El dolor es un perro que todo lo muerde

Ene 9 • Lecturas, Miradas • 4141 Views • No hay comentarios en El dolor es un perro que todo lo muerde

POR GUILLERMO VEGA ZARAGOZA 

 

Dice la poeta española Chantal Maillard que “la historia de un ser humano es la historia de sus pérdidas”. La conciencia, esa enfermedad que nos hace humanos, entiende que la muerte parece algo natural, pero la conciencia es precisamente “la portadora de la herida: la capacidad de contemplarse a sí misma sabiendo que ha de morir”.

 

En la primera novela de Juan Luis Nutte (Estado de México, 1972), Mi ventana es una tumba, asistimos al proceso de pérdida, duelo y disolución del personaje-narrador, Marcelo, quien registra en sendos cuadernos sus pensamientos y emociones durante la enfermedad terminal de su madre y su inevitable muerte, todo lo cual coincide con el naufragio de su vida sentimental, de sus relaciones con las diversas mujeres de su vida —Ana, Gerda, Viola…—, con las que es incapaz de establecer algún tipo de conexión emocional; son apenas cuerpos para descargar la ira o las urgencias sexuales del protagonista, y a veces ni siquiera eso. Como testigo ominoso de su desesperanza, aparece la extraña sombra de una desconocida vecina, a la que Marcelo sólo puede ver a través de la ventana, la cual poco a poco va poblando lo poco que le queda de su vida, sus insomnios y su cordura.

 

Juan Luis Nutte es autor de los libros de cuentos Anécdotas sedientas (UAM-Xochimilco, 1999), Imágenes ligeras (Praxis, 2006) y Bestiario amoroso (Ediciones de Autor, 2015), cada uno de los cuales constituye un breve catálogo de los padecimientos que aquejan el alma del hombre en este milenio (aunque en realidad siempre han estado presentes, pero parece que ahora están aflorando con mayor intensidad y hasta furia): el hedonismo desenfrenado, el afán de posesión (no sólo de cosas sino de personas), el deseo desesperado de lograr la fama a costa de lo que sea, el egoísmo, la crueldad, la esquizofrenia, el dolor, la locura, aunque en el fondo, como en la caja de Pandora, yazcan el amor y la esperanza. Con esta, su primera novela, el autor se muestra ya seguro de su oficio. Logra contener la emoción de la narración, sin caer en ningún momento en el patetismo o el melodrama. Es, hasta cierto punto, una prosa dura, precisa, pulida al extremo, que sin embargo nos permite entrar en el alma atormentada de Marcelo, quien deambula como un verdadero muerto en vida y cuya existencia se va diluyendo conforme avanzamos en la trama hasta su enigmático desenlace.

 

La novela está armada por breves capítulos, dando saltos en el tiempo, intercalando recuerdos y episodios de la infancia y juventud del protagonista, que desde antes del nacimiento tuvo una relación extraña con su madre (nació, o mejor dicho, fue expulsado del vientre materno a los diez meses de gestación), lo que serviría como impronta de sus posteriores incursiones amorosas y sexuales con el género femenino, incluso en sus desaforadas fantasías, como la historia de la culta prostituta que cada vez que se encuentran adopta la personalidad de un personaje literario: Emma Bovary, o la mismísima Alicia de Lewis Carroll: “Debo confesar, con dolor y vergüenza, que he suspirado con alivio. Muerte. La pronuncio. Muerte. La escribo. La pienso ya sin temor a invocarla. Ya no ejerce su peso en mí. Ya no. Y es que yo amaba a mi madre. Sigo amándola, pero también algunas veces la odiaba. Mi incongruencia no fue más que una falta a sus reglas, un revelarme a sus normas, un enojo por vivir con ella y depender de ella… Después de todo, no era algo tan corrupto, ¿no? Me veo como una persona horrible. Pero, ¿hay algún hijo en quien no se meta alguna vez un demonio?… Cualquier circunstancia de muerte es, definitivamente, solitaria. Esto es mi duelo. No llorar. No dejarla ir por mis dudas. Paso los días inventándome la vida y escribiéndola, registrándola… Todo es tan plano siempre, sin sobresaltos dignos, sin rebabas maravillosas. Lo mejor es la soledad. Así me reconcilio con el mundo. Así me deshago de mis apegos.”

 

El psicoanalista Jorge Padilla ha señalado que “el dolor es un perro que todo lo muerde” y por eso resulta tan insoportable, sobre todo el dolor de la pérdida de un ser querido. Para Elizabeth Kübler Ross, gran estudiosa del tema de la muerte, el duelo es un proceso, que sigue varios pasos: negación y aislamiento; ira, pacto, depresión, aceptación y, al final, esperanza. Pero Marcelo enfrenta el proceso sin llegar a la aceptación ni la esperanza. Deambula de la fabulación a la locura y se pierde en las profundidades de su propio dolor, de su incapacidad de superarlo o hacerlo más habitable: “Para poder vivir, para poder amar es necesario olvidar muchas cosas. Incluso, no tener memoria de nuestros muertos. Hay recuerdos que envenenan pues no pueden olvidarse. La ilusión es una realidad. Todo lo que sueño, imagino o ilusiono es realidad. Todo es realidad en este mundo, no sólo lo que se toca es real. Nadie puede tocar el amor, ni el odio, pero el amor y el odio son reales. Así, mi vecina: su sombra es real. ¿Por qué trato de convencerme de eso?”

 

El norteamericano Jonathan Franzen apuntó que no vale la pena leer la obra de un escritor si éste no ha corrido un riesgo personal al escribirla; por ejemplo, si ello no ha implicado para él lanzarse a una aventura a lo desconocido, enfrentar un problema personal de difícil solución o vencer una gran resistencia, y añade que “desde el punto de vista del autor, tampoco merece la pena escribirla” si no se corre algún riesgo. Mi ventana es un tumba no es una novela fácil, de esas para pasar el rato. El autor ha corrido riesgos y el lector los correrá al leerla. Es dura, porque nos habla del dolor, de la pérdida, de lo que todos tendremos que pasar alguna vez, y que enfrentaremos como podamos. Algunos saldrán adelante, otros no lo lograrán, pero como señala Chantal Maillard: “No creo que el dolor tenga sentido, tampoco que lo procure, salvo por darnos a ver que todos compartimos la misma condición doliente. El com-padecimiento es, hoy en día, lo único que puede conducirnos hacia la comprensión de la inutilidad de los conflictos, de su insensatez. ¿Por qué añadir sufrimiento al que la existencia conlleva de por sí? Dolor, pérdida, muerte son nombres para la fragilidad que nos es consustancial, que se nos manifiesta de infinitas maneras a lo largo de nuestra vida y que nos asemeja a todos. Tal vez haga falta que los sosegados lo recuerden para que los que sufren se sientan amparados”.

 

 

*FOTO: Juan Luis Nutte, Mi ventana es una tumba, Fondo Editorial del Estado de México, Toluca, 2014, Colección Letras Narrativa. 209 pp/Especial.

 

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