El legado de Charles Simic
El poeta de origen serbio reflejó en su obra la experiencia de haber nacido en un país arrasado por la guerra, y la influencia del surrealismo
POR DANIEL GIGENA
GDA/LA NACIÓN
E l poeta que quiso convertir “lo divino en cosa humana”, Charles Simic, murió el 9 de enero, a los 84 años, en la ciudad estadounidense de Dover. El nombre del reconocido escritor, traductor y ensayista serbio-estadounidense —uno de los poetas en lengua inglesa más destacados— era Dušan. En su página de Facebook, el profesor ruso Mikhail Iossel escribió: “Descanse en paz, el brillante e inmensamente sabio Charles Simic. Fue mi mentor y, me atrevo a decir, mi amigo, atento y amable con un inmigrante que intentaba comenzar a escribir en inglés. Él fue la razón por la que me postulé al programa de posgrado de escritura creativa en la Universidad de New Hampshire, después de haber traducido su poesía al ruso en Leningrado. Nunca olvidaré nuestras largas conversaciones en su oficina”.
Simic también fue un emigrado en las tierras de su amada Emily Dickinson. Había nacido el 9 de mayo de 1938 en Belgrado, Serbia, entonces parte de Yugoslavia. Su experiencia en un país arrasado por la guerra (primero ocupado por los nazis, luego por los estalinistas) moldeó su visión del mundo. “Ser uno de los millones de personas desplazadas me afectó —dijo—. Además de mi propia pequeña historia de mala suerte, escuché muchas otras. Todavía estoy asombrado de toda la vileza y estupidez que presencié en mi vida”.
“El acento de Simic es único dentro de la poesía norteamericana contemporánea —afirmó el Nobel de Literatura 1995 Seamus Heaney—. Es un escritor enérgico, con una inventiva se diría que natural. Sus imágenes tienen un don asombroso para abrir un camino interior hacia una conciencia mítica latente, y a la vez otro exterior hacia el mundo”. En 1990, Simic ganó el Premio Pulitzer de poesía por El mundo no se acaba y fue el decimoquinto poeta laureado por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.
En Una mosca en la sopa, su libro de memorias, narra la odisea familiar para huir del país natal y su llegada a París en 1953. “No ser nadie me parecía muchísimo más interesante que ser alguien —escribió—. Las calles estaban atestadas de ‘álguienes’ con aire de seguridad. La mitad del tiempo los envidaba; pero la otra mitad me daban pena. Sabía algo que ellos desconocían, tenía una certeza que sólo se alcanza cuando la historia te da una patada en el culo: que en cualquier esquema ambicioso los individuos son superfluos e insignificantes. Que las personas que no son conscientes de que les puede suceder lo mismo que a nosotros en cualquier momento pueden llegar a ser despiadadas”.
Arribó con su madre y sus hermanos a Estados Unidos en agosto de 1954, cuando tenía 16 años. Su padre estaba allí desde 1944. “Mi padre era un optimista —contó—. Creía a pies juntillas en el sueño americano. Y estaba esperando a que se cumpliera. Se había gastado todo el dinero que había ganado y había acumulado un montón de deudas. A mis padres no se les daba bien planificar el futuro”. Creció en Chicago y se graduó en la Universidad de Nueva York, pero su mejor aprendizaje, declaró, lo hizo vagando por las calles. Fue profesor emérito de literatura estadounidense y escritura creativa en la Universidad de New Hampshire, donde daba clases desde 1973. Uno de sus primeros encuentros con la poesía lo tuvo gracias a una antología de poetas latinoamericanos, de Pablo Neruda a Jorge Luis Borges y de César Vallejo a Vicente Huidobro (de quien el 10 de enero se cumplieron 130 años de su nacimiento).
En Argentina, la obra de Simic es muy apreciada por escritores y lectores. La escritora María Negroni, que tradujo dos de sus libros (Totemismo y otros poemas y Hotel Insomnio), le dedica en Pequeño mundo ilustrado el segmento “Cabaret Simic”, donde ofrece una lectura personal de la obra del escritor: “Su flirteo con el surrealismo es innegable —sobre todo, en la perspicacia para percibir los vínculos entre crueldad, infancia y sexo— pero nada hay que lo afilie a los severos manifiestos de Breton. Mucho más cerca de Tristan Tzara, de Alfred Jarry o de Apollinaire, esta poesía inaugura su propio Cabaret Voltaire al otro lado del océano”.
