Un espejismo sospechosamente simple
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POR VICENTE ALFONSO
Siempre se agradece encontrar libros que ayuden a liberarse de la abrumadora rutina del consumo. Que nos recuerdan que la realidad no se limita a lo visible, lo audible y lo palpable, sino que bajo la superficie hay mucho más. El juramento, la más reciente novela de Ignacio Solares, cumple con esa premisa. Recién publicado por Alfaguara, este libro nos entrega, sublimadas en 23 capítulos breves, varias de las obsesiones literarias del autor: la fe y sus laberintos, la justicia social, las tentaciones del alcohol y del sexo, la eterna lucha contra la culpa, y la existencia de otros mundos dentro de este.
En el nivel de las anécdotas la novela es protagonizada por Luis, joven norteño que está a punto de terminar la prepa. Se acerca el momento de definir su carrera, y le tienta la idea de convertirse en sacerdote. De hecho, sólo un obstáculo le separa de ingresar al noviciado: no termina de creer en el carácter divino de Cristo. Lector del Maestro Eckhart y de Thomas Merton, de Graham Greene y de Georges Bernanos, el muchacho tiene conflictos con la idea de un Dios personal. Así se lo dice a su guía espiritual, el padre Blanco, quien le recomienda viajar a la sierra Tarahumara. Allí, bajo un cielo cuajado de estrellas que parecen al alcance de la mano, Luis siente la cercanía de lo divino. Apenas regresa a la ciudad, las dudas vuelven a acecharlo. Días más tarde acude a un burdel con la intención de renunciar a su castidad, pero la excursión no sale según lo planeado y termina en una borrachera épica. No será ni en la sierra ni en el burdel donde Luis sea cimbrado, sino en un hospital a donde llega abrumado por los dolores de una apendicitis. Porque allí conocerá a Alma, una enfermera unos años mayor que él, quien lo llevará por caminos insospechados.
El juramento tiende puentes con otros libros emblemáticos en la obra de Solares: con Cartas a un joven sin dios (2008), Delirium tremens (1979), con El sitio (1999), pero sobre todo con la novela No hay tal lugar (Alfaguara, 2003). Además de que hay personajes y sitios comunes entre ambas historias, existen nexos profundos entre las dudas de los protagonistas en torno a la naturaleza de Cristo y de la Iglesia. Se trata, sin embargo, de novelas muy distintas, pues el joven Luis y el padre Lucas Caraveo titubean desde orillas opuestas de la vida: mientras No hay tal lugar es una reflexión en torno a la muerte y al papel del dolor en nuestras vidas, El juramento se enfoca en ese momento donde vivir nos exige tomar las primeras decisiones y aumentan nuestras responsabilidades. Ya no hay caminos trazados de antemano. Como bien señala Martín Solares en la cuarta de forros, El juramento es la historia de una iniciación múltiple: un despertar sexual, profesional y de la fe.
Destaca el personaje de Alma, la enfermera (ya desde el nombre se advierte una intención simbólica): a sus veinticuatro años es autosuficiente y parece haber dejado atrás la turbulencia del arribo al mundo adulto. Lectora apasionada de Julio Cortázar, Alma no sólo trabaja, también vive sola, situación que le permite explorar sin culpas los misterios del sexo al tiempo que defiende sus ideas sobre fe y religión. La convivencia con Alma le permite a Luis vivir la paradoja de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola: es preciso retirarse del mundo para entenderlo mejor. De la mano de la enfermera, el joven comprenderá que la realidad que hasta entonces ha habitado es ilusoria. Un espejismo sospechosamente simple. Como consecuencia la realidad estalla, se fragmenta y se vuelve compleja: amor y deseo no son lo mismo, tampoco lo son religión y vida espiritual. Creer en Cristo no por fuerza implica creer en la Iglesia. Todo tiene nuevas aristas, pliegues y matices antes desconocidos.
“Supongo que nuestro intelecto, entre los 20 y los 25 años, encierra ya todas las opiniones que después habremos de tener y de manifestar a lo largo de nuestra vida. Pero a esa edad todavía no sabemos distinguir las opiniones que nos pertenecen en verdad de las ajenas”, escribe Solares en Imagen de Julio Cortázar (FCE, 2008). Al hacerlo parece perfilar al protagonista de esta nueva novela, que pronto aprenderá a cribar todo por el tamiz de la duda. Así, la novela nos hace pensar que hemos vivido instalados en el polo equivocado. Que acaso la mejor forma de vivir la fe –en Cristo, en Buddha, en la izquierda, en tantas cosas– no es abrazar dogmas, sino cuestionarlos. Porque mientras el dogma fosiliza y enfría, la duda acerca e invita a ahondar.
Envidiable el grado de profundidad que el maestro alcanza en una obra de tan pocas páginas. Acaso el secreto es que no pierde el tiempo con ripios ni pirotecnia. Como en el resto de su obra, El juramento apuesta por una prosa diáfana y concisa que expone con claridad los conflictos que desvelan a sus personajes. No se trata pues de una novela inofensiva, de esas que tras la última página depositan al lector de regreso en sus certezas, satisfecho porque ningún cabo ha quedado suelto. Al contrario: es una máquina de dudar que nos deja de pie frente a varios abismos. Muy cerca, al alcance de la mano, brillan las estrellas.
FOTO: Solares, Ignacio; El juramento, Alfaguara, México, 89 pp./ Especial
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