El arte por el arte (un registro)
POR LUIS CORTÉS BARGALLÓ
para Huberto Batis, por supuesto
El profesor Hubert —a causa de su método
y Darío— nos llevó frente a un tableau vivant,
para que la cosa no quedara en una clase
de literatura, una ficha para el siglo xix entrado
en xx. Entre el público procaz y pendenciero de
la carpa Olimpia —palco s. xx / ya tardío—, por
acuerdo tácito se hizo un silencio “respetuoso”
—a media cuadra del Tlaxcoaque sepulcral
apenas se escuchaban las patrullas, las cadenas
de las grúas ojerosas. El momento que sería
sublime, un arresto de belleza y claroscuro
a cuenta gotas, entre desnudista+ y desnudista-,
entre la cantante de boleros calvos y el ventrílocuo
mastuerzo, reteñido. Y se abrieron las cortinas
lentamente y frente a un ciclorama con
los dos volcanes emblemáticos, nevados —plus
ou moins déco—, un improbable príncipe
mexica —con penacho de plumas de avestruz—
tenía recostada entre sus brazos y las piernas,
sobre el pectoral de piel sintética, abalorios,
una voluptuosa morenaza “de divino muslo”,
una princesita en cueros. Con diadema sí,
collarín de jade falso y terciopelo, para adultos.
Y a pesar de que mostraba el pubis “integral” (i. e.,
naturalista) y entreabría el sexo de amapola
nadie se atrevió a soltar los canes amarrados
ni la lengua hambrienta. Los pechos abundantes
aunque inquietos, las costillas se expandían
y cedieron sobre la respiración incontenible.
El príncipe perdía ligeramente la figura
—la rodilla en tierra— y los muslos batallaban
en tensión y sudorosos. Al cabo de un minuto más
los dos se hallaron en el húmedo estremecimiento
que atormentaba la bisutería. Pero permanecieron
en una acuarela temblorosa de almanaque: el
vello, los pezones erizados como en el butoh,
las miradas y el mentón de mártires en la parrilla.
La cortina se cerró de golpe contra los aceites de una
luz que despeluca y el público guardó un silencio
“respetuoso”, un ligero aroma de jazmín con otros
talcos ruines, antes de aplaudir rabiosamente
al revivirse el esternón de pasarelas. Son a veces
raros los caminos del arte. En el programa
se juzgaron mármol y eran carne viva… Incluidos
taparrabos, la inmortal estampa de cervecería
que retuvo la hielera —a regular recaudo—
o el favor del esforzado respetable persiguiendo
la platónica chuleta, por supuesto. Rebasada
en sus señuelos resbalosos, escenarios naturales.
Del libro La lámpara hacia abajo, Ediciones Sin Nombre, México (de próxima aparición).
*FOTO: Huberto Batis en la casa de la cultura de San Luis Potosí, con las Tres Gracias/Archivo El Universal.
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