El palimpsesto de la historia

Ene 3 • Reflexiones • 3387 Views • No hay comentarios en El palimpsesto de la historia

 

POR LUIS GUILLERMO IBARRA

 

En los años ochenta, escribir una novela sobre acontecimientos históricos pasados, fue una tentación muy difícil de eludir para muchos narradores latinoamericanos. Ante esta efervescencia creativa, Seymour Menton planteó la existencia de una “nueva novela histórica”. Esta idea del crítico norteamericano se transformó casi en un canon ineludible y, a la vez, refutable. El espectro de obras publicadas en esos años trajo consigo la elaboración de nuevas síntesis, a la par de nuevos criterios de ubicación para el género literario. Muy acorde con el tema en cuestión, los aires de la posmodernidad, impulsados por el pensamiento de Lyotard y de otros teóricos, establecían la desacralización de los discursos oficiales, junto al surgimiento de voces plurales desde los márgenes.

 

Estas obras presentaban la historia como un caudal que no silenciaba nada. Aquella idea de Carlos Fuentes, en la cual el novelista era el rapiñero de la historia, se hizo más presente. Desde los escenarios más privados surgían los ecos y los delirios de la locura. Brotaban, desde lo más profundo de la imaginación, cartas, textos y citas apócrifas, testamentos, diarios y paisajes de nuevo descubiertos. Los discursos se entrecruzaban para fundar atmósferas de una verosimilitud mayor que la de la historia misma.

 

Quizá lo que se rescataba en estas novelas era el restablecimiento de un pacto entre la realidad y la ficