El lugar en el que la vida toca la muerte
POR JANA BERIS
JERUSALÉN. A sus casi 60 años, David Grossman vive con la compleja combinación de quien
ha sentido el terrible dolor de perder un hijo —“soy hoy una persona mucho más triste que
antes”— y quien siente la enorme fortuna espiritual que le da su condición de escritor, por cierto
uno de los más destacados de Israel y de los más famosos en el exterior.
Autor de numerosos libros traducidos a más de 30 idiomas, Grossman también es conocido
como un luchador por la paz con los palestinos y crítico de su gobierno. Viaja ahora a la FIL
emocionado pues se trata de su primera visita a México. Y para la feria, se publica en español El
abrazo (Jibuk en hebreo; Editorial Sexto Piso), un original cuento infantil que debe hacer pensar
también a los adultos.
—Viajará a la FIL por primera vez. ¿Cómo se siente?
—Estoy lleno de expectativas. Sé que lo disfrutaré. Nunca he estado en México. En los últimos
años he visitado bastante Sudamérica y América Central pero nunca México. Siento curiosidad.
Me sé privilegiado por haber sido invitado gracias a mis libros.
—Y no lo ve como algo natural…
—No. Siempre me sorprende que libros escritos en una habitación bastante pequeña en una
localidad cercana a Jerusalén, donde nosotros vivimos ahora, sean traducidos y hagan todo el
viaje hasta México y gente allí pueda leerlos. Es una sensación de milagro.
—Además, presentará la traducción al español de su más reciente libro infantil…
—Así es. Creo que todos mis libros están en español, o casi todos. La excepción, creo, son
los infantiles. Ahora se publica uno que en realidad no es sólo para niños. Lo hice con Michal
Rovner, una artista israelí muy reconocida en el exterior. Es sobre un niño de unos cuatro años
que pasea con su madre por el campo, al atardecer, junto a su perra Maravilla, y la madre lo
abraza y le dice que él es tan especial y dulce, que no hay otro como él en todo el mundo. Siguen
caminando y de repente él se detiene y pregunta: “¿En serio no hay nadie más como yo en todo
el mundo?” Ella le dice: “Eres único, especial”. El niño pregunta: “¿Y tampoco hay nadie más
como tú?” Ella responde que no. Entonces él dice: “Pero yo no quiero que haya sólo uno como
yo en el mundo… porque entonces estoy solo”. La madre le dice “pero yo estoy contigo” y él
responde “pero tú no eres yo”. Y lentamente va captando la soledad existencial… La madre
le agrega: “Es cierto que no hay nadie igual a ti en el mundo ni nadie igual a mí, pero si yo te
abrazo, estamos juntos”. Ella lo abraza bien fuerte, y él se dice a sí mismo, como si estuviera
jurando algo: “No estoy solo, no estoy solo”… El libro fue traducido a unos diez idiomas y ahora
se publica en español de cara a la FIL.
—¿Viaja a México quizás con una sensación de responsabilidad por ser uno de los representantes
de la cultura israelí con sus libros?
—Mire, yo a duras penas me represento a mi mismo, así que no puedo representar a nadie más.
Hay un gran grupo de escritores, poetas y artistas de Israel. Es una fuente de orgullo para mí
ver que de un país tan pequeño emergieron tantos artistas. Cuando el pueblo mexicano venga a
vernos, verá la diversidad y comprenderá la complejidad de nuestra existencia aquí en Medio
Oriente, donde hemos tenido que sobrevivir a tantas guerras, violencia, terrorismo, luchando
por nuestra existencia, aun con todas las fallas y los aspectos en los que yo personalmente tengo
un sentido crítico frente a Israel, pero al mismo tiempo podrá comprender la grandeza de esta
creación, la creación de Israel. Me da mucha curiosidad ver el encuentro entre estas dos grandes
culturas.
—No puedo dejar de preguntar si cree que allí, en esa diversidad, radica el secreto de la literatura
israelí….
—Probablemente haya varios secretos. Hay algo en la vida en Israel que es muy intenso. Sé que
la gente que llega por primera vez a Israel queda estupefacta al sentir la vibración de aquí. Este
país es enormemente energético y por lo tanto es tan placentero documentarlo desde el punto de
vista del escritor: sus diversos matices, sus contradicciones internas son un gran drama. ¿Qué
más puede pedir un escritor?
