El ensayo como voluntad y resistencia

Ago 10 • Lecturas, Miradas • 5993 Views • No hay comentarios en El ensayo como voluntad y resistencia

POR IGNACIO M. SÁNCHEZ PRADO

 

Si bien la novela suele ser la parte más visible de la literatura y la poesía su laboratorio y vanguardia, es en el ensayo donde la literatura piensa. En el enorme potencial de una forma que busca equilibrar la libertad y la ponderación —donde el alma se cristaliza en las formas, como diría el joven Georg Lukàcs—, el ensayo es el lugar en el que la escritura deviene pensamiento y el pensamiento deviene estética. Contraensayo es un libro que busca responder a los retos actuales de este modo de escritura, ante los embates de la contemporaneidad. El prólogo, de la compiladora Vivian Abenshushan, es uno de los textos más lúcidos que he leído sobre el tema. Abenshushan se coloca en una defensa de la especificidad crítica y estética del género frente a diagnósticos de autores como Carlos Oliva Mendoza y Heriberto Yépez, quienes señalan la popularidad del ensayo ante el auge de aquello que en los ámbitos de lengua inglesa se llama nonfiction prose. Abenshushan plantea la idea de un ensayo desescolarizado y sin limitaciones, para combatir el “olvido de sí” que caracteriza en su diagnóstico a la época contemporánea y que es opuesto al ideal autognóstico postulado por Montaigne. Contra el “ensayo conformista” Abenshushan presenta a los lectores una selección de doce ensayistas nacidos entre 1970 y 1983, que en su valoración resisten estas tendencias.

 

Contraensayo. Antología de ensayo mexicano actual.Selección y prólogo de Vivian Abenshushan. UNAM/Dirección de Literatura, México, 2012, 106 pp.

 

Contraensayo es una gran libro cuando es leído en términos de su postura crítica. Se basa en la del texto ensayístico como una pièce de resistance ante la trivialización de la experiencia resultante de la hegemonía de los saberes del neoliberalismo. El libro presenta escritos que marcan tres tendencias. Primero, encontramos ensayos cuyo ámbito fundamental de intervención es el estilo mismo y que toman al pie de la letra la consigna del ensayo como cristalización en forma. Ahí se encuentran joyas como “Fragmentos del desierto” de Guadalupe Nettel y “Placer fantasma” de Luigi Amara, así como “Decadencia de la historia” de Brenda Lozano, quien, como Nettel, encuentra en el fragmento una forma de resistir el escolasticismo. Una segunda línea consiste en aquellos que utilizan al ensayo como espacio de subversión del yo y del mundo desde el humor. Al dar un lugar central a esta contra-tradición, Abenshushan evita dos grandes problemas potenciales en su postura: la nostalgia por el monumentalismo de cierto ensayo del siglo XX y la reducción de su postura estética a una seriedad que traicionaría a Montaigne tanto como el nonfiction. Aquí aparecen trabajos como “El ensayista que no quería citar y otras historias” de Eduardo Huchín Sosa, un delicioso texto de corte monterrosiano que además hace explícita la resistencia colectiva del libro a la academia. Destacan también “Contra el gimnasio” de Saúl Hernández y “Tarde o temprano” de José Israel Carranza, que responden al reto de ensayar el sí mismo desde distintos registros del humor. También destaca el excelente “Breve vindicación de Johann Sebastian Mastropiero” de Guillermo Espinosa Estrada, texto que nos recuerda la centralidad del humor borgiano en la tradición ensayística latinoamericana.

 

Finalmente, la tercera línea proviene del intento de reclamar la función crítica del ensayo, con textos de dos de los críticos culturales más importantes de la actualidad: “Por una crítica de vanguardia” de Nicolás Cabral y “¿Quién le teme al arte contemporáneo?” de Rafael Lemus. En los bordes de esta línea, conviene destacar la inclusión de “Capicúa” de Verónica Gerber Bicecci, texto originalmente publicado en Mudanza, una obra maestra de la literatura mexicana reciente. En otro acierto, el libro cierra de manera provocadora con “Yo acuso! (Al Ensayo) (Y Lo Hago)” de Yépez, texto que polemiza de manera directa con los principios establecidos por la antología.

 

Las objeciones son pocas. El concepto del libro cierra algunas puertas innecesariamente. Creo que la fobia dogmática que se le tiene a la academia en México niega que el pensamiento académico dialoga de frente con el ensayo (Espinosa es doctor en literatura, y Lemus y Yépez, estudiantes de doctorado). Esto dejaría fuera a autores de gran inteligencia como José Mariano Leyva, cuyo registro ejemplifica bien cómo la academia puede contribuir al ensayismo. También sorprende que de las cuatro ensayistas mujeres, tres (Luna, Nettel y Lozano) son quizá menos conocidas por el ensayo que por su narrativa. No quiero decir que no deberían estar, pero existen escritoras como Elisa Corona Aguilar, Karla Olvera o Paola Velasco que son sobre todo ensayistas, y de primera. Existe un excesivo predominio de voces masculinas en el género y reconocer autoras dedicadas principalmente al ensayo es una de las vacunas contra ese mal. Y la excesiva literariedad del concepto de ensayo (Amara, uno de los autores, habló del “ensayo ensayo” recientemente) deja fuera textos que no le tienen miedo a la cultura popular y masiva. Esto lo ha hecho, por ejemplo, Huchín Sosa en otros ensayos, así como Fausto Alzati Fernández en su libro Inmanencia viral. Pero estos son reparos menores. En el balance, Contraensayo es un libro brillante y consistente, virtudes raras en una antología, y un texto que lanza un reto para repensar las funciones del género en una época definida, para usar un término académico problemático desde la sensibilidad del libro, por una cultura enfáticamente posliteraria.

 

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