El mundo que nos prestaron
Emigrado del Líbano en los 20, el poeta José S. Helú tendió un puente cultural que sobrepasa generaciones
POR ALBERTO VITAL
¿Intergeneracional es una palabra clave? ¿No será intergeneracional uno de esos términos genéricos que andamos buscando para entender mejor lo que hacemos y lo que nos pasa?
Veamos. La educación es esencialmente intergeneracional. El ejercicio del poder es intra- y sobre todo es inter-generacional. La familia es paradigma del movimiento y el tránsito entre personas de distintas edades.
Después de escuchar la conmovedora crónica de Norma Meraz ante el auditorio de Joaquín López Dóriga sobre las horas posteriores al cobardísimo asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta, recuerdo palabras del primero de los muchos candidatos (y más doloroso: candidatas) mártires del México actual: “El mundo no nos ha sido heredado por nuestros padres, sino prestado por nuestros hijos.”
Estamos ante una reflexión intergeneracional que estremece un apacible lugar común y lanza reflectores hacia la siguiente generación, con un alto compromiso para quienes ahora, por edad, detentamos un altísimo número de responsabilidades.
La memoria nos ayuda a ir de una época a otra, de una generación a otra. Hay géneros típicos de la memoria, como la biografía.
Estoy impresionado: estoy leyendo. Leo La dulce tinta de Al-Jawater / Las Ideas. La familia Helú Atta, libaneses de México, de la doctora María Isabel Grañén Porrúa.
Se trata de la biografía de José S. Helú (1870-1935), esposo de Wadiha Atta Moutrán (1883-1941). Ambos crearon una estirpe que, al reunirse hace algunos años, contaba ya seis generaciones y más de 360 integrantes.
Entre los muchos aciertos que voy viendo en el volumen, resalto la alternancia de voces entre la biógrafa y el biografiado: escuchamos dos timbres en contrapunto y leemos cómo el biografiado atraviesa el tiempo, desafía el silencio de la muerte y se refiere a su futura biógrafa, esposa de un nieto de él y madre de bisnietos: la biografía es un género historiográfico y puede ser tan literario como lo deseemos, conservando el rigor de la búsqueda de fuentes fidedignas y ganando frescura en la prosa y riqueza en la poesía.
Poesía, sí: José S. Helú fue poeta y periodista. Llamémoslo pontífice: tendió puentes de su Líbano natal a su México elegido, trazó puntos del árabe al francés y al español, buscó espacios de comunicación y comprensión ante eventos cotidianos en épocas tan difíciles como la Revolución Mexicana y la Primera Guerra Mundial. Y, sobre todo, al construir un linaje, pasó la estafeta de una generación a las siguientes.
No nació en un país, sino en una combinación de imperio (el otomano), de elevación (Monte Líbano) y de ciudad (Baabda; Wadiha era “sol radiante de Zahlé”). El país, Líbano, a la vez milenario y nuevo, renació formalmente en 1943, cuando José ya no andaba por aquí.
Algunas apuraciones tuvo cuando en plena Revolución y en plena Guerra Mundial no sabía a qué legación o embajada acudir cuando los sacudimientos de la guerra civil mexicana se concretaban en saqueos a los comercios de él y sus paisanos.
La integración, que comienza con el idioma y la geografía, se complementó en su caso con un proceso de trabajo innovador y de una paciencia que no era sumisa, sino tan expresiva como lo muestran los recortes periodísticos que nos va mostrando la doctora Grañén Porrúa.
Allí se ven las inquietudes geoestratégicas de don José. Baste un ejemplo de las reflexiones sobre el porvenir del Líbano en un momento tan difícil como 1917, cuando México trataba de pacificarse en torno a una Constitución social y el mundo se preguntaba quién ganaría la Gran Guerra:
¿Acaso no veía [su contrincante en una polémica] que los asuntos externos y administrativos de Líbano, desde los judiciales hasta los políticos, estarían siendo asignados a los hijos del Estado ocupante y que nuestros hijos se volverían esclavos de ellos? (p. 113)
También hacen grata la lectura la abundante presencia de imágenes y el ir y venir de prosa y verso: estoy acordándome de Las mil y una noches en la traducción y edición de Rafael Cansinos Assens.
Es como si viviéramos en un planeta que solamente supiera hablar alternando la prosa y el verso, la imagen gráfica y la imagen verbal. Es como si cada persona inspirara al menos un poema y así alcanzara la síntesis de su vida y su forma de ser.
(Hoy muy pocas personas motivan un poema, un cuento, una película. Tal vez nuestras prisas occidentales destruyeron una esencial tradición del Oriente.)
José escribió y provocó más de una estrofa. Tras un acto honesto en su tienda, el proveedor agradecido escribió:
Puedes confiarle tu honor y tu dinero,
su casa tiene fundamentos de roca.
De origen libanés; inteligente, sabio:
la abeja en él cosecha su dulzura. (p. 80)
Por cierto, la autora se apoyó en David Huerta y, tras la repentina desaparición física del poeta (2022), en Francisco Segovia para la adaptación en español de los poemas.
La prosa de ella misma entiende de finezas y de ritmo:
No sabemos si la boda se llevó a cabo en Zahlé o en Baabda, pero seguramente Wadiha fue rociada con perfumes que simbolizan la castidad y pureza. En el banquete, los jóvenes esposos se habrán parado hombro con hombro, brazo con brazo y, al son de la música, levantaron los pies con armónica precisión, para luego golpear el suelo con firmeza, dando un paso hacia delante, luego otro a la derecha, en ese vigoroso baile que es el dabke. […] Tal vez la novia […] pegó un trozo de levadura en la entrada, como se acostumbra en Líbano, para pedir que la abundancia reinara en su hogar, […]. (pp. 61-62)
Después de todo, la frase verbal es pariente de la frase musical. Y así como hay miles de formas musicales, así también hay miles de músicas verbales.
José Martínez Torres recordaba hace tiempo una frase de Mijail Bajtín: “la prosa de la existencia”. La biografía escrita por María Isabel Grañén Porrúa va transformando la prosa múltiple y dispersa del día a día en prosa articulada, en verso musical, en imagen, en secuencia comprensible.
Una de esas veces en que asume la voz, José S. Helú habla de los “cantos de mi madre” y de “los cuentos que leía mi padre”. Allí podemos situar uno de los orígenes de la estirpe: en cantos que motivan, en cuentos que organizan la experiencia.
Cantos y cuentos convierten el rápido sintagma de lo cotidiano en paradigma que persiste.
Cuando hablamos de riqueza, hablamos de economía, sí, y de arte, cultura, sociedad, educación, ciencia, interdisciplina, futuro. La magnífica edición de esta biografía es riqueza que confirma la perduración de otra familia: los Porrúa.
Y por la manera en que el libro me permite sumergirme entre sus páginas, siento que estoy viendo una más de las películas de papel.
José y Wadiha supieron honrar el mundo que por unos años les prestaron sus hijos, sus nietos, sus bisnietos.
FOTO: La dulce tinta de Al-Jawater / Las Ideas. La familia Helú Atta, libaneses de México, de la doctora María Isabel Grañén Porrúa, investigación que consigna no sólo la época de Al-Jawater, las ideas, revista en árabe y español publicada en México, sino la vida de su director mismo, José S. Helú. /Especial
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