El largo regreso a casa: crónica sobre los damnificados del sismo 2017

Sep 17 • Conexiones, destacamos, principales • 1808 Views • No hay comentarios en El largo regreso a casa: crónica sobre los damnificados del sismo 2017

 

Vecinos de tres alcaldías de la Ciudad de México relatan sus experiencias en la reconstrucción de sus viviendas, en algunos casos satisfactorias, pero en otros con problemas que los han llevado a la movilización social

 

POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ 
“¿Por qué reclaman los problemas que el sismo dejó en sus viviendas? Después nadie se las va a querer comprar”. Esa fue la respuesta que los vecinos de la Colonia del Mar recibieron de César Cravioto, entonces encargado de la Comisión para la Reconstrucción, creada por el gobierno de Claudia Sheinbaum para atender las demandas de los damnificados que dejó el sismo del 19 de septiembre de 2017.

 

Frente a la atención que otras zonas de la Ciudad de México recibieron desde los días posteriores a ese día del sismo, los habitantes de esta colonia apelaron a la organización para que sus demandas fueran escuchadas y atendidas. Menos de 72 horas después del sismo, los habitantes que resultaron con viviendas dañadas se habían agrupado en Damnificados Unidos por Tláhuac, un colectivo que al paso de los meses logró presionar a las autoridades capitalinas para la solución de sus problemas.

 

Las calles de esta colonia sugieren más al paseo por un acuario que al recorrido por un barrio que hace cinco años era una zona de desastre: Sirena, Pez Vela, Caracol, Marlín, Piraña y La Turba, esta última su avenida principal que la recorre de oriente a poniente. Al sur colindan la Universidad Marista y la avenida Canal de Chalco, última frontera que los separa de las chinampas de San Gregorio Atlapulco, en la alcaldía Xochimilco.

 

 

Arturo García, uno de los miembros de Damnificados Unidos por Tláhuac, nació, creció y aún vive con su familia en este barrio. Cuenta que el origen de la colonia del Mar se remonta a hace más de 60 años, cuando los fundadores de esta colonia compraron predios a los ex ejidatarios de San Lorenzo Tezonco. Para él, hay dos zonas de esta colonia que ilustran la magnitud de los daños por el sismo: el primero es una grieta que corre de sur a norte entre las calles Sirena, Ostión y Perca, muy cerca de la avenida Langosta.

 

La segunda zona es el perímetro que forman las calles de Sirena, Piraña y Pingüino. Son alrededor de doce cuadras en las que se concentró la mayor cantidad de predios dañados por manzana. En un perímetro de 143 hectáreas que abarca toda la colonia del Mar, se contabilizaron alrededor de 300 predios con distintos daños, desde moderados hasta aquellos que condenaban a sus propietarios a demoler y volver a construir. Arturo describe su colonia como si en ese momento hubiera sido bombardeada: “Parecía una de esas ciudades del Medio Oriente que quedan en ruinas después de una batalla”.

 

Caminamos por la calle Sirena, en donde nos recibe Rodolfo Hernández, un mototaxista que durante cuatro años vivió fuera de su casa junto con los doce miembros de su familia hasta que en marzo de este año le entregaron su casa reconstruida. Cuenta que a diferencia de su vivienda original, las autoridades encargadas de la reconstrucción proyectaron dos construcciones en su predio. La primera es de una sola planta, mientras que la segunda consiste en una planta baja y un primer piso; a un costado de ambas corre un pasillo. La decisión de establecer este espacio fue de los ingenieros asignados por la comisión, ya que en esa porción de su predio es donde pasa una grieta que comparte con la casa de un vecino. A Rodolfo aún le falta la colocación de su zaguán, además de la barda exterior y la perimetral que separa su predio con la del vecino. Ésta, por lo que explica, tendrá que hacerse sobre la grieta.

 

“Tiene dos meses que nos entregaron la vivienda. En lo que se arregló el asunto de los papeles y el tiempo de espera. La casa quedó muy dañada, se fracturaron los cimientos y columnas. Ya no tenía compostura. La grieta pasa aquí a un lado”.

