El imperio de los sentidos, frente a la censura mexicana

Mar 27 • Conexiones, destacamos, principales • 20598 Views • No hay comentarios en El imperio de los sentidos, frente a la censura mexicana

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Hace 45 años se estrenó esta película japonesa, dirigida por Nagisa Oshima, en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes. Al igual que en otros países, su exhibición en México enfrentó la mordaza de los gobiernos priistas por más de tres décadas

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POR JOSÉ JUAN DE ÁVILA
El martes 20 de marzo de 1984 doña Ofelia M. de Galnares se sentó a la mesa, sacó su vieja máquina de escribir y comenzó teclear la reseña sobre la película que acababa de ver, en color, con casi una década de antigüedad, aunque la copia se conservaba en buen estado.

 

“Sada, una joven bella, con la sumisión y educación propia de la mujer japonesa dedicada a la prostitución, llega a trabajar a la casa de un rico en calidad de sirvienta, pasiva acepta las caricias de una compañera lesbiana; posteriormente, por obtener unas monedas se presta a satisfacer los instintos sexuales de un viejo menesteroso”, escribió Doña Ofelia –seguro era seudónimo–, sobre el filme estrenado ocho años atrás, en 1976, en la Quincena de Realizadores de la vigésimo novena edición del Festival Internacional de Cine de Cannes.

 

Pecaba de minuciosa, no sólo anotó los 100 minutos que duraban los rollos sino que también calculó que tenían una longitud de aproximadamente tres mil 600 metros. Pero se equivocó por tres años en la fecha de edición y anotó: 1979. En mayúsculas sin tildes, como se acostumbraba en esa época, consignó que estaba en japonés y con “títulos explicativos en español-inglés”. Los actores no le decían nada: “Eiko Matsuda, Taysuya Fuji”, escribió.

 

El 76 fue un gran año para el cine mundial. Martin Scorsese, de 34 años, ganó la Palma de Oro con Taxi Driver. En la competencia se impuso a varias películas que casi de inmediato se volvieron clásicas: Brutti, sporchi e cattivi (Feos, sucios y malos), de Ettore Scola; Monsieur Klein, de Joseph Losey; Die Marquise von O (La marquesa de O), de Éric Rohmer; L’ereditá Ferramonti (La herencia), de Mauro Bolognini; Im Lauf der Zeit (En el transcurso del tiempo), de Wim Wenders; Cría cuervos, de Carlos Saura; Le Locataire (El inquilino), de Roman Polanski; Vizi privati, pubbliche virtú (Vicios privados virtudes públicas, de Miklós Jancsó… Incluso Miguel Littin se coló con su drama chileno-mexicano, Actas de Marusia, nominado un año antes al Oscar a Mejor Película Extranjera.

 

Sin embargo, la sensación en Cannes era la película japonesa que reseñaba Ofelia M. de Galnares, cuyo título original en japonés se traducía La corrida del amor (Ai no korida o korida, en transcripción). Aunque hay que aclarar a millenials que se refería irónicamente a una corrida taurina y no a una eyaculación, como en términos vulgares dicen los españoles. Anatole Dauman, el gran productor de cine, le cambió el nombre para “occidentalizarla”.

 

Su director, Nagisa Oshima, de 44 años, en entrevistas se burlaba de interpretaciones psicoanaltícas y aun cristianizadas de reporteros e ironizaba cuando pedían reconocer las influencias en su ya famoso filme de Antonin Artaud, el Marqués de Sade y en particular de George Bataille. “Soy demasiado perezoso para haberlos releído antes de escribir el argumento”, contestaba.

 

Sobre la pasión física, el gozo del placer sexual y la muerte, les explicaba que estableció “un lazo indisoluble. ¿Acaso en el éxtasis del amor no se grita: ‘Me muero…’’?”, les devolvía la pregunta aludiendo a que en francés se dice de cariño petite morte al orgasmo.

 

La historia está basada en un acontecimiento de nota roja que ocurrió en Tokio en 1936. Una joven geisha Sada Abe (Eiko Matsuda) inicia una relación con Kichizo (Tatsuya Fuji), esposo de su matrona. Aislados del mundo, su relación es absoluta y termina en muerte por estrangulamiento. Sada Abe, que según el director es una heroína en Japón, fue hallada tres días después deambulando por la calle con los genitales de su amante en las manos.

 

Ya había sido reseñada desde su estreno en Cannes por grandes plumas. El erotómano André Pieyre de Mandiargues, coleccionista de vibradores, juguetes eróticos y fotos porno como su par Pierre Louÿs, a quien le prologó varios libros, apadrinó el filme en el festival con un texto recogido en la célebre revista sobre cinematografía Positif (181, mayo de 1976), en donde lo juzgó ya obra de arte “como las novelas y ensayos de George Bataille”.

 

También los más reconocidos críticos mexicanos empezaron a escribir sobre ella desde mucho antes de su oscura llegada al país y hasta sus últimas exhibiciones en 2004, entre ellos Fernando de Ita, enviado especial a París por el periódico unomásuno para su reestreno en París en 1980; Tomás Pérez Turrent, Jorge Ayala Blanco, Leonardo García Tsao, Gustavo García…

 

En un telex que Pérez Turrent envío desde esa primavera en el Festival de Cannes y publicado en El Universal el 16 de mayo de 1976, escribía: “Gran expectación, tumultos frente al cine, dos funciones especiales a las 12 y a las 2 de la mañana organizadas a última hora previstas para los próximos días (…) ¿Se justifica la expectación? Yo diría que sí. Es el primer filme erótico en el sentido que se aplica a la gran literatura erótica: Bataille, Mandiargues, incluso (Henry) Miller. No tiene, pues ninguna relación con el cine obsceno, falaz, abierta y al mismo tiempo vergonzosamente pornográfico, hecho de manera hipócrita para jugar con las frustraciones del espectador. A pesar de que visual y auditivamente se ve, se escucha y se describe todo, el filme es de absoluta castidad porque hay siempre un sentimiento erótico desesperadamente puro que no tiene ninguna relación con el cine que excita y frustra al espectador apelando a su sentimiento onanista”.

 

Años después, uno después de que doña Ofelia M. de Galnares escribiera su reseña oficial, Pérez Turrent consignaba el 26 de agosto de 1985 en su columna de El Universal:

 

“En México la película entró en 1978, en pleno margaritazo y, obviamente, su exhibición no fue autorizada. Esto no impidió que, según arraigada costumbre, recorriera durante varios meses (¿años?) las salas de funciones de todo pelo, de oficial mayor para arriba. Ahora se ha autorizado tímidamente en funciones que no son ‘normales’ pero tampoco de medianoche, a las 22 horas (y fines de semana una más a medianoche). Esto y la total discreción de sus medios, digamos, ‘promotores’, han permitido que hasta ahora no haya saltado los providas, episcopados, caballeros priístas de Colón y ligas de las braguetas persignadas”, apuntaba con sarcasmo el crítico, sobre el lapso en que el cine en México era regenteado por Margarita, hermana del presidente José López Portillo (1976-1982).

 

El filme ya había sido prohibido en países europeos y americanos, a pesar reclamos de organismos como la Asociación Nacional de Autores Cinematográficos de Venezuela, que el 12 de junio de 1978 infructuosamente pedía levantar el veto. En Japón, su país de origen y escenario, hasta el 9 de diciembre de 2000 se pudo ver completa la cinta. La Jornada, con despacho de AFP, consignó en su nota: “Vello púbico y órganos sexuales son cubiertos”.

 

“¡No se miden los japoneses…! En materia erótica”, cabeceaba Esto la nota sobre la obra que sedujo a Cannes hace 45 años, de un tal W. Ibargüengoitia, fechada el 23 de junio de 1992.

 

En el país, casi una vez por década ha podido verse Ai no korida o korida. La más reciente fue a finales de 2019, cuando la Cineteca Nacional la programó durante varios meses, después de su exhibición anterior ahí a principios de la década del 2000, y 27 años después de que el Centro Cultural Universitario de la UNAM la desenlatara para su estreno oficial en 1992.

