El cine juvenil mexicano
POR OLIVIA COSENTINO
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La primera vez que vi Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001) fue en la biblioteca central en la Universidad de Washington en San Luis, Missouri, en una copia para uso exclusivo en la biblioteca. Imaginen mi sorpresa, saliendo de una cultura que con frecuencia otorga la clasificación R (equivalente a la C de México) para el “side boob” al ver la primera escena en que Tenoch (Diego Luna) y Ana (Ana López Mercado) tienen relaciones sexuales, completamente desnudos y se prometen que “no van a coger” con ningún chino, gringa o de alguna otra nacionalidad. Giré rápidamente para ver si alguien en la biblioteca me observaba. No, nadie. Fascinada por la representación directa del sexo y la agudeza del diálogo, quedé enganchada. Quizá fue la emoción de ver algo tan fresco y explícitamente realista en un lugar tan público, o tal vez en este momento me encapriché con Diego y Gael, pero la única certeza es que me había enamorado del cine juvenil mexicano, aventura que seguí con la increíble Drama/Mex (2006), dirigida por Gerardo Naranjo, a quien considero uno de los mejores directores del cine mexicano.
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Años después, esta pasión se tornó más seria cuando indagué en los archivos del cine juvenil mexicano para mi tesis de licenciatura, en la que exploré las representaciones de la juventud en el cine desde la década de los 60 hasta la época contemporánea. A través de esta investigación y la pasión que me encaminaba, me di cuenta del importante fenómeno que realmente es el cine juvenil en México.
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Debo aclarar a qué me refiero con “cine juvenil” porque muchos hispanohablantes típicamente lo malinterpretan y lo entienden como cine hecho por jóvenes. Mi definición de cine juvenil viene del contexto hollywoodense y del fundacional libro Generation Multiplex: The Image of Youth in Contemporary American Cinema (2002) del académico Timothy Shary, quien define “youth cinema” como un cine cuya narrativa se centra en protagonistas juveniles, menores de 25 años. En la academia mexicana el único libro que se acerca a este tema es Cine, género y jóvenes, un excelente estudio de Patricia Torres San Martín, en el que analiza la relación del cine con las audiencias juveniles. Pero se trata de un tema completamente distinto al “cine juvenil”: su enfoque no es ni de la trayectoria del género ni sus características, como ofrece Timothy Shary respecto a la industria hollywoodense.
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El cine juvenil ha sido mi punto de partida en el cine mexicano precisamente porque también soy joven (tengo 23 años), y por esta razón, traigo al mundo académico una perspectiva distinta a la de mis colegas de mayor edad. El cine juvenil me entretiene de maneras que no lo hace el cine que se enfoca en protagonistas de otra generación. Los factores de identificación personal, la sensación de vivir vicariamente a través de los protagonistas juveniles y la frescura de los guiones contribuyen a la popularidad de este cine. Por muchos años, he disfrutado del cine juvenil mexicano, pero recientemente empecé a preguntarme: ¿a dónde fue el cine juvenil del que me enamoré?
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Como estudiante de cine, a menudo la gente me pregunta sobre mis películas favoritas y últimamente me ha sido difícil recomendar las producciones mexicanas que he visto. Con respecto a la temática, la adolescencia parece haberse transformado en vehículo para hablar de la violencia, la migración, la política, y la crisis económica del país. Hay una inundación de este tipo de cine juvenil duro que requiere mucho del espectador. La magnífica Heli (Amat Escalante, 2013) marca el inicio de esta tendencia, seguida por Más amaneceres (Jorge Leyva, 2013), Viento aparte (Alejandro Gerber Bicecci, 2014), Seguir viviendo (Alejandra Sánchez, 2014) y en cierto sentido, Guten Tag, Ramón (Jorge Ramírez Suárez, 2013).
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Con personajes desarrollados con profundidad y un guion bien pensado, Viento aparte alcanza un nuevo nivel de creatividad sobre el tema de la amenaza y el riesgo del abuso sexual de las jóvenes. Esta amenaza está personificada en un camionero lascivo que lanza comentarios sexuales sobre la joven Karina (Valentina Buzzurro) de doce años, lo que provoca temores en su hermano mayor (Sebastián Cobos). Este temor no desaparece durante el resto de su viaje desde una playa en Oaxaca a casa de su abuela en Paquimé, pues luego vemos a unos soldados que ordenan a los hombres salir del camión en el que viajan y sólo las mujeres se queden en el interior. No abundo aquí porque escribí una reseña más amplia, que, si algún lector tiene interés, puede consultarse aquí: http://bit.ly/1flRqHi.
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Esta vulnerabilidad también está presente en Más amaneceres, una historia sobre la desesperación de la familia de Eva (Ximena Arechiga) después de un accidente sufrido por su padre, justo antes de que la chica cumpliera trece años. Estrenada en el Festival Internacional de Cine de Guanajuato de 2015 (y ahora disponible en el sitio filminlatino.mx), la película ofrece una linda cinematografía, con una escena poética al final en la que la madre (Eva Lugo) maquilla a su hija con la finalidad de prostituirla. Sin embargo, la trama se siente como un melodrama reciclado y lleno de cabos sueltos.