“De los enormes aportes de Charles Simic a la poesía de las últimas décadas, rescato especialmente dos, que me son muy queridos. Uno es su cultivo del poema en prosa en libros como El mundo no se acaba, publicado en traducción de Jordi Doce —dice la escritora y editora Mercedes Roffé a LA NACION—. El otro, muy cercano, es su disponibilidad para transmitirnos, a través de sus ‘cuadernos’ como de sus notas sobre poesía, o de las extensísimas entrevistas que concedió a lo largo de toda su trayectoria, tanto sus experiencias vitales como sus meditaciones sobre la práctica literaria. A través de esos géneros en prosa, a veces híbridos, Simic ha hecho accesibles aspectos claves tanto de su vivencia de poeta europeo radicado en Estados Unidos como de su poética, memorias y reflexiones que arrojan una luz imprescindible sobre toda su obra”. Como prueba de esto se puede leer la entrevista que Simic concedió a The Paris Review.
“La obra de Simic es extraordinaria y muy conmovedora —sostiene el escritor y profesor Juan Fernando García—. Su poesía, sus cuadernos de notas, la prosa memorialista, todo conforma una mirada única, singular, encantadora. Sobre todo, lejos de la solemnidad. Me fascina la forma en que imbrica, con versos transparentes, sin efectismos, la historia personal, el trabajo de orfebrería con la lengua poética, lo cotidiano en sus expresiones más domésticas, donde se cruzan el simbolismo y ecos del surrealismo. Todo está allí con particular belleza. Leí que en esas largas noches de insomnio corregía hasta lo insólito, con el afán de que todos entendieran sus poemas. En sus memorias, la historia familiar, que es de alguna manera la historia del siglo XX, está contada con humor e ironía, sin golpes bajos. Y eso revela, al igual que su poesía, un profundo humanismo. Lo mismo para las notas sobre literatura, refinadas y divertidas, donde apunta a la teoría literaria, los críticos, los mismos poetas. Y en esos despliegues, sus lecturas, sus gustos y rechazos”.
Además de los mencionados, se pueden citar otros libros del autor, como Garabateando en la oscuridad y La vida de las imágenes. Prosa selecta, El lunático y el hermoso Acércate y escucha. “La historia es un libro de recetas —escribió Simic—. Los tiranos son los chefs. Los filósofos redactan las cartas. Los curas hacen de camareros. Los gorilas son gente del ejército. Los cantos que oyes son los poetas lavando los platos en la cocina”.
En 2011, recibió la Medalla Frost, otorgada anualmente por “logro de toda una vida dedicada a la poesía”. “Creo que me enterrarán con un libro en la mano —bromeó en una entrevista—. Puede que el más apropiado sea El libro tibetano de los muertos, pero preferiría cualquier manual de sexualidad o los poemas de Emily Dickinson”. Con Simic, los protocolos de la eternidad son más dúctiles.
Un poema de Charles Simic
Los placeres de la lectura
En su lecho de muerte mi padre está leyendo
las memorias de Casanova.
Yo miro la noche caer,
al otro lado de la calle unas ventanas se iluminan.
En una de ellas una joven está leyendo
cerca del cristal.
No ha levantado la mirada en mucho tiempo,
incluso con la llegada de la oscuridad.
***
Mientras aún quede un poco de luz,
quiero que levante su cabeza,
para poder ver su rostro
que ya he estado imaginando,
pero su libro debe estar lleno de suspenso.
Y además, tal es la quietud,
que cada vez que pasa una página,
puedo escuchar a mi padre pasarla también,
como si ambos leyeran el mismo libro.
Traducción de Jordi Doce
FOTO: En 2007, Simic se convirtió en poeta laureado por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos/ EFE/ EFE/ Rafa Alcaide