 

 

Su casa tenía 180 metros cuadrados de construcción; hoy sólo tiene 129 metros cuadrados entre las dos viviendas. Subimos una de las escaleras que conecta al primer piso. Desde ahí se puede observar lo que esta grieta de suelo hizo a una de las bardas perimetrales de su vecino. Entre el primero y segundo castillo de esa barda, contiguos a la puerta que da a la calle, la cadena (o dala de enrase, como se le conoce en el lenguaje de la construcción) se aprecia fracturada y con una inclinación de cerca de un metro, con las varillas expuestas. Dos terceras partes de ese predio están sobre esa grieta, lo que llevó a los ingenieros encargados de la reconstrucción a proyectar la nueva vivienda en la parte posterior, lo más alejada de este punto.

 

Seguimos recorriendo la colonia del Mar, en donde varias de las viviendas, muchas de ellas ya concluidas y entregadas a sus propietarios, lucen mantas en las que se lee “Esta casa se reconstruyó gracias a la lucha y organización de Damnificados Unidos. ¡Hasta que el último regrese a casa!” Estas consignas, que resumen una actitud de resistencia y ejercicio de derechos civiles desde la colectividad, aparecen también en casas de colonias aledañas de Tláhuac y esta zona de Iztapalapa: La Nopalera, La Conchita, Cananea, La Planta, La Turba y Agrícola Metropolitana. Todas ellas se ubican en una zona intermedia entre la Sierra de Santa Catarina al norte —Área Natural Protegida que comparte con Iztapalapa—, y al sur con la región de canales y chinampas de la alcaldía Xochimilco. Los especialistas catalogaron a este tipo de suelo, cómún en otras áreas de la ciudad, como “zona de transición”.

 

Arturo García nos comparte un aspecto que ilustra desde su percepción las condiciones del suelo de esta colonia: “Hace 20 años, uno de los investigadores de la Universidad Marista hizo una medición de los niveles freáticos de la colonia. Registró que en ese entonces necesitabas perforar alrededor de un metro para hallar agua. A la fecha necesitas perforar 14 metros. Ese dato nos muestra las condiciones del suelo en el que vivimos. Esto quiere decir que al momento en que nuestros padres construyeron este suelo no padecía los problemas que tenemos ahora. Un factor decisivo en el impacto que los movimientos sísmicos tienen en nuestras viviendas es la extracción de agua”.

 

Frente a la lectura empírica de Arturo García resulta imprescindible la voz de la doctora Silvia García Benítez, investigadora del Instituto de Ingeniería de la UNAM. Desde 2017 hasta 2019, ella realizó los estudios más exhaustivos para entender las condiciones del suelo donde se asienta la colonia del Mar. El resultado fue el desarrollo de modelos basados en inteligencia artificial en los que interactúan las características del suelo, las particularidades de las construcciones, extracción de agua y la interacción humana con su entorno. Lo primero que hace es aclarar la diferencia de conceptos entre lo geológico —capas de mayor profundidad—y lo geotécnico —capas más superficiales en interacción con la obra e infraestructura civil—.

 

“La colonia del Mar, como toda la franja de la transición abrupta en esta región sureste de la ciudad le impone a la obra civil una condición que había sido poco reconocida. Eso va a coincidir con que es la misma región con grandes masas de población. Entonces, en el cinturón de migración que absorbió Iztapalapa-Tláhuac, la gente comenzó a acomodarse ahí. ¿Y cómo lo hicieron? Las estructuraciones están muy mal diseñadas y concebidas porque fue lo que mejor podían hacer en ese momento”.

 

La doctora, quien ha asesorado a los vecinos y a las administraciones de la alcaldía para entender las situaciones del suelo de esta región, aclara en esta colonia se está gestando un problema geotécnico que debe ser atendido, como ocurre en otros puntos de la ciudad: “¿En qué recae la capacidad de reacción de esta colonia en comparación de otras zonas? En su capacidad de resiliencia. No es lo mismo que este problema lo tengan personas que ganan 200 mil pesos al mes y puede reactivar con más facilidad la reparación de su casa con alguien que no puede recuperarse solo y requerirá de la ayuda gubernamental.”

