El Blanquito, nuestro fiel escaparate

Nov 26 • destacamos, Miradas, Música • 2646 Views • No hay comentarios en El Blanquito, nuestro fiel escaparate

 

Crónica de desaciertos de la Sinfónica Nacional en el concierto de Rachmaninov, interpretado por Vladimir Petrov, en el Palacio de Bellas Artes

 

POR LÁZARO AZAR
Pocas impresiones me han dejado tan abatido. Tan desolado. Como cuando uno visita a un ser querido en estado terminal, y al regresar a casa, no logra reponerse de la despedida. Así me sentí el domingo 12 cuando, tras mucho tiempo de no hacerlo, volví a pasar un día casi completo en el recinto que más amo de esta ciudad. Un espacio al que desde antes de establecerme aquí hace 35 años, ya veía con devoción, cariño y respeto, sabiendo que había albergado muchos de los mejores momentos de nuestra historia cultural, desde aquel 29 de septiembre de 1934 en que abrió sus puertas: el Palacio de Bellas Artes.

 

Por ello no pude escribir de inmediato la reseña de los eventos que me hicieron llegar, desde muy temprano, al Centro Histérico para echarme unos huevitos motuleños en el Sanborns de enfrente y, en punto del mediodía, atravesar la Avenida Juárez para asistir al concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional anunciado para las 12:15. Tenía mucho interés por escuchar a Vladimir Petrov sin la presión del Concurso Angélica Morales en que obtuvo el segundo lugar, ya que he seguido su desarrollo desde que –creo que fue en el 2006- se presentó en un recital compartido con otros niños en la Antigua Caja Real, dentro de aquellos Festivales de San Luis Potosí que, en sus mejores momentos, dirigió María González Flores.

 

Finalmente pude oírle completo el Tercer Concierto para piano de Rachmaninov, ya que de manera anárquica y poco profesional, en la final del certamen, solamente les dejaron tocar los primeros movimientos. Puesto en una balanza, son más las cosas buenas que aquellas que anhelo mejore Petrov: espero que, con el tiempo, logre un sonido más robusto y que, con la madurez, reconsidere su gestualidad. Ese exagerado levantamiento de brazos al terminar las frases, no es más que efectismo barato. A su favor, reconozco el admirable aplomo con que abordó esta difícil partitura en la que, además que corroborar que tiene unos dedos envidiables, elaboró un fraseo convincente y natural, hizo gala de una cuidadosa pedalización y no escatimó en bravura al tocar la versión larga de la cadenza. Lamentablemente, ni la Chafónica ni Jesús Medina estuvieron a su altura. La primera desafinó constantemente, y el segundo, dirigió en automático propiciando más de un momento caótico, como el ocurrido entre los compases 394 al 411 del tercer movimiento. No tuve valor para escuchar la segunda parte. Huí en el intermedio.

 

Lo más triste fue que, al salir, añoré más que nunca el Café del Palacio que, por más de tres décadas, dirigió Luis Bello Morín con admirable profesionalismo; ahí se comían los mejores chiles en nogada de la ciudad, y nuestras sobremesas de los viernes, tras los conciertos de Diemecke, solían prolongarse hasta que nos apagaban la luz. Tras el cierre obligado por la pandemia y postergarle infinidad de veces la fecha de reapertura, se realizó una nueva licitación para operarlo que fue otorgada “en lo oscurito”. Que ni por cortesía conminaran a participar a Bello, le dio sentido a lo que escuché que Nacho Toscano le advirtiera sobre la actual directora del INBAL: “Desconfía de Lucina, es ladina y traicionera”.

 

Así que, ante la falta de un espacio ahí mismo donde comer y esperar que iniciara el ballet, me fui a descansar a un hotel cercano y, en punto de las cinco de la tarde, estaba de vuelta en el Blanquito para presenciar Onegin con la Compañía Nacional de Danza. Sin ser un ballet original de Tchaikowsky ni incluir un solo acorde del Eugene Onegin operístico, el coreógrafo John Cranko se sirvió de su música para urdir el lienzo sobre el que narraría este célebre poema de Pushkin: tomó incisos de Las Estaciones, de las Piezas Opp. 19, 72 y otras tantas, y le pidió a Kurt-Heinz Stolze que las orquestara y arreglara para cuadrarlas a la narrativa que elaboró en 1965 para el Ballet de Stuttgart.

 

Por los altos costos de los derechos coreográficos, fue hasta la celebración del bicentenario de Pushkin que la CND pudo montar Onegin en México. El Cervantino apoquinó la mitad de los dos millones y medio de pesos que costaban entonces, y asistí tanto al estreno nacional en el Teatro Juárez el viernes 8 de octubre de 1999, como a la primera función en esta sala, el 21 de ese mismo mes. Un cuarto de siglo más tarde, la reposición se mantiene dignamente, no así el Cervantino: este año, su derrama económica disminuyó un 41%, confirmando que, con su programación reiterativa y pueblerina, Marianita Aymerich logró sepultarlo.

 

Volviendo al 12 de noviembre, función de despedida del primer bailarín Erick Rodríguez, fue muy grato reencontrar a Tihui Gutiérrez –nuestra primera Tatiana- y a una gran cantidad de figuras que han engrandecido este escenario y de amigos afines a la danza, pero, lo mejor, fue constatar que tal y como me dijeron los músicos de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes que me animaron a ir, cuando tienen en el podio a un profesional serio como Óliver Díaz, su director invitado, pueden sonar mucho mejor que en las funciones de ópera que recientemente hemos padecido.

 

En contraposición con la del mediodía, esta fue una gran función. Sin embargo, ver el Palacio tan venido a menos me deprimió profundamente, y no solamente porque carezca de un servicio imprescindible y espléndido como el que se brindaba en el Café, que tiene rato que dicen que “ya va a abrir” pero, como en el Son de la negra, nomás no nos dicen cuándo. Lo único cierto, es que el daño está hecho. ¡Hasta eso desmanteló la 4t! Vamos a ver si el nuevo concesionario tendrá la capacidad para llenar los zapatos de Luis Bello, o nada más llegará con un anafre a expender tlayudas, como aquella doñita que hizo su agosto en la inauguración del Chaifa…

 

Bien decía José Antonio Alcaraz que “el Blanquito, es nuestro más fiel escaparate de la realidad nacional”. De ser un escenario codiciado por orquestas y compañías dancísticas extranjeras importantes, pasó a ser una sala de medio pelo donde la permisividad admite que sus asistentes entren chancleteando a media función, y todo parece indicar que su único evento memorable en este sexenio, será el homenaje a Naasón Joaquín.

 

¿O es que puede esperarse algo mejor? En las jardineras del lobby, ya pusieron plantitas de plástico, y cuando iba de salida y pasé a despedirme de mis amigas del módulo de informes, me contaron que está tan jodida la cosa, que para no estar en penumbras cuando se funde un foco, se cooperan para remplazarlo porque ni para eso hay dinero. Igualito que lo que estamos viendo en Acapulco. Así que, como dice ya saben quién: ¡Magínense!

 

 

 

FOTO: El pianista ruso-mexicano Vladimir Petrov interpretó el Tercer Concierto para piano de Rachmaninov.  /Orquesta Sinfónica Nacional vía Facebook

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