El Diablo cojuelo: un cuento de David Magaña Figueroa

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Una fiesta orgiástica ofrecida por un escritor mediocre será el escenario perfecto para descubrir la sórdida banalidad de la supuesta esfera culta

 

POR DAVID MAGAÑA FIGUEROA

Para Paco Palencia

 

No se puede entrar a la cafetería. Alumnos de diversos grupos rodean a un tipejo de cabello rizado grasoso, camisa de manta, huaraches, patas y uñas mugrosas, talones cuarteados, bufanda multicolor. Es Cuco Peñalva, famoso por haberse casado hace un mes en la función de lucha libre de la arena México, payasada que le valió amplia difusión de una televisora. Dicen por ahí que ganó el concurso de cuento Tamaulipas. Consciente de que se encuentra en sus quince minutos de fama, fanfarronea:

 

“Con mi premio compruebo la tesis que siempre defendí ante el pinchi Nikito: ‘Ideas chidas valen más que gramática, sintaxis y ortografía’. Para eso les pagan a los correctores de estilo. Me enorgullece que el jurado haya priorizado mi talento y no cuestiones secundarias”… No pos sí. No pos desde endenantes, me digo.

 

Cuco ganó 50 mil pesos, además de la publicación de la obra. Con el dinero podrá comprar Jabón Zote, alicatas, lima y huaraches nuevos… A la salida habrá fiesta, organiza Billy Vargas, uno de los jurados del premio. Se corre la voz.

 

Llego con Juan Luis a la casona de Billy en Santa María la Ribera, enfrente del quiosco Morisco. Nos reciben dos adolescentes darketas mirada apendejada; minifalda negra; medias negras rotas, botas industriales negras. Cargan charolas repletas de chochos, pastillas, ácidos, carrujos de mota, pequeños sobres de coca y más surtido rico. Amable, generosa, la que trae un pezón de fuera pintado de negro, dice: “El genial Billy Vargas agradece su presencia y les da la bienvenida con un presente, pueden tomar lo que gusten. Están en su casa”. Juan Luis toma dos sobres de coca y un cigarro de marihuana. Yo paso. “Adelante, pónganse cómodos, en cuanto se desocupe podrán saludar a Billy”.

 

Construcción de tiempos del porfiriato. Amplia, reconstruida. Techos altos. Paredes pistache, magenta y blancas. Puertas de madera remodeladas. Ventanas con herrería original. Bella casa. Demasiado para un escritorsete narcomenudista. Demasiado. Veo a más de 50 bueyes representantes de la variada fauna juvenil defeña: rockeros, punks, darketos, wanabés, pandrosos, vampiros, emos, fresas, lolitas, ñoños; supongo que todos son lectores de Billy, por eso están ahí, supongo. Juan Luis me jala: “Allá está Billy, te lo voy a presentar.” Treintañero cadavérico; greñitas sebosas; ojos dawnianos; mandil de carnicero con rastros de sangre reseca. Emocionado, presume al doble de Rodolfo Acosta en Salón México, una serie de fotografías 8×10 de una mujer atractiva que camina desnuda en un bosque, se ufana: “Yaritzi es mi musa y mi pareja, hembrita sin telarañas en el cerebro. Chida”. Enamorado, pasa una y otra y otra foto. Las poses se aproximan a lo porno. Open mind, está embelesado con su arte. Me llega fotografía de la hembrita entreabierta de piernas, simplemente comento: “Miren, una tarántula”. Friqueado, Billy pregunta: “Dónde, dónde”. Quitado de la pena, señalo el tupido vello púbico. Hago como que observo con mayor atención y digo: “Creí verla en el árbol, pinches chochos, están potentes”. Billy no comprende. Rodolfo Acosta esboza sonrisita cómplice. Regreso la foto y nos vamos a otro lado. La bebida está pinche: cervezas Indio y Sol. Ron Cacardí. Para albañiles, estudiantes, jodidos y gorrones. Paso sin ver.

 

Recorremos la casa, terminan de montar una pantalla y un monitor, alguien comenta: “Son becarios de Performance del Fonca, chiiingones”. En una pared lateral se aprecia un estante repleto de libros entre los que destacan en calidad y cantidad los de Anagrama. Ni las moscas se aproximan.

 

En minutos una fauna estrafalaria que llega al centenar repleta la amplia sala, apagan la luz, corre un video mal filmado: zoom a trozo de mierda de perro, fondo musical coros de Ray Connif. Creativamente, la mierda se convierte en letras que forman los créditos: Producciones Juan Orol presenta una película de Billy Vargas: Esperma y látex. Frenética aplaude la concurrencia. Corte a casa con jardín y estacionamiento, un jovenzuelo lava un auto, voz: “El culero de mi padre se pasa, para prestarme la nave tengo que lavarla y además chuparle la pinga. Dentro de poco me la va a querer meter”.

