El fin de “sábado”
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En esta nueva entrega de sus memorias, el editor recuerda los cambios en la dirección editorial del unomásuno y su repercusión en el suplemento cultural sábado
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POR HUBERTO BATIS
La libertad que tenía el suplemento sábado con Luis Gutiérrez como director del unomásuno era tanta que casi se convirtió en libertinaje. No hallaba cómo contener a mis colaboradores. Era una publicación demasiado cargada hacia el erotismo. De pronto Luis Gutiérrez nos anunció inesperadamente que tenía que vender el periódico. En la comida anual, el 20 de noviembre de 1997, nos dio la noticia y presentó a su sucesor.
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El nuevo dueño, Manuel Alonso Muñoz, me invitó a comer en un restaurante de Paseo de la Reforma. Bebimos champaña. Se manifestó admirador de sábado, pero me dijo: “Bájale a las ilustraciones eróticas”. Poco después me hizo llegar un ejemplar de sábado en el que resaltó con un plumón rojo todo lo que le molestaba. No había página que no tuviera taches. Entonces se empezó a decir que me iban a quitar la dirección del suplemento. El que en realidad manejaba el periódico era su hijo: Manuel Alonso Coratella, quien trajo a Rafael Cardona a la dirección editorial.
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Por entonces tuve un desencuentro con un joven “chícharo” que tenía que llevarme las fotocopias de los artículos que me llegaban por fax al periódico. Tenía todos los papeles revueltos. Me irritó mucho. Lo regañé tanto que me levantaron una acta. Pienso que fue el pretexto para decirme que me iban a quitar la dirección del suplemento. Si me hubieran despedido habría perdido mi jubilación y Seguro Social, que ya estaba tramitando. De la noche a la mañana quedé sin oficina y me mandaron a un cuartito que estaba en la hemeroteca. Me sentí desterrado al perder la oficina de subdirector del periódico.
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Cuando quieren acabar contigo, tienen todos los elementos para hacerlo, así que me anunciaron que me relevarían del cargo en sábado y vendría en mi lugar un escritor de Guadalajara, paisano mío, Mauricio Montiel Figueiras. Lo conocí en una cena que organizó uno de mis colaboradores, el único psicoanalista junguiano: Manuel Aceves. Ahí, mi gran amigo Guillermo Fadanelli llevó a Montiel. Fue un encuentro muy cordial. El relevo se hizo sin contratiempos.
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A partir de ese momento, el suplemento tuvo un carácter totalmente distinto. Podría decirse que anímicamente perdí un hijo al perder la dirección del suplemento. Por esos días me hicieron un homenaje, no recuerdo con qué pretexto. Todo mundo me felicitaba. Seguí colaborando en el sábado de Montiel. Luego él se fue y llegó a sustituirlo Noé Cárdenas. Empezó a reproducir artículos míos, publicaciones extensas que habían aparecido antes, porque no tenía materiales. Años después me otorgaron la medalla de oro de Bellas Artes. La ceremonia la presidió Sari Bermúdez, entonces presidenta de Conaculta.
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Adiós a la UNAM
Cuando estaba por jubilarme a los ochenta años y cincuenta de maestro en la Facultad de Filosofía y Letras, les anuncié a mis alumnos que ésas eran mis últimas clases. Hubo algunos que se mostraron indiferentes, pero otros que tuvieron muestras de afecto. De parte de la UNAM nada oficial. Dejas de ir y punto. En mi facultad fuimos tres profesores los que cumplimos cincuenta años de trabajo, pero en toda la UNAM fue una multitud tremenda.El 15 de mayo, Día del Maestro, nos hicieron una comida en los jardines que la Rectoría tiene atrás de la plaza Perisur. En la mesa que me tocó se reunieron muchos científicos. Yo nunca en mi vida había oído un lenguaje más soez y chistes más macabros como los que escuché de boca de los “científicos”. Fue muy desagradable la comida. Tuvimos que escuchar el discurso académico-político del rector Narro. Imagínense a gente de todas las Facultades e Institutos de investigación, de todas las Preparatorias. Era un universo de no creerse.
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Un día llegué a mi casa, me acosté para tomar una siesta y desperté dos semanas después en el hospital Médica Sur, de donde salí en ambulancia un mes después.
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Hoy me reconforta el diálogo que tengo con algunos de mis lectores. Uno de ellos es Marco Antonio Campos. Él me llama cada que publicamos una entrega de mis memorias en este suplemento. Me hace observaciones y comentarios muy valiosos. Hoy cuento con la atención y los cuidados de mi ángel guardián, Jacinta Patricia González Rodríguez (mi esposa), quien me ha apoyado desde hace treinta y un años, y muy especialmente en mi condición actual, de convidado de piedra.
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Me visitan muchos con diversos obsequios. Los que más aprecio son los dulces típicos mexicanos.
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FOTO: CORTESÍA LEOPOLDO LEZAMA