El grado cero de la comunicación
POR ROBERTO FRÍAS
Presumo sin mucho miedo a equivocarme que la novela de Umberto Eco más leída debe seguir siendo El nombre de la rosa. A su valor real como portento de erudición, de humor, de conocimiento de la tradición literaria y de juego intertextual habría que sumarle el elemento misterioso que acompaña siempre a la buena acogida multitudinaria de un libro, su pertinencia histórica, es decir, su aparición en el momento justo en que el público lector se acercaba a la novela postmoderna con el gusto por internarse en una especie de juego de relaciones literarias, que a su vez contara una historia de forma apasionante. En ese sentido, Eco se alejaba de los experimentos del nouveau roman y se acercaba a los precursores de la narrativa postmoderna, como Borges, o a contemporáneos suyos como Doctorow y DeLillo, aunque quizá sea el padre indirecto de monstruosidades de la cursilería como Baricco.
Al tocar una fibra tensa de la sensibilidad de la época, la difusión de El nombre de la rosa se monto bien, muy bien, en el aparato comercial de entonces, alcanzando un pináculo que bien podría quedar marcado por los cincuenta millones de copias vendidas y la traslación de la novela a una película protagonizada por Sean Connery.
En términos de cultura popular y recepción, ninguna de las siguientes novelas de Eco tocaría esas cotas, pero el autor no dejaría de sorprender, al menos a quienes seguimos su rastro con fidelidad. Es curioso que El péndulo de Foucault dejara impávidos a muchos, aún cuando precedió (en intereses, fórmulas, épica y suspense) y sigue sobrepasando en calidad (por exhibir una inteligencia infinitamente superior) a productos comerciales como El código Da Vinci o Indiana Jones y la última cruzada. Veleidades del gusto lector que tienen más que ver con las veleidades del gusto de los editores, quienes quizá vieron en El péndulo de Foucault y su enrevesada trama, que tocaba la muy entretenida conspiración para encontrar el tesoro perdido de los caballeros templarios, un producto quizá demasiado pesado para la publicidad masiva.
Eco no dejaría de trabajar con la intertextualidad, las múltiples tramas y las conspiraciones en otras novelas. Ni de jugar creativamente con los vericuetos de la memoria y la interpretación de la misma. Mucho menos con la historia de occidente. Eso sí, sus obras han perdido en extensión lo que han ganado en concreción, narrativa directa y mantenimiento de la tensión dramática. El curioso caso de su más reciente novela, Número cero, demuestra que tenemos en plena forma a un narrador de 83 años, que sabe dosificar con oficio las características antes mencionadas y sublimarlas en un libro aparentemente breve pero que contiene todo un mundo en su interior.
En Italia, el libro se ha colocado en las primeras puestos de las listas de popularidad. En enero estaba en el segundo puesto, por debajo de Houellebecq y aventajando a Andrea Camilleri. Irónico que el nuevo hit mediático y de ventas de Eco sea un libro que trate, precisamente, de los medios.
En busca del Gladio
Número cero es la historia de un misterioso potentado, el Commendatore Vimercate (posible trasunto de Silvio Berlusconi), que nunca aparece en la novela, quien en 1992 decide crear un periódico que no está destinado a publicarse necesariamente sino, en primer lugar, a chantajear a las altas esferas del poder para hacerse un lugar en ellas. ¿Cómo? Reuniendo información sensible sobre los secretos de importantes personajes y amenazar con publicarla en caso de que sus pretensiones no sean complacidas. El operador de la estrategia para crear el diario Domani, Simei, es un astuto académico y periodista emanado del departamento de traducción de una alta casa de estudios. Simei reúne a su alrededor a un variopinto grupo de redactores, entre los que se cuentan un experto en crucigramas, un soplón de los servicios secretos, una desaprovechada intelectual que viene de escribir chismes del corazón, Maia Fresia, un reportero de nota roja, Romano Braggadocio, y el protagonista, Colonna, el típico cincuentón multioficios (traductor, corrector, redactor, periodista) que el mundo y su falta de ambición han ido dejando de lado.
La planeación de los “número cero”, tan sólo bautizados por el número de su secuencia (1, 2, 3…) habrá de avanzar con la vasta acumulación de datos sobre corrupción, compadrazgo, abusos de autoridad y secretos vergonzantes que los redactores saben encontrar en lo más podrido de la Italia de la época. Pero, como suele decirse en este punto de cualquier reseña, todo se tuerce cuando Braggadocio toca un secreto demasiado sensible.
