El desafío del arte
POR ANTONIO ESPINOZA
La búsqueda de una expresión plástica que revelara “lo mexicano” no fue privativa de los muralistas ni de los demás miembros de la llamada Escuela Mexicana de Pintura. La misma idea impulsó a artistas que por voluntad propia decidieron realizar su quehacer creativo al margen de los principios estético-ideológicos del muralismo y paralelamente a este. Me refiero a los pintores que guardaron una actitud independiente frente al arte revolucionario, orientaron su nacionalismo por el camino de las vanguardias, estuvieron ligados —varios de ellos, no todos— al grupo de Contemporáneos y realizaron una obra a “contracorriente”, según la expresión del crítico e historiador Jorge Alberto Manrique. (“Las contracorrientes de la pintura mexicana”, en El nacionalismo y el arte mexicano, UNAM, México, 1986, pp. 257-267).
En su célebre ensayo “Tamayo en la pintura mexicana” (1950), Octavio Paz utilizó el término ruptura para referirse a la labor de los pintores que rechazaron el arte ideológicamente comprometido de su tiempo. El poeta llamó ruptura a la “respuesta aislada, individual, de diversos y encontrados temperamentos”, entre los que se encontraban Julio Castellanos, María Izquierdo, Agustín Lazo, Carlos Mérida, Carlos Orozco Romero, Manuel Rodríguez Lozano y el mismo Tamayo. Según Paz, “a todos los impulsaba el deseo de encontrar una nueva universalidad plástica, esta vez sin recurrir a la ‘ideología’ y, también, sin traicionar el legado de sus predecesores: el descubrimiento de nuestro pueblo como una cantera de revelaciones. Así, la ruptura no tendía tanto a negar la obra de los iniciadores como a continuarla por otros caminos” (“Tamayo en la pintura mexicana”, en México en la obra de Octavio Paz. III. Los privilegios de la vista. Arte de México, FCE, México, 1987, pp. 323-334). Cabe señalar que, en efecto, fueron los creadores mencionados, junto con algunos extranjeros llegados a México entre 1939 y 1942 (Leonora Carrington, Wolfgang Paalen, Alice Rahon y Remedios Varo), quienes iniciaron con sus propuestas la renovación de nuestra pintura.
El término ruptura, acuñado por Paz, acabó definiendo a una generación posterior de artistas plásticos, los jóvenes que en los años cincuenta del siglo pasado se sumaron a las corrientes plásticas internacionales y se rebelaron abiertamente contra el nacionalismo tardío: Lilia Carrillo, José Luis Cuevas, Francisco Corzas, Manuel Felguérez, Fernando García Ponce, Alberto Gironella y Vicente Rojo, entre otros. Frente al arte ideológico patrocinado por el Estado mexicano, los jóvenes rebeldes opusieron una pluralidad de expresiones vanguardistas como propuestas de una nueva pintura mexicana. Con estas armas iniciaron la lucha contra un arte nacionalista agotado y caduco, que había visto pasar sus mejores años para convertirse tan sólo en un discurso plástico retórico. Con el tiempo, aquellos artistas serían conocidos como los exponentes de la mal llamada Generación de la Ruptura… término que hoy parece haber muerto.
¿Ruptura?
Una historiadora del arte, Rita Eder, fue la primera en apropiarse del término ruptura para definir a la generación artística rebelde mencionada (“La ruptura con el muralismo y la pintura mexicana en los años cincuenta”, en Historia del Arte Mexicano, SEP/INBA/Salvat Mexicana, México, 1982). El término, sin embargo, no pegó sino hasta que se realizó la exposición Ruptura. 1952-1965, en el Museo de Arte Carrillo Gil en 1988. La muestra presentó a José Bartolí, Gunther Gerzso, Mathias Goeritz, Carlos Mérida, Wolfgang Paalen, Juan Soriano y Rufino Tamayo, como antecedentes de la Ruptura. Y como artistas “rupturistas”: Lilia Carrillo, Arnaldo Coen, Pedro Coronel, Francisco Corzas, José Luis Cuevas, Enrique Echeverría, Manuel Felguérez, Fernando García Ponce, Luis López Loza, Vicente Rojo, Francisco Toledo, Vlady, Roger Von Gunten y Héctor Xavier. Acompañó a la exposición un catálogo muy bien ilustrado que incluyó textos de Jorge Alberto Manrique, Manuel Felguérez, Carlos Monsiváis y la misma Rita Eder. Incluyó también textos ya publicados de Luis Cardoza y Aragón (de su libro: México. Pintura activa, Era, México, 1961), José Luis Cuevas (“La cortina de nopal”, 1958) y Juan García Ponce (“Confrontación 66”).
