIE, y Carpizo le ofreció su respaldo a alguna propuesta que pudiera ser avalada por la UNAM. Silva propuso, con otro nombre, lo que hoy es el Espacio Escultórico: el trabajo colectivo de un grupo de artistas, trabajadores de la Universidad, con un salario de maestros o investigadores. Carpizo apoyó la idea y se la propuso al rector Soberón, quien dio su beneplácito.
Poco antes, Soberón había inaugurado Pájaro C, escultura de Federico Silva, frente a lo que fue la Torre II de Humanidades, y que sustituye a otra escultura, ésta de Rodrigo Arenas Betancourt, y que pertenecía a Ciencias. Pájaro C formaba parte de una exposición de Federico Silva en Bellas Artes, Esculturas con energías del sol y otras energías vivas, algunas de ellas movidas por el viento y otras por energía solar, y fue el resultado de su primer trabajo como investigador de la UNAM. Silva propuso una donación para el espacio que había quedado vacío y un consejo aceptó el ofrecimiento. Pájaro C sería “la primera dentro del orden de la nueva escultura en el seno de la UNAM”.
Para la realización del Espacio Escultórico —continuó Silva— se integró un equipo formado por Mathias Goeritz, Sebastián, Helen Escobedo y el propio Silva. Ninguno de ellos vendería su trabajo. La propuesta era parte de su quehacer como universitarios. Así, “dio inicio una nueva forma de entendimiento de la escultura, y se volvió a la escultura monumental y pública. No a la escultura como objeto que se posee, sino aquella que entra en contacto con el hombre y nos pertenece a todos”. Más tarde, se avaló la exhibición de una escultura, a título personal, de cada uno de los escultores que participaron en el proyecto. Silva realizó La serpiente del Pedregal y, como respuesta a una propuesta, Dino, remembranza del dinosaurio que se exhibió en el Museo Universitario del Chopo, concebido ahora por el escultor como un objeto cinético —una estructura con movimiento— para el interior de la biblioteca del CCU.
Federico Silva abunda sobre una idea del arte y de la escultura. Parte de una pregunta: “¿El arte es, como para muchos artistas comprometidos con el mercado, producto del espíritu, una propuesta que nos rebasa a todos, o forma parte del mundo y por tanto tiene que ver con Vietnam, con Panamá, con China y con la deuda externa? Yo considero que el arte forma parte del mundo, y que ante el mundo el artista tiene un compromiso y toma un partido. Así como toda búsqueda en la investigación teórica y práctica del lenguaje de las formas visuales supone una fundamentación teórica, así también todo gran movimiento artístico no es producto de la improvisación, de la inspiración divina ni de las fuerzas extraterrestres, sino que igual, está fundamentado en una teoría, en una doctrina, en una ideología. Tiene, pues, una lógica y está relacionado con procesos históricos y sociales. El arte no es un hecho aislado de la problemática del mundo y el artista no puede escudarse en una supuesta búsqueda de la belleza para darle la espalda a la realidad. El artista es un ser pensante y no, como se cree, un ser sensible, que vibra de emoción ante la belleza, la soledad, el amor y la muerte. No. El artista razona sobre estas cosas y las transforma en una propuesta. En el caso del artista plástico, en una propuesta visual, síntesis del pensamiento. La escultura como producto artístico, tiene que ver con la historia, con el tiempo y con el espacio. El arte en general es un río grande con muchos cauces y la escultura en particular demanda, para su comprensión, que el artista se aventure por los vericuetos del dibujo para que explore los problemas concretos de la forma, para que aprenda el ver y para que cultive la relación entre su mirada y sus manos. El trabajo, el horario, la disciplina, la dedicación, nos conducen, poco a poco, a la obra de arte. El trabajo nos lleva a esa síntesis, a ese accidente, a ese descubrimiento, a esa sorpresa que es la obra de arte. El arte es trabajo donde todas las horas son clave. Y, si decimos que la pintura es el resultado de un acto de amor, la escultura es el resultado de un acto de fe. La escultura demanda tanto un gran esfuerzo físico como mucho dinero. Una equivocación puede costarnos millones de pesos. No nos permite ningún titubeo, es menester que creamos en lo que hacemos, sobre todo si no nos lo han encargado no nos pagan por ello. Es menester que creamos en valores que se encuentran por encima del éxito circunstancial en un museo de moda con el beneplácito de Televisa y las cotizaciones en dólares en el mercado de arte en Nueva York.”
Federico Silva explica, por último, el sustento teórico de su exposición. Los nahuales: un arte inexistente —fruto también de su trabajo como investigador— que actualmente se exhibe en el Museo Universitario de Ciencias y Artes hasta el próximo 30 de agosto y de Ensayos, dibujos y proyecciones de un arte inexistente, realizados como proceso de la exposición y que se exhibirán, hasta el 15 de julio, en la Galería Universitaria Aristos.
Dice Federico Silva: “Los nahuales son los acompañantes de los dioses que fueron autores del génesis mexica y de casi todas las culturas mesoamericanas, con distintos nombres según la zona. Son los compañeros del tiempo. En el sureste dicen que son los cuidadores del monte, unos hombres chaparritos vestidos de charros que, con más ánimo de espantar que de agredir, arrojan piedras e insultan a aquellos visitantes con los que no simpatizan. Mientras, en el centro del país, son descritos como personajes propios de la picaresca, autores de raptos de muchachas, de robos al rico para beneficio del pobre, seres alegres que sobreviven en el tiempo vinculados con elementos mágicos y que establecen un vínculo directo, indisoluble y completamente actual entre el pasado más remoto y nuestro presente. Esto significa una cosa: que las viejas culturas precolombinas están vigentes. Que no son objeto de museo sino parte de la sangre, del pulso y de la sensibilidad de los mexicanos de hoy día. En el inconsciente de la historia, como parte de nuestra cultura, están presentes”.
Lo de “arte inexistente” es una “especie de premonición”, asegura Federico Silva. “Casi adivinaba que mi propuesta suscitaría indiferencia entre los especialistas, por no tratarse de arte de mercado. Yo, sin embargo, continúo con esa búsqueda, con esa sorpresa que es el vínculo entre nuestro pasado y nuestro presente; tras esa continuidad que no se ha roto y que demuestra que lo que somos hoy es consecuencia de lo que fuimos ayer y seguimos siendo todavía. Este vínculo, desde un enfoque político, es muy importante. Significa que con Mc Donald’s no pueden romperle la columna vertebral a nuestra cultura. Significa que más allá de Perisur existe un México profundo, invencible y que sobrevive a las veleidades de la política. Que sobrevive y nos sobrevivirá. Querámoslo o no, formamos parte de todo esto. He aquí lo esencial de esta exposición que pretende ser un homenaje el optimismo por el trabajo: lo inconsciente, lo no deliberado, lo que surge por el trabajo mismo: la carga venturosa de México con la que está comprometida la investigación en la UNAM. El arte, así, salta o se esconde por sí mismo. El arte es una especie de nahual que se nos aproxima o se nos aleja, según lo percibamos y según nos perciba”.
FOTO: El escultor e investigador Federico Silva, fallecido el pasado 30 de noviembre/ Archivo EL UNIVERSAL
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