 

Los espectadores, auténticos outsiders, aplauden, patalean, se carcajean, lanzan gritos de aprobación, se identifican. Corte. Una adolescente flacucha en brasier y sin pantaleta se rasura el vello púbico con un rastrillo; cámara panea, de la cortina del baño asoma la cara de un ser decrépito lamiéndose los labios. La joven lo recrimina: “Pinche abuelito degenerado, no te conformas con cogerme. Sucio…” Euforia desbordada, gritos, las focas aplauden… El auténtico performance son las reacciones de los asistentes.

 

Corte. Mujer cuarentona y regordeta, semi desnuda, se masturba echada en la cama, sobreactuados jadeos. Aparece a cuadro la musa de Billy. Lleva pene atado a la cintura. Regordeta se abre de piernas y exige a musa: “Métemela, este cuerpo es tuyo. Eres un auténtico hombre”. Violenta, musa la penetra. Éxtasis entre el culto público. Chiflan, aúllan convencidos de visionar una obra maestra. Warhol quedaría pendejo.

 

Salgo al patio. Pido coca cola. La ingiero de dos tragos… Apreciar la casona vale estar aquí. Husmeo. Voy de un lado al otro. Camino por un pasillo que llega a una escalera que me lleva a la planta alta. Veo tres puertas, confianzudo, puesto que estoy en mi casa, abro la última. Media luz, cama destendida, platos sucios, vasos, botellas. Ropa acumulada en el piso; olor a patas a mierda a sexo rancio. Giro asqueado para salir. Quedo frente a una maravilla: un espejo rectangular enmarcado en nogal y laqueado, siglo XIX, empotrado en la pared. Maravillado me aproximo, lo aprecio, lo toco suavemente. Demasiada joya para un escritorsete. Camino hacia atrás, debo admirarlo a plenitud, tropiezo con un bulto, se me escapa un: “¡Ay, cabrón!” Es un putón surgido de la nada: hombros hacia atrás, pecho de palomo, hocico fruncido a la Verónica Castro, ojos entornados. Perfecta combinación de gimnasio y jotería. Pachequísimo se mueve de izquierda a derecha, sin dejar de verse en el espejo. Invade, contamina el momento. Me saca del embeleso. Narciso en su viaje astral se afana en desbancar a la señorita México. Mi presencia lo incomoda, rompí su ritual. Clava la mirada en el espejo, me ve como guacareada de borracho y con acento argentino dice: “¿No te sucede a menudo que cuando estás frente a un espejo ves a un pobre diablo?”

 

Se suicidó el putito. Respiro hondo, cuento hasta tres y con voz grave y cara a la Jack Nicholson en El resplandor digo: “No importa hora ni lugar, siempre que me veo al espejo, invariablemente se refleja un ángel caído chingón. Hoy, para ti, simplemente soy el Diablo Cojuelo”… Busco su mirada en el cristal, está anonadado, retrocede dos pasos, intenta irse. Lo tomo de la muñeca con firmeza, lo pongo de frente al espejo. Toco mi rostro y lo transformo en Luzbel, esbozo inocente sonrisa y al tiempo que lo señalo con el dedo índice, digo: “Ahora bien, si me preguntas qué se refleja en este momento, sin duda puedo garantizarte que veo la imagen de un pobre pendejo” …

 

Acto seguido, recargo la mano en el espejo y se abre un hoyo negro que crece hasta tomar la forma de un portal dimensional. Puñalito está petrificado. Suelto su muñeca, lo tomo del cinturón por la espalda e inmisericorde, lo aviento al vacío. Deambulará sin rumbo por los siglos de los siglos en un viaje astral sin fin…

 

Bueno, no fue así, me desagrada mentir y la fantasía no me interesa. Cuando me preguntó qué veía en el espejo, lo pesqué de las greñas y lo estampé reiteradamente contra el cristal hasta hacerlo añicos. Tan extraordinario objeto no puede ser propiedad de un imbécil como Billy Vargas. Dejé al irreverente llorando enconchado, como remate dije: “Se te apareció el diablo, estúpido”.

 

Regreso a la estancia. Corren los créditos: Guion, cámara, dirección: Billy Vargas… but of course. Carcajadas esquizoides, aplausos a mansalva, aulliditos. Al centro de la sala, con los brazos en alto, arriba de una mesa y a punto del llanto, Billy se deja querer por sus fans. Hay más concurrencia, identifico al poeta, al novelista, al cuentista, al cronista, al reportero y al editor generación 1960. Emocionados, disfrutan del éxito de su talentoso cuate. Aturdido, llego a Juan Luis, lo jalo del brazo y digo: “Vámonos que aquí espantan”.

 

IMAGEN: Dante de la Vega/ EL UNIVERSAL

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