El mito científico de Freud
POR NÉSTOR A. BRAUNSTEIN
Cuatro grandes obras vieron la luz en 1913, en el mismo año en que se incubaba el huevo
de la serpiente de la Primera Guerra Mundial. Cuatro bulldozers que desbrozaron el camino
para nuevas sensibilidades y nuevas maneras de vivir y pensar el mundo. Primero: la
célebre rueda de bicicleta de Marcel Duchamp, una base o pedestal de madera sobre la
que se instala un banco de cocina en cuyo centro está clavada una horquilla de rueda de
bicicleta, rueda inmóvil pero que podría girar como un dispositivo óptico; es una obra
inclasificable en cuanto al género pues los subvierte todos, mezclando y confundiendo
lo artístico con lo utilitario. Segundo: Por el camino de Swann, primer volumen de A la
búsqueda del tiempo perdido de Marcel Proust, una obra que se cuela por los entresijos del
alma y de las pasiones humanas mostrando el esplendor y al mismo tiempo la decadencia
de la cultura europea; es el matrimonio poligámico de la literatura, la historia, la filosofía,
la sociología y el psicoanálisis mediante una prosa que trastrueca sin retorno el arte de
escribir. Tercero: La consagración de la primavera, una música bárbara, insólita, insolente,
que parece, tan solo parece, reventar los conceptos tradicionales de armonía y belleza al
evocar los excesos orgiásticos de un mundo pagano y sin ley que nunca existió pero que
resultaba irritante para los refinados modales de esa alta sociedad que Proust describió y
a la que Ígor Stravinsky provoca con una audacia obvia, más estrepitosa que en verdad
innovadora. Finalmente, un ensayo, un mito histórico, sobre los orígenes, esos que para
Engels fueron los de la familia, la propiedad privada y el estado y para Freud son los de la
cultura, la religión, la ley y la organización social en torno a divinidades —tótems— a y
prohibiciones —tabúes.
Para Sigmund Freud, Tótem y tabú era la más audaz de sus obras. Su aventura intelectual
es la empresa riesgosa de aplicar eso que se descubre en el diván, en lo que dice el
sujeto neurótico de nuestro tiempo, a la comprensión de la inmensa parábola trazada por
la humanidad a lo largo de su historia, desde la horda primitiva de la sociedad de los
simios hasta la vida política y cultural en la sociedad contemporánea. En su trayecto, el
psicoanalista toma en cuenta el saber de los antropólogos de comienzos del siglo XX y lo
cuestiona de manera retroactiva, a partir del discurso de los sujetos “civilizados”, es decir,
neuróticos, reprimidos en la satisfacción de sus pulsiones, sometidos al sufrimiento de los
síntomas que surgen por la imposibilidad de realizar los deseos originados en sus propios
cuerpos. ¿Qué encuentra Freud en sus pacientes? La obediencia a oscuras prohibiciones
por la anticipación de la culpabilidad que engendraría la trasgresión; el castigo que llega
antes de cometer el pecado o el crimen y en lugar de ellos. La ley, la prohibición, es la
que impide tan siquiera imaginar o pensar la realización del deseo. El descubrimiento de
Freud se adelanta a la antropología: la ley fundamental de la cultura es la de prohibición del
incesto, en particular, del incesto de la madre con el hijo. ¿Quién se interpone entre ellos?
El padre.
La humanidad se caracteriza por ser la única especie viviente que establece una relación
causal entre el coito y el nacimiento de los hijos después de un período variable, alrededor
de nueve meses (diez lunas) en nuestro caso. Además, en todas las tribus y culturas se
reconoce ese papel fecundante del padre y se sabe calcular con precisión el tiempo que
transcurre entre el coito fecundante y el nacimiento. El padre, en consecuencia, es él
mismo una consecuencia, una consecuencia del lenguaje hablado, del establecimiento de la
relación de causalidad entre el encuentro sexual y el nacimiento infantil y del cálculo que
liga el tiempo de los procesos humanos con los sucesos en el cielo, con las lunas y los soles
y las estaciones del año.
