El arte sin belleza de Boris Viskin
POR ANTONIO ESPINOZA
ADSD
No hay duda: Boris Viskin (Ciudad de México, 1960) es uno de los artistas mexicanos más antisolemnes. Su actual exposición en el Museo de Arte Moderno, si bien inicia con una obra monumental de crítica político-social llamada Veracruz (ensamblaje y óleo sobre madera, 2015), que alude a la situación de violencia que impera en ese estado del país, tiene como tono general el sentido del humor evidente en la mayoría de las obras. La muestra es muy divertida, aunque haya gente que prefiere contener la risa pues no considera correcto reír en un museo, un espacio cultural todavía considerado por muchos como un templo sacro. El título mismo de la muestra (La belleza llegará después…) encierra un toque humorístico, al ironizar sobre la obsolescencia de lo bello, la pérdida del carácter absoluto de la belleza, siendo Viskin uno de los autores mexicanos responsables de tal situación.
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Que la exposición sea tan divertida es apenas una de sus virtudes. Bajo la curaduría de Iñaki Herranz, la muestra incluye 29 obras seleccionadas de la producción de Boris Viskin de 2000 a 2015. La muestra no tiene desperdicio ni en su discurso, ni en sus múltiples registros, ni en las audaces soluciones formales que el autor ha privilegiado desde hace tiempo. Sucede que Viskin pertenece a una generación de artistas que cultivaron con gran profesionalismo la pintura, pero fue él uno de los que en su momento decidieron romper con el formato y desbordar la superficie bidimensional para experimentar y buscar caminos “pospictóricos”. Es uno de los autores que manejan una idea de la pintura abiertamente conceptual y expandida; una pintura abierta, que desborda sus límites, se adentra en el territorio de lo híbrido y se mueve con entera libertad en un amplio campo de posibilidades formales y discursivas.
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La belleza llegará después… es una exposición muy culterana. Saltan a la vista los múltiples intereses de Boris Viskin que se revelan en una gran diversidad temática: la historia del arte, la política, la religión, la literatura, la filosofía, la música, el cine. Viskin aborda con desenfado –y con el oficio que dan los años– todos estos tópicos. Así lo dejan ver las obras ahora exhibidas en el MAM, muchas de las cuales están acompañadas de comentarios explicativos del artista –colocados debajo de las fichas técnicas–, que a menudo refuerzan su carácter lúdico. La obra que abre la exposición (Veracruz) está inspirada, nos dice Viskin, en la reciente muestra que presentó Francisco Toledo en el mismo museo. Pero si en Veracruz no hay humor ni ironía, sí lo hay en Crucifixión (caballete y óleo sobre tela, 2015), en donde el tema del sacrificio de Jesucristo queda minimizado ante un comentario más bien cómico sobre el ascenso celestial o la caída terrenal de la pintura.
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Dice Boris Viskin que su primer encuentro con el arte fue a través de la religión católica. En el comentario que acompaña al cuadro La aparición del arte moderno (óleo sobre madera, 2015), señala que en los libros de arte renacentista que había en su casa vio por primera vez anunciaciones, bautizos, crucifixiones y resurrecciones. Concluye: “Desde entonces lo divino y el arte están ligados para mí de manera indisoluble. Por más mundano que sea el tema, si me conmueve, esa emoción la vivo como una iluminación, como una aparición”. Otra declaración poco creíble es la que acompaña al cuadro Troya (óleo y collage sobre madera, 2011), en donde afirma que las “huellas” de muchos grandes maestros lo “pisan” y lo “entierran” como en una pesadilla. El cuadro en cuestión no revela conflicto alguno. Se trata de una serie de marcos que violentan una superficie bidimensional, sobre la que se leen tres firmas (Picasso, Matisse y Torres García) y una más en el marco grande que delimita el cuadro (Gironella). No creo en las pesadillas del autor: veo cuatro nombres de artistas que nos hacen cuestionar la noción de autoría.
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Son más los grandes maestros que aparecen en la exposición: Jean Baptiste Camille Corot, Piero della Francesca, Gustav Klimt… La obra que celebra de la manera más convincente a los grandes maestros lleva como título: Librero (instalación, 2000). Se trata de un par de anaqueles retacados de libros y catálogos monográficos sobre artistas de distintas épocas y nacionalidades. He aquí el conocimiento: lo que todo artista debe de saber sobre los artistas. Otro creador muerto al que Viskin rinde homenaje es José Guadalupe Posada (óleo y collage sobre madera, 2011), trasladando la mirada del grabador al México contemporáneo. Esta obra se relaciona con otras, igualmente críticas del poder y del drama humano: la ya mencionada Veracruz, el tríptico Emboscada (resina, madera, óleo y collage sobre madera, 2011) y Jerusalén (mixta sobre madera con alambre de púas, 2015).
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Son cuatro las obras más cómicas de la exposición. Huacales (instalación, 2000) fue concebida como una Coatlicue posmoderna que nos va a proteger de Donald Trump, el Estado Islámico y el Partido Verde Ecologista; Monumento al caballito (metal, caballito y resina, 2003), animada con una canción de Cri-Cri, es un homenaje al tequila; Silla mirando sus partes (entre Platón y Heidegger) (instalación, 2008) es un juego filosófico de espejos; Autorretrato con lengua de fuera (mixta sobre madera, 2002) es una parodia del célebre retrato de Albert Einstein.
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Dejo para el último las dos obras más ambiciosas de la exposición. La serie Tesoros del Rijksmuseum (collage sobre reproducción, 2011-2015) consta de 39 piezas destinadas a un museo imaginario. Imposible describir en un artículo todas las obras de pequeño formato, muchas de ellas reproducciones gráficas intervenidas con diversos materiales. Llama la atención en una pieza la imagen del portero Armando Navarrete, quien fuera suplente de Guillermo Ochoa en el América, y que cuando éste se fue a jugar a Europa, no pudo con el puesto de titular. Buen consuelo para el infortunado ex arquero americanista: se convirtió en objeto de museo. Objeto de museo como un hongo nuclear hecho de papel, obra central de Sonata para una noche cíclica (óleo, resina, encáustica y collage sobre madera, 2006), políptico de 124 piezas para el que se construyó un espacio museográfico especial. Rodeado de las pequeñas obras que narran a la manera de Viskin la noche cíclica de la humanidad, el hongo nuclear se impone. Es la obra más fotografiada de la muestra.
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*FOTO: Boris Viskin, “Veracruz”, ensamblaje y óleo sobre madera, 2015/ Stephanie Zedli
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