El Nigromante y fray Servando

Dic 5 • destacamos, principales, Reflexiones • 4113 Views • No hay comentarios en El Nigromante y fray Servando

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL

Clásicos y comerciales

 

El momento en que su propio partido, el liberal, cancela definitivamente la fantasía de fray Servando Teresa de Mier (1763–1827) sobre una predicación apostólica precolombina que habría tornado irrelevante la “conquista espiritual” española no llegó sino hasta 1868 cuando Ignacio Ramírez, el victorioso Nigromante, publica en cinco entregas periodísticas, “El apóstol Santo Tomás en América”. Sin mencionar por su nombre al fraile independentista, Ramírez le repetía al doctor Mier aquello que seguramente escuchó, acongojado, en la Real Academia de Historia de Madrid en 1799 cuando fue a exponer su caso y su causa. Aceptando sin conceder que la visita de aquel “judío”, el “mellizo” apóstol de Cristo, hubiese ocurrido, dice Ramírez, blande la crítica histórica con sarcasmo y a la vez paciencia, pues “hoy se trata de saber si por los años en que Jerusalén fue arruinada vino a estos países un sectario judío y dejó huellas de su tránsito”. Desde la “Profecía de Guatimoc” (1839), el poema de Ignacio Rodríguez Galván, presente entre quienes recibieron a Ramírez en la Academia de Letrán, nadie había sido tan explícito: “no hablamos una palabra de las lenguas indígenas”. Fastidiado al escuchar esa patraña, apela a la cronología y se pregunta “¿hace dos mil años existían en América naciones tan civilizadas como las que encontraron los españoles hace cuatro siglos?”

 

Su respuesta es no, aun si se data anterior en mil años el imperio de los misteriosos toltecas a la fundación de Tenochtitlán. Ramírez, abogado, vuelve a aceptar sin conceder:

 

“Así es que, para mayor claridad, supongamos a Tomás con sus ideas judías y un poquito revolucionarias, y mucho modificadas por la impresión variada que debe haber recibido en las naciones extrañas por las que había pasado; supongamos al apóstol como llovido del cielo por los años en que los españoles descubrieron el Nuevo Mundo; figurémonoslo, cuando Ahuízotl iniciaba su reinado por la consagración del templo de Huitzilopochtli.”

 

Mientras Ahuízotl se prepara sus guerras, arregla el gran mercado de Tlatelolco y recorre en canoa el inmenso “lago donde resuenan todavía los cantos de Netzahualtcóyotl”, Santo Tomás “ha podido pasar desapercibido mientras aprendía el idioma azteca; lo habla a su satisfacción y lo exhibe. Se suelta predicando: ¿qué y a quiénes”. Si escogía, en una nación donde sólo había esclavos como público –no era mucho el conocimiento de Ramírez sobre la sociología del mundo azteca– y no ciudadanos de diversas naciones civilizadas como en el Imperio Romano, lo más probable es que el extraño visitante hubiera sido prendido y llevado al “banquillo de los criminales” donde “sacerdotes, generales, sabios, jueces, lo más florido de la nación cerca del rey mexicano, estudian la cara del judío; ven algo de extraño en su traje, aunque con las apariencias de la moda azteca; se sorprenden al oírlo hablar como un chinampero; y el monarca, impaciente, aunque de buen humor, comienza el interrogatorio” que El Nigromante, recordando sus diálogos jocoserios de juventud en Don Simplicio se imagina así:

 

“–Me llaman Tomás, alías el cuate; nací en la Judea, nación que está a muchas leguas de esta tierra; mi patria es pequeña y está subyugada por una nación poderosísima; en nuestros libros sagrados nos prometen los sabios un libertador; algunos de mis paisanos esperan todavía que ese héroe venga; otros creen que ya vino, pero nos lo mataron; yo pertenezco a estos últimos creyentes.

 

– ¿Es decir que ya nada esperas?

 

– Sí espero; los que piensan como yo creen que nuestro libertador vendrá muy pronto de entre los muertos a salvar a los judíos; pero muchos de nosotros creemos que este libertador murió para que los pecadores de todas las naciones nos salvásemos en la tierra y en el cielo.

 

– ¿Qué quiere decir salvarse en el cielo?

 

– Vivir después de muertos en el cielo.

 

– ¿Cómo se consigue eso?

 

– Circuncudándose, celebrando la Pascua, ayunando, haciendo penitencia.”

 

Ahuízotl empieza a impacientarse con el predicador extranjero y le dice que todas aquellas cosas, circuncisión incluida, las realizan los aztecas. Entonces se entera de que para salvarse su pueblo debe leer el libro sagrado que trae el cuate Tomás y abominar de sus dioses, que según el atrevido judío, son enemigos del hombre y son “uno solo, que llaman Satán en mi tierra”. Deben ser destruidos y quemados. Ante el escándalo de su corte, el emperador Ahuízotl decide ser magnánimo con el extranjero loco y le hospeda:

 

“– Mira, con tal de que no hables contra los dioses, te perdono: irás a mi oficina de historia para que mejores mis jeroglíficos, pues los tuyos me llaman la atención por pequeños, y por la facilidad con que dicen tantas cosas. Dejaremos por hoy a Tomás instalado en el palacio.”

 

Ramírez, a la vez teorético y literario, se burla de la pretensión de Tomás y de quien han creído que un solo apóstol hubiera logrado, más allá del Ganges y en los confines del mundo, lo que ni siquiera Jesucristo y el resto de sus apóstoles logran inmediatamente en Judea. Dándole existencia histórica para fines retóricos, El Nigromante lo considera, como cristiano primitivo, muy parecido a “los pueblos poco civilizados” que se le había ordenado convertir, pues “todos ellos creen que las enfermedades son obras del diablo” pues “el milagro y la hechicería” tienen el mismo origen.

 

El cristianismo, concluye El Nigromante, fue “uno de tantos mitos revolucionarios y masónicos que florecieron sobre las ruinas de la república romana”. Fue una “religión de esclavos”, concluye Ramírez sin necesidad de citar a Nietzsche. Todavía tiene paciencia para desechar de inmediato, por absurda e ígnara, la supuesta similitud entre el coátl de Quetzalcoátl con el cuate Tomás, que fascinó al anticuario José Ignacio Borunda y a fray Servando Teresa de Mier, su cliente, en el infausto invierno de 1794.

 

 

*FOTO: Fray Servando sostenía que Santo Tomás evangelizó en América bajo la figura de Quetzalcóatl. En la imagen, Santo Tomás predicando en Tlaxcala, de Juan Manuel Yllanes (1789), que se encuentra en la Basílica de Nuestra Señora de Ocotlán, Tlaxcala/Especial.

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