El cuestionable debut de Trifonov

Jun 10 • destacamos, Miradas, Música • 4172 Views • No hay comentarios en El cuestionable debut de Trifonov

 

La actuación del pianista y la resonancia de agentes rapaces empaña el 150 aniversario de Rachmaninov en México, critica el autor

 

POR LÁZARO AZAR
Gracias a los buenos oficios del Patronato de la OFUNAM, el fin de semana pasado fuimos testigos del debut nacional de Daniil Trifonov, a quien el London Times ha llamado “el pianista más asombroso de nuestra época, sin lugar a dudas”. Su interpretación del Tercer Concierto de Rachmaninov se antojaba como el hito de las celebraciones del 150 aniversario de su autor en México, pero…

 

¡Qué lejanos estamos de aquellos tiempos, en que al amparo de agentes-empresarios verdaderamente conocedores como Sol Hurok o Ernesto de Quesada, florecieron muchos de los grandes artistas de la historia! Hoy, lo que abunda, son agentes rapaces cuyo sello es la ignorancia y el desmedido afán por ganar no pocos pesos, antes que cimentar su prestigio en una cartera de artistas rigurosamente seleccionados. Lo más triste, es que no dudan en dar kilos de 600 gramos o mezclar trigo limpio con forraje, y acabamos padeciendo numeritos como ahora que, en una de sus proverbiales tracalerías, Elisa Wagner se chamaqueó al Patronato al imponer, al lado de Trifonov, la participación forzada de Constantine Orbelian, quien será muy simpático, pero de eso a que sea un buen músico, hay un abismo de diferencia.

 

Desde el primer ensayo, la OFUNAM dio fe de que, o este señor sólo vino a cobrar, o no es más que un mediocre batutero, incapaz de un trabajo acucioso. Para él “todo estaba bien” y no pasaron de tener más que un repaso de rutina. En los conciertos, eso fue lo que oímos: un repaso de rutina. El programa inició con una Scheherezada tan aburrida que, apegándonos al cuento de Las mil y una noches podríamos decir que, si salvó el pellejo, fue porque durmió al sultán. Si algo hubo rescatable, fueron los solos del concertino, Sebastián Kwapisz, así como la participación de los metales invitados (porque los cornos de casa siguen siendo de terror) y la enjundia con que los percusionistas abordaron al cuarto movimiento… a pesar de Orbelian.

 

He tenido oportunidad de escuchar en otras ocasiones a Trifonov y lo considero uno de los artistas más interesantes del momento. Sin embargo, lo que presencié el sábado, más que decepcionarme, me desconcertó. Y no nada más por haber abordado la Cadenza a un tempo que nada tenía que ver con el Allegro molto indicado por el compositor. De no ser porque varios amigos sentados en diferentes secciones de la sala coincidieron al señalar lo mismo, hasta habría pensado que me estaba quedando sordo: en muchos pasajes no se le oyó y, lo que se escuchaba, no era precisamente grato: carente de cantábile, sus fortes eran planos y desprovistos de armónicos y sus pianos, sin sustancia.

 

Movía los dedos, pero no había vida en ellos y, por citar sólo un ejemplo, los arabescos de los compases 167 a 183 de la sección Poco più mosso del segundo movimiento, pasaron inadvertidos. Era indudable que no estaba a gusto arreando a la orquesta, y viendo el rudimentario desempeño de Orbelian, entendí por qué fue rechazada la propuesta de que él dirigiera en el Festival de La Roque-d’Anthéron: una botarga del Doctor Simi tiene más soltura y, con suerte, hasta es capaz de solfear los silencios que él ignoró… pero ya sabemos que hay mafias cuya capacidad de crear famas hechizas, es admirable.

 

Lo mejor del sábado fueron los encores. Liberado del lastre de Orbelian, esa noche Trifonov eligió dos arreglos de Bach: el de Myra Hess al coral Jesús, alegría de los hombres, de la cantata BWV 147, y la Gavota de la Partita BWV 1006 transcrita por Rachmaninov. De vuelta a casa, recordé cuán insatisfecho quedó Rachmaninov el 28 de noviembre de 1909 tras el estreno de su Tercer Concierto, dada la falta de rigor con que Walter Damrosch preparó a la orquesta. “Algo así ha de haber pasado”, concedí, y el domingo 4 me lancé de nuevo a la Neza.

 

La Scheherezada estuvo igual de ramplona, pero, al menos, ahora sí se le oyó a Trifonov. Su ejecución fue menos rapsódica y hubo más unidad de tempo durante el Finale: el sábado había sacado de contexto el pasaje Meno mosso que va de los compases 185 al 198 al tocarlo excesivamente lento y destacando el relleno y no la melodía; sin embargo, seguí añorando las frases largas que distinguen a Rachmaninov, ya que en secciones como la comprendida entre el compás 100 y el 120 fue incapaz de sostener la línea cantábile, perdiéndola entre un noterío que podrá ser “asombroso” para el London Times y quienes conocen poco este Concierto y se deslumbran con velocidades desbocadas, pero no para quienes, aquí mismo, en México, hemos escuchado referentes del calibre de Byron Janis, Kun Woo Paik, Jorge Luis Prats, Lilya Zilberstein, Agustín Anievas u Horacio Gutiérrez, quienes, de paso, poseen el refinamiento y la electricidad que Trifonov nos quedó a deber.

 

Aunque, de quedarnos a deber, ¡nada como lo que le pasó durante su segundo encore del domingo! El primero fue nuevamente la Gavota de Bach y después se lanzó con la Ondinadel Gaspard de la nuit, de Ravel. La empezó maravillosamente, ahí sí, su sonido hacía gala de esa chispa que le faltó durante el Concierto, pero… no sé si no la habría vuelto a tocar desde el 7 de diciembre que la incluyó en su recital del Carnegie Hall, porque, al llegar al compás 33, su mano izquierda olvidó las notas correctas. Se siguió, improvisando con gran colmillo y, como pudo, volvió a empezar. Al llegar al mismo punto, la memoria le volvió a fallar: ahora sí hizo la melodía correcta de la mano izquierda, pero su derecha se adelantó con las figuraciones del compás 37, y viendo que no llegaría a buen puerto, terminó como pudo y se lanzó con el primero de los Sarcasmos Op. 17 de Prokofiev, que ese sí le salió.

 

Cabe la posibilidad de que, como rockstar que es, el agotamiento le cobró factura. Más allá de la mercadotecnia que detonó la euforia de los villamelones, cabe también la posibilidad de que, para él, esto no fue más que un hueso… de 600 gramos. Y muy bien facturado por la agente, por cierto.

 

 

FOTO: El pianista Daniil Trifonov durante el programa de Rachmaninov con la OFUNAM.

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