 

Aunque también aclara: “Soy ingeniera y esta es una respuesta pragmática: no vamos a dejar de bombear y tomar agua. Es un hecho, pero también sería muy importante reconocer hasta qué punto el bombeo de agua nos puede poner en mayor peligro.”

 

La doctora propone aspectos preventivos: mejores cimentaciones, campañas de sensibilización y tener claro el papel del bombeo de agua: “es una amenaza fuerte. Toda la ciudad está sufriendo las consecuencias del bombeo.”

 

En la calle Pez Lima de la colonia del Mar vive Karina Zárate Loeza con su marido y su hija. El sismo de 2017 dejó inhabitable la casa que durante décadas construyó su madre, quien murió antes de ver reconstruida su nueva vivienda. Hasta 2021 vivieron en un departamento por el que tenían que pagar 3 mil pesos de renta con ayuda del Gobierno de la Ciudad de México. Hace un año, la empresa constructora a nombre de Francisco Aguilar Gómez entregó a Karina la primera planta de su nueva casa, que en su plan inicial también proyectaba un primer piso. Para completar la segunda parte de la obra, la Comisión para la Reconstrucción asignó a la empresa SynoHidro, que inició labores hace tres meses.

 

Los problemas empezaron con la temporada de lluvias, pues las nuevas obras provocaron filtraciones en varias de las piezas de la planta baja. Acorralados en la sala, Karina y su familia han tenido que apilar varias de sus pertenencias en ese espacio común, pues dos de las recámaras tienen filtraciones graves que ya afectaron algunos de sus muebles.

 

“La empresa que construyó la primera planta se tardó mucho. El predio se quedó casi dos años sin nada. Demolieron y nos tuvimos que ir. Comenzaron a construir con muchos problemas. Gracias al comité de Damnificados Unidos me han dado respuestas. La empresa no respondía, paraba la obra. Ahora pasamos por una situación muy complicada. Al comenzar la segunda etapa avisamos a la empresa que había filtraciones en la loza. La empresa no ha hecho nada por cambiar esa situación. Tenemos un problema de humedad muy severo. La empresa que construye arriba también es poco eficiente. Avanza en partes, no avanza como debería. Tenemos ya casi cinco años del sismo y muchos de los damnificados aún no tenemos nuestras casas reconstruidas”.

 

La colonia del Mar resume en su historia de los últimos cinco años los factores que han llevado a varios de los vecinos de esta zona, y similares en otros puntos de la ciudad, a luchar por conservar y mantener su patrimonio: las contingencias de la naturaleza; la sevicia de las autoridades gubernamentales y la industria inmobiliaria, además de la precariedad de recursos materiales y de opciones constructivas que tuvieron los pioneros de estas colonias, quienes construyeron un patrimonio con lo mejor que tuvieron en sus manos.

 

Los contrastes de la reconstrucción

 

A menos de un kilómetro al sur de la Colonia del Mar se extiende toda una red de canales y chinampas, en donde se produce una porción considerable de las hortalizas que se consumen en toda la Ciudad de México. Aquí nos recibe Félix Venancio González, promotor cultural del pueblo de San Gregorio Atlapulco, quien también enfrentó daños en su vivienda, ubicada a sólo dos cuadras de la zona chinampera y de canales.

 

“Esta fue la zona con más daños. Después de la calle Miguel Hidalgo hacia la zona alta del pueblo y de Xochimilco, el suelo cambia, es más estable. Ahí hubo menos damnificados”, nos cuenta.
Acompañados por Félix visitamos a Isela Serralde Narciso. Su situación es muy distinta a la de los vecinos de la colonia del Mar. Los peritajes que siguieron al sismo declararon la pérdida total de su casa. Durante dos años, ella, sus dos hijas y su madre recibieron la ayuda de una de sus hermanas, quien les dio refugio hasta que Grupo Carso concluyó la reconstrucción de su nueva casa.
“Para la demolición de la casa tardaron como ocho meses. Una vez que la hicieron, los trabajos de construcción iniciaron poco después. Yo veía muy lejano que nos fueran a construir. Hoy mi casa está en condiciones para vivir. Arriba tengo tres recámaras, abajo es una recámara que ocupa mi mamá, que tiene 93 años. Desde mi punto de vista la construcción está muy bien”.