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Seguir viviendo, dirigida por la documentalista Alejandra Sánchez, plantea una ambigüedad chocante entre ficción y realidad para contar la historia de Jade y Kaleb, quienes perdieron a su madre y abuela activistas debido a la violencia en Ciudad Juárez. A mi juicio fue un error la interpretación de Jade y Kaleb como ellos mismos. Sus actuaciones, pobres y rígidas junto con las emociones forzadas que no necesariamente corresponden a su experiencia distraen del propósito político del filme. Lo más importante fueron los testimonios de los hermanos al inicio de la película. De ahí en fuera es una mala, artificiosa reconstrucción que se habría contado mejor en un documental tradicional.
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En oposición a las narrativas sociales duras, la taquillera Guten Tag, Ramón proyecta un tono optimista, pero más que nada esta coproducción con Alemania es una fantasía eurocéntrica enfocada en la generosidad de los alemanes hacia Ramón (Kristyan Ferrer), un joven mexicano que emigra en busca de empleo. La narrativa reduce la cultura mexicana a la música ranchera y los chiles que compra Ramón en el mercado. Guten Tag, Ramón es melosa y la “amistad” que se forma entre Ramón y la alemana Ruth (Ingeborg Schöner) que le da alojamiento pertenece a la tradición del “salvador blanco” tan común en el cine sobre el colonialismo europeo o las relaciones raciales en Estados Unidos.
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Los bañistas (Max Zunino, 2014) compara el impacto de la crisis económica en la vida de Flavia (Sofía Espinosa), una joven que no puede asistir a la universidad por razones económicas pero que tampoco quiere regresar con su familia, con la historia de su vecino, el viejo Martín (Juan Carlos Colombo), cuyo negocio ha sido cerrado por el banco. A decir verdad, me cayó muy mal la actitud apática de los personajes, aunque admito que están bien actuados. Es una película que tiene virtudes indudables y ha gozado de buena recepción, pero la apatía contrasta con la intensidad emocional del mejor “cine juvenil”.
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Las historias de amor son otra categoría común para el cine juvenil mexicano. Estrenada este verano en la Cineteca Nacional, LuTo (Katina Medina Mora, 2013) es una historia egocéntrica de la desintegración de una pareja joven y sus micro-problemas incluidos en su pequeño mundo. No valió la pena ver algo tan restringido. Vi Club Sándwich (2013) con altas expectativas debido a las películas anteriores del director Fernando Eimbcke, Temporada de patos (2004) y Lake Tahoe (2008). Eimbcke es un maestro del cine lento y contemplativo que se enfoca en las emociones complejas, incluyendo la soledad y el duelo, de la experiencia juvenil con tomas de primerísimo plano y plano general para reflejar los extremos de la afectividad juvenil. Club Sándwich cuenta la historia de la primera relación amorosa de Héctor (Lucio Giménez Cacho, hijo del ícono Daniel Giménez Cacho) con Jazmín (Danae Reynaud), al lado de su madre soltera (María Renée Prudencio) quien ya no está lista para la adolescencia de su niño. Aquí su estilo lento falla porque no es el adecuado para expresar la felicidad y el nerviosismo que suele ser una primera relación, sino que termina siendo sumamente sin emoción.
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Tuve muchas ganas de ver La mañana no comienza aquí (Iván Ávila Dueñas, 2014), que se centra en el desarrollo paralelo y la conexión en las vidas de una joven en la Ciudad de México y una pastora de cabras en Zacatecas. Sin embargo, sólo se estrenó brevemente en el Festival Internacional de Cine de la UNAM en 2014 y ahora no está disponible en ningún lado. El énfasis en la experiencia común entre jóvenes de clases sociales distintas me hace pensar en La última y nos vamos (Eva López Sánchez, 2009) una película que pasó por alto en la audiencia debido a su campaña publicitaria que la presentó como una historia superficial de borrachera juvenil (es importante no confundirla con la más reciente Una última y nos vamos de Noé Santillán-López, que es una película distinta). En realidad, La última y nos vamos aborda el asunto de clase social en México de la mejor manera que he visto en cualquier otra película reciente.
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Terminaré con una película que coquetea con una variedad de temáticas (la política, la clase social, el amor) que para mí no tiene rivales. A pesar de la dura crítica que recibió desde algunos frentes, la frescura de Güeros (Alonso Ruizpalacios, 2015) combina un trabajo visual increíble, un guión brillante y quizá lo más importante en comparación con las otras películas que mencionaba, la actuación realmente encarna la complejidad de ser joven. Me dio esperanzas de que veré en el futuro más cine juvenil creativo e innovador del tipo que me atrajo en un principio al cine mexicano.
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El cine juvenil ofrece un espacio para temas más diversos, y sobre todo, para expresar una gama más amplia del afecto. Amo al cine mexicano y les animo a verlo porque si no, los estadounidenses no podremos continuar disfrutando de esta rica producción cinematográfica: sólo las películas apoyadas en su propio país pueden alcanzar a países distintos.
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*FOTO: En 2014, la película Güeros, de Alonso Ruizpalacios, recibió el premio a la mejor ópera prima de la Berlinale. En la imagen, los actores Tenoch Huerta, Ilse Salas, Sebastián Aguirre y Leonardo Ortizgris/Especial.
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