El camino espiritual de los poetas Beat
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El investigador estadounidense David Stephen Calonne recorre la ecléctica sed mística que llevó a los integrantes del movimiento Beat, como William S. Burroughs, Diane di Prima, Allen Ginsberg, Gary Snyder, Gregory Corso, Philip Lamantia y Jack Kerouac a encontrar en los músicos de jazz “chamanes con increíbles poderes creativos”, a experimentar con drogas psicodélicas y a fascinarse con los rituales de los indios tarahumaras de México
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POR JUAN ÍÑIGO IBÁÑEZ
Dentro del imaginario popular, los Beats son conocidos como la generación que renovó el canon literario anglosajón con un fresco lenguaje jergal, provocadores relatos y poemas motivados por los placeres de la ingesta de drogas, alcohol, y que exaltaron una sexualidad libre y desprejuiciada.
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Según David Stephen Calonne –autor del libro La Imaginación espiritual de los Beats, editado en 2017 por Cambridge University Press– la búsqueda de autores como William S. Burroughs, Diane di Prima, Allen Ginsberg, Gary Snyder, Gregory Corso, Philip Lamantia y Jack Kerouac estuvo motivada antes por un constante y solemne impulso religioso que por la necesidad de satisfacer ciegos impulsos bohemios y hedonistas.
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La necesidad de éxtasis de los Beats habría sido para el también académico de la Universidad Oriental de Michigan “una encarnación moderna de los antiguos cultos mistéricos y dionisíacos” al mismo tiempo que una forma de protesta espiritual en la línea de la antigua tradición anglosajona de los trascendentalistas, aquella generación de autores que, a mediados del siglo XIX, vio en la creación de una nueva espiritualidad el medio para denunciar el vacío que el avance de la técnica estaba provocando en el alma de los estadounidenses.
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Tal como habían hecho Thoreau, Emerson o Whitman con la lectura de los poetas románticos alemanes o el Bhagavad-gītā y que derivó en el anhelo de que cada individuo tuviera una “relación original con el universo”, los Beats se fascinaron con materias usualmente consideradas “poco serias” por el establishment intelectual de su época, tales como el tarot, el hermetismo y la alquimia. En “las religiones ocultas” –el Gnosticismo, el Budismo Vajrayāna, el Sufismo o la Kabbalah– los Beats vieron el camino para revitalizar el elemento espiritual que, según ellos, se estaba perdiendo en la Norteamérica de Eisenhower.
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“Después de la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos se vivía un momento de conformidad cuando las metas, las ambiciones y los deseos materiales que se vendían a los ciudadanos a través de la televisión, la publicidad y las revistas parecían un juego vacío: el ʻéxitoʼ significó tener tanto dinero y poder como fuese posible”, comenta el académico.
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“Estados Unidos era un país profundamente racista, con una historia de esclavitud hacia los afroamericanos y genocidio contra los nativos americanos. El aire, el agua y la tierra se contaminaban a fondo y enérgicamente, los bosques se talaban: todo en nombre del ʻprogresoʼ y la codicia”.
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“En ese escenario –agrega– los jóvenes sintieron que estaban perdidos en un laberinto. El mundo moderno carecía de sentido para ellos, así que buscaron algo más. No lo encontraron en las religiones ʻconvencionalesʼ, es decir, el cristianismo que vendía Fulton J. Sheen –arzobispo y presentador de televisión estadounidense, o en los evangelistas del sur o en cualquier institución establecida”.
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“Entonces se volvieron hacia adentro: leyeron textos budistas, el Pseudo Dionisio Areopagita, Plotino y William Blake. Experimentaron con mezcalina, marihuana, peyote y tuvieron visiones”.
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“Y como William Blake –agrega– buscaron construir una ʻNueva Jerusalénʼ a través de los valores de paz, amor, igualitarismo y una renovada ética ecológica. Aunque, por supuesto, eso no era algo realmente nuevo ya que los pueblos indígenas de América practicaban esto desde hacía miles de años”.
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Jazz: el lenguaje del éxtasis
Jack Kerouac solía decir que la palabra Beat aludía al latido rítmico de la música, pero también a una “visión beatífica”, a la unión entusiasta con lo divino.
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Según Calonne, Kerouac siempre buscó en sus escritos emular el “it” –una sensación de eternidad en el tiempo– y que, a sus ojos, músicos como Thelonious Monk, John Coltrane, Miles Davis o Charlie Parker lograban con frecuencia con sus sonidos.
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Para los Beats, los jazzistas afroamericanos eran una especie de chamanes urbanos con increíbles poderes creativos que “ocupaban un altísimo lugar dentro de su jerarquía espiritual”, dice el investigador.
