El encanto del duende flamenco

Feb 28 • Escenarios, Miradas • 4471 Views • No hay comentarios en El encanto del duende flamenco

 

 

 

POR JUAN HERNÁNDEZ

 

 

La compañía de danza flamenca de Mercedes Amaya tomó el foro principal del Palacio de Bellas Artes el pasado martes. Enardeció al público que, sin duda alguna, se sintió provocado por la fuerza expresiva del arte flamenco, expresado en cante, música y danza.

 

Hay algo de altivez en los bailaores de flamenco que fascina. Una actitud desafiante en su manera de desplazarse por el espacio escénico. Un halo alrededor de su cuerpo que convoca a la magia y el misterio del duende que, de pronto, aparece y detiene el tiempo cotidiano para abrir la puerta a la dimensión de lo sagrado en la escena.

 

La Compañía Mercedes Amaya está compuesta por los músicos Juan Carlos Triviño, Mario Díaz y “El Cachito”, en el cante; “El Tati” y Santiago Aguilar, en las guitarras; Héctor Aguilar, en las percusiones e Israel Torres, en el violín. Músicos que no sólo son virtuosos de la técnica para expresar el poder de los instrumentos, sino también personajes que tienen en la sangre la herencia ancestral del arte flamenco.

 

Los bailaores Nacho Blanco y Pedro Córdoba, quienes estuvieron a cargo de la mayor parte de la escenificación del espectáculo Templanza, dejaron de manifiesto su poderío, al conectar de manera entrañable al cuerpo en movimiento con la tierra: una expresión apasionada y de desenfreno de los instintos. La conexión natural del hombre con el universo.

 

El dramatismo es parte esencial de la danza flamenca y, en el caso de la compañía de Mercedes Amaya, es lenguaje. La tensión dramática es intrínseca al movimiento, a la música y al cante, pero sobre todo al silencio que envuelve al cuerpo del bailaor desafiante.

 

Nacho Blanco, quien ha trabajado al lado de figuras del flamenco como Antonio Canales, Juan Ramírez, Sara Baras, Juana Amaya y Meche Esmeralda, es un maestro de la escena. El dominio de la técnica que tiene su cuerpo entrenado le permite expresarse con soltura y naturalidad, y dirigir su energía a la seducción.

 

El espacio interior que conecta con sus pulsiones e instintos lo convierten en un astro que irradia energía, expresión y tensión en la escena. Su solo es uno de los momentos más sobresalientes del espectáculo. La potencia de su interpretación parece detener la respiración entre el público que, expectante, observa emocionado la escena, para responder luego con un aplauso, más que sincero, cautivo.

 

Lo que hace a Nacho Blanco especial es el dominio de la técnica y del espacio escénico, de tal forma que su interpretación permite el goce de una experiencia estética sublime, como sólo lo logran los intérpretes de grandes vuelos. El bailaor es capaz de hacer que el “duende” se manifieste en la escena, introducirse en el misterio del arte y dar pie al momento epifánico en el que se revela lo divino y sagrado.

 

Pedro Córdoba, por otro lado, es un bailaor de naturaleza distinta, mucho más tirado hacia la sensualidad y el erotismo del movimiento. El peso de su cuerpo se afianza al tablao para hacerlo vibrar con el acento de los tacones-raíces que sostienen el tronco de su ser corpóreo.

 

El flamenco es quizá una de las expresiones dancísticas de mayor complejidad, toda vez que no es una expresión nacida para la escena, sino manifestación festiva cotidiana de una comunidad que, a partir de estos rituales, religa y afianza la alianza en los núcleos sociales y culturales.

 

La técnica se puede aprender, pero el flamenco es un gen con el cual se nace; por eso pocos son los que logran la manifestación del “duende”. Es decir: convertir a la interpretación en un momento fuera de lo cotidiano, en una meta-realidad o realidad alterna habitada por completo por la esencia del espíritu humano.

 

La bailaora Mercedes Amaya, por otro lado, se entrega a la escena desenfrenada y dramática; se mueve sobre el tablao exagerando la expresión para hacer visibles las emociones que cimbran su cuerpo. “La Winy”, como es conocida en el medio de la danza flamenca, es sobrina de la legendaria bailaora y cantaora gitana Carmen Amaya (1918-1963), de quien parece haber heredado el gen del arte flamenco.

 

El espectáculo ofrecido por la Compañía Mercedes Amaya, dentro del ciclo Flamenco, en el Palacio de Bellas Artes, dejó clara la importancia de esta manifestación cultural y artística, la cual goza de un público cautivo que no sólo llena el teatro, sino que se entrega y participa en el ritual de música, cante y danza que hace honor a las naturaleza humana y sus pasiones.

 

 

 

 

*Fotografía: La bailaora Mercedes Amaya durante su presentación en el Palacio de Bellas Artes / Cortesía INBA

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