 

A 16 kilómetros al noroeste de San Gregorio está el Multifamiliar Tlalpan, en la alcaldía Coyoacán, a escasos 500 metros de la estación del Metro Taxqueña. Ese martes 19 de septiembre de 2017 colapsó el edificio 1C. Ahí murieron nueve personas, entre vecinos y una persona que hacía reparaciones en los tinacos. En los días posteriores, los equipos de rescate lograron rescatar de entre los escombros a dieciocho personas con vida.

 

Una de las personas damnificadas fue Francia Gutiérrez Hermosillo, una de las coordinadoras del colectivo Damnificados Unidos Multifamiliar Tlalpan. Construida en 1957, esta unidad habitacional agrupa diez edificios en los que viven alrededor de mil 500 personas. La historia reciente de esta unidad habitacional resume el valor de la organización popular para la solución de problemas comunes. Francia relata que los primeros campamentos en donde se alojaron se instalaron en las canchas de la unidad, en uno de los parques cercanos y en un centro de desarrollo comunitario de la zona.

 

 

“Los primeros días nos reuníamos en la iglesia de la localidad. Hasta ahí, personal de Protección Civil nos llevaba una carretilla con escombros. De ahí sacábamos objeto por objeto, muchas veces ya inútiles, pero esto era una especie de reconocimiento del cuerpo-edificio. Poco a poco nos fuimos formando en el tema de los derechos. Si bien algunos teníamos un camino vinculado a otro tipo de derechos, no teníamos idea del derecho a la vivienda. Lo que sí sabíamos era que ya habíamos pagado estos departamentos y que nos parecía que a la hora de una emergencia, el estado, el gobierno, tenía que responder. Así nos empezamos a acercar con el resto de vecinos de la unidad. Estábamos en un momento de duelo, pero también de incertidumbre que nos llevó después a acercarnos a grupos de damnificados de otras zonas de la ciudad; primero en lo más cercano de Coyoacán (Girasoles, Paseos de Tasqueña). Fuimos caminando más y nos encontramos con otros grupos que pasaban por lo mismo con nosotros en Tláhuac, Cuauhtémoc, Benito Juárez, Venustiano Carranza. En noviembre de 2017 creamos el colectivo Damnificados Unidos de la Ciudad de México.”

 

Los principios de este colectivo urbano eran pocos pero claros: que la reconstrucción se hiciera con recursos públicos; que fuera una meta alcanzable para los damnificados; que se realizara sin “redensificación”, un modelo promovido por el entonces secretario de Desarrollo Social del gobierno capitalino de Miguel Ángel Mancera, José Ramón Amieva, y que consiste en la construcción de nuevos multifamiliares en los mismos predios con departamentos adicionales.

 

Los criterios divergentes entre damnificados y las autoridades capitalinas se hicieron evidentes en el tema de la Ley para la reconstrucción integral de la Ciudad de México. En opinión de Francia Gutiérrez el decreto que se publicó en días posteriores era suficiente y atendía las necesidades de los damnificados, mientras que la aprobación de esta ley, al pasar por la entonces Asamblea Legislativa de la ciudad, corría el riesgo de viciarse con intereses partidistas.

 

La suspicacia que estos colectivos de damnificados han manifestado no es gratuita. Entre la sevicia inmobiliaria y el rédito partidista al que quedan expuestas las personas ante la pérdida de su vivienda, organizaciones como Damnificados Unidos de la Ciudad de México hacen patente que el ejercicio de los derechos civiles de organización y escrutinio público de los recursos, son un camino plausible de resistencia colectiva ante las grietas de la desigualdad.

 

FOTO: En esta imagen, puede apreciarse la trabe a desnivel dentro de una casa-habitación/ Berenice Fregoso/ EL UNIVERSAL

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