El idioma de los amores difíciles
POR ETHEL KRAUZE
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Nunca hubiera pensado que amores tan difíciles llegaran a una reconciliación profunda y verdadera, ni que un libro, cuyo contenido es una historia maravillosa, lo lograra.
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El nuestro, el español, ha sido visto y sentido como un idioma cargado de sangre: batallas, plegarias y lirismo, a lo largo de sus más de ocho siglos. No hay hablante que no tenga en las venas un resquemor, un reconcomio, una memoria ancestral de invasión y de conquista, de expulsión y de sesgo. Y al mismo tiempo, no hay hablante que no atesore su fuerza y su belleza. Así nos han enseñado desde los primeros años de escuela: la Historia es siempre el itinerario del poder y del enemigo a vencer y las obras literarias que lo narran. Sin embargo, también puede ser contemplado como el idioma de la perseverancia, la inclusión y la construcción de una comunidad hospitalaria cada vez más amplia y en constante evolución. Esto es lo que viene a mostrarnos La maravillosa historia del español, de Francisco Moreno Fernández, recién publicado por el Instituto Cervantes y la editorial Planeta.
Uno de los puntos cardinales que se revelan en esta radiante obra, además del cuidado y la documentación, es que se lee como si fuera una novela con “personajes, personas y personillas” que conforman al idioma, es decir, desde los protagonistas, tanto de ficción como de carne y hueso, cuanto a las palabras mismas, que son las terceras señaladas. Pero el auténtico personaje de esta maravillosa historia no es el español, el idioma como un ente, sino sus hablantes.
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Inicia con “la sencilla e inculta gente” en el condado de Castilla, emergiendo entre variedades más poderosas política, cultural y socialmente, hacia los siglos X y XI. Acaso por la complejidad del paisaje lingüístico de la península, en el que convivieron con el latín modalidades romances, árabes y hebreas, el castellano resultó, en la práctica, la moneda de cambio entre la multiplicidad: había recogido léxico y sintaxis de acá y de allá, por lo que era la más entendible por todos.
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Desde el Poema de Fernán González, de autor anónimo, en 1250, hasta 1492, la coexistencia multicultural y multilingüe hizo que Castilla se volviera sinónimo de una nación y de un idioma. Curiosamente, la palabra español no es de origen castellano, sino occitano, y fue introducida por inmigrantes franceses alrededor del siglo XIII.
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De los cuatro estilos propuestos por el griego Demetrio en el siglo I a.C., llano, elevado, elegante y vigoroso, “fue sin duda el estilo llano el que sirvió como guía principal para el despliegue de la lengua española, hablada y escrita”. Los Siglos de Oro en España, primero con la incorporación de estilos italianos y más adelante, del pensamiento francés, se corresponden al florecimiento del español americano en sus múltiples variantes, mestizándose con las lenguas indígenas regionales. El filólogo José Antonio Pascal afirma que el ochenta por ciento del vocabulario del español actual procede del siglo XVIII gracias a estas conjunciones.
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A pesar de alegatos a favor o en contra y de algunos intentos “separatistas”, ha privado la conciliación panhispánica entre los hablantes, y con las aportaciones de la visión americana del español que Andrés Bello pone de relieve, se construye una política de horizontalidad de la lengua española a la hora de la normatividad académica. El precepto es ahora movido hacia la legitimación del uso que el propio hablante imprime en cada región. Esto, no por gracia de unos cuantos, sino por el ineludible reconocimiento de que el hablante es el soberano de su lengua.
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Actualmente, los hablantes conformamos cinco grandes grupos, por número de hablantes: el mexicano-centroamericano, que es la variedad más extendida de la lengua española a comienzos del siglo XXI, con alrededor de 160 millones; le sigue el andino, el caribeño y el austral. Finalmente, el castellano del norte peninsular, que es el de menor número de hablantes. Hoy en día, explica nuestro autor, según opinión consensuada, el grupo mexicano-centroamericano es el mejor español.
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El español es la segunda lengua de comunicación internacional y la tercera más utilizada en redes digitales. Su capacidad para adaptarse y abrirse sin perder raíz, es su boleto al futuro. Son los hablantes mismos quienes reconocen un código supranacional que constituye una unidad lingüística, respetando la obligada, necesaria diversidad de lo local. El español es sus hablantes, tanto los nativos como los amestizados y los adquirientes. Los indígenas mexicanos que hablan español son también sus hablantes, así como los mexicanos mestizos que hablan español y los extranjeros que lo adquieren. Hablamos una misma historia, somos una comunidad de hablantes que han amestizado el latín con los diversos romances peninsulares, con los idiomas europeos vecinos, con las lenguas indígenas americanas y con los neologismos anglófonos y lo que vaya viniendo.
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Más allá de la sangre derramada y las conquistas imperiales, de los decretos y las defensas, de las academias y de las reglas, la lengua es de quien la trabaja, día a día, con su propio entendimiento. Los hablantes del español vemos el mundo no como el peninsular del siglo XII, que de suyo era ya un primer crisol, sino con el sabor de las lenguas nativas que se han incorporado en su tejido léxico y sintáctico, como los ingredientes de un platillo que ahora se fusiona a través de Internet alrededor de orbe.
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Sí, un libro cambia una manera de mirar el mundo.
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*FOTO: Francisco Moreno Fernández: La maravillosa historia del español, Instituto Cervantes-Espasa, 2016, 336 pp/ Especial.
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