El muxe, disidente en el discurso de la diversidad
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Originarios del Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, los muxes no son sólo varones que visten coloridos vestidos de tehuanas en las fiestas del pueblo, sino una manera de existir única en el mundo, que ha inspirado la producción artística con obras como Otro día de fiesta del Grupo Teatral Tehuantepec
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POR JUAN HERNÁNDEZ
El muxe zapoteco, del Istmo de Tehuantepec, busca el reconocimiento a su identidad disidente, en relación con el discurso heteronormativo a partir del cual se imponen los valores culturales predominantes de occidente. Los seres nacidos biológicamente masculinos que asumen un rol femenino fueron vistos desde la época precolombina como un tercer sexo. Diferente a la identidad del hombre o la mujer, tiene roles sexuales, sociales y económicos relevantes en la cosmogonía indígena de esta región oaxaqueña.
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Pese a los años de colonización, los muxes en la época contemporánea hacen la defensa de su identidad frente al pensamiento neocolonial que busca uniformar y arrasar valores ancestrales. En ese sentido, el muxe está lejos de la estampa folclórica y de la pasiva fascinación que su condición humana irreverente le otorga en el ámbito de la significación simbólica de lo “exótico”, concepto estudiado, entre otros, por teóricos como Román Gubern y Jean Baudrillard.
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Este ser específico que pervive dentro de la tradición zapoteca asume la cultura globalizante de occidente como un referente para remarcar su diferencia y fortalecer, en los ámbitos cotidiano y simbólico, su identidad como una manifestación que se suma, sin uniformarse, al discurso de la diversidad.
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Desde el prejuicio cultural eurocentrista, los muxes podrían ser vistos como personajes trágicos, es decir, individuos utilizados por miembros de su comunidad, a conveniencia: ya sea por la madre, que se siente bendecida porque tendrá quien la cuide en su vejez, o por los varones de identidad heterosexual, quienes reciben apoyo económico de estos seres para solventar sus necesidades apremiantes a cambio de intercambio sexual pero jamás afectivo.
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La disidencia está en la manera de entender el mundo. Al no perseguir ni identificarse con el discurso heteronormativo, los valores que dan sentido al ser cultural del muxe son esencialmente subversivos.
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En el ámbito del arte contemporáneo, Lukas Avendaño —reconocido como un artista muxe del performance (nosotros nos hemos referido a él, en este espacio, como un artista inclasificable, Confabulario, 8 de febrero de 2015)— rechaza cualquiera definición que, desde occidente y a partir de la heteronormatividad, busque explicar a estos seres humanos, cuya vida se enmarca en una tradición distinta.
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Para Avendaño, la lectura que se hace del muxe desde la tradición judeo-cristiana se alinea al pensamiento neocolonial, el cual no atiende la característica identitaria de quien, nacido varón, asume roles sexuales, sociales, económicos y culturales femeninos en la cultura zapoteca.
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El muxe debe ser comprendido, de acuerdo con Avendaño, desde su propia tradición y cultura, y no, como ocurre frecuentemente, a partir de la proposición cognitiva occidental, convertida en prejuicio, y en una interpretación alejada de la realidad que estos individuos viven en sus comunidades.
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Tan es así que Avendaño asegura haber tenido conciencia de su diferencia, cuando se mudó a Xalapa para estudiar la universidad. Es decir, cuando se enfrentó a otros valores culturales.
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El artista reniega de la idealización del muxe, tanto como de su figuración como un ser trágico, frecuentemente ligada a la idea de que no pueden contraer matrimonio y terminan solos.
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Los muxes, asegura Lukas, son esencialmente polígamos. Otra forma de ser, dentro de la diversidad, rechazada por el discurso heteronormado de occidente, el cual se rige, al menos en el papel, por la monogamia, a partir de la institución del matrimonio, una de las demandas actuales de la agenda del colectivo LGBTTI en el mundo occidental.
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Por otro lado, Lukas Avendaño considera que la “muxeidad” se le ha desvelado como una posibilidad estética en el quehacer artístico para figurar un discurso potente sobre la diversidad cultural, desde la periferia y una posición marginal disruptiva.
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El rol social del muxe
Desde la infancia, Avendaño se quedó en casa como acompañante de su hermana, de quien aprendió el rol que, posteriormente, adoptaría en el seno familiar y de la comunidad. Un papel de protector con autoridad moral y material. En ese sentido, los muxes no son sólo varones que visten coloridos vestidos de tehuanas, de carácter festivo y centro de atención en las conocidas velas de sus barrios. Son una manera de existir única en el mundo.