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“La buena música puede llevarte a sentimientos eufóricos: éxtasis significa ex-estasis, o estar fuera de uno mismo. Los Beats admiraban a estos músicos y buscaban reproducir algo de la espontaneidad y la alegría de su música en sus escritos”, agrega.
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Junto a Kerouac, el miembro de la generación Beat más interesado –y familiarizado– con el lenguaje del jazz fue el poeta afroamericano Bob Kaufman –quien en Francia llegó a ser conocido como el Rimbaud negro– y que, según el académico es, junto a la poetisa Diane Di Prima, uno de los grandes descuidados del canon Beat por el establishment académico.
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Pero los Beats no sólo buscarían alcanzar el éxtasis asistiendo a recitales de jazz, en bohemios encuentros en cafés o teniendo discusiones de alto vuelo dentro de los círculos intelectuales de la Universidad de Columbia, sino que también experimentando “experiencias primordiales” en los lugares menos obvios: viajando a dedo por las carreteras abiertas de Estados Unidos, conviviendo junto a heroinómanos y marginales de Times Square y perdiendo el sentido en rituales secretos junto a los indios tarahumaras de México.
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Viaje al país de los dioses oscuros
Según Calonne, tanto el paisaje como la espiritualidad de los pueblos originarios de México jugaron un rol fundamental en la conformación de la “imaginación espiritual de los Beats” y autores como Jack Kerouac –que escribió México City Blues en 1955– o William Burroughs –a quien su obsesión por la mitología maya lo llevó a vivir un año en el D.F para estudiar el Códice– tuvieron una transversal fascinación por la cultura mexicana.
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Pero antes que ellos –en los años veinte y treinta– dos autores que posteriormente serían referentes para los Beats buscarían en suelo mexicano el conocimiento ancestral de las etnias originarias de América y la inspiración para sus obras. El primero de ellos, D. H. Lawrence, fue a México en los años veinte y “escribió una novela sobre esa experiencia, La serpiente emplumada, así como un muy buen libro de viajes, Mañanas en México”, comenta el autor.
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“Para Lawrence, México fue el lugar de los ʻdioses oscurosʼ de los aztecas y de los mayas, a los que buscó –en cierta medida– resucitar para el mundo moderno como un ʻreemplazoʼ para la ʻreligión occidentalʼ”.
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Por su parte, en 1936, Antonin Artaud –desilusionado de la cultura “conceptual” europea– desembarcó en el puerto de Veracruz decidido a experimentar las ceremonias con el peyote de los indios tarahumaras.
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En los rituales con esta etnia, el fundador del teatro de la crueldad buscaba penetrar en una realidad más pura, primitiva y esencial y que, según escribió, jamás pudo conocer “ni en libros, ni en pinturas, ni en estatuas o en la danza”, un tipo de conocimiento que sólo se le revelaría experimentando en carne propia “con los nervios y en la fluidez de los nervios, en la fluidez de los órganos sensibles”.
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“A mediados de los años 50, Philip Lamantia –poeta surrealista y referente de la generación Beat en San Francisco– leyó el relato de esa vivencia, ʻLos Tarahumaraʼ y quiso participar en esos rituales, cosa que hizo”, indica Calonne.
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Para el académico, los Beats vieron en las experiencias de Artaud y D. H Lawrence en México un camino hacia lo primordial, lo eterno, lo no cronológico, lo arcaico y lo no tecnológico: “John Hoffman, poeta y amigo de Lamantia, murió allí a los 21 años en circunstancias misteriosas, al igual que Neal Cassady (retratado bajo el nombre de ‘Dean Moriarty’ en la obra En el camino de Kerouac), quien falleció cerca de San Miguel de Allende. Ginsberg también fue a México y escribió su famoso poema ʻSiesta in Xibalbaʼ”.
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William Burroughs: nada es verdad, todo está permitido
Aunque el budismo y sus diferentes escuelas impregnan la mayoría de la obra de los Beats, William Burroughs –considerado el patriarca de esa generación, aunque renegara de la etiqueta– tuvo fuertes objeciones hacia la adopción de la doctrina filosófica que busca el nirvana.
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“Creía que Occidente y Oriente tenían diferentes destinos espirituales. Se oponía a cualquier sistema que buscase el ʻcontrolʼ”, explica Calonne.
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Además, Burroughs tenía serios reparos hacia el yoga. “En una carta a Allen Ginsberg argumentó: ʻel yoga no es una solución para un occidental… Debe practicarse, sí, pero no como una solución final, sino más bien en la forma como estudiamos Historia y las culturas comparativasʼ”.
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Para el experto, un incidente concreto antes de un retiro organizado por Chogyam Trungpa (maestro y difusor del budismo tibetano en Occidente) en el que a Burroughs no se le permitió llevar su máquina de escribir, ilustra bien la postura del autor de El almuerzo desnudo frente al budismo.