 

En su artículo del 26 de agosto de 1985, Pérez Turrent la defendía: “Lleva más de tres meses exhibiéndose y no ha sucedido nada terrible como podían suponer los pusilánimes. Ni el público ha roto vidrieras (Posiblemente esto hubiera ocurrido si el empresario que la exhibe hubiera utilizado la publicidad más o menos amarillista que ha acostumbrado), ni las mujeres han sido violadas dentro de la sala. Con excepción de algunas risitas al principio, el público se muestra tranquilo y respetuoso. He visto la película varias veces con diferentes públicos, desde el iniciado en Cannes, el heterogéneo (muchos japoneses) de París, pasando por el ruidoso de San Sebastián y el ‘europeo’ de Barcelona. El de aquí, por lo menos en la función que vi, era tan normal como los otros (mucho más escandalizado estaba el de San Sebastián, varias veces se oyó el grito de ‘¡guarros!’) ¿No será que la supuesta inmadurez del público lo es de los censores?”, preguntaba Tomás Pérez Turrent en pleno sexenio de la “renovación moral” del priista Miguel de la Madrid (1982-1988).

 

Para George Sadoul, la película era “una fascinante descripción de ritual de posesión”. Y para su director, Ai no korida o korida era mística: “Lo importante es que Sada y Kichizo encuentran en el sexo un camino hacia la santidad. La muerte no es la culminación de una pasión malsana sino el principio de otra realidad. Digamos que el amor encuentra, en el espacio de la muerte, su realización más completa”, dijo Oshima a reporteros en Cannes.

 

Pero doña Ofelia M. de Galnares, que bien pudo escribir en los ochenta del siglo pasado best sellers ñoños del tipo Fifty Shades of Grey, aunque su estilo suene más bien masculino, tenía otra opinión de la película japonesa e incluso pudo ser más concisa que Pérez Turrent.

 

“Como Sada está dotada de un cuerpo apetitoso, despierta el interés del amo Kishi san, ella corresponde el honor de ser seleccionada con una pasión desbordada; ambos dominados por una constante y febril obsesión de posesión corporal se entregan a un amor desenfrenado y lujurioso”, apuntó en su reporte oficial cuyo original se encuentra en la Cineteca Nacional.

 

“La joven interrumpe la constante entrega sexual, para ir en busca de un viejo profesor con el que hace el amor para tener dinero, aunque tiene orgasmos recordando a Kishi san, que también tiene una relación violenta con otra sirviente”.

 

Y en su breve reporte de apenas dos cuartillas, aunque apenas dura nueve párrafos breves, doña Ofelia M. de Galnares, llega al clímax:

 

“Sada y Kishi san finalmente, descubren un nuevo placer mediante la estrangulación durante el coito, él para demostrar una entrega total de su cuerpo y de su vida deja que llegue hasta el fín y muere estrangulado. Ella en el paroxismo de la locura amorosa le amputa el pene y los testículos”.

 

Y después del clímax, la culpa, la culpa oficial:

 

“OPINION: Historia de amor eminentemente pornográfica, basada en hechos reales ocurridos en Tokio en 1936.

 

“Las situaciones sexuales que plantea el filme son absolutamente patéticas y siniestras, que cáen dentro del campo de la patología psiquíatrica.

 

“En todos los rollos hay escenas febriles y obsesivas de sexo, perversiones y excesos morbosos y repugnantes.

 

“No aporta nada positivo por lo que considero debe prohibirse la exhibición comercial.

 

“Podría ser empleada como material didáctico en medios especializados como lección de neuropsiquiatría sexológica”.

 

Y firma su sentencia:

 

México, D. F. 20 de marzo de 1984. Ofelia M. de Galnares. Informe de Supervisión Cinematográfica C-01565. (Escudo Nacional) Secretaría de Gobernación. Dirección General de Radio, Televisión y Cinematografía. Dirección de Cinematografía.

 

 

FOTO: El imperio de los sentidos fue distribuida en salas mexicanas por Gustavo Alatriste, productor de Luis Buñuel./ Especial

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