—Además, tratándose de su casa…
—Claro. Fuera de Israel no respiro igual. Una vez un periodista, durante la segunda Intifada, me
preguntó por qué no me voy, y yo respondí que nadie abandona a un pariente enfermo. Ahora,
dije, Israel está sufriendo una enfermedad.. Pero aun así es el lugar más significativo en el cual
puede vivir un judío. Es un lugar en el que se habla hebreo, y eso me basta.
—¿Hay remedio para la enfermedad?
—En este momento el paciente no está tan dispuesto a hacerse la operación, hasta diría que se
enamoró de su enfermedad… Una situación en la que un país ocupa a otro pueblo no es normal.
Pero se acostumbran y hasta desarrollan ideologías que explican por qué es bueno estar en
una situación así y que no tenemos más remedio que vivir así… ¿Si hay remedio? Sí, yo creo
desde hace mucho que lo hay. Y apenas nos curemos de ello, muchas otras enfermedades de la
sociedad israelí comenzarán a sanar.
—¿Depende solamente de Israel?
—No. Claro que no… Los países árabes jamás han aceptado a Israel, su derecho a existir, el
hecho de que vive aquí. Una y otra vez han tomado la iniciativa de lanzarse a la guerra contra
Israel. Los árabes y musulmanes con los que yo hablo no entienden para nada la importancia
de Israel para nosotros. Creen que estamos aquí como brazo del imperialismo norteamericano.
Se niegan a reconocer que ésta realmente es nuestra patria. En el transcurso de los años los
palestinos han cometido grandes errores. Desde este punto de vista, son un socio maravilloso de
los errores y crímenes de Israel. Eso es indudable. Pero lo que a mí me interesa es cómo salgo
de esta situación. Y no saldremos si las partes compiten por ver quién es más desgraciado o
criminal.
—¿Concibe una paz plena?
—Si me pregunta si creo que se llegará a una paz completa, como la que hay hoy entre Alemania
y Francia, o las buenas relaciones que hay dentro del Benelux, diría que no. Será una paz difícil
de preservar, una paz que exigirá mucha sabiduría y valentía de los gobernantes.
—Usted no es un pacifista en el sentido ideológico y filosófico de la palabra, ¿verdad?
—No. Yo estuve en el ejército, hice servicio militar durante cuatro años, estuve en dos guerras;
mis hijos sirvieron en el ejército y, como usted sabe, uno de ellos murió en combate. Mi
hija menor acaba de terminar su servicio militar. El ejército israelí no es sólo un ejército de
ocupación, sino que tiene como misión defender a Israel. Sin ejército Israel no podrá existir acá.
Eso lo oigo permanentemente de mis propios amigos palestinos.
—Su hijo Uri murió a los 20 años en combate, en la segunda guerra en Líbano, pocos días antes
del alto el fuego. Como padre, entiendo que al principio sintió que se terminaba la vida, pero
luego comprendió que no era sí. ¿Cómo lo cambió la muerte de Uri?
—Hoy soy una persona mucho más triste que antes. A veces me preguntan si eso cambió mis
ideas y yo digo que no: cambió mis sentimientos, no mis pensamientos. Lo que me ayudó a
volver a la vida fueron, por cierto, la familia y las amistades. También la escritura.
—A la que volvió gradualmente, ¿verdad? Y con un libro tan duro como La vida entera, que
había empezado a escribir ya antes de la tragedia…
—Es cierto. Es duro, pero, por otro lado, pienso todo el tiempo si es que se puede usar la palabra
“suerte” en un contexto tan terrible: qué suerte que escribí ese libro y pude volver a vivir mi
duelo gracias a un libro.
—El libro es sobre una mujer, Ora, cuyo hijo es reclutado. Cuando tiene la sensación certera de
que él morirá en combate, ella se va de casa para huir de la posible noticia, sintiendo que si no
le pueden avisar que él cayó, será como si no muriera realmente. ¿La tragedia de la muerte de su
hijo cambió el comportamiento de Ora en el libro?
