El misterio de la “lentejuela naca”

Sep 3 • destacamos, principales, Reflexiones • 17988 Views • No hay comentarios en El misterio de la “lentejuela naca”

POR LEONARDO TARIFEÑO

@leotarif

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El revuelo desatado por el periodista Nicolás Alvarado con su polémica columna “No me gusta ‘Juanga’ (lo que le viene guango)”, publicada apenas dos días después de la muerte del Divo de Juárez, no se detiene.

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Primero se convirtió en un huracán de repudio viral, memes e indignación generalizada en las redes sociales. Luego se transformó en la bola de nieve que impulsaría la renuncia del propio Alvarado a la dirección de TV UNAM. Y, como huella de su paso arrasador, en el camino dejó una durísima serie de recomendaciones del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), cuyo texto le pide al ya ex funcionario público una disculpa “por el agravio que pudo haber ocasionado con sus manifestaciones” y lo invita a asistir a “un curso de sensibilización sobre el derecho de las personas a la no discriminación”. Hoy la controversia ha estallado en distintas direcciones, y mientras unos se preguntan si la renuncia fue un acierto o una exageración, otros intentan dilucidar si la función de la CONAPRED consiste en defender la dignidad de las minorías o en erigirse en una policía del pensamiento. La sintaxis de los versos de Juanga, la odiosa comparación entre los méritos de Alvarado y el ídolo acusado de “naco”, los límites de la libertad de expresión y hasta la presunta incoherencia social que condena a un funcionario menor y exonera a los anfitriones de Donald Trump han sido algunos de los temas discutidos por estos días con distintos grados de virulencia, abyección o lucidez. De lo único que no se ha hablado es de la insensibilidad que el “caso Alvarado” revela en la apreciación intelectual de la cultura popular, expresada sobre todo en la oportunidad y las maneras con las que el columnista se apuró a opinar acerca del fenómeno de masas que surca la trayectoria musical del fallecido Juan Gabriel.

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Aún cuando está claro que el tono de su columna no representa ni de lejos las opiniones de gran parte de la intelligentsia mexicana, llama la atención que las críticas al clasismo de Alvarado o la justa defensa a su derecho de expresarse no contemplaran que, antes que nada y por una cuestión de mínimo respeto a la memoria del fallecido y al dolor de millones de personas, el martes posterior al domingo de la muerte no era el momento más apropiado para exponer ante la sociedad lo que el periodista define como su “rechazo” al trabajo de Juan Gabriel. Resulta obvio recordar que todos tenemos el derecho inalienable de decir lo que queremos cuando se nos dé la gana; simplemente se sobreentiende que el tiempo del duelo no es el del juicio de valor. Si el por entonces funcionario creyó que 48 horas después de ocurrida la muerte que tomó por sorpresa a todo México era oportuno reiterar su desencuentro con la música (y las ropas) de Juanga, significa que la consideración por el sentimiento ajeno no era una de sus mayores prioridades. O mejor dicho: que su prioridad era dar a conocer su opinión, a sabiendas –como él mismo subraya en su columna– de que era, por lo menos, anticlimática. Con los hechos consumados, hoy quizás convenga pensar con una comparación las razones de la inclinación intelectual a valorar más las ideas propias que el dolor de millones de personas que en ese mismo instante lloran a su ídolo. Muy pocos días antes del notición que llegó de Santa Mónica, un penoso accidente automovilístico arrebató de forma violenta y prematura la vida del escritor Ignacio Padilla, figura relevante del Crack y persona muy querida entre sus pares. Desde entonces y hasta hoy, los comentarios públicos alrededor de Padilla van de los lamentos a las condolencias, muchas de ellas incluso por parte de personas que ni conocieron ni leyeron al autor de Amphitryon. ¿Por qué, entonces, en un caso se respeta el dolor y se suspende el juicio sobre su trabajo, y en el otro alguien se permite tratar de “naco”, “elemental” e “iletrado” a un creador que quedará para siempre en la historia nacional? Tal vez no sea desmedido pensar que ese inoportuno desprecio intelectual se instaló en la esfera pública porque el insultado pertenece a un mundo extraño e incomprensible para cierta mirada que se dice “culta”: el del éxito, la admiración y la incondicionalidad del amor popular.

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¿Y por qué cuesta tanto decodificar lo popular? Entre otras cosas, porque desafía los cánones de coherencia y refinamiento que sostienen a la “alta cultura”. La intelligentsia valora la sensibilidad progresista; Juanga, en cambio, mantenía irritantes vínculos con el PRI. Con todo derecho, a Alvarado le molestan las lentejuelas “nacas”; lo que parece ignorar es que una de las claves de la cultura popular es su desprejuicio con respecto a la vulgaridad. En su columna, cabe suponer que Alvarado es sincero cuando afirma que no entiende ni aprecia eso que a otros les fascina. Su franqueza se agradece, también en su fracaso por tratar de explicarse el enigma de la celebridad popular. Acude a especialistas que con milimétrico rigor y sensatez le recuerdan los logros musicales de Juan Gabriel, como sus “arreglos tipo era de Acuario y riffs de guitarra funk”, que son tan ciertos como irrelevantes para el culto que ha generado entre millones de mexicanos de distintas generaciones. Como escribió Carlos Monsiváis en el programa de mano de los legendarios conciertos de noviembre de 1990 en Bellas Artes, el secreto en la leyenda de Juanga no reside en su música. Habita, quizás, en su relación con el dolor, la llave de su conexión con su público, “el más pluriclasista y multigeneracional que un artista popular ha conocido en México desde las épocas de Pedro Infante”. No cabe duda que comprender y valorar a una audiencia tan diversa, que trasciende ideologías y estratos sociales, es un reto que no todo intelectual sabe cómo enfrentar. Lo espinoso del asunto es que no se trata de un segmento cultural cualquiera, sino del corazón de esa misma sociedad con la que se supone que la comunidad intelectual trata de dialogar. Lo de Alvarado y Juanga quizás sea un episodio más, y no el último, del desencuentro entre dos mundos. Del encuentro entre ambos tal vez dependa buena parte de la construcción de un país mejor.

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FOTO:  “Comprender y valorar a una audiencia tan diversa, que trasciende ideologías y estratos sociales, es un reto que no todo intelectual sabe cómo enfrentar”. En la imagen, Juan Gabriel durante un concierto en el Palacio de Bellas Artes en 1997. / Especial

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