El campus roman y el camino de Piglia
POR LUIS GUILLERMO IBARRA
A estas alturas, resulta difícil no reconocer la existencia de un campus roman como subgénero literario. La presencia de novelas en donde el tema y los escenarios universitarios toman su carta de relieve en el contenido de la obra, forman parte de una tradición que ya abarca varias generaciones de narradores. La tentación de introducirse en las aulas, en los pensamientos oscuros de los investigadores, en las envidias y en las estocadas académicas, ha dado pie al surgimiento de magníficas obras. Como ejemplo podríamos mencionar Pnin de Nabokov, la saga del maestro Wilth de Tom Sharpe, Un asesinato literario de la escritora judía Batya Gur, Desgracia de Coetzee, La mancha humana de Roth, Intercambios de Lodge; o algunas de las recientes publicaciones de escritores españoles como La velocidad de la luz de Javier Cercas, El tren de cristal de Pérez Collados o El temblor del héroe de Álvaro Pombo.
Esta lista se amplía y, sobre todo, abre un panorama de mayor complejidad en aquellas novelas de escritores que han tenido una experiencia como docentes en culturas diferentes a la suya. Recordemos a Javier Marías radicado en Oxford. Su novela Todas las almas, publicada en 1989, recoge un poco de sus experiencias académicas en este lugar. Al personaje protagónico no deja de sorprenderle “esa ciudad inmóvil” a la que fue a parar, en donde “lo único que interesa de veras…es el dinero, seguido a cierta distancia por la información, que siempre puede ser un medio para obtener dinero”. Oxford es el centro de un histrionismo y de un artificio, de la toga y el birrete esenciales para lucirse ante la clase turística.
Los narradores latinoamericanos no han estado lejos de esta tentación con respecto al campus norteamericano. Este intento de conquista de las tierras del norte, ha dado como resultado novelas en las que se releen de nuevo las piezas de este rompecabezas educativo de las universidades. Y es que en ellas, aquellos soñados espacios de educación superior del American way of life, aptos para el estudio armónico, el crecimiento de la ciencia y la cultura, están atiborrados también de las más bajas pasiones, de una asfixia y un fanatismo que termina en muchas ocasiones con el crimen. Ese mosaico multicultural del que tanto se jacta el país imperial, lejos de traducirse en diálogo y en reconocimiento, se expande muchas veces en un laberinto pantanoso y en un ostracismo que desnuda la hipocresía de su sistema educativo.
Un doctor salvadoreño, maestro de una de las tantas universidades norteamericanas, me confesó en una ocasión: “En mi país jamás hubiera hecho mi investigación sobre los grupos étnicos, me hubiera muerto de hambre”. De ahí que ese salto a las latitudes primermundistas académicas tenga una condición de necesidad, de búsqueda de prestigio, de un escape de los oscuros torbellinos políticos de Latinoamérica, o el darle seguimiento a una tradición académica o de grupo. Quizá ese motivo impulsó al escritor chileno José Donoso titular Donde van a morir los elefantes a su ya emblemática novela sobre el tema.
De hecho el mismo Donoso vivió la experiencia educativa en Estados Unidos; primero en sus años formativos, después como maestro en la Universidad de Princeton. De esta última aventura guardará un recuerdo muy poco agradable. En su novela, publicada por vez primera en 1995, el personaje protagónico Gustavo Zuleta, un profesor chileno, especializado en la obra del escritor ecuatoriano Mauricio Chiriboga, es invitado a trabajar a la Universidad de San José; un pequeño campus clavado en el medioeste, que mantiene una estrecha relación con el Pentágono gracias al doctor Jeremy Butter, un connotado matemático. Zuleta, un personaje de bajo reconocimiento en su país y de un currículum pobre, es presentado con la investidura de un gran investigador. Se abre paso así en un mundo que se apropia de nuevos temas, desde los estudios de chicanos y el feminismo hasta todo tipo de minucias referentes a la literatura latinoamericana.