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“Se opuso a la idea de ʻiluminaciónʼ y dijo que ʻle preocupaba más escribir que cualquier tipo de iluminación, que suele ser un espejismo en continuo retroceso, tal como ocurre con la persona completamente analizada o liberadaʼ”.
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Calonne agrega: “Burroughs siempre estuvo fascinado por lo oculto y por la magia, y creo que debe haber sentido que el budismo le impediría explorar esas áreas”.
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Burroughs –tras el incidente en México en el que asesinó a su esposa de un tiro en la cabeza mientras intentaba emular el acto de Guillermo Tell– dijo haber estado en ese momento bajo la posesión del “invasor”, una especie de agente externo o “espíritu maligno” que había llevado a cabo el asesinato por él y que lo había hecho entrar en contacto con las fuerzas oscuras del universo.
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Posteriormente, Burroughs –quien dijo que aquel funesto episodio lo había hecho escritor, aunque viviría atribulado hasta el final de sus días– convertiría en su “gurú” a Hassan-I-Sabbah, el mago Ismaili a quien se le atribuye haber dicho: “nada es verdad, todo está permitido”.
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El escritor –quien además de interesarse por la cultura azteca, estudió a fondo la religión del antiguo Egipto– alguna vez dijo: “prefiero el universo abierto, peligroso e impredecible de Don Juan (en referencia al libro de Carlos Castaneda) al cerrado y predecible universo de karma de los budistas… El budismo y las enseñanzas de Don Juan simplemente no están dirigidas hacia los mismos objetivos. Don Juan no ofrece ninguna solución final o iluminación, tampoco debe hacerlo el artista”.
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Enteógenos y las cimas de la experiencia mística
En su libro Las cartas del Yagé Burroughs relata a Allen Ginsberg sus desventuras en Colombia buscando la ayahuasca, la planta medicinal que podría “arreglar” su problema.
Aunque experimentó y describió sus efectos, al parecer la bebida no generó las consecuencias deseadas ya que, en sus últimos días, el autor de Yonqui se sometió a rituales de sanación con chamanes nativos americanos que intentarían exorcizar el “espíritu feo” que habitaba en él.
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¿Fueron las drogas, enteógenos y psicoactivos esenciales en la configuración de la imaginación espiritual de los Beats?
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“R.C. Zaehner –especialista británico en religiones orientales– argumentó que las verdaderas experiencias místicas debían alcanzarse ʻnaturalmenteʼ”, explica Calonne.
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“Por supuesto, el hecho de que un genio como Aldous Huxley comenzara a experimentar con mezcalina le dio a los enteógenos cierto prestigio y respetabilidad”.
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“Sin embargo –agrega el académico– creo que prácticamente todos los Beats estarían de acuerdo en que uno puede alcanzar las grandes ʻcimasʼ de la experiencia mística escalando una montaña, escuchando a Bach, enamorándose, escribiendo un gran poema, haciendo un gran descubrimiento científico, ayudando a alguien que lo necesita… No necesitas drogas para ninguna de esas experiencias”.
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La noche oscura de Jack Kerouac
Al igual que William Burroughs, Jack Kerouac sufrió –a temprana edad– un traumático episodio que terminaría marcando su carrera literaria, además de dejarlo particularmente propenso a sufrir episodios místicos y a ahondar en lo que Georges Bataille denominó “la experiencia interior”.
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“Psicológicamente, Kerouac estuvo muy vinculado durante la infancia a su hermano Gerard, y cuando éste murió se convirtió en una especie de santo para él”, dice Calonne.
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Poco antes de su fallecimiento a causa de fiebre reumática, Gerard, con apenas nueve años, tuvo una serie de visiones de la Virgen María. Marcado por aquello y por la toma de conciencia temprana de la precariedad de la existencia, Kerouac plasmaría años más tarde en el libro Visiones de Gerard (1963) –para muchos, su trabajo más triste– los recuerdos de su hermano “santo”.
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Aunque el haber experimentado tempranamente la primer noble verdad del budismo –todo es dukkha/sufrimiento– sumiría a Kerouac en una depresión que lo acompañaría toda la vida (y que lo llevaría a buscar alivio en las enseñanzas del zen), según Calonne ya en Los vagabundos del dharma –novela publicada en 1958– el escritor “estaba tratando de reconciliar el budismo y el cristianismo, o sintetizarlos de alguna manera”.
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Cuando le llegó la fama, el autor de En el camino se esmeró –contra la tendencia de los diarios estadounidenses de referirse a los Beats como un grupo particularmente propenso a la violencia y a los actos criminales– en describir a sus compañeros como “una generación de beatitud y placer y vida y ternura”.
