El manual para la nueva era de Francis Bacon

Mar 26 • Reflexiones • 1767 Views • No hay comentarios en El manual para la nueva era de Francis Bacon

 

El Nuevo órganon pretendía dar las herramientas necesarias para el dominio de la naturaleza, pues según el filósofo inglés, la ciencia era mera técnica

 

POR RAÚL ROJAS
Las dos décadas iniciales del siglo XVII marcan un período de reforma radical de la ciencia europea. Entre 1609 y 1619, Kepler publicará sus famosas tres leyes del movimiento planetario, logrando así que el sistema heliocéntrico pueda desplazar a las construcciones geocéntricas de Ptolomeo. Además, Kepler logra eliminar los epiciclos a los que todavía había tenido que recurrir Copérnico. Pocos años más tarde, William Harvey describirá el sistema circulatorio, basado en experimentos fisiológicos. Galileo publicará en 1610 sus observaciones astronómicas con el recién creado telescopio. Es decir, es ésta una época de auge de la investigación experimental, cuyos resultados van a superar y sepultar buena parte del conocimiento de los clásicos. Si el Renacimiento aspiraba a recuperar el saber de la antigüedad, el nuevo siglo apunta ya hacia nuevos descubrimientos y las revoluciones políticas y económicas que están en puerta.

 

Es en medio de esa efervescencia científica que el filósofo y político inglés Francis Bacon (1561-1626) va a publicar, en 1620, su libro el Nuevo órganon, que representa sólo un fragmento de una obra mayor que bosquejó, pero nunca concluyó: La gran renovación. Con el proyecto inacabado, Bacon quería refundar nada menos que todas las ciencias en contraposición directa con Aristóteles y los filósofos escolásticos medievales. El nombre del libro que aquí comentamos se refiere al Órganon de Aristóteles, compendio de los seis libros de lógica del estagirita que habían guiado (Bacon diría: maniatado) la reflexión filosófica en el pasado. Es decir, el Nuevo órganon es el “manual” del método que Bacon piensa debe ser aplicado en la investigación científica de la nueva era. Ya Kepler, Harvey, Galileo y muchos otros están produciendo impactantes resultados científicos mientras que Bacon busca describir en qué consiste el método para obtenerlos. El efecto final es ambiguo. Los dos libros del Nuevo órganon nunca llegaron a ser redactados en su forma final y Bacon se contentó con formular una extensa serie de aforismos que explican lo esencial de sus ideas, pero sin darles un carácter definitivo. Aun así, es por esta obra que algunos llaman a Bacon el “padre” del método científico. Me parece un tanto exagerado: Bacon nunca fue un investigador de laboratorio y buena parte de lo que describe en 1620 ya lo estaban haciendo astrónomos, físicos y naturalistas de la época. Pero, en efecto, Bacon actúa como pionero al formular una guía del método de investigación adecuado a los nuevos tiempos.

 

El primero de los dos libros del Nuevo órganon contiene una extensa diatriba contra los filósofos escolásticos y su forma de proceder al tratar de explicar la naturaleza. Según Bacon, hay dos estrategias para estudiarla: anticipándola o bien interpretándola. En el método anticipativo, se parte de grandes principios y se procede de arriba hacia abajo. Por ejemplo, Aristóteles propuso órbitas circulares para los planetas propulsadas por una esfera, por ser la esfera el cuerpo de simetría perfecta. Para después adecuar este gran principio a las observaciones, Ptolomeo se vio en la necesidad de agregarle esferas adicionales al sistema solar, como si fueran los engranes de una maquinaria celeste. Según Bacon, el método de interpretación procede, por el contrario, de abajo hacia arriba, recolectando datos y observaciones que permiten ir formulando nuevos conceptos y explicaciones, para poder así aprehender a la naturaleza en un proceso de ascenso de la empiria a la teoría. Ésta última surge de un proceso inductivo, en interacción constante con las observaciones.

 

Sin embargo, Bacon advierte que crear nuevas explicaciones implica estar conscientes de una serie de sesgos o ilusiones cognitivas que llama los “ídolos” mentales. Habría cuatro tales ídolos cognitivos. Los primeros serían los “ídolos de la tribu”, que tienen su origen en las limitaciones de la percepción humana. Bacon escribe: “La afirmación de que los sentidos humanos son la medida de las cosas es falsa (…) el entendimiento humano es como un espejo irregular que recibe luz, pero mezcla su propia naturaleza con la de las cosas, distorsionándolas”. No en balde el autor aboga en muchos de sus aforismos por la utilización de instrumentos de laboratorio que complementen el instrumento (Órganon) y método cognitivo.