El padre-tótem es el responsable de la culpabilidad del hijo por sus deseos incestuosos;
de ese modo, es quien decreta la imposibilidad de la realización de tales deseos. En él se
personaliza el tabú fundamental del incesto. Para justificar esta ley universal de la especie,
constante a lo largo de la historia y a lo ancho de la geografía, Freud inventa un mito, “un
mito científico”, que es avalado por el estudio de las sociedades de primates: hay un macho
alfa que puede gozar de todas las mujeres del grupo y que impide a sus descendientes
varones el comercio sexual con ellas. El relato que Freud construye es el de la sublevación
de los hijos, incitados quizás por la madre misma, que se organizan, matan al padre y lo
incorporan a su propio ser por devoración en una fiesta, en un banquete que celebra su
hazaña, la del parricidio. Ahora bien, ¿cómo evitar que ese drama con su cruento final se
repita? Haciendo que el padre, desde el interior de los hijos en donde han terminado su
carne y sus huesos, se exteriorice; toma entonces la forma de un animal sagrado o de un
templo en donde se le venera; es él quien sostiene la unidad del grupo. Para Freud este
“mito” es el origen de la ley, de la religión, de la ordenación familiar y cultural, en última
instancia, de la vida política centrada en instituciones que preservan la autoridad totémica
independientemente y por encima de la vida de los gobernantes y gobernados. Lacan dirá,
comparándolo con el mito bíblico de la famosa manzana y el pecado original que funda
una culpa universal por la trasgresión de Eva y Adán, que el freudiano de Tótem y tabú es
“menos cretinizante”. El padre primitivo no ha sido desobedecido en su mandamiento; él
ha sido asesinado por sus hijos y para ese crimen no hay redención posible ni en este ni en
ningún otro mundo. La experiencia humana transcurre así bajo el signo de la culpabilidad:
crimen y castigo tomados de la mano por los hermanos parricidas. Dostoievsky puro. Pocos
años después Freud dará un nombre a ese padre interiorizado que vigila y castiga, que
regula con severidad la conducta y la conciencia de sus descendientes; lo llamará superyó.
Su exteriorización política es el Führer al que sus seguidores ofrecen una “servidumbre
voluntaria” (La Boétie).
La obediencia y la idealización del líder van acompañados de su sombra: la envidia y el
odio, derivados de la insatisfacción, mezclados confusamente con el amor a la figura que
se presenta como un protector imprescindible; es decir, la ambivalencia que se manifiesta
en la figura de los enemigos, de los jefes y de los muertos. Ambivalencia de ese neurótico
ejemplar que es el obsesivo pasivo y dependiente; en él, el odio asesino acompaña a la
obediencia silenciosa y complaciente. Anticipamos aquí el narcisismo, ese amor a sí mismo
que Freud teoriza en un artículo publicado en 1914 y cuyo centenario merece también la
conmemoración. Tales son los avances heroicos del psicoanálisis para la comprensión de la
subjetividad humana que hoy se pretende negar en nombre de una sospechosa “objetividad”
deshumanizada.
La consagración de la primavera es la música que corresponde al mito de la muerte del
padre, como dijo García Bonilla en la reciente presentación del libro en cuya coordinación
participé: Freud. A cien años de Tótem y tabú; la manifestación sonora y disonante de
“una orgía anárquica de fiesta y levantamiento de la prohibición”. La rueda de bicicleta
es la anarquía y la rebelión contra el padre ordenador y autoritario llevada a su expresión
cimera: no a la utilidad, no a la belleza convencional, no a la lógica y a la coherencia en
un mundo re-presentado por el arte, no a los dictados del dogma; un montón de noes que
afirman el designio prometeico de inventar contrariando la voluntad de los dioses y la Ley
representada por esa otra encarnación del padre a la que Freud también dedicó el mito de un
parricidio fundante, el de Moisés. Prometeo, el titán, el ladrón del fuego, contra Moisés, el
redactor de prohibiciones. Más sutil aun es el parricidio y el gesto revolucionario de Marcel
Proust en su Búsqueda del tiempo perdido. Me animo a comparar su reseña del mundo
social con la fragilidad de toda certidumbre a partir de la física relativista de Einstein y
las tesis de la indecidibilidad asociadas con los nombres de Gödel y de Heisenberg en las
matemáticas y en la física. La presencia del observador altera y organiza el mundo que se
observa. La psicología de Proust confluye con la de Freud y se reúne con el gesto anárquico
de Duchamp al defender la necesaria presencia perturbadora del arte, del mito y de la
literatura en el mundo actual, el del lenguaje binario de unos y ceros y de las técnicas que
someten al hombre a la condición de pieza calculable dentro del mundo social.
1913, con estas cuatro obras emblemáticas, fue un año prebélico, un año en el que se
manifestó la exigencia de un mundo alternativo al que preparan en nuestros días las fuerzas
del espionaje electrónico de la humanidad entera, las fuerzas anónimas de mercados sin
rostro que esconden la figura siniestra e irrepresentable del Big Brother, ese heredero
impensado que cierra la parábola intuida por Freud con su mito del padre primitivo y de
la necesidad que hubo de asesinarlo para que pudiera iniciarse una vida verdaderamente
humana en la que pudiesen confluir el goce y el deseo.
Freud. A cien años de Tótem y tabú (1913-2013), coordinado por Néstor A. Braunstein,
Betty B. Fuks y Carina Basualdo apareció este año en lenguas portuguesa, francesa y
española. El libro reúne materiales inéditos del propio Freud, su correspondencia durante
la redacción del Tótem y tabú y once ensayos escritos por psicoanalistas, sociólogos,
antropólogos, filósofos y teóricos de la política y la literatura. La edición en español
corrió a cargo de Siglo XXI.
*Fotografía: Primera edición de “Tótem y tabú”, de Freud, en alemán/Especial
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