El Orwell de Argelia

Mar 26 • destacamos, principales, Reflexiones • 3759 Views • No hay comentarios en El Orwell de Argelia

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL 

Clásicos y comerciales

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Para alejarme un poco de la indignación, madre protectora del huérfano o de aquel quien carece de nombre porque ha perdido a sus hijos pero mala consejera del intelectual, decidí leer, para evadir la nueva matanza del ISIS en Europa, ésta vez en Bruselas, 2084. La fin du monde, de Boualem Sansal, escritor argelino de lengua francesa nacido en 1949 cerca de Argel, donde sobrevive, amenazado, por los islamistas radicales. Es una bella novela, ganadora del Gran Premio de la Academia Francesa de 2015 y lo es, a pesar de ser, en su calidad de distopía, predecible. En este futuro decididamente orwelliano, asumido comentario del 1984, de la instrucción de los súbditos, escribe Sansal, ha sido borrada toda noción de frontera, sustituida por una nueva religión y nuevos profetas, aun más exclusivistas y totalitarios que los islámicos.

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Sansal cree que la ignominia no tiene fondo ni llenadera. Y se cuida –me imagino– de su amenazante vecindario no mencionando nada que pueda relacionarse expresamente con el Corán, la Shaira o Mahoma. Quizá para su fortuna, Argelia se libró de las fracasadas y contraproducentes primaveras árabes, salvo alguna excepción, conservando, tras una cruenta guerra civil en los años noventa, el que ha resultado ser el menos malo de los regímenes políticos de esa región: Estados laicos o semilaicos, autoritarios, represivos y corruptos pero ajenos al ejercicio pleno del fundamentalismo.

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Argelia, que tanta indignación causó hace más de medio siglo por los crímenes colonialistas franceses, es un buen ejemplo del doble rasero con el cual la izquierda occidental se mortifica: tras su independencia, tan celebrada en 1962, nadie quiere voltear a ver ese proyecto fracasado tras décadas de “socialismo árabe” y rebeliones islamistas, abortado por los otros crímenes, los de los libertadores azuzados por Sartre y Fanon, condenados por ese ilustre argelino que fue Albert Camus, quien murió apestado por haberse atrevido a creer que tras un siglo y medio de colonización, Argelia también era francesa. Es imposible no escuchar la de Camus entre las voces oídas por Ati, el Winston Smith, de Sansal, a la hora de “desaprender” una educación religiosa que entre otras cosas, en 2084. La fin du monde (Gallimard, 2015), prohíbe a los habitantes del inmenso imperio conocer el mar, por ser una representación imborrable del caos, de la libertad, del subconsciente, de la otredad.

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La hermosa prosa de Sansal parece ser la que conduce, como agarrándolo de la mano, a Ati, desde el hospital, casi un leprosario, donde ha sido misteriosamente recluido hasta entrar en contacto con los réprobos que se oponen en Abistán, nombre de aquel imperio continental y lo hacen, para empezar, condenando a Yölah y al profeta Abi, su delegado en la tierra, llamado humorísticamente Bigaye por deformación del Big Eye del vicario. Lo ofenden con anónimas pintas de mierda en las paredes de sus patibularios suburbios.

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La distopía es un género alegórico –uno de los pocos que se han colado en la novela moderna– y por ello casi siempre es una anagnórisis, es decir, el proceso mediante el cual un individuo descubre, separándose del pensamiento único y violento de su comunidad, su propio ser. Así con 2084. La fin du monde, que emparentada también con las célebres novelas desérticas y fronterizas de Dino Buzzati y Julien Gracq, termina de una manera enigmática. En Abistán, donde la guerra, uno presume que nuclear, había sido ganada décadas atrás por el imperio fundamentalista, al grado de que la palabra “enemigo exterior” fue borrada del limitado léxico impuesto por los ulemas a sus súbditos, estalla un nuevo conflicto. Acaso es una revolución libertadora, sugiere Sansal, pero no se nos ofrece otra cosa a los lectores que los boletines de prensa oficiales que la desmienten por blasfema. Quizá sea otra guerra mundial. Pero Ati, sea cual sea su destino, ha recobrado el dominio de su humanidad.

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Un planeta dominado por el ISIS sería similar a la distopía de Sansal. Supongo que al novelista argelino, él mismo víctima de los islamistas pero renuente a tomar el camino del exilio, le repugnará el argumento de las buenas conciencias multiculturalistas que justifican a los terroristas en su medida de europeos, quienes al crecer, con otra religión, en una sociedad secular y liberal, son equiparables en derechos pero no en obligaciones a los ciudadanos, cristianos, judíos o libre pensadores, que los han acogido desde hace generaciones, obligados por su pasado colonialista pero también por la obediencia a una de las más antiguas leyes veterotestamentarias, la de la hospitalidad, que es la primera de todas en ser violada por los terroristas. También eran “europeos” los chicos terroristas de las Baader Meinhof o de las Brigadas Rojas, como lo eran, por cierto Hitler y su muchedumbre. Al Islam en cruzada le urge su Reforma y su Renacimiento y hay quien sugiere que no se integrarán plenamente a la sociedad mundial sin decapitar a sus propios Capetos. La culpa occidental es enorme, sin duda, para quien quiera buscarla o asumirla: los Chamberlain y los Daladier del islamo–fascismo son los gobiernos estadounidenses y europeos que se han cebado consumiendo el petróleo de la multimillonaria Arabia Saudita, fuente financiera de la llamada herejía wanabita que gota a gota se va cobrando la vida de los europeos libres tras cegar la de sus hermanos musulmanes.

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Quien quiera entrever, si no le han bastado con los videos de amedrentamiento venidos de la antigua Mesopotamia, a la distopía que el ISIS pretende imponer con la vieja cimatarra y la nueva tecnología, que lea 2084. La fin du monde, de un novelista argelino que no se anda con rodeos y comienza su novela con la siguiente, irónica advertencia: “Está es una obra de invención pura, el mundo de Bigaye que describo en estas páginas no existe ni tiene ninguna razón de existir en el futuro, de la misma manera en que el mundo del Gran Hermano imaginado por el maestro Orwell y tan maravillosamente contado en 1984, su libro blanco, no existía en su tiempo, ni existe en el nuestro ni tiene realmente ninguna razón de existir en el futuro. Duerman tranquilos, gente buena, todo es perfectamente falso y el resto está bajo control”.

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*FOTO: De origen argelino, Boualem Sansal se ha distinguido con su obra con su obra narrativa como una de las voces críticas del fundamentalismo islamista/ EFE.

 

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