El escritor que soñó que era un sastre
POR VICENTE ALFONSO
Conocí a Federico Campbell hace más o menos 17 años. Para mí en ese momento no era un hombre, sino un libro. Yo estudiaba periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas de Torreón, mi ciudad natal. Faltaban todavía algunos años para el boom del Internet, y nuestros medios de comunicación eran casi los mismos que habían tenido las generaciones anteriores: libros, revistas, periódicos, radio y televisión. No obstante, comenzaba a hablarse de la supercarretera de la información y del ritmo que ésta impondría al de por sí acelerado terreno de las comunicaciones. Se daba por sentado que la red de redes vendría a reforzar el paradigma de la velocidad y la competencia por la primicia. Quizá por eso mis compañeros estaban más preocupados por aprender a utilizar bípers y computadoras que por contar buenas historias, que es en esencia la tarea de todo periodista. Yo comenzaba a hacer mis prácticas en un periódico local. En ese contexto, y como parte de una asignatura más práctica que teórica, conocí dos manuales que me ayudaron en la zozobra de mis primeras notas: uno era el Manual de periodismo, de Leñero y Marín, el otro Periodismo escrito, de Federico Campbell. Me aferraba a ellos como a biblias del oficio. A fuerza de consultarlo, puedo citar muchas partes de Periodismo escrito, pues en ese libro Campbell desvela con rotunda sencillez los misterios del periodismo. Leyéndolo aprendí, por ejemplo, que no es noticia que un perro muerda a un hombre, pero sí lo es que un hombre muerda a un perro. Me detengo un minuto a reflexionar en el método con que el Maestro construye este ejemplo: en ambas situaciones los personajes e incluso la acción son los mismos, pero basta una sencilla dislocación de la realidad —que el hombre muerda al perro y no al revés— para que el hecho cobre relevancia.
Así pues, cuando en la única librería que había en Torreón encontré una novela escrita por Campbell titulada Pretexta, no dudé en comprarla. Eran muchas las sorpresas que aquel libro me tenía reservadas, comenzando por la portada, cuya ilustración evoca un juego de lotería donde se confunden deliberadamente elementos como una pistola y una máquina de escribir. El collage, obra del diseñador tapatío Rafael López Castro, dialoga directamente con dos cuadros de René Magritte: La traición de las imágenes y La clave de los sueños. El primero es tan conocido que no hace falta explicarlo. El segundo, también muy citado, se conforma por dos columnas de objetos que aparecen sobre palabras que no corresponden con las piezas representadas. De este modo, la percepción de la realidad se trastoca y se enriquece, pues propicia el debate al exigir la participación del espectador.
Fascinado por este juego de coincidencias y dislocaciones, comencé a leer la novela y encontré frases que se repiten en Periodismo escrito y en Pretexta: que de la nada no se crea nada, o la imagen misma del periodista como caballero andante.
En un sentido estricto, Pretexta reflexiona acerca de los terrenos que comparten la historia, el periodismo y la literatura. La novela es protagonizada por Bruno Medina, un joven aspirante a escritor que sobrevive haciendo crónicas de lucha libre a pesar de que nunca ha asistido a alguna, y no le importa robar o inventar el material que publica en periódicos dudosos: improvisa en el vacío entrevistas con políticos, con actrices, con luchadores. De allí que él se llame a sí “el cronista enmascarado”.
Con un lenguaje crudo y eficaz, Federico Campbell cuenta cómo Bruno es contratado para hacer un libelo en contra de un viejo maestro universitario, Álvaro Ocaranza, para neutralizarlo como miembro de la oposición política. Amparado por el anonimato, da rienda suelta a sus demonios para construirle un aberrante pasado a su maestro. Se trata de pisotear su dignidad y por lo tanto su credibilidad. Así, su máquina de escribir se convierte en un arma. Y él, en vez de novelista, se convierte en hacedor de la Historia.