A partir de aquella exposición, el término paciano se integró al lenguaje de la crítica y la historiografía para definir a una generación de pintores jóvenes que en un momento se rebelaron contra el nacionalismo artístico y, como lo hicieron algunos de sus antecesores, “rompieron” con ese tipo de arte. La muestra reveló un supuesto consenso dentro del medio académico y entre los mismos artistas implicados. Todo parecía estar bien claro: hubo pintores “prerrupturistas” y pintores “rupturistas”, autores que no comulgaron con la idea del arte comprometido políticamente y decidieron transitar por otros caminos, más vanguardistas. Esta idea se mantuvo vigente durante muchos años. Incluso, en el año 2002, se realizó en el Museo José Luis Cuevas una exposición conmemorativa por los 50 cincuenta años de la Ruptura… y así precisamente se llamó la muestra.
Si bien la revisión crítica del término ruptura se inició un poco antes, considero que la voz crítica más atinada al respecto es la de la historiadora del arte Ana María Torres, quien en el año 2003 se doctoró en la Facultad de Filosofía y Letras con la tesis Identidades pictóricas y culturales de Rufino Tamayo, de 1920 a 1960, en la que analiza la obra del maestro oaxaqueño desde una perspectiva de continuidad y no de ruptura con el arte de la época. Poco tiempo después, como editor de Discurso Visual, revista digital del Cenidiap, le pedí a Ana María un texto sobre la Ruptura para que fijara puntualmente los cuestionamientos que había adelantado en su tesis. En el artículo “¿Ruptura?” la historiadora califica de “confuso” el término paciano, pues si la ruptura es continuidad, ¿con qué se rompe?, se preguntó ella. Además, si los pintores que no se sumaron al muralismo pretendían buscar otros caminos, ¿cuáles eran éstos?, cuestionó también la autora.
Aún más. En su texto Ana María Torres señala lo inexacto que resulta el término ruptura para referirse a los jóvenes vanguardistas de los cincuenta. Afirma categórica que ellos no pudieron “romper” con el muralismo porque nunca se identificaron con dicho movimiento y tampoco rompieron con la Escuela Mexicana de Pintura porque no pertenecieron a ella. Para Ana María, la postura de Cuevas y los demás jóvenes rebeldes “fue de rechazo y crítica y no de ruptura”. Apunta: “Quizá sería conveniente identificarlos con el nombre de ‘independientes’, término que ellos mismos utilizaron y que explica mejor su actitud de autonomía y la defensa de la libertad de expresión como bandera política. De alguna manera lanzaron una crítica en contra del monopolio artístico comandado por las ‘grandes’ figuras y denunciaron la unilateralidad de las políticas culturales por no apoyar la diversidad artística, aunque al mismo tiempo continuaron con algunos aspectos y reflexiones iniciadas en los años posrevolucionarios” (en Discurso Visual, revista digital del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas, México, nueva época, núm. 1, julio-septiembre de 2004, http://discursovisual.cenart.gob.mx).
