El encantador de hormigas
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El libro de relatos de Arnoldo Kraus rompe con los géneros narrativos en la búsqueda de domar cada palabra, cada letra, a la manera de un domador de hormigas. En cada línea lo conclusivo y sintagmático es poético, justo, clínico y curativo
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POR CAMILA KRAUSS
“El fascinante mundo de las hormigas a la mexicana”, titular de una nota que apareció en El Universal, pensé que era sobre el libro No eran letras, eran hormigas (y otros relatos breves) (Sexto Piso, 2018). Aunque la nota aborda “un fragmento de la vida de vidas”, hablaba más bien de la única sociedad exitosa, no la humana, sino la fórmica. El artículo dice que en México hay mil tipos de hormigas, ¡no!, dos mil, bueno, en realidad se cree que unas 20 mil; en eso sí que tenía que ver con las letras prolíficas de Arnoldo Kraus.
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En castellano, los textos breves de No eran letras… se inscriben al linaje de Julio Torri y Alejandro Rossi. Pero Kraus es universal y sus ensayos destilan lo que los jarabes de Montaigne. Su poética tiene dosis de coloquialidad de liberación prolongada a lo Williams Carlos Williams (“Corro un riesgo enorme hacia el amor que me tienen”) y algo del humor de Vonnegut (“Que levante mi mano quien crea en la telequinesis…”). Y, me permito diagnosticar: en la obra arnoldina hay jeringazos a lo Nicanor Parra (“Yo digo Yo /Firmado doctor Yo…”).
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Entre una y otra prescripción “Dios no ha podido con nosotros ni nosotros con él” y por eso en la literatura de Kraus, además del vademécum, están los pensadores con quienes se pregunta “¿Y de qué sirve saber?” e interpela “los desquehaceres del ser humano”.
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Los géneros literarios se han disuelto, tal vez porque la ortodoxia o lo políticamente correcto obliga a los espíritus ingobernables a alterar la cronicidad discursiva habitual. El autor de No eran letras… se permite secuencias no cronológicas, como lo son las alternancias entre salud y enfermedad, simultaneidad de diálogos de consultorio con prosopopeyas entre Tolerancia, Filosofía y Felicidad; la narrativa episódica, hipótesis aforísticas, exposición filosófica, pensamiento humanístico, comedia bíblica, irreverencia moral, déjà vús y epitafios.
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Mis síntomas y los de mi época me han hecho lectora de enfermos y de médicos escritores; de La visible oscuridad de William Styron a Migraña en racimos de Francisco Hinojosa, pasando por las primeras entregas de Oliver Sacks para el New York Review of Books, La enfermedad como metáfora de Susan Sontang, Elegy for Iris de John Bayley… hasta el provocativo Diario de un cuerpo de Erika Irusta, y un largo etcétera porque, casi el mismo tiempo que llevo de lectora lo llevo de paciente crónica de la vida ¡Y quién no!
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Encantador de hormigas…
Kraus es un encantador de hormigas, es decir, de letras y de todas sus combinaciones. Alejandro Magallanes supo ver, leer y distinguir lo que era hormiguero de palabras y volverlo silueta de personajes del libro. Los temas Kraus son los temas Kraus, no hay pierde, pero si lo hubiera No eran letras… tiene el índice de un diccionario incompleto, o mejor dicho inconcluso o más bien interminable, diccionario donde cabe muchísimo, todo, es decir, lo que importa: la vida y la muerte. Dos palabras de dos sílabas, a penas unas hormiguitas.
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“Muere una persona, nacen dos bebés y se venden tres celulares” o “Dios tendrá en el futuro nuevos problemas”, resumen, a lo Tito Monterroso, algo del estilo del Dr. Arnoldo. Ver, saber, escuchar, una relación hormigueante con la que Kraus quiere contagiarnos.
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Arnoldo autopsia políticos y se ha propuesto “despatentar” a “la humanidad [que] lleva siglos inventando siglas para nombrar sus fracasos”. Además, está la pobreza, el mal más arraigado y soberbio del que Kraus también quisiera curarnos a todos, si pudiera, y que recuerda al poema “El duro de oído”, de Williams Carlos Williams:
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El emperador sin poder
se aburre solo
escribe poemas en un jardín
mientras sus ejércitos
matan y queman. Pero nosotros
en la pobreza, sin amor,
Mantenemos alguna relación
con lo auténtico de la infelicidad
humana: hablamos
de las últimas flores, no dañadas
por los insectos, que esperan
sólo al frío.