 

Bacon continúa con los “ídolos de la cueva”, es decir, “las ilusiones del hombre individual”, quien “posee una especie de caverna propia que fragmenta y distorsiona la luz”. Dichas ilusiones reflejarían las preconcepciones y prejuicios que cada persona ha acumulado a lo largo de su vida, por lo que ha leído o por sus creencias. Pero además hay ilusiones sociales, los “ídolos del mercado”, que aparecen por nuestro contacto con la comunidad. Incluso el lenguaje ha sido formado a través de un proceso colectivo y los vocablos distorsionan contenidos: “Las palabras violentan al entendimiento y lo confunden”. Finalmente existirían los “ídolos del teatro”, que serían consecuencia de los “dogmas filosóficos” originados en “mundos ficticios” que han creado teóricos fallidos.

 

Además de esas cuatro ilusiones genéricas, el investigador de la naturaleza tiene que evitar ser presa de lo que hoy llamaríamos “el sesgo de la confirmación”, que consiste en ver sin ver. “Cuando el entendimiento se ha asentado en algo”, dice Bacon, se coleccionan datos que soportan la nueva creencia y se ignoran contraejemplos o datos que no confirman la hipótesis. Por eso todavía existe la astrología: si bien puede fallar continuamente, eso no ofusca a los que la veneran. Además, hay que considerar que el entendimiento humano está sujeto “a la voluntad y las emociones”, por lo que “los hombres prefieren creer lo que quieren que sea cierto”.

 

Ciertamente, la de Bacon es una lista certera de algunas de las ilusiones cognitivas presentes en los humanos y se cuenta entre los pasajes más citados de su obra. Los que han estudiado este problema, como Daniel Kahneman en Pensar rápido, pensar despacio, han encontrado incluso muchos más ejemplos de sesgos cognitivos que contaminan la toma de decisiones. Kepler, por ejemplo, fue víctima de quimeras similares ya que comenzó investigando las órbitas planetarias tratando de hacerlas encajar en un modelo geométrico del universo basado en la existencia de sólo cinco cuerpos platónicos. Fue hasta que el astrónomo alemán abandonó ese prejuicio y, otro más, el de las órbitas circulares, que comenzó a tratar de ajustar los datos de la órbita de Marte a un óvalo, aproximado por una elipse. Pudo entonces enunciar sus famosas tres leyes, culminando así la revolución copernicana.

 

Aforismo tras aforismo llenan las páginas del primer libro del Nuevo órganon, todos dedicados a “abatir” a los ídolos cognitivos, hasta que Bacon, finalmente, nos explica cómo se debe hacer ciencia. No como los “empiristas”, dice, “que, como las hormigas, solo acumulan y usan”. Tampoco como los racionalistas, “que tejen telarañas extraídas de sí mismos”. Para Bacon, el investigador debe ser como la abeja, “que toma material de las flores del jardín y los campos, pero tiene la habilidad de digerirlo y transformarlo”. Así debe ser la filosofía, que “modifica y adapta con el intelecto”. Por eso Bacon propone el método que después fue llamado inductivo (o baconiano): hay que coleccionar multitud de datos experimentales y hay que organizarlos en tablas. Ya la forma en que se sistematizan esos datos representa un paso hacia la conceptualización. Pero no se debe saltar de inmediato a “los axiomas más generales”. El ascenso debe ser paulatino, como “en una escalera con escalones regulares, sin interrupciones o huecos, pasando de los axiomas particulares a los axiomas intermedios, uno sobre el otro, y llegando, sólo al final, a los axiomas más generales”. Para que todo resulte bien, el entendimiento humano no debe ser provisto “de alas, sino de plomo y pesas, para que reconsidere cada salto y cada vuelo”.

 

En el segundo libro del Nuevo órganon Bacon proporciona un ejemplo concreto de su método. Se propone investigar la naturaleza del calor, un fenómeno que hasta entonces había ocupado a las mejores mentes, sin que se contara con una verdadera explicación. Los atomistas griegos, por ejemplo, creían que existían átomos de fuego. Para Aristóteles, el fuego era uno de los cuatro elementos que constituyen al universo. Todavía un siglo después de Bacon se propondrá la teoría del “calórico”, una substancia que al fluir de un objeto al otro elevaría su temperatura. En realidad, el calor como fenómeno no podrá ser conceptualizado sino hasta mucho después de la obra de Bacon.

