El estilo por fuera
POR DIEGO JOSÉ
Después del invierno, de Guadalupe Nettel, obra que obtuvo este año el prestigioso Premio Herralde convocado por la editorial barcelonesa Anagrama, es una novela convencional que no arriesga ni en la estructura ni en la historia ni en el lenguaje: dos narraciones en primera persona se conducen de manera paralela y cronológica, considerando el paso del tiempo entre las estaciones que comprenden un periodo, llamémosle crucial, en las vidas de Cecilia y Claudio. Ella, mexicana estudiante de postgrado en París; él, cubano exiliado en Nueva York. Las narraciones se entrecruzaran para suscitar un encuentro fortuito con inexplicables consecuencias existenciales, sobre todo para Claudio. El resto es el relato de una personalidad más bien gris que va adquiriendo experiencia de vida al descubrir sus propias carencias en Europa, frente a la construcción de un personaje obsesivo compulsivo que redunda en su propio estereotipo y sus afecciones más que en sus obsesiones.
La novela entretiene porque Guadalupe Nettel posee buenas cualidades como narradora: manejo de la descripción de nuestra época (cultura pop mezclada con sutilezas del mundo globalizado) y del desarrollo de situaciones que movilizan al lector de un punto a otro, focos de interés mediados por alusivas connotaciones culturales (la comida, el vino, los barrios parisinos y los de Nueva York con sus criaturas urbanas y sus neurosis colectivas), buen acompañamiento de los personajes. Es decir, Después del invierno se lee con facilidad, incluso con interés, sin que por ello —al parecer— la novela pretenda otra cosa distinta a cierta convencionalidad narrativa, dispuesta a llamar la atención de un sector de lectores motivados por los ambientes contemporáneos en los que resulta fácil identificarse por el consumo cultural, aquello que Zygmunt Bauman subraya: “El principio del elitismo cultural es la cualidad omnívora: sentirse como en casa en todo entorno cultural, sin considerar ninguno como el propio y mucho menos el único propio”.
Bajo dicha premisa, sin que esto implique descrédito, no se le puede exigir a la novela aquello que no propone. Sin embargo, el equívoco abre un espacio para la reflexión derivada de las expectativas que la obra sugiere. Si bien desconfío de los postulados publicitarios de las editoriales, aquí vale la pena señalar tres cosas: ¿qué balance literario debe considerarse a partir del premio internacional que la novela ostenta?, ¿los editores hacen justicia al señalar que se trata de la consagración de la autora de El cuerpo en que nací?, ¿cómo abordar una novela dentro un proyecto literario tan aplaudido? Estas tres ideas son algunas de las expectativas que Después del invierno genera.
La novela lleva una trama —si bien con altibajos— que puede seducir al lector en la medida de sus intereses. Lo que falta es hondura, tanto en la historia como en los personajes. El tratamiento es somero en casi todos los ángulos, incluso tratándose de caracteres obsesivos, neuróticos, depresivos y enfermos. Da la impresión de que el escenario es mucho más importante que el interior de las vidas: a lo largo de la novela, hay un excesivo paisajismo de los lugares y las costumbres de ambas ciudades, sin que por ello ninguna de las dos urbes logre apropiarse de la trama; más bien, la escenografía sirve para complacer a unos personajes deambulatorios en sus deseos y extravagancias, demasiado interesados en la infusión que beben, en el inmobiliario o la vestimenta. Lo extraño es que los personajes no reconocen su tendencia a los dictados del estilo, acaso porque una regla de individuación del ciudadano contemporáneo sea negar su adhesión a todo cuanto los demás practiquen. De hecho, la noción de estilo es asociada a cuestiones de diseño, ropa, comida, música, arquitectura y personalidad a lo largo de la novela. Por ejemplo, Claudio llega a sentenciar: “¿Qué es lo que uno ama en el otro? Yo creo que el estilo —eso que está debajo de lo que llaman «química», una forma más o menos permanente de estar en el mundo, una manera indefinible de ayudar a los otros a conocerse y a aceptarse—.” Aunque esta frase sirve como un caracterizador del personaje, en realidad deviene en sello generalizador de la novela. La trama oscila revisando la impronta del estilo en la fugacidad de las vidas de los personajes. Incluso, la música, que es una permanente referencia, no logra filtrarse en el ritmo de la narración sino que sólo sirve para ahondar en los gustos particulares del personaje.
Si Después del invierno no sólo se propusiera reproducir los clichés de la vida contemporánea —la interconectividad, el consumo global de cultura, el efectismo de las apariencias, los vínculos interculturales, la gratuidad de las relaciones, las prácticas para combatir el estrés (el hedonismo, los fármacos, el maratonismo)— sino que cuestionara la dinámica relacional que la produce, me parece que el estilo literario sería distinto, así como el manejo de los conflictos (ni Claudio ni Cecilia viven un auténtica transformación como sujetos, sino un episodio que los ha cambiado en la superficie). Considero que los personajes y sus itinerarios duplican —no proyectan— una u otra visión del desgastado mundo actual, al que se adhieren en la superficie, quizá porque parecería que el público que la novela pretende captar es precisamente aquel que retrata.
*Guadalupe Nettel, Después del invierno, Anagrama, Barcelona, 2014, 268 pp.
*Fotografía: Aun cuando la historia narrada por Nettel mantiene la atención del lector, carece de hondura tanto en la trama como en los personajes / Especial.
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