Se trata de la existencia, en esa época apenas descubierta, de la red Gladio, una serie de células militares de acción independiente, creadas tras la segunda guerra mundial y ligadas a los servicios secretos de diversos países europeos, que tenían por objetivo quedar detrás de las líneas enemigas en caso de una invasión soviética y desplegar más tarde acciones de sabotaje, guerrilla, etc. Estas fuerzas también habrían de ser las responsables de impedir que cualquier partido comunista tomara el poder en Europa, desestabilizando el clima político y social. Se supone que estuvieron relacionadas con un mando directo de la OTAN y con administración de la CIA.
Todo esto es un hecho histórico comprobado, pero a partir de ahí Eco elabora una serie de conexiones que abren la posibilidad de relacionar a la red Gladio con el Vaticano, el asesinato de Aldo Moro y la muerte fingida de Benito Mussolini. Un complot internacional en forma, y creíble.
El manual de comunicación de nuestros tiempos
La frase anterior es de Roberto Saviano, aparece en la contraportada y en un cintillo que envuelve al libro. Y esta es una de las pocas ocasiones en que uno de estos comentarios, que pretenden inspirar confianza en el comprador potencial del libro, no me resultan un fraude cínico (sería el colmo en este caso). El libro está plagado de joyas sobre lo que no deberían hacer los periodistas pero que la gran mayoría comete.
¿Cómo demostrar que nuestras noticias citan sólo hechos pero colar nuestra opinión en ellas?
Se citan opiniones de testigos, hombres de la calle o representantes de la opinión pública, pero “La astucia está en entrecomillar primero una opinión trivial, luego otra opinión, más razonada, que se parece mucho a la opinión del periodista”.
Otra idea, se crea una página con cuatro noticias aparentemente relacionadas que dan por conjunto una quinta noticia invisible, que es, en realidad, la noticia que el diario quiere dar al lector.
¿Cómo refutar un desmentido enviado por un lector sin comprometer la reputación del diario?
Buscar datos relacionados con el remitente y construir con ellos una insinuación que lo descalifique. “La insinuación eficaz es la que refiere hechos que carecen de valor de por sí, y que no se pueden desmentir porque son verdaderos”.
¿Qué hacer ante una tragedia como un asesinato político, un grave accidente, un magnicidio?
“… la solución más prudente suele decantarse por lo sentimental, ir a entrevistar a los parientes […] A la gente se le humedecen los ojos y se quedan todos tan contentos. Hay una buena palabra alemana para eso, Schadenfreude, regodearse con la mala suerte ajena. Este es el sentimiento que un periódico tiene que respetar y alimentar”.
Llamados a la guerra semiótica
Más allá de la trama de conspiración, Número cero es la participación casi ensayística del autor en la gran discusión sobre las relaciones entre el poder y los medios. Cuando la falta de certezas del ciudadano ya ha cubierto casi todo el espectro de las instituciones que deberían defenderlo o en las que podría llegar a confiar, la transformación del poder periodístico en una fábrica de embustes y en un sistema de compra-venta de reputaciones políticas, podría considerarse como el golpe mortal al aparato democrático. Y quizá es menos difícil de lo que parece, nos dice Eco, basta apelar a la falta de memoria y a la inmediatez en la que discurre la vida diaria de casi cualquier ciudadano actual, ahí donde las noticias son actos de ocultamiento de otras noticias, las que de verdad importan para enfocar la realidad.
Pocas novelas políticas o policiacas recientes logran conjuntar con semejante precisión e inteligencia el debate sobre los medios, el thriller y la crítica sobre la responsabilidad adormecida de la sociedad civil como lo hace esta. “La vida es llevadera, basta conformarse”, resume en cierto punto Colonna, lo cual, si el lector tiene sangre en las venas, no puede ser sino una llamada a la indignación y la inconformidad. En una sociedad como la nuestra, el cinismo del poder y la claustrofobia social que propone Eco como una arena cotidiana, no puede sino resultarnos familiar hasta la nausea. Pero sus recursos narrativos son los de la elegancia del intelecto y la veterana exposición novelística, alejado totalmente de lo panfletario, lo altermundista y lo romántico. No podemos sino darle las gracias con pasmo y estupor.
Umberto Eco, Número cero, Traducción de Helena Lozano Miralles, Lumen, 2015, 219 pp.
*FOTO: En Número cero, su novela más reciente, el escritor italiano Umberto Eco hace un ajuste de cuentas con la novela policiaca y ofrece un debate entre el cinismo y la ética
de los medios/EFE
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