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A la espera de la muerte helada, mientras “nuestros” emperadores, si no se aburren se embrutecen y sus ejércitos se matan, queman y decapitan, cuando leemos a Kraus hablarnos de “lo auténtico de la infelicidad”, como dice el poeta norteamericano, consentimos sobre las últimas flores no dañadas y junto con los insectos y los desposeídos esperamos sólo al frío. Por eso, estos relatos, “a pesar de sus límites”, son generosísimos y convienen leerse hasta dos veces y más de uno al día.
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Pensar que no hay tiempo es necesario
En este libro, en oraciones más cortas que una visita de doctor “el moribundo no es el que agoniza sino el que quiere hablar”. Lo conclusivo y sintagmático en los renglones de Kraus es poético, justo, clínico y curativo; como una inyección aseverativa donde “todo se mueve con lentitud. El cielo es rápido”, donde también “pensar que siempre hay tiempo es equivocado… Pensar que no hay tiempo es necesario”.
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En estos relatos, ¿quién es el protagonista? ¿el que “ahorita es invisible [pero] al rato regresa”…? ¿el narrador locuaz que ve dialogar signos de puntuación? ¿los pacientes in media res de la narrativa de su vida? ¿la mortalidad… la inmortalidad… la mundanidad…? ¿un yo que le pregunta a un equis tú: “usted cree que Einstein si reviviese estaría contento”? ¡Qué narrador más omnisciente y más protagonista que la figura del galeno que sabe cuando enfermas y cuándo y cómo agonizas!
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No hay personajes secundarios o todos lo son a la sombra –o a la luz de la sapiencia del narrador. Si de los personajes de estos relatos no tenemos ninguna pista de su apariencia, sabemos que son inquietos o tristes o melancólicos o infieles pero su personalidad no se desarrolla, aunque por atisbos, imaginamos el engarzado de un relato en otro y sabemos que todos luchan, unos por “escribir el punto final antes de olvidar”, otros por confesar que en la muerte “nada te sucede y nada te preocupa: ni siquiera tu muerte”.
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no clímax, tampoco desenlaces. Un carnaval de locos, “¿fueron felices los locos mientras paseaban?” se preguntará el mismo narrador que ha visto el desfile de sus personajes y los ha auscultado a todos, matizando la tensión en estas narraciones para volver siempre al equilibrio.
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La octava letra
Porque Kraus es ateo no jura por Apolo, Higía o Panacea, y prefiere a un poeta para prestar juramento a su vocación:
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En la búsqueda del conocimiento,
el primer paso es el silencio;
el segundo, escuchar;
el tercero recordar,
el cuarto practicar,
y el quinto enseñar a otros.
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Kraus predica la sabiduría del judío andaluz Salomón Ibn Gabirol (1021-1058), y lleva estas palabras a la práctica, no como ejerce un cirujano, sino como defiende un samurái.
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En estos relatos donde siempre está el autor-narrador, casi siempre en tercera persona, con algunos destanteos del punto de vista, cortos e intempestivos, que saltan a una primera persona modesta, pero incontenible. ¿Desde qué lugar observa el narrador? Desde un consultorio donde confraterniza junto con soledad, muerte, palabras y alguna pócima invisible que alivia.
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En sus columnas periodísticas, sus ensayos, sus novelas y relatos, Kraus nos ha dicho cuán horrible es morirse… cuán desafortunado puede ser no elegir cómo morirse. En No eran letras… el escenario es el alfabeto y, como nos comparte el autor, el alfabeto es “nuestro jefe místico”. Así, este libro empieza por la octava letra y Kraus dice que ésta representa: “el trabajo diario, la asiduidad, la constancia, la labor de equipo y el amor por la vida”, todas virtudes de la poesía donde el escenario es el destino y todos los destinos que son “un niño triste”, escenario de una Biblia que implora porque “se emitan nuevas hipótesis”, y donde “las palabras y el tiempo [son] compañeros rivales”.
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FOTO: No eran letras, eran hormigas (y otros relatos breves), Arnoldo Kraus, México, Sexto Piso, 2018, 269 pp.
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