Campbell narra cómo el viejo maestro Ocaranza, que también ejerce el periodismo, es “levantado” para intimidarlo y para fabricarle pruebas que lo incriminen en hechos vergonzantes. De ese modo los periodistas son, en esta magistral novela, víctimas y verdugos al mismo tiempo. Asombra la actualidad que Pretexta acusa a 35 años de ser publicada por primera vez. Hoy, que a cada paso de la vida nacional nos enfrentamos a hechos crudos que resultan difíciles de interpretar, esta novela es, para decirlo con una definición de Mario Vargas Llosa, “una mentira que encubre profundas verdades”.
Como ocurre con las mejores ficciones policiales, Pretexta se caracteriza porque muy pocas veces se solucionan los misterios. Las historias del México actual que Campbell consigna en este libro están llenas de vacíos e interrogantes porque en la vida real no existen certezas completas, perfectas. Seguimos preguntándonos quién ordenó las muertes de Luis Donaldo Colosio, de Francisco Ruiz Massieu, del cardenal Posadas Ocampo. Seguimos esperando que se proceda contra los autores intelectuales de los asesinatos de periodistas como Héctor El Gato Félix, codirector del semanario Zeta, acribillado en Tijuana la mañana del 20 de abril de 1988. Así, con asombro llego a una de las muchas preguntas que brotan tras la lectura de esta novela: ¿cuántas veces, en los últimos treinta años, las atrocidades que leemos en Pretexta como ficción han ocurrido realmente?
En la primera página de la novela aparecen cifradas las obsesiones literarias que perseguirían a Campbell toda la vida. Como ejemplo veamos la cuarta frase, que comienza así: “Las palabras de su padre se iban desvaneciendo en su memoria”… Encontramos aquí en germen, con 30 años de anticipo, los ejes temáticos del que será uno de sus libros más celebrados: Padre y memoria. En esta página se evocan también expedientes judiciales, periódicos, máscaras… elementos que prefiguran la obra de Federico Campbell: La era de la criminalidad, Periodismo escrito, Máscara negra.
Pero volvamos al ejemplo del hombre y el perro. Decíamos que una sencilla dislocación puede ser la clave para una lectura radicalmente distinta de la realidad, y en la primera página de Pretexta tenemos otra prueba. No es casual lo que el joven protagonista hace mientras simula no escuchar a su padre: “Bruno todavía muy joven, casi un niño, fingía no escucharle y untaba de engrudo las hojas apaisadas de papel manila que iba acumulando y cosiendo al canto repletas de luchadores enmascarados y desenmascarados”.
Experto como pocos en el arte de hacer libros, Campbell selecciona el verbo coser para retratar el momento creativo del niño que años después redactará un libelo para deturpar a su maestro. Podemos imaginar al jovencito atravesando las páginas con hilo y aguja, en un acto de indudable sastrería literaria. El término no es mío sino del propio Campbell, y está incluido precisamente en Pretexta, en la página 117 de la nueva edición recién lanzada por el Fondo de Cultura Económica, al referirse a las habilidades de Bruno Medina como artífice de la palabra. La articulación de esos dos vocablos está lejos de ser un accidente. De acuerdo con la novela, Bruno es tan hábil con la máquina de coser como lo es con la de escribir. En el décimo capítulo se esboza la relación entre Bruno y Lauca Wolpert: “Desde los primeros días, Bruno había hecho que compraran entre los dos una máquina de coser para ajustar sus pantalones nuevos recién comprados a la medida justa de su cuerpo. Él mismo ponía en la máquina los tubos de pana o mezclilla que requerían de corrección en la línea de corte” (p.73).
Federico Campbell se sabía heredero de una estirpe de sastres de la palabra. En un artículo titulado “De sastrería”, publicado en febrero de 2006 en La hora del lobo, su columna semanal, Campbell recuerda que Juan José Arreola —una de las grandes presencias en su vida— “no era indiferente a la sastrería: la ropa siempre fue muy importante para él, tanto por su poder de expresión como por su sensualidad”. Con su prosa ceñida y cómoda, Campbell nos recuerda que en Memoria y olvido, libro escrito y armado por Fernando del Paso, Arreola habla del vestir como una manifestación muy importante del ser. Y es que había en Zapotlán una tradición del bien vestir, un gusto por las ropas finas, bien hechas.
No fue aquella una alusión aislada al arte de cortar y coser vocablos. En la introducción a Padre y memoria, Campbell rememora a otro sastre que marcó su vida: Leonardo Sciascia. El siciliano solía explicar cómo en su novela Cándido o un sueño siciliano, parodia del libro más conocido de Voltaire, se entregó con toda libertad y ligereza al juego de las citas, las referencias y las alusiones. En la actualidad, dice Sciascia, así sucede con la literatura: “Tomamos los calzones de uno, el saco de otro, el chaleco de un tercero y procedemos a coser” (El subrayado es mío). No hacemos sino escribir lo que ya ha sido escrito, concluye el autor tijuanense.
Periodismo escrito refuerza esta noción en el capítulo que se refiere a la ética del reportero, pues afirma: “En todas estas consideraciones es obvio que también va implícita la moral de hacer bien el propio trabajo, tanto como debe hacerlo un zapatero, un sastre, un carpintero, un médico, un electricista. Un artículo tiene que ser como una camisa bien cortada”. Instalados ya en la clave de Magritte, me gusta pensar en Campbell como en un escritor que soñaba que era un sastre que cortaba, hilvanaba, zurcía, pespunteaba, tejía…
A lo largo de los 35 años que han transcurrido desde su primera edición, Pretexta ha ido cambiando. En ese lapso podemos hablar de siete tirajes (entre nuevas ediciones y reimpresiones) que representan al menos cinco momentos distintos de la novela. Cito, a manera de ejemplo, una frase del adelanto de Pretexta publicado en 1977 como parte de la colección La Máquina de Escribir: “Era una radiante mañana estival. El pequeño jet de franjas anaranjadas y plateado coleó en la pista produciendo un estertor ensordecedor”. Dos años después, cuando la novela estaba terminada, la frase decía: “Era una radiante mañana estival. El pequeño jet de franjas anaranjadas y plateado coleó en la pista produciendo un estruendo ensordecedor”. Hasta allí se trata de un cambio mínimo: poner estruendo en vez de estertor disuelve una cacofonía. Pero en la siguiente edición (1988) esa misma frase se lee así: “Era una radiante mañana estival. El pequeño jet de franjas anaranjadas y plateado coleó en el aeropuerto de Tijuana produciendo un estruendo ensordecedor”.
A la manera de un sastre que con jaboncillo o greda marca líneas en un trozo de casimir para saber dónde ajustar y donde soltar, qué piezas cortar y cuáles coser, Campbell trazó en aquel viejo ejemplar que leí en Torreón los fragmentos donde visualizaba cortes, remiendos, pespuntes. Dejó un patrón que ha servido para armar la nueva edición que ahora ha publicado el FCE. Los cambios no se limitan a nombres y lugares. Hay zurcidos invisibles como el que se desliza ante nuestros ojos en el arranque de un párrafo en la página 151: “Y sí, al despertar una mañana tras un sueño intranquilo, Bruno Medina sabía que esas habían sido las órdenes”.
Ya lo decía Charles Lamb en su célebre ensayo sobre la melancolía: los oficios de escritor y sastre no son tan distintos. Pretexta es una pieza maestra de sastrería literaria. El trabajo de una vida.
Vicente Alfonso. Autor de la novela Partitura para mujer muerta (2008)
* Federico Campbell en una entrevista realizada en 2002 / LUCÍA GODÍNEZ ARCHIVO EL UNIVERSAL