—El libro es sobre el temor a algo que sucederá, no sobre algo que ya ocurrió, por lo cual yo
intenté mantenerme muy fiel a la historia original, también después de lo sucedido con la muerte
de mi hijo. Claro que esto hizo que la historia fuera más extremista. Como escritor todo se dio
en mí como dentro de una caja de resonancia mucho más extrema, pero de la historia misma no
cambié casi nada. Luego escribí Más allá del tiempo, sobre lo que ocurre después de la tragedia,
sobre cómo es vivir con esa muerte. Ese sí ya es un intento de llegar lo más lejos posible a tocar
el lugar en el que la vida toca la muerte.
—Usted no es un hombre de ego, pero dedica la vida a algo que le apasiona, la escritura. Es
reconocido por ello y su opinión es solicitada en el mundo entero. Debe ser algo que acaricia el
corazón, ¿verdad?
—Sí, acaricia el corazón. Realmente me siento afortunado. Ante todo tuve la suerte de nacer en
Israel después que 80 generaciones de judíos no pudieron hacerlo, así que nací en un lugar en el
que se habla hebreo y en el que puedo expresar lo que ocurre en mi sociedad. Y es cierto que mis
libros son aceptados, y también gente que repudia mis ideas políticas los lee. Es casi un milagro.
Además, es una gran cosa sentir que las cosas son relevantes para tanta gente en diversas partes
del mundo. Hay una historia que siempre cuento. Cuando terminé de escribir El libro de la
gramática interna, como es en cierto modo sobre una familia como la nuestra, una pequeña
familia de Jerusalén antes de la Guerra de los Seis Días, sentí que sería justo que mis padres
lo leyeran antes de publicarlo. Mi papá siempre lee todo lo que escribo. Y me dijo: “es un libro
muy lindo, ¿pero crees que alguien podrá entenderlo, fuera de nuestra familia?” Yo sentí, ante
todo, que era una especie de reconocimiento que me daba, como escritor, al dar a entender que
había logrado escribir algo tan auténtico sobre una familia. No hace falta más de eso. Y el libro
fue traducido a más de 30 idiomas. Cada vez que sale una nueva traducción, voy y le digo a mi
padre: “¿Ves, papá? Entendieron”. Me escriben de Noruega, Japón, China, y me dicen: “Usted
ha escrito la historia de mi familia”. Me hace mucho bien, ya que da la sensación de que uno no
está solo, esto aunque yo soy una persona a la que le gusta mucho estar solo. Gran parte de mi
vida estoy solo en una pieza, ocho horas al día, escribiendo…
—Usted ha dicho en distintas oportunidades que hay libros que lo han cambiado, por tanto que
influyeron en usted. Estimo que le debe dar satisfacción saber que sus libros influyen en otros.
—Hace no mucho se me acercó una mujer en Jerusalén. Me contó que su hermano había
caído en la droga y que la familia eran sólo ese hermano, sus padres y ella. El padre prohibió
que hubiera contacto alguno con ese hijo y durante algunos años ella y su madre obedecieron.
Hasta que leyeron mi libro Alguien con quien correr, sobre el mundo de los jóvenes drogados.
Y fueron a buscarlo y lograron sacarlo de la droga. El hecho de que él haya visto que ellos se
esforzaban por él le ayudó a empezar a salir… Me siento muy afortunado. ¿Qué más puede pedir
una persona, que tocar el corazón de la gente en diferentes partes del mundo?
—Y todo esto mientras escribe inclusive para satisfacer una necesidad casi física que usted tiene
de escribir..
—Es cierto. Es una pasión sumamente fuerte. Me levanto de mañana como hambriento de
sentarme a escribir. ¡Y además me pagan por hacerlo!
—¿Y puede explicar cómo va construyendo sus libros?
—Cada uno, se puede decir, es una cosa diferente. Cada uno, como cada niño, tiene sus propias
leyes. Uno puede empezar por un personaje, otro por una situación humana o una idea. Escribo
una historia muchas veces hasta que la entiendo.
—Y tiene su habitación repleta de apuntes…
—Así es. Es un desorden impresionante, y realmente no se puede estar allí… Escribo y escribo y
a medida que escribo voy comprendiendo de qué es la historia.
*Fotografía: David Grossman, uno de los escritores más destacados de Israel y de los más famosos en el exterior/ JANA BERIS
« La vida es trabajo y la escritura es libertad “Yo escribo sobre puentes que caen” »