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A fines de los años sesenta, y a medida que sus problemas con el alcohol se iban agravando, Kerouac se alejó del zen y se aferró fervientemente “al catolicismo francocanadiense de su infancia que era parte de su identidad”, comenta el autor.
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En 1969, justo un mes antes de su muerte, Kerouac declaró al New York Times: “No soy un beatnik. Soy un católico”. En sus últimos días, Ginsberg recordaba a Kerouac pintando imágenes de cardenales, papas, Cristos en la cruz y llorando mientras escuchaba La pasión según San Mateo de Johann Sebastián Bach y su misa en Si menor.
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“El tormento esencial de su vida nunca se resolvió”, reflexiona Calonne. “Podríamos pensar que los grandes espíritus nunca lo resuelven. Rimbaud, Van Gogh, Nietzsche, Dostoievski… ¿Se habrán sentido ʻcómodosʼ alguna vez?
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Diane Di Prima: en búsqueda de la luz
Un nombre usualmente no revindicado junto a autores clásicos del canon Beat como Kerouac, Ginsberg o Burroughs es el de Diane Di Prima, una de las últimas exponentes vivas de aquel movimiento. Y esto, para Calonne representa un “verdadero escándalo” porque además de “tener genio” ella jugó un rol fundamental en la transmisión del legado de este movimiento en el seno de la contracultura.
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De ascendencia italiana, a los cuatro años Di Prima fue introducida por su abuelo materno anarquista en la lectura de Dante y Giordano Bruno. A los cinco, ya expresaba el sentido sacramental que guiaría su trabajo con la escritura al asegurar que “le daría sentido al mundo” y que “la oscuridad era luminosa”.
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Con diecinueve años mantenía correspondencia con Ezra Pound, un conocido versado en tradiciones ocultas. Tras estudiar física en Swarthmore, cursos de cálculo integral en Brooklyn College –de los que saldría con calificaciones perfectas– teoría de las ecuaciones en Columbia y griego clásico en el Hunter College, se retiró y forjó una carrera como escritora independiente en los años cincuenta. “También tuvo cinco hijos, a los cuales crio en gran medida por su cuenta”, añade Calonne, quien próximamente publicará un libro sobre su figura.
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“Ella dominó la historia de la magia y el ocultismo, estudiando textos originales de Heinrich Cornelius Agrippa, John Dee, Paracelso, Robert Fludd, Giordano Bruno y muchos más”, agrega el autor. “Además, profundizó en la alquimia, cábala, budismo e hinduismo, todo de una manera muy erudita, de ninguna manera diletante. También había estudiado latín, por lo que pudo leer algunos de los textos mágicos en su idioma original”.
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“Y por otra parte –dice el académico– fue políticamente activa al servicio de la justicia para los afroamericanos, los nativos americanos y en la lucha por preservar el medioambiente”.
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“Un maravilloso libro suyo que recomendaría es Revolutionary Letters en el que encontramos, en una forma muy pura, la inocencia, el idealismo y los sueños de los años sesenta, pero aliados con un intelecto sólido y una firme voluntad”.
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Allen Ginsberg: el poeta gurú
Si pasados los 30 años Kerouac encontraría en el zen un alivio temporal al sin sentido que veía en la vida, Ginsberg –a través del estudio erudito y sistemático del budismo tibetano, la Kabalah, Plotino y la literatura mística española– llegaría a auto percibirse como un poeta/líder espiritual que cargaba con una responsabilidad admonitoria similar a la de los profetas hebreos Jeremías y Ezequiel.
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La vida del autor de Aullido tampoco estuvo exenta de afiebradas experiencias místicas: a los 22 años, y tras recibir en su departamento del East Harlem una carta de Neal Cassady informándole que la relación entre ambos había terminado, aseguró haber escuchado a William Blake recitar “¡Ah! Flor soleada” seguido de “La rosa enferma” (ambos poemas de Canciones de la experiencia, de 1794).
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Respecto a la tendencia de Ginsberg a mezclar su condición de poeta con la de líder religioso, Calonne comenta: “El poeta Robert Duncan pensó que Ginsberg se había vuelto demasiado ʻgurúʼ y que ya no era un poeta. Curiosamente, Charles Bukowski dijo algo similar sobre él”.
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“En cierto sentido varios Beats vieron en la figura del poeta una especie de chamán, y el chamán es, supongo, tanto un poeta como un curandero y un líder espiritual”, agrega. “Pero, en un nivel más profundo, uno podría argumentar que, al final, el arte y la religión buscan el mismo objetivo: la libertad del alma humana”.
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FOTO: Retrato del jazzista John Coltraine, considerado por los poetas Beat como uno de los chamanes urbanos de la cultura estadounidense. / Mark Dukes
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