“El filósofo es como un agente doble”, dice Juan Villoro

May 13 • Conexiones, destacamos, principales • 8438 Views • No hay comentarios en “El filósofo es como un agente doble”, dice Juan Villoro

 

En La figura del mundo, el escritor intenta desentrañar el enigma que fue para él su padre, el filósofo Luis Villoro, al evocar pasajes íntimos y políticos. Esta es una conversación sobre el pensador que cuestionó la realidad de un país que, en principio, tras migrar desde España, le resultó incomprensible, según su hijo

 

POR DONOVAN KREMER
“Los padres son un tanto imaginarios para los hijos”, sentencia el escritor Juan Villoro en entrevista por la publicación de una obra que resulta tan íntima como pública, La figura del mundo: el orden secreto de las cosas (Random House, 2023), una construcción de sentido hacia su padre, el filósofo hispanomexicano Luis Villoro. En el libro, Villoro evoca pasajes clave, familiares, testimoniales y políticos en los que el pensador se ve involucrado.

 

¿Hasta dónde es posible recuperar una memoria ajena (sin verse alterado)? Esta pregunta da entrada a recuerdos todavía luminosos, animados en un presente que cobra mayor sentido. Así, a través de su experiencia, el multipremiado prosista se convierte en vehículo de una vida proyectada, a su vez, en él. No en balde en el libro afirma que “ser hijo significa descender, alterar el tiempo, crear un desarreglo” que sólo puede ser entendido si se escudriña al padre. Y el hecho de haber escrito esta obra dejó ver los afectos de una figura que en su momento resultó abstracta, reconoce; tratar de comprender el mundo es reservarse a lo que transcurre dentro del mismo.

 

Luis Villoro migró de Barcelona a México en el periodo de entreguerras; una vez instalado, le costó entender la realidad mexicana, desigual y corrupta, e identificarse en ella. Es necesario reconocer su peso como uno de los precursores del llamado “México profundo”, toda vez que en el zapatismo halló la manifestación de un eco interior originado en la infancia: el interés por la causa de los oprimidos. Buena parte de sus obras reafirman el pensamiento orgánico de Luis en torno al indigenismo, los pueblos y culturas originarias; destacan Los grandes momentos del indigenismo (1950), La revolución de Independencia (1953), Estado plural, pluralidad de culturas (1998) y Los retos de la sociedad por venir (2007).

 

“A mi padre le costó esfuerzo ser mexicano”, resume su hijo durante la charla. “(Él) buscó una llave secreta para entender este país, para quererlo”. ¿Y no es acaso cierto que la mayoría de las cosas que valen la pena nos toman esfuerzo?

 

 

La figura del mundo, el padre, ¿suele resultar un tanto misteriosa?

 

Para un niño no es fácil relacionarse con un padre que se dedica a pensar porque un filósofo es como un agente doble, está siempre en dos realidades y una de ellas es secreta, que es su mundo. Cuando yo era chico le preguntaba: “¿Tu trabajo para qué sirve? Me decía: La filosofía explora el sentido de la vida”. Cuando hablaba con mis compañeros de la escuela y cada quien decía a qué se dedicaba su padre —uno decía que era piloto, otro que su papá vendía alfombras—, respondía: “Mi papá busca el sentido de la vida”, y ellos pensaban que era un vago que estaba en las cantinas oyendo al filósofo popular de México, que es José Alfredo Jiménez, y bebiendo tequila. Me costó trabajo entender a qué se dedicaba y relacionarme afectivamente con él, entre otras cosas también, porque él se divorció de mi madre cuando yo tenía nueve años, entonces se convirtió en una figura que veía los domingos. Estaba enterado que le gustaban los libros y una manera de acercarme a él fue adentrarme al mundo de los libros.

 

¿Desde cuándo tuviste en mente este libro? ¿Fue a raíz de la muerte de tu padre?

 

Escribí una crónica sobre mi padre para la revista Orsai, una publicación Argentina, hace unos 10 años, y en la que traté por primera vez de comprender ciertas cosas de su pasado. Él me había dicho que en el internado jesuita, en Bélgica, los dividían en dos bandos: romanos y cartagineses, para que al disputar, como en las Guerras Púnicas, los alumnos se superaran, era una manera de estimular la competitividad, pero también me dijo que estaba muy orgulloso de haber sido cartaginés porque eran los derrotados de la historia y en los salones podrían tener una segunda oportunidad. Esas huestes de Aníbal y Asdrúbal que habían llegado con elefantes a Europa y perdieron ante el Imperio Romano podían obtener una revancha en el estudio. Me di cuenta que desde niño le interesó mucho la causa de los perdedores, de los oprimidos, y estaba orgulloso de pertenecer a un país que ya no existe, Cartago. Ese primer texto quedó como un acercamiento inicial; con su muerte se cumplió un arco de vida y pensé en escribir un libro, pero sucedió algo muy curioso. La muerte no cierra la puerta, deja muchas cosas pendientes, y muchas personas me hablaron de él, compañeros de luchas sociales, exalumnos, incluso alguna novia que no le conocía. Me empecé a llenar de testimonios ajenos durante cinco años, hasta 2019, cuando sentí que tenía suficiente distancia e información para poder escribir sobre mi padre. Por ejemplo, no sabía que su primer gran amor, una mujer con la que estuvo a punto de fugarse, lo dejó plantado y, por lo tanto, yo existo, esa mujer estaba viva y la conocí. En todo este proceso se fue dando el fermento de libro y lo escribí durante la pandemia.

 

 

Mencionas que tu padre fue un hombre en “encierro”, pero que en ese encierro logró plantar un huerto de ideas y reflexiones en torno a la vida. ¿El encierro pandémico nos trajo un huerto o, por el contrario, un jardín bodrio?

 

La pandemia fue una maravillosa oportunidad para reflexionar sobre el mundo que teníamos, en la felicidad que habíamos perdido, muchas de las cosas que repudiábamos eran más valiosas de lo que pensamos, fue una magnífica oportunidad también para aquilatar lo que vale la presencia humana y los actos de reunión. Pero el ser humano es un especialista en oportunidades perdidas, entonces una vez que terminó la pandemia, en lugar de atesorar atributos, volvimos al frenesí de antaño; sin embargo, algunas personas le dieron una enorme utilidad a la pandemia, y hay experiencias que llegaron para quedarse, como la posibilidad de comunicarnos a distancia, de aquilatar el estar con uno mismo.

 

En esta época se cuestiona el carácter masculino: ser reservado es llevar una armadura. Invitan a los hombres a ser vulnerables, ¿por qué? ¿es algo impositivo?

 

Ahora se acaba de reeditar mi novela Materia dispuesta, 25 años después, que también trata la figura del padre y que contrasta a un padre que es firme, que conoce su papel en la sociedad, que es bastante oportunista y que responde al canon machista de tener muchas mujeres: un triunfador carismático, que es totalmente débil con su hijo, ambiguo, indeciso, además, el país que enfrenta no le da claves concretas para desarrollarse y él tiene una orientación sexual difusa. Cuando recién publiqué la novela a varios lectores esto les desconcertó, ahora estamos en una época de nuevas masculinidades, de exigencia de vulnerabilidad, de cultura no binaria, trans, de géneros fluidos; ahora la novela tiene una resonancia diferente, y en este libro de las memorias de mi padre, ahí también veo la construcción de una figura paterna que, hasta cierto punto, es abstracta, porque mi padre fue más un maestro que un pariente. Al escribir el libro aprendí que él me había querido a su manera con una serie de actos afectivos que no los había atesorado, porque no los había percibido como tales. Cuando alguien es reservado en sus emociones y no se abre ante ti, no puedes saber fácilmente que está haciendo algo por cariño hacia ti.

 

Por ejemplo, mi padre me llevaba mucho al futbol porque cuando se divorció de mi mamá no sabía qué hacer conmigo; pensé que era un gran aficionado al juego, pero cuando pude ir por mi cuenta al estadio me dijo: “Ya no necesitas ir conmigo, ve con tus amigos”, y comprendí que en realidad no acudía por ser aficionado, sino por ser padre, lo cual me parece conmovedor porque sin que le gustara mucho el futbol iba a los partidos para estar conmigo. Este proceso es una manera de entender a mi padre y entenderme a mí.

 

En una entrevista en Chile, Roberto Bolaño decía que quienes marcan el canon de las artes tienen familia: son padres, madres. ¿Será cierto?

Roberto exageraba. Hay de todo, gente que ha sido desgraciada como persona y que ha creado obras de arte maravillosas; hay numerosos filósofos que no tuvieron hijos o que tampoco tuvieron parejas y prefirieron la soledad. Existen casos emblemáticos. Cuando le pregunté a mi padre cuál era la figura de la Ilustración que más admiraba, me contestó sin vacilar que Juan-Jacobo Rousseau. Me di a la tarea de saber cómo se había relacionado Rousseau con sus hijos, él tuvo cinco hijos y a todos los mandó al orfanato, que se llamaba La inclusa; una vez que se deshizo de sus hijos escribió el mejor libro de la época de cómo educar a un hijo, que es Emilio, o De la educación, obra que casi le cuesta la muerte porque era transgresor en sus métodos pedagógicos, pero que influyó muchísimo en la pedagogía posterior. Esta escena de Rousseau captura a la perfección a alguien que fue un pésimo padre y un excelente educador, es esta dualidad. No debemos juzgar necesariamente al artista por la relación con su pareja o con sus hijos. He tenido el testimonio de primera mano, de compañeros de mi generación, hijos de artistas intelectuales que se han suicidado o han pasado por las drogas, que se han sentido abandonados, o han acabado en un hospital psiquiátrico, porque los artistas requieren de una dedicación profunda a su oficio. ¿Cómo vas a hacer un virtuoso del piano si no ensayas doce horas en aislamiento y si no tocas 200 conciertos en todo el mundo? ¿En qué medida puedes ser también un buen padre? Es difícil.

 

¿Y en alguna ocasión sentiste ese abandono? Pienso que la figura del padre está asociada con la ausencia.

 

Mi padre estaba presente en la medida en que fue responsable. Recuerdo gestos emotivos suyos porque son únicos. Lo vi llorar una sola vez cuando me llevó a la tumba de su padre en Barcelona, se conmovió de estar ahí con su hijo y soltó unas lágrimas y, de manera peculiar, no supo cómo secarlas, no estaba acostumbrado a llorar, se las secó torpemente con el torso de la mano, como si no supiera qué hacer con esas lágrimas. Sólo me dio un beso una vez en la vida, cuando cumplí 21 años, y me regaló el reloj de oro que había sido de su padre, de bolsillo. Fíjate qué curioso, estos dos gestos, el llanto y el beso, tienen que ver con la figura paterna, con que él recordaba a su padre y trataba de legarme algo de él.

 

No puedo decir que fui una persona de carencias, sería injusto de mi parte. Hay infancias durísimas relacionadas con el exilio, la guerra, el hambre, la pobreza. La mía fue una infancia tristona por debilidades, y por momentos sentí que mi padre era una persona refractaria a los afectos. Los padres son un tanto imaginarios para los hijos, cada uno los construye a su manera. Si tú tienes seis hermanos, esa familia tiene otros tantos padres, porque cada hermano tiene un papá a su medida, y lo que hice fue una construcción de sentido hacia esa figura.

 

En el texto cuentas que tu padre reconocía tener el don del pensamiento como forma de relación con lo divino, pero que carecía del aliento poético. ¿Qué tan cercana está la filosofía de la poesía?

 

Hay filósofos como Kant que escriben de una manera abstrusa. Lo traduje y es un desafío para cualquier traductor. Fue un gran pensador que jamás pensó en el estilo literario como una virtud. En cambio, Ortega y Gasset decía: “La claridad es la cortesía del filósofo”. Si es profundo y además es claro, es un filósofo amable. Hay grandes estilistas en la filosofía como Schopenhauer. En este sentido, mi padre tenía un vuelo literario fuerte, sobre todo cuando hacía filosofía de la historia. En su libro sobre La revolución de Independencia narra apasionadamente las vicisitudes de Hidalgo, la crisis de conciencia de un rebelde que ha desatado una violencia que luego repudia, el arrepentimiento profundo de Hidalgo y, al mismo tiempo, la ilusión de transformar la realidad: es un personaje literario formidable. También en su ensayo “La mezquita azul”, divido en dos partes. La primera de ellas es lírica, donde describe un templo que le resulta incomprensible porque no guarda vínculo con el Islam, y al entrar a la mezquita en Estambul se siente sobrecogido por una sacralidad que no es la suya, así que trata de entenderla intuitivamente. Luego deconstruye la experiencia y escribe un sólido ensayo filosófico. El aliento poético puede estar presente en la filosofía.

 

En la Significación del silencio, Luis Villoro diserta sobre el lenguaje discursivo, según el cual no transmite una experiencia irrepetible, como sí lo hace el poético. ¿Qué tan próxima está la autoficción de uno u otro lenguaje?

