El Mozart de Brasil
LUIS PÉREZ SANTOJA
La originalidad de la música popular brasileña y su difusión internacional son tan fuertes que la llamada música “clásica” pareciera existir sólo para los músicos y melómanos especializados.
La música brasileña debe su inigualable riqueza rítmica y percusiva a la influencia de las tradiciones africanas de los millones de esclavos llegados a Brasil a mediados del siglo XVI. A diferencia de países como México, la música indígena o autóctona de ese país permanece relativamente ignorada, aun para los brasileños.
Si acaso, se conocen ciertas formas como la catira, mientras otras permanecen ocultas en la insondable selva brasileña. Otras formas de la música popular proceden de la influencia portuguesa con sus cadenciosas y nostálgicas melodías; a ella deben su origen la saudade (un sentimiento, más que una forma musical) y la delicada modinha.
Afortunadamente, como en el caso del Caribe, la influencia africana encontró su expresión rítmica y musical: sin ella, no tendría Brasil la insustituible samba, el choro, el maxixe, la batuque, el lundu, el candombé, entre la rica variedad que la cultura brasileña expresa en canciones y danzas, en rituales religiosos y en los deslumbrantes, inimitables y ¡seductores! carnavales.
Cuando se habla de la música “clásica” brasileña, el primer nombre que surge (en realidad, el único) es el de Heitor Villa-Lobos por su trascendencia para poner el nombre de Brasil en el mapa musical del mundo y por crear en los compositores de su país una conciencia musical nacionalista. Villa-Lobos no fue ajeno a la influencia de la música vanguardista de su tiempo, pero prefirió reafirmar su personalidad usando los ritmos nacionales; su nombre se volvió sinónimo de lo brasileño en música.
Sin embargo, la música brasileña no es sólo Villa-Lobos: Álvarez Pinto, Castro Lobo, José Mauricio Nunes García (tres de los más importantes exponentes de la música colonial); Carlos Gomes (inaugurador del romanticismo brasileño); Alexandre Levy y Radamés Gnattali; Alberto Nepomuceno (inagotable creador de canciones y otros géneros); Henrique Oswald (impulsor de la música de cámara, poco o nada nacionalista); Ernesto Nazareth (el “Chopin brasileño”, re-creador del tango brasileño y de la música de salón con ritmos populares); Francisco Mignone (tan prolífico y ecléctico como Villa-Lobos, primero posromántico y después gran nacionalista); Oscar Lorenzo Fernandez (uno de los más talentosos, cercano a Mignone, muerto prematuramente); Cesar Guerra-Peixe y Claudio Santoro (adoptaron el atonalismo y otras formas vanguardistas; el primero también hizo valiosos estudios de la música popular; de Santoro, recientemente escuchamos su Quinta Sinfonía con la OFCM dirigida por el brasileño Luiz Fernando Malheiro); Marlos Nobre (uno de los más notables vanguardistas de Brasil).
Pero “el otro”compositor importante de Brasil es Mozart Camargo Guarnieri (1907-1993), notable, precisamente, por el uso natural pero sofisticado, no tan notoria pero siempre presente, de la música popular brasileña.
Hace pocas semanas tuvimos la sorpresa de escuchar con la OFCM la Obertura Festiva de Guarnieri, en lo que pudo ser su primera obra escuchada en México que no fuera la Dansa Brasileira, única obra suya muy conocida fuera de Brasil, gracias a la extrovertida versión de Leonard Bernstein en su disco latinoamericano.
Hijo de músicos que lo encaminaron a la música desde su niñez pero que le cargaron el pretencioso apellido de Mozart (sus hermanos fueron bautizados Verdi, Belline y Rossine), pronto Guarnieri decidió abandonar su estorboso nombre y si acaso mantuvo la M.
Aunque se movía en el ámbito de São Paulo y Río de Janeiro, pronto se fue a Francia, donde estudió con Charles Koechlin, heredero de los impresionistas, ideal para sus intereses musicales. Guarnieri fue “brasileiro”desde sus inicios y sus temporadas de formación dejaron en él pocas influencias, tanto la de París, donde escuchó tocar al propio Bartók y presenció estrenos fundacionales, como la larga estancia en Estados Unidos, donde se relacionó con Copland y Bernstein.
Guarnieri posee una musicalidad que no se parece a la de nadie; su estilo podría definirse como neoclásico excepto cuando se alimenta del folclor y aun entonces es menos pintoresco, menos “turístico” que el de otros. Fue menos innovador que sus contemporáneos y, de hecho, fue Guarnieri quien “prendió la mecha” de la polémica en contra o a favor del uso de la música atonal, que, sin embargo, utilizó en su Sexta Sinfonía. Se le reconoce como el primero que encontró la“solución” para el “allegro a la brasileña”, es decir, que las piezas rápidas, aun con temas típicos, tuvieran un desarrollo natural sin ser una acumulación de danzas y canciones.
Algunos musicólogos consideran que Guarnieri llegó a ser más congruente y perfecto que Villa-Lobos en los géneros formales (sinfonías, conciertos, sonatas), pero, sin duda, nunca fue tan brillante ni inspirado como lo hizo el gigante brasileño en sus obras personales (bachianas, choros). Algo de ello podemos analizar con la colección integral de las ¡siete! sinfonías de Guarnieri, grabada para el sello BIS por la Sinfónica de São Paulo y el director brasileño John Neschling.También en México podemos encontrar referencias discográficas de Guarnieri, como el Choros para violonchelo y orquesta con Carlos Prieto y la Orquesta de las Américas dirigida por Carlos Miguel Prieto o su Lundu, con el pianista Arturo Nieto-Dorantes.
Con Camargo Guarnieri podemos constatar que la esencia de la belleza musical de su país no está en la obra de alguno de sus creadores en particular, sino en el aire que compartían, en la calidez de ese pueblo, en la sonrisa enjundiosa tan latina como europea; en fin, en tantas cosas que hacen entrañable a la cultura brasileña.
Las sinfonías de Camargo Guarnieri
Las siete sinfonías de Guarnieri fueron compuestas entre 1944 y 1985 y en ellas podemos encontrar algunos de los elementos más representativos del compositor y de su evolución. En todos los casos menos uno, las sinfonías presentan una estructura característica de dos movimientos enérgicos y rápidos, llenos de vitalidad musical, enmarcando un movimiento central más extenso que los otros y de carácter reposado y melancólico. (La Séptima Sinfonía sólo tiene dos movimientos y su contenido es condensado e introspectivo).
La Primera Sinfonía deja escuchar algunos sonidos y armonías con un “toque Copland” que delata su amistad con el famoso compositor. Para la Segunda todo ello ha desaparecido y, a partir de entonces, todas serán muy personales y “brasileñas”en ese modo propio de Guanieri de usar la música de su país. Esta segunda obra del género lleva el subtítulo Uirapurú, como el poema sinfónico y la pieza coral del mismo nombre, ambos de Villa-Lobos (a quien está dedicada la obra). En la Tercera destaca su estructura en la que la lenta introducción de la sinfonía se convierte en la coda.
La Cuarta es conocida como Brasilia y está dedicada a Leonard Bernstein. La Quinta Sinfonía sorprende por ser repentinamente una obra coral, al menos en su movimiento final, en el que introduce una sección coral central que después se retoma en la sección conclusiva: el texto, el poema Rio teimoso (Río caprichoso)de su hermana Rossine, es un homenaje a la tierra brasileña. La sexta sinfonía es abiertamente atonal, con una estructura novedosa y una temática musical densa y rigurosa.
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