El maestro Zuleta vive rodeado de personajes con biografías bordeadas de desesperación y al filo de una locura. Mientras Zuleta viaja por este espejismo sórdido y frío del campus, no dejan de estar presentes los pasajes de la memoria chilena. Las interrogantes por el milagro económico de su país, un milagro reflejado en las carencias y construido a partir de un discurso de ficción. Donoso saca el provecho de los nuevos implementos de la cultura y de la tecnología que se volverán realidades atrofiantes del siglo XXI: El fanatismo, la realidad virtual y, parafraseando a Nicolás Casullo, “la aceleración de la abundancia para un futuro definitivamente deshumanizado”.
A casi 20 años de la publicación de Donde van a morir los elefantes, el escritor argentino Ricardo Piglia ha buscado también un ajuste de cuentas con el tema de las universidades norteamericanas. Como profesor emérito de la Universidad de Princeton, se puede decir que conoce las entrañas de estos escenarios. Su última novela El camino de Ida, publicada el año pasado, es en cierta forma el camino de Piglia.
Su ya reconocido personaje Emilio Renzi es contratado por la Taylor University en New Jersey para impartir un curso sobre los años del escritor W. H. Hudson en Argentina. Renzi vive un romance con la atractiva maestra Ida Brown, la cual muere de manera extraña.
En su nueva novela Piglia afianza su idea de que la aventura y el asesinato o la investigación son los dos grandes temas de la novela. Por un lado se manifiesta con la extraña muerte de Ida, Muerte que remueve las entrañas del sistema y moviliza los nuevos contextos y visiones sobre el país del norte; por otro lado se deja ver con la presencia de Parker, el investigador privado al que recurre Renzi para resolver el caso de la muerte de Ida. A esto podemos agregar el escenario de una serie de atentados en diversas universidades; la inteligencia de Thomas Munk, un brillante catedrático de matemáticas de la Universidad de Berkeley que escribe un Manifiesto contra el capitalismo tecnológico y una nueva relectura de El agente secreto de Conrad.
De muchas formas, Piglia sigue trazando el camino iniciado desde la publicación de Respiración artificial en 1980. Un camino en el que se dialoga, a la manera de Michel de Certeau, con los muertos, en su caso con los escritores muertos; en donde los espacios culturales son entidades abiertas a conflictos y a resistencias constantes.
Piglia presenta las nuevas esferas catastróficas de un capitalismo sobreviviente y la relación de éste con las universidades. Aquí “las universidades han desplazado a los guetos como lugares de violencia psíquica”, lugares por donde corren “altas olas de cólera subterránea: la terrible violencia de los hombre educados”. Por tal motivo Renzi se atreve a profetizar: “pronto los hombres con experiencia en la cárcel y en la guerra serán profesores encargados de llevar adelante la administración de las universidades”.
A partir de esta visión del campus universitario, Piglia abre una cartografía de Estados Unidos dividida en dos amplios extremos. En ella se presentan los escenarios dominados por sus outsiders y un capitalismo que no se detiene, que marca la rigidez de sus hábitos y que desencadena a sus asesinos en serie.
Piglia pone a la mano las referencias de León Tolstoi, Conrad y algunas señales ocultas de Walter Benjamin. Su pasión por esos mundos literarios construidos por dos tradiciones y dos idiomas, lo entrelaza con el dinamismo noticioso que envuelve el empuje categórico de la violencia. Aquí se deja leer una geografía que considera que “limpiar rostros, crear pistas falsas, mutar, ser otros. En eso consiste la civilización, la posibilidad de fingir y engañar nos ha permitido construir la cultura”.
De aquel mundo que nos representó José Donoso en sus páginas hemos llegado al mundo pulverizado de Ricardo Piglia. De aquella abundancia de deshumanizado futuro hemos llegado a la confirmación de Bayley: “es infinita esta riqueza abandonada”.
Ricardo Piglia, El camino de Ida, Anagrama, Barcelona, 2013, 289 pp.
*Fotografía: Ricardo Piglia en una entrevista realizada el 2 de febrero de este año en Cartagena de Indias, Colombia./ RICARDO MALDONADO, ARCHIVO EFE.
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