 

Hay muchos modos de ejercer la autoficción. Es una tendencia de moda de la cual se abusa bastante muy conforme al narcisismo de nuestra época; estamos en la época del periodismo selfi, que considera que la noticia más importante es el propio periodista, hay un enorme despliegue de egolatría. Sin embargo, el tema autobiográfico ha estado presente desde el origen de la literatura. Hay diferentes maneras de acercarte. En el caso de La figura del mundo naturalmente tuve que incurrir en la autoficción porque soy el testigo de mi padre y hay muchas situaciones que sólo puedo contar porque estuve con él. A través de mi propia experiencia quería ser el vehículo de una vida ajena, y también sabía que al explorar esta vida ajena me estaba explorando a mí. Iba a descubrir secretos de mí. En este sentido, me parece un ejercicio válido.

 

Refieres que a tu padre le costó identificarse con México, ser mexicano. En tu caso, ¿cómo es tu relación con España?

 

Mi padre fue esforzadamente mexicano. Él llegó a México por tragedias personales y se desconcertó mucho por la realidad mexicana. Entonces buscó una llave secreta para entender este país, para quererlo, y la encontró en el México profundo. A él realmente le costó esfuerzo volverse mexicano, y así me lo dijo. La mayoría de las cosas que valen la pena nos toman esfuerzo. La felicidad también se consigue con ganas, no te cae en la mañana que despiertas y dices: “¡Qué feliz estoy!” Tienes que hacer algo para merecerla y sobre todo debes hacer algo para conservarla. Soy fatalmente mexicano, no me queda otro remedio, nunca he pensado en ser alguien más. Tengo una relación con España por motivos familiares: mis dos abuelos varones fueron españoles y mi padre; mientras que mis dos abuelas fueron mexicanas, mi madre, estoy partido. Las mujeres son mexicanas, los hombres son españoles, lo cual sentimentalmente me acerca más a México que a España.

 

Tu padre fue zapatista. A casi tres décadas del levantamiento en Chiapas, ¿cuál es su legado?, ¿fracasó o no?

 

La herencia del zapatismo es enorme. Hoy día en casi cualquier foro donde se traten asuntos sociales no puede faltar el componente indígena; esa transformación cultural es grande. Aunque los zapatistas regresaron a sus territorios, esto no significa el fracaso, porque se han dedicado al heroísmo de la vida diaria, es decir, cambiar las condiciones de justicia, de trato a la mujer, de vida cultural. He visitado los Caracoles y es formidable lo que han logrado con muy poco. Recientemente hicieron un contraviaje para ir a Europa en el barco La Montaña, y a la par 150 zapatistas se trasladaron por avión, y estuvieron en contacto con movimientos sociales de Europa que tienen causas ecológicas y defienden la multiculturalidad. Ellos han influido mucho en luchadores sociales, por ejemplo, de Escandinavia, donde se oponen a un tren que va a recorrer el norte de Europa y va a devastar una región de pastoreo de renos. Se han apoyado en las concepciones zapatistas para su lucha, del mismo modo que en Grecia, con los antisistema, incluso el gobierno los ha respaldado. Yanis Varoufakis, exministro de Economía en Grecia, quien creó un partido paneuropeo para combatir a la banca mundial y luchar contra una Europa entendida exclusivamente a partir de quién debe pagar deudas y créditos. El zapatismo no está muerto. Nos hace falta saber más de ellos, pero también han tenido un repliegue mediático, no han querido exponerse ante un mundo que no asimila sus causas.

 

Escritores como Octavio Paz, Carlos Fuentes, etc., llamaban a consolidar un proyecto de nación. El gobierno actual ofreció un proyecto, pero me temo que como en la época de Paz sigue el desencanto.

 

Hemos tenido una sobredosis de nacionalismo que he criticado en libros. Federico Navarrete ha puesto en entredicho esta idea de la identidad nacional , e incluso intelectuales como Yásnaya Aguilar Gil, una lingüista mixe que, a diferencia de los zapatistas, no propone nunca más un México sin nosotros. Dice: “Basta ya de México”, que vivan los pueblos diferentes, no que seamos una asamblea multicultural dentro de un Estado-nación, sino muchos pueblos libres. Es una idea postzapatista. La reflexión sigue en curso.

 

Las tornas se invirtieron. ¿Cómo es la relación con tu hija considerando que eres también un padre artista?

 

La respuesta la debería dar ella, pero te agradecería mucho si la pregunta se la hicieras después de que yo haya muerto.

 

FOTO:  El escritor Juan Villoro también acaba de reeditar su novela Materia dispuesta, donde igualmente toca la figura del padre. Crédito de imagen: Fernanda Rojas /El Universal

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