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En el barrio de San Blas, uno de los de mayor tradición zapoteca en Tehuantepec, vive uno de estos seres enigmáticos. Es de la tercera edad y se hace llamar Marta Medina. Habita una casa vieja, con patio de tierra, en donde sirve cerveza para subsistir.
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Al lugar de Marta Medina se llega preguntando a los transeúntes. Todos saben quién es y dan razón de su paradero. Para entrar a la casa de la muxe, se camina por un pasillo. Al fondo, tras una puerta desvencijada, aparece ella, agotada por el calor, disfrutando el fresco de la noche, en el ir y venir de la hamaca.
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Tiene una personalidad fuerte. Voz ronca. Mirada desafiante y gestos autoritarios. En su lugar se hace lo que ella dice. Sin embargo, cuando ha dominado a sus clientes, su voz baja de tono, para endulzarla en breves momentos de ternura. Entonces es la mamá, la mujer solidaria, con la que se va a festejar la vida.
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Medina intimida con el pecho descubierto, en el que resaltan algunos vellos masculinos. Se acicala el cabello. Sus gestos son los de una reina. Refunfuñando recibe a sus clientes, quienes acuden a su lugar para olvidarse del mundo por un momento. Ella lo sabe.
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El lugar dista mucho de ser una cantina o un bar. El olor de la majada de los marranos molesta el olfato desacostumbrado a estos olores; mientras las moscas se posan en la piel que reacciona con picazón a la humedad de esta región de México.
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Medina fue una de las fuentes de Marco Petriz, director del reconocido Grupo Teatral Tehuantepec, para crear el personaje del muxe de la obra Día de fiesta, rebautizada luego como Otro día de fiesta, en la que participó como dramaturgo Luis Enrique Ortiz Monasterio (Legom), la cual ha tenido temporadas en Tehuantepec, Ciudad de México y Estados Unidos, entre otros lugares.
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Petriz hace teatro del entorno. El muxe, para él, es un personaje de la vida cotidiana. “Yo creo que siempre se está defendiendo, revalorando, buscando un espacio en una sociedad discriminatoria. Se habla mucho de que son aceptados. Y es verdad. Cada vez tienen más poder en Tehuantepec. A tal punto que algunos se han convertido en xoanas, una figura social con autoridad moral, a la cual algunos miembros de la comunidad acuden para pedirles que reprendan a los hijos que se portan mal. Esto es una responsabilidad altísima en nuestra comunidad”.
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Petriz considera que la vida del muxe es muy compleja, pues no han dejado de ser víctimas de discriminación. En las escuelas, dice el director, se agrede a los niños que tienen rasgos femeninos o gestos refinados. En las calles, señala, cuando un grupo de varones ve pasar a uno de ellos, se dicen uno a otro: “ahí van 20 pesos”. Lo que quiere decir, en términos coloquiales: “Cógetelo y te dará dinero”.
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En ese sentido, pese a la autoridad que estos seres tienen en la cultura zapoteca, en opinión de Petriz, aún falta mucho por trabajar, para que alcancen el reconocimiento pleno: “Son seres extraordinarios, cumplen con una función social y económica muy importante. Son solidarios. Cuidan de sus familias, de sus amigos, pero esencialmente se les niega la posibilidad de la estabilidad, de una relación de pareja afectiva, ya no digamos del matrimonio”.
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Marco Petriz, quien lleva alrededor de tres décadas dedicado a la creación de obras de teatro aplaudidas en el país y el extranjero, ha trasladado la figura del muxe a una de sus obras, para hablar de la condición humana. En Otro día de fiesta, uno de estos seres ayuda a una mujer alcohólica con quien tiene una relación de amistad desigual. Es marginal incluso en la marginalidad. El espacio social se desvela para él violento y discriminatorio.
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Podríamos decir que la muxeidad rompe con el discurso de la heteronormatividad, vindica su identidad y la cultura a la que pertenece, y no espera ser reconocida ni legitimada por una forma de pensamiento neocolonial predominante. El muxe se suma al mundo con sus valores y en el reconocimiento de su diferencia, representa un reto para el discurso de la inclusión en occidente. La diversidad, en ese sentido, debe ser vista como una suma y no como el ordenamiento de la disidencia dentro de una norma que deba funcionar, de la misma manera, para todos.
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Foto: El artista muxe Lukas Avendaño (en la imagen) se ha inspirado en la figura del muxe para realizar acciones de performance. /Mario Patiño.
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