Estabilidad desafiada
Digámoslo ya: no hubo ruptura. Lo que se dio en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado fue un amplio movimiento cultural que se realizó a contracorriente de la cultura oficialista y nacionalista de la época. Así lo ilustra la magna exposición Desafío a la estabilidad. Procesos artísticos en México, 1952-1967, presentada en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), integrada por 380 obras, entre pinturas, esculturas, fotografías, películas, carteles, poemas, diversas publicaciones y material documental. La muestra, que felizmente supera la limitada perspectiva que imponía la mal llamada Ruptura, fue resultado de una investigación que duró más de dos años y medio, realizada por un equipo curatorial encabezado por la maestra Rita Eder —quien luego de sostener durante años el mito rupturista rectificó sabiamente el camino— en el posgrado de Historia del Arte de la UNAM, el Instituto de Investigaciones Estéticas y el museo que alberga la muestra.
Desafío a la estabilidad sigue el camino de otras exposiciones memorables que tuvieron como objetivo revisar la historia del arte nacional: Los pinceles de la historia. La arquitectura del régimen, 1910-1955 (Museo Nacional de Arte, 2003-2004) y La era de la discrepancia. Arte y cultura visual en México, 1968-1997 (Museo Universitario de Ciencias y Arte, 2007). Desafío a la estabilidad se sitúa en medio de esas exposiciones para dar cuenta de un periodo de tres lustros (1952-1967), en el que numerosos autores (actores, cineastas, escritores, escultores, fotógrafos, pintores…) revolucionaron el mundo cultural con nuevas propuestas —a menudo radicales— y estrategias interdisciplinarias que desafiaban abiertamente el sistema de valores imperante y el autoritarismo del régimen posrevolucionario priista y su tan celebrado desarrollo estabilizador. En un escenario histórico en el que la cultura tenía que ser obligadamente nacionalista y la aspiración nacional era la modernidad, aquellos autores vanguardistas crearon nuevos lenguajes para cuestionar la cerrazón del régimen, su monopolio cultural y los mitos que lo sustentaban.
Desafío a la estabilidad se despliega audazmente en seis núcleos: Borramientos, Corporalidades, Imaginarios, Modernizaciones, Yuxtaposiciones y Nuevos circuitos. Va de la hibridación de los géneros artísticos a la resignificación de las ideas políticas, religiosas, sexuales… en un marco de expansión urbana y transformación citadina, multiplicación de las actividades culturales y surgimiento de nuevos espacios culturales. Están representados en la muestra 74 autores (muchos de ellos ya fallecidos), por primera vez juntos en un mismo espacio. He ahí la gran virtud de la exposición: encontrar el hilo contestatario que une a creadores tan importantes como: Luis Buñuel, Alejandro Jodorowsky, Juan José Gurrola, Salvador Elizondo, Rufino Tamayo, Mathias Goeritz, José Luis Cuevas, Manuel Felguérez, Vicente Rojo, Alberto Gironella, Pedro Friedeberg, Helen Escobedo… Estos y otros autores sacudieron fuertemente la cultura de su tiempo: no rompieron con nada pero sí crearon formas de expresión vanguardistas que abrieron múltiples caminos de experimentación en distintas disciplinas artísticas.
Para terminar, tres grandes aciertos de la exposición: la “recuperación” del Mural efímero (1967) de José Luis Cuevas y el Poema plástico (1953) de Mathias Goeritz, así como la restauración del Mural de hierro (1961-1962) de Manuel Felguérez, una de las obras más significativas del conjunto. Recordemos que Felguérez realizó esta obra monumental en el cine Diana, recurriendo al concepto de la integración plástica, utilizando chatarra y valiéndose de la técnica del ensamblaje. Fue el primer mural abstracto en la historia del arte mexicano. El joven artista demostró, para disgusto de Siqueiros, que había otras rutas para el arte mexicano y no sólo la del arte de mensaje social, nacionalista y revolucionario. (Por cierto que cuando la obra fue inaugurada, en enero de 1962, Jodorowsky realizó un performance con poema incluido). El mural luce imponente con sus 28.5 x 3.85 metros, ocupando una sola pared de una de las salas del MUAC.
*Fotografía: Mural efímero (1967), de José Luis Cuevas./ CORTESÍA MUAC
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