 

Pero lo que propone el filósofo, para aplicar su método, es confeccionar tres tablas: una en la que el concepto a estudiar está presente en diversas manifestaciones, y otra en la que el concepto está ausente. La primera es la tabla de “existencia y presencia”, la segunda la tabla de “divergencia” o bien “ausencia”. Para el ejemplo del calor, la tabla de existencia debería consignar que el calor se manifiesta en los rayos del sol, en las flamas, en los rayos, en el agua hirviente, etc. En la tabla de ausencias se pueden examinar fenómenos parecidos a los de la otra tabla, pero donde el calor está ausente, por ejemplo, en los rayos de la luna. La tercera tabla incluiría los casos en los que el fenómeno está presente parcialmente, esa sería la tabla de “grados” o “de comparación”. Al tacto, por ejemplo, algunos metales se sienten fríos, lo que no es el caso de la madera. Los fertilizantes (el abono) tienen una “tendencia” a calentarse. Y los animales mismos se distinguen por el calor interior que generan, dice Bacon.

 

Una vez teniendo estas tablas, pueden ser “presentadas al intelecto” para proceder a la inducción: “tenemos que descubrir qué factor aparece constantemente, y cuándo no es así, en cada caso considerado, cuánto aumenta o disminuye con él y qué límites tiene”. Primero hay que excluir todas las “naturalezas” que no están presentes en los ejemplos incluidos en la tabla de existencia. Después del proceso de exclusión, lo que queda es una “forma afirmativa, sólida, verdadera y bien definida”. En el caso del calor, Bacon comienza a eliminar explicaciones una por una: no puede ser un fenómeno celeste porque el fuego en una cueva subterránea calienta. No puede ser una sustancia porque los metales se calientan y enfrían sin perder peso. No puede ser luminosidad porque el agua caliente no brilla. Hay que rechazar que el calor sea algo preexistente, porque al frotarnos las manos podemos generar calor. Y así sucesivamente, hasta que obtenemos la “primera cosecha”, que en este caso consiste en identificar al calor con el movimiento, porque en todos los ejemplos analizados es el único factor que está siempre presente y que no pudimos eliminar durante la inducción. Sucesivas “cosechas” seguirán confrontando al fenómeno bajo investigación con más y más ejemplos concretos, hasta poder llegar a elucidarlo.

 

Habría que decir que Bacon tuvo suerte con el análisis del calor. A pesar de que la argumentación es muy superficial, comparando con la termodinámica moderna, Bacon concluye, desde la “primera cosecha”, que el calor es movimiento, porque es lo que todos los casos positivos examinados tienen en común. Para la física moderna el calor es simplemente la expresión de la energía cinética de los átomos en un material. No es exactamente lo que concluye Bacon, quien además al seguir aplicando su método, llega a la conclusión de que hay que añadirle un calificativo al movimiento, el de ser “expansivo”. Bacon casi llega a una explicación para después alejarse de ella.

 

Ya el último cuarto del Nuevo órganon es menos inteligible. Bacon comienza a enlistar todos los casos especiales que hay que tomar en cuenta durante el proceso de inducción y habla de 27 “instancias privilegiadas”, la última de las cuales sería la “magia”. Esta cubre “instancias en las que la causa eficiente es pequeña en comparación con el efecto producido”. O sea, serían los milagros. Respecto a la clasificación del movimiento, Bacon afirma que la materia sería la cuarta forma del movimiento. En pocas palabras: este colofón del Nuevo órganon ha sido tan poco leído, porque no tiene sentido, o por lo menos, es muy difícil encuadrarlo con todo el resto del método científico. A veces Bacon acierta, por ejemplo, al hablar de “instancias cruciales”, las que serían experimentos clave que permiten escoger entre teorías alternativas. La verdad de las cosas, sin embargo, es que toda esta parte del libro ha tendido a ser ignorada.

 

Se le echa en cara a Francis Bacon nunca haber hecho un descubrimiento científico de importancia. En realidad, su oficio era la política y llegó a ser el Lord Canciller de Inglaterra. Dedicó el Nuevo órganon a su protector, el Rey James, porque esas eran las esferas en las que se movía. A largo plazo la obra tuvo mucho éxito, no así Bacon como político. Cayó en desgracia en 1621 y fue acusado de 23 casos de corrupción. Eso no impidió que la posteridad, en las palabras de Voltaire, lo considerara “padre de la filosofía experimental”. Sus ideas sobre la importancia de la inducción y del conocimiento basado en la experiencia serán desarrolladas por los empiristas ingleses, los que continuarán la cruzada de Bacon contra el idealismo filosófico, pero explorando nuevos caminos.

 

FOTO: Francis Bacon tuvo también interés en la historia, la política y la filosofía natural/ National Portrait Gallery

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