El cuento obliga al lector a renovarse: Enrique Serna
POR YANET AGUILAR SOSA
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En las ocho novelas que ha escrito hasta ahora, Enrique Serna ha dejado constancia de su calidad literaria. Allí están como prueba Señorita México, Uno soñaba que era rey, El seductor de la patria, Fruta verde, La sangre erguida y la muy recienteLa doble vida de Jesús; pero con sólo tres libros de cuentos: Amores de segunda mano, El orgasmógrafo y La ternura caníbal, Serna se ha situado como uno de los grandes cuentistas mexicanos.
Enrique Serna ha creado con los años su propia definición del cuento, asegura que es una narración breve, generalmente impredecible, que narra el momento en que una vida se transforma y ya no vuelve a ser la misma.
El narrador y ensayista nacido en 1959 que radica desde hace más de 15 años en Cuernavaca, Morelos, tiene en su haber también dos recopilaciones de ensayos y notas periodísticas. Es, sin duda, uno de los escritores más notables y uno de los cuentistas mayores de nuestro país, con una prosa contenida, redonda y subyugante, que posee una gran eficacia literaria.
“En efecto yo he escrito más novelas que libros de cuentos porque me parece más difícil reunir diez o doce buenas ideas, que es lo que se requiere normalmente para escribir un libro de cuentos. Yo tardó mucho también en madurar esas ideas porque muchas de ellas no están completas, son ideas un poco a medias, las dejó madurar sin esforzarme en completarlas, hasta que en algún momento de revelación encuentro la manera de madurar esos cuentos, porque muy raramente me siento a escribir uno sin tenerlo resuelto en la cabeza”, afirma el narrador en una entrevista concedida a EL UNIVERSAL para reflexionar sobre la situación actual del cuento en México, sobre su estilo de cuentista y su madurez literaria.
Eso le ocurrió en “Borges y el ultraísmo” uno de los cuentos de Amores de segunda mano. Escribió más o menos la mitad, se detuvo porque no sabía cómo continuarlo y a los tres meses en una noche de insomnio se le ocurrió cómo podía ser el desenlace y entonces lo terminó.
¿El proceso que te rige como cuentistas es que nunca emprendes una historia hasta que no lo tienes plenamente claro en la cabeza?
Es muy angustioso eso de sentarse a escribir sin saber cómo va a ir uno a acabarlo, sobre todo en un género donde es tan necesario el efecto, la contundencia del final, donde todo puede caerse si uno no logra satisfacer las expectativas del lector. El del cuento es un lector ávido de sorpresas y de iluminaciones sobre la condición humana, por eso he sido menos pródigo en ese género que en la novela. La novela además es un género que cuando uno se mete en ella trabaja de tiempo completo hasta acabarlo.
El cuento no, uno puede pasar cuatro o cinco o hasta más años en el transcurso para tener un libro de cuentos. No se presentan las ideas una detrás de otra, puede pasar entre ellas uno o varios años y entonces hay que dejarlas llegar, hay que tener paciencia y esperar. Lo que sí creo que puede ocurrir a veces es que cuando uno ya tiene cinco o seis ideas puede ser que las nuevas ideas que se le ocurren ya las piense solamente para cuentos no para novelas.
Me comentaron algunos amigos que en mi libro La ternura caníbal había varios cuentos que hubieran podido ser novelas porque tenían historias bastante intrincadas, tramas complejas y demás, y es probable que sí, que si yo hubiera podido alargarlos los hubiera escrito como novelas. Pero creo que es más interesante incluso como desafío literario hacer un esfuerzo por condensar al máximo, de modo que esas historias que hubieran podido quedar un poco más aguadas, queden más concentradas. Creo que hay cierto tipo de lectores que eso lo agradecen.
¿Tienes muy claro cuándo es una historia para cuento y cuándo es una historia para novela?
Generalmente sí, pero a veces en que el material me obliga a extenderme y entonces uno incursiona en el género de la novela corta o de la noveleta, que también es un género que me parece muy interesante. Hay escritores que han hecho maravillas en él como Stefan Sweig; también las he escrito, en El orgasmógrafo hay una que es “La palma de oro”, y quizás otras que llegan a las 40 ó 50 páginas y que también podrían ser calificados como novelas cortas como el mismo cuento deEl orgasmógrafo.
¿Y con sólo tres libros de cuentos eres considerado uno de los mejores cuentistas de México?
Hay muchos años detrás de tratar de luchar con el género. A los 18 años empecé a escribir cuento pero mi primer libro de cuentos lo publiqué hasta los 31. En ese tiempo escribí muchos cuentos que se fueron la mayoría de ellos a parar al basurero, no estaba satisfecho con ellos, a veces los mandaba a concursos de cuento donde perdía, o a revistas donde me los rechazaban y yo me daba cuenta que era porque no había podido desarrollar las ideas que yo tenía en la cabeza para darles una forma literaria atractiva; entonces con un esfuerzo de autocrítica fui mejorando hasta escribir cuentos más legibles.
José Emilio Pacheco decía que a veces se pensaba un género para escritores principiantes, ¿qué opinas?
Yo también me inicie con el cuento como he contado en mi novela Fruta verde. Mi primer cuento era un cuento fantástico que ocurría dentro de una cajetilla de cerillos y los personajes eran los cerillos, era un cuento fantástico inspirado en mis autores de cabecera, que eran los clásicos de la literatura fantástica: Edgar Allan Poe, Lovecraft, H. G. Wells, creo que buscaba imitarlos, tratar de aprender su técnica. Aunque era un cuento muy malo me lo publicaron en el suplemento cultural del periódico El Nacional, yo creo que me lo publicaron porque no les llegaba ninguna colaboración, era un periódico que casi nadie leía pero fue importante para fortalecer mi vocación porque a partir de entonces yo decidí que quería ser escritor.
¿Cómo está hoy el cuento?, ¿a las editoriales les interesa o lo desdeñan?
Conozco algunas editoriales, no sólo aquí en México, que no publican libros de cuentos, pero creo que de cualquier manera sigue habiendo espacio para el cuento en revistas, suplementos culturales y también dentro de otras editoriales. Por supuesto que no es el género más leído de la actualidad porque los cartabones de mercadotecnia han privilegiado a la novela extensa. El best seller siempre es un ladrillo de 500 páginas, a la gente les gusta que les duren mucho porque generalmente los llevan a leer en la playa, en las vacaciones y tiende a creerse que cuanto más larga mejor.
El cuento va a contracorriente de esa tendencia porque el cuento obliga al lector a renovarse en esfuerzo imaginativo al principio de cada nueva historia; probablemente para los hábitos de pereza mental que tienen la mayoría de los lectores sea algo que los desanima, pero curiosamente entre los niños sí hay esa disposición a renovar ese esfuerzo imaginativo porque cuando uno le cuenta un cuento a un niño en la noche, antes de dormirse, quiere otro y otro y otro y realmente es agotador tener que estar inventando tantos cuentos para satisfacer esa curiosidad inagotable de los niños. Digamos que el cuento es un género entonces que trata de refrescar la imaginación de los adultos para que recuperen esa gran agilidad mental que tuvieron en la infancia.
¿Tiene cabida en revistas y suplementos?
Sí, yo he visto que publican con mucha frecuencia cuentos en la Letras Libres, en el Confabulario, en la revista Crítica de la Universidad Autónoma de Puebla, en Luvina de la Universidad de Guadalajara, en Nexos; lo que sí creo que es muy difícil que los lectores de esas revistas se interesen mucho por los cuentos porque generalmente van por artículos breves. Yo sí procuro leer muchos cuentos cuando los encuentro en esos medios porque el género siempre me ha cautivado y trato de estar más o menos al día en cuanto a los cuentistas que van surgiendo.
¿Además de los escritores de literatura fantásticas, quiénes son tus otras influencias?
En mi adolescencia fueron los escritores de literatura fantástica, unos diez o quince años después descubrí a los clásicos del cuento cruel, a Villiers de L’Isle Adam, a Baudelaire, el Baudelaire de El Spleen de París, a Joaquim Maria Machado de Assis, más recientemente a Rubem Fonseca, a Virgilio Piñera, Raymond Carver y de todos ellos he tratado de aprender algo sin que eso signifique presumir que lo he logrado.
¿México sigue siendo un país de cuentistas?
En el siglo XX tuvimos una gran pléyade de cuentistas, digamos que es el Siglo de oro del cuento mexicano con Rulfo, Arreola, Revueltas, Carlos Fuentes que tiene un libro de cuentos extraordinario que es Cantar de ciegos; Salvador Elizondo, Sergio Pitol, Eraclio Zepeda, José de la Colina, el mismo José Agustín que tiene muy buenos cuentos; entonces realmente hay una tradición importante en ese género.
Sigue habiendo muy buenos cuentistas, los que he leído recientemente Eduardo Antonio Parra, que es uno de nuestros mejores cuentistas; leí hace poco un libro muy bueno de Tryno Maldonado, Metales pesados; Guadalupe Nettel que es una cuentista espléndida. Creo que el género está muy vivo y no ha decaído, sigue teniendo muy buenos cultivadores.
¿Hoy escribes cuento?, ¿alternas historias largas con la escritura de cuentos?
Desde que publiqué La ternura caníbal no he vuelto a escribir cuento porque he tenido que hacer otras cosas, se me atravesó el argumento de una telenovela y después mi novela La doble vida de Jesús, de modo que ahorita estoy alejado del cuento como escritor. Como lector no, acabó de leer un segundo libro de Etgar Keret, este cuentista israelí que me parece fabuloso, con una imaginación muy poderosa y ese es uno de mis descubrimientos más recientes. Otro que me parece magnífico es un chileno Carlos Franz, que publicó hace seis o siete años un libro de cuentos maravillosos, La prisionera, que es excelente.
¿Seguirás cultivando el cuento aunque pasen muchos años?
Yo espero que todavía pueda escribir más cuentos en un futuro próximo, aunque ahora lo que quiero es descansar y no escribir nada de ficción en uno o dos años, creo que mis lectores ya están un poco saturados de libros míos.
¿Ahora te dedicarás sólo a leer y leer y leer?
Leer y dejar que las ideas lleguen y tratar de no forzar la máquina porque yo creo que cuando uno ordeña la imaginación sale un producto un poco adulterado.
*Fotografía: El escritor Enrique Serna en entrevista en su casa de Cuernavaca / Crédito: Germán Espinosa/EL UNIVERSAL
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