El Fondo llega a Buenos Aires
POR GERARDO OCHOA SANDY
Luego de su ciclo fundador, el Fondo de Cultura Económica dio inicio a la concesión de algunas representaciones en América Latina, la contratación de vendedores y la apertura de la primera sucursal. En 1944, Arnaldo Orfila Reynal, graduado en química por la Universidad de La Plata, cierra su empresa de laboratorios químicos en esa ciudad y acepta, a propuesta de Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, la invitación de Daniel Cosío Villegas para convertirse en el gerente fundador de la sucursal en Buenos Aires.
En una conversación con Guillermo Schavelzon, Orfila Reynal relata la faena que precedió a su designación y la buena ventura del despegue:
“—¿Cuándo empezó, más concretamente, su tarea editorial?
—En el 43; durante un año trabajé para la Editorial Atlántida.
—¿De qué se ocupaba?
—Escribía manuales. Manuales sobre lo que sabía: química industrial o química teórica, cosas de ese tipo. La colección se llamaba Oro y era un poco como la colección Austral, como los Breviarios, libros básicos para jóvenes.
—¿Fue entonces cuando tenía que escribir un libro al mes?
—Sí, pero me pagaban bien. Por el libro mensual me pagaban mil pesos. Con eso vivíamos todo el mes. Yo ya estaba casado con María Elena Satostegui, que ganaba 400 pesos dando clases en la Universidad. Era muy divertido, porque a la noche, cuando María Elena llegaba a casa, me decía: ‘Arnaldo, ¿cuántas páginas hiciste hoy?’ ‘Hoy no pude hacer más de diez’. ‘¿Cómo, no sabés que tenés que hacer quince al día para poder terminar el libro en un mes?’ Lo que sucedía era que, en cuanto María Elena se iba a trabajar, yo me escapaba al café, a charlar con mis amigos… […]
—¿Cómo surgió su participación en el proyecto del Fondo de Cultura Económica?
—Después de varios libros en Atlántida empecé a colaborar en otra editorial, Claridad, donde me pidieron que dirigiera una colección que se llamó Autodidacta.[1] Justo en ese momento Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña le escriben a Cosío Villegas, que dirigía el Fondo de Cultura Económica en México: ‘Arnaldo está libre, dejó su farmacia en el sur, hay que hacer algo por él’”.
Orfila Reynal era el “Cónsul de México”:
“Después del Congreso de México yo había seguido en contacto con Cosío Villegas y los demás, desde Buenos Aires; los muchachos me decían ‘El Cónsul de México’ porque me llegaban libros, revistas de allí.[2] La vinculación intelectual y epistolar con México era muy intensa, fundamentalmente a través de El Trimestre Económico, que se había fundado en la Argentina. Luego Cosío empieza a viajar como editor del Fondo, para conseguir autores en Buenos Aires. Finalmente Cosío me manda un telegrama diciéndome que quiere abrir una casa del Fondo de Cultura en Buenos Aires y me pregunta si estoy dispuesto a hacerme cargo de ella. Así, el primero de enero de 1945 se inaugura la Casa de la Cultura Mexicana en Argentina, que queda bajo mi dirección durante dos años. Era la representación del Fondo en la Argentina y también el centro cultural de México, porque todos los mexicanos que llegaban hacían escala allí” (Guillermo Schavelzon, “Arnaldo Orfila: conversación en La Habana”. En “Desde el Fondo del Sur”, La Gaceta, número 412, abril de 2005, pp. 8-9.).
La sede se inauguró al año siguiente, el dos de enero de 1945, en el contexto del décimo aniversario del Fondo.
María Elena Satostegui se ocupó de la contabilidad.[3]
El Fondo lanzó en 1945 dos proyectiles.
Uno, la colección Tierra Firme, nombre acaso inspirado en la revista que publicó Enrique Díez-Canedo en España entre 1935 y 1937, integrada por títulos solicitados por el propio sello, de perfil latinoamericano, en torno a los temas clásicos de la editorial: economía, sociología, historia, política. El otro, la Biblioteca Americana, planeada por Pedro Henríquez Ureña y dedicada a la literatura indígena, la crónica de la Conquista, la literatura colonial (narrativa, poesía, teatro), la literatura moderna (historia y biografía, vida y ficción, pensamiento y acción, poesía y teatro) y textos de viajeros. El proyecto enfrentó dos retos, que no lo detuvieron pero sí lo acotaron: por una parte, la falta de especialistas para ocuparse de los aspectos filológicos y de las traducciones en general y, por otra, acaso más grave aún, el desinterés de los latinoamericanos por las obras clásicas de los otros países de la región, sobre lo cual Cosío Villegas ya había llamado la atención.
El Fondo bonoarense despega
El historiador Leandro de Sagastizábal, autor de Diseñar una nación. Estudio sobre edición en La Argentina y quien dirigió la carrera de edición en la Universidad de Buenos Aires y la sede del Fondo en Buenos Aires, señala que en la década de los cuarenta ocurrió el despegue de la industria del libro en ese país. En “Arnaldo Orfila, creador de instituciones editoriales”, ofrece su versión, distinta en parte a la de Cosío Villegas, sobre la amenaza de la “hegemonía espiritual” española:
“La década de los cuarenta es el momento de profesionalización de la actividad editorial en la Argentina. De igual forma que sucedía en otros países de América Latina, se producían libros que comenzaban a conquistar el mundo. Fue el momento en que se fundaron algunas editoriales que serían emblemáticas con los años. Nos referimos a Sudamericana, Emecé, Losada. Esas casas editoriales nacieron facilitadas por el vacío de producción de libros en lengua española que había dejado la guerra civil española, ya que muchos de los que buscaron asilo en la Argentina eran ya profesionales del sector. Entonces, el exilio de intelectuales y de personas con experiencia en la edición de libros significó un aporte fundamental para generar el desarrollo de la actividad en ese continente.
“Dos hechos del momento muestran la consolidación en la Argentina de la actividad editorial en los años cuarenta. En 1941 se crea la Cámara Argentina del Libro, fundada en 1938 como sociedad de editores. Además de la madurez del sector mostrada con la creación de esa entidad asociativa, hubo otro hecho de singular importancia para la actividad, pues dos años más tarde se inauguró la primera feria del libro organizada por esa institución, visitada por más de un millón de personas.
“El escritor Ricardo Rojas pronunció el discurso de apertura en el que hizo hincapié en un rasgo fundamental que propició el surgimiento de la edición profesional en el país: por primera vez existían editores de verdad, ya no eran los libreros e impresores quienes editaban. De modo que él señalaba con contundencia la cualidad independiente de la profesión.
“En ese contexto y a poco más de diez años de su nacimiento en México, el Fondo de Cultura Económica decide abrir una filial en la Argentina. Como define muy bien Carlos Monsiváis en su artículo incluido en el libro de homenaje a Orfila Reynal, publicado por la Universidad de Guadalajara en 1993, había llegado el momento de la ‘fijación del canon’ y de la ampliación de la propuesta. Era necesario dotar a México y a los países de habla hispana del equivalente de los manuales universitarios que se editaban en Inglaterra y en Estados Unidos.
“Además era urgente dirigirse a los lectores profesionales de América Latina, revisar su historia cambiando el lirismo por el conocimiento riguroso y, muy especialmente, se hacía indispensable construir un público para las ciencias sociales, que contribuyera a diversificar el mapa de las vocaciones que hasta ese momento se limitaban a las tradicionales carreras de abogacía, ingeniería y medicina” (en “Desde el Fondo del sur”, La Gaceta, número 412, abril de 2005, pp. 2-3).
Un logro mayor, a los diez años de la fundación.
Orfila Reynal: lazos hacia Sudamérica
En conversación con Víctor Díaz Arciniega publicada en La Gaceta (número 270, julio de 1993), Orfila Reynal sintetiza la fulgurante expansión del Fondo en Argentina:
“[El FCE] prácticamente no tenía competencia: las editoriales argentinas se ocupaban de temas distintos. El Fondo tenía entonces pocas colecciones editoriales que contaban con muy buena acogida: Economía, Sociología, Historia, Filosofía, Política y Derecho, Biblioteca Americana, Tierra Firme, Tezontle y los libros de El Colegio de México. En cambio, las editoriales argentinas publicaban literatura, psicología, pedagogía y otros temas que no estaban en los catálogos del Fondo”.
La sede bonaerense del Fondo, un local en la avenida Independencia al sur de la ciudad, contaba con seis empleados y era el puente para que Chile, Ecuador, Perú, Paraguay, Uruguay y de tanto en tanto Brasil adquirieran libros de la editorial, lo que abrió la brecha para las futuras sucursales, recuerda Orfila Reynal.
La elección de Buenos Aires no había sido aleatoria.
Al contrario, fue clave no sólo por el ideario latinoamericano y las condiciones propicias de la industria editorial argentina sino también por lo que había construido la diplomacia cultural de México.
Desde antes de la apertura de la sucursal, apunta Orfila Reynal, “la imagen de México en Argentina era de admiración y simpatía. A partir de la Revolución, México representaba un país de avanzada en América Latina; esto lo identificábamos todos: estudiantes, obreros, intelectuales. Era común y generalizada esta imagen. Si a esto se suma la presencia de Amado Nervo, Enrique González Martínez y, sobre todo, Alfonso Reyes, quieres fueron a la Argentina en calidad de embajadores, podrá imaginarse la estima que sentíamos hacia México”.
En la “Casa de la Cultura de México”, ahonda el editor, se congregaba la izquierda intelectual argentina vinculada a la II Internacional, “es decir, una social democracia”: Alfredo L. Palacios, José Luis Romero, Victoria Ocampo, Adolfo Homberg, Mario Bravo, Francisco Romero, Risieri Frondizi, Jorge Romero Brest, Luis Aznar, Jorge Luis Borges, José Bianco, María Rosa Oliver, intelectuales de las provincias y de un país vecino, Uruguay.
El Fondo en Buenos Aires había sido el mejor lugar para abrir la brecha latinoamericana. Y Orfila Reynal el más indicado para hacerlo: era quien identificaba con claridad los procesos culturales de la época en la zona y era capaz de agregar autores al proyecto. Justo en una reunión que organizó con 32 intelectuales sudamericanos, obtuvo una docena de títulos para el despegue de Tierra Firme.
Explica Orfila Reynal:
“Si bien la Revolución y la política exterior mexicanas identificadas en Nervo, González Martínez y Reyes mostraban una clara coincidencia con el espíritu utópico y social del arielismo de José Enrique Rodó, entre otros de los espíritus hispanoamericanistas entonces en boga, también la imagen que teníamos de México coincidía con el espíritu de la social democracia de la II Internacional, es decir, lo identificábamos como un país que avanzaba hacía una línea de pensamiento social y democrático”.
La evolución sería contraria a la prevista por el editor o incluso podría aventurarse que su percepción no era la correcta. Para esas fechas, la evolución del sistema político mexicano y sus reglas y rituales de operación confirmaban que el rumbo era distinto. México no avanzaba hacia una línea de pensamiento social y democrático sino amalgamaba su tradición histórica de poder depositado en una sola figura de autoridad, con el corporativismo de los regímenes comunistas asiáticos y centroeuropeos y el paternalismo social.
Orfila Reynal, tiempo después, ya como director del Fondo, sufriría los embates.
Fragmento del libro 80 años: Las batallas culturales del Fondo, que acaba de publicar en edición electrónica la editorial Nieve de Chamoy.
[1] En su conversación con Cristina Pacheco, al respecto de la Colección del Autodidacta, acota Orfila Reynal: “algo semejante a los Breviarios del FCE, precisamente”. El primer libro que Orfila Reynal preparó fue sobre Ezequiel Martínez Estrada, Panorama universal de las literaturas. En la conversación, el editor argentino subraya que en 1944 Cosío Villegas, Henríquez Ureña y Alfonso Reyes conciben la apertura de la sucursal en Buenos Aires. En Cristina Pacheco, entrevistadora, Testimonios y conversaciones. En el primer Medio Siglo del Fondo de Cultura Económica. México, FCE, 1984, p. 38.
[2] La acepción la acuñó José Vasconcelos. Orfila Reynal recuerda el episodio con motivo de la toma de posesión, en 1922, de Marcelo T. de Alvear como presidente de Argentina, a cuya ceremonia asistió una delegación mexicana, presidida por Vasconcelos e integrada por el dominicano Henríquez Ureña, Julio Torri y Carlos Pellicer. “Vasconcelos era el embajador cultural de México. Yo, por mi parte, y aunque muy joven, recorría la Argentina dando conferencias acerca de este país. Mi entusiasmo, mi progresivo conocimiento de México me acercó a Vasconcelos. Nuestra relación comenzó a estrecharse, de modo que cuando él publicó la edición de los clásicos me envió como unas doscientas colecciones y algunas revistas mexicanas —entre ellas El Maestro— para que yo las distribuyera porque, según Vasconcelos, yo era una especie de cónsul mexicano en Argentina”. En Cristina Pacheco, entrevistadora, Testimonios y conversaciones, p. 37.
[3] En Sonia Henríquez Ureña de Hlito, Pedro Henríquez Ureña: apuntes para una biografía. Siglo XXI Editores, México, 1993, pp. 149 y150. La autora indica que la inauguración fue un año antes, el 2 de enero de 1944, dato que suele encontrarse en otras fuentes.
*Fotografía: Arnaldo Orfila Reynal/ Fotos del libro “Historia en cubierta. El FCE a través de sus portadas”
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