El cuerpo entre las nubes
POR SERGIO TÉLLEZ-PON
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La mayor parte de su vida, el poeta peruano Jorge Eduardo Eielson la pasó en distintas ciudades europeas, tal vez para sentirse más cerca de sus orígenes escandinavos. Nació en Lima el 13 de abril de 1924, donde hizo sus estudios básicos, y en 1948, con apenas 24 años, se instaló en París gracias a una beca del gobierno francés; a lo largo de varios años vivió en Ginebra, Roma, Cerdeña y, finalmente, Milán, donde murió el 8 de marzo de 2006. A pesar de su largo autoexilio, Eielson nunca abandonó su lengua materna y escribió toda su obra en español. Como otros escritores que migran, Eielson no cayó en la tentación de adoptar otra lengua para escribir pues, creo, él sabía que la nuestra tiene un caudal casi inagotable que explotar. Para comprobarlo se dedicó a hacer una obra literaria que se encuentra entre las más ricas de la lengua española.
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Heredera directa de las vanguardias europeas e hispanoamericanas (desde el surrealismo, hasta la antipoesía, pasando por el neobarroco, el construccionismo y la poesía visual), la poesía de Eielson siempre fue un paso adelante en las exploraciones que otros poetas explotarían años después y, además, fue la más moderna que se escribía en lengua española mientras vivió: por ejemplo, Habitación en Roma, escribió el poeta Rafael Vargas, prefiguró desde 1952 los Antipoemas de Nicanor Parra aparecidos un par de años más tarde. A diferencia de sus contemporáneos (Blanca Varela, Javier Sologuren, Carlos Germán Belli y Sebastián Salazar Bondy), Eielson no se conformó con explorar una misma corriente literaria (el surrealismo, en concreto) pues se empeñó en indagar en muchas más, y es así como la extrema curiosidad de un espíritu inquieto creó una obra asombrosa.
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De sus exploraciones con el lenguaje dan cuenta sus novelas, obras de teatro, relatos, artículos y, principalmente, los que me parecen sus tres libros de poesía más importantes: Habitación en Roma (1952; Quimera, 2011), De materia verbalis (1958) y mutatis mutandis (1967). Su estancia en Roma fue la más productiva y es, creo, su etapa más interesante pues durante ella produjo esos tres libros de poemas, aunque se publicaron con varios años de diferencia, y también las novelas El cuerpo de Guilia-no (1971) y Primera muerte de María (1988) que se publicarán muchos años después en México. Depende de quién la use y qué métodos utilice para conseguirlo, la mera materia verbal puede llegar a trocarse en un auténtico y deslumbrante lenguaje poético. En Eielson esto es posible gracias a su experimentalismo formal, a su compromiso con su lengua y a todo un despliegue de las posibilidades sonoras de la palabra: así lo muestran De materia verbalis y mutatis mutandis. Esa búsqueda es algo propio sólo de esos espíritus inquietos que surgen de forma aislada, como fue el caso de Eielson.
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Eielson ante todo y sobre todo fue poeta. No por otra cosa hacía énfasis para diferenciar su poesía escrita del resto de sus actividades: la redundancia, pues, no era arbitraria. En casi todo el mundo de habla hispana la obra poética de Eielson sólo pertenece a unos cuantos lectores que la admiramos fervientemente. A Eielson le interesaba, primordialmente, el lenguaje y éste era la materia prima de su obra toda: instalaciones, intervenciones, performances, obra gráfica, nudos, escultura, además de la poesía, claro está, pero también en sus crónicas, ensayos, novelas, obras de teatro. Todo eso llevado a cabo en la más modesta actitud y sin haber recibido, nunca, ningún premio de importancia de los que ahora se dan al por mayor en Hispanoamérica. Un creador en toda la extensión de la palabra, en suma: un Poeta. De tal manera que hablar de su poesía escrita, cuya edición más reciente es Arte poética (Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2004), es hablar apenas de una parte de su vasta obra.
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Antes de partir a Europa, Eielson ya era un poeta reconocido en Perú. Salía al mundo con los mejores rasgos tomados de su país: gracias a su maestro de secundaria, el también escritor José María Arguedas, Eielson quedó maravillado por el arte prehispánico peruano (en especial, los tejidos precolombinos) que será fundamental en su obra artística, principalmente en sus conocidísimos nudos, Quipus. En 1969, cuando el primer hombre pisó la luna, Eielson, entonces un joven escritor peruano radicado en Europa, dio una muestra contundente de su genialidad: envío una carta a la NASA en la que proponía colocar una escultura en la luna; la idea podría parecer descabellada pero no viniendo de un artista como Eielson quien se proponía hacer invisible lo visible, al decir del poeta Jorge Fernández Granados, pues “nada es invisible finalmente. Lo realizado es para siempre real, aunque desaparezca o aunque nadie lo conozca todavía”.
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Uno de los temas fundamentales en la poesía de Eielson es el cuerpo humano (tanto femenino como masculino), el cual es el centro de su libro Noche oscura del cuerpo (1955). Así externa su preocupación en alguna de sus conversaciones con la poeta Martha L. Canfield, pues declara tajante: “El tema del cuerpo fue un descubrimiento de los años sesenta y hoy tiene ya menos vigencia puesto que es una conquista en acto. La sociedad post-industrial avanza ahora hacia una realidad cibernética en la que el cuerpo humano tendrá cada vez menos espacio”. Ante ese panorama tan desolador, Eielson se avoca a la reivindicación del cuerpo a través de su lenguaje “múltiple, visceral e insondable” en clara oposición “a los estériles lenguajes binarios de las computadoras y la inteligencia artificial”. El cuerpo enamorado, el cuerpo melancólico, el cuerpo mutilado, el cuerpo vestido de Noche oscura del cuerpo no es el mismo: cada uno está descrito de manera tal de expresar su esencia mutable ad infinitum. Y sin embargo, Eielson los enumera de la misma manera: ojos, dedos, intestinos, testículos, corazón, mejillas… Todos contienen lo mismo pero quieren significar (decir) algo totalmente distinto de su otro.
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Sólo así se entiende, también, que gracias al budismo zen la visión de Eielson sobre el ser humano no sea la típica de Occidente en que se le reduce a escoria o, a la inversa, el ser humano reduce a escoria su entorno, sino una en donde ese mismo ser humano está en perfecta comunión con todos los elementos de la naturaleza: los dos son exaltados en la misma medida en su portentosa obra. De ello dan muestra fehaciente casi todos sus extraordinarios poemas a partir de Habitación en Roma, escritos en una mesura y serenidad pasmosas:
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Saludo el mar
Con una mano
Y saludo la gaviota
Que me saluda a gritos
Con la otra
Saludo el pez agazapado
Y sin palabras
Y saludo la espuma
Que no sé bien si es la espuma
O el estallido de mi frente
Entre las olas
Saludo el sol
La diaria fiesta de la aurora
Y el delfín que la custodia
Beso las nubes allá arriba
Y el agua pura en que me hundo
Con los pulmones henchidos
Y no sé si es el poema
Todavía el mar que me rodea
O la página blanca que mancillo
Mientras nado a la deriva
Mar que me asoma
A la punta de mi pluma
O poema que se extiende
Entre mis pies mojados
Y la nada
Encaje de algas o palabras
Trampa de sal en que agonizo
Sin saber si nado
O si tan sólo escribo
(De De materia verbalis)
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A finales de 2005, Perú fue el país invitado de honor a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Eielson rechazó la invitación para asistir argumentando que ya no le importaba nada de lo que sucedía en su país natal, sin embargo, una manera de obligarlo a asistir hubiera sido otorgándole el entonces todavía llamado Premio “Juan Rulfo”, un premio que, sobra decirlo, merecía con toda justicia. Durante esa edición de la FIL pude conversar brevemente con el escritor Alessandro Baricco quien tenía en sus manos un ejemplar de la revista Luvina en la que se incluían tres poemas inéditos de Eielson. Supuse que Eielson era más conocido en el país de Baricco (puesto que allá vivió la mayor parte de su vida) y que él lo conocía o, al menos, habría escuchado hablar del peruano, pero cuando se lo mencioné me dijo que lo desconocía por completo porque, dijo a manera de justificación, él sólo habla inglés —idioma en el que conversábamos—, francés y, desde luego, italiano. De tal manera que su desconocimiento del español le impedía acercarse a la obra de este portentoso poeta. Sin embargo, prometió leer esa mínima muestra de la obra eielsoniana que se llevaba en la revista e investigar más al llegar a Italia.
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La caída del extraordinario poeta que fue Eielson empezó a finales de 2002: desde entonces vivía sumido en una profunda depresión causada por la muerte intempestiva de su compañero sentimental, el también pintor Michele Mulas, con quien había compartido casi la mitad de su vida. Eielson llegó a Italia desde principios de los años cincuenta y sólo regresó a Perú por temporadas ocasionales (lo cual repercutió en la difusión de su obra no sólo en el país andino sino en casi toda Latinoamérica). En una de sus conversaciones con Canfield, Eielson habló de su relación amistosa, afectiva y artística con Mulas:
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Diría que los nudos de mis composiciones y los lazos que nos unen son una sola y la misma cosa. Sin Michele probablemente no habría realizado los nudos y sin los nudos quizás nuestra amistad no sería tan sólida y duradera. Los nudos son pues, literalmente, la imagen visual de nuestra amistad. Tanto mi trabajo, con o sin nudos, como el suyo —que considero de una limpieza ejemplar, reflejo de su limpieza de ánimo— necesitan de un espacio físico, mental y afectivo que, paradójicamente, sólo dos personas estrechamente unidas pueden conquistar. Un espacio muy vasto, por lo demás: Michele me ha abierto las puertas del Mediterráneo, yo le he abierto las puertas del mundo precolombino, que ha sido para él una revelación. (En El diálogo infinito, Artes de México / Universidad Iberoamericana, 1995.)
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Con la muerte de Mulas, Eielson perdió la mitad complementaria del artista que siempre había sido; así, la ferviente actitud por ser artista en todo momento quedó anulada: eso desencadenó la depresión que lo llevó, a su vez, a la muerte. Luego de aquella primera carta a la NASA, Eielson envió una más en la que le pedía que, cuando él muriera, esparciera sus cenizas en la luna para ir por todo el sistema solar, la Vía Láctea y constelaciones circundantes. Esa genial idea lamentablemente no se llevó a cabo ni siquiera con su desaparición física en marzo de 2006. Mejor aún: sus restos fueron depositados junto con los de Michele Mulas: las dos partes volvieron a estar en armonía para la posteridad. Por desgracia no aquí sobre la tierra donde siempre faltará ese entero, paradigma del arte moderno.
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FOTO: “Leonardo codice su gli annudamenti il volo degli uceli”, de Jorge Eduardo Eielson. Tela estampada anudada.1993.51 x 51 x 10cm /Cortesía Galería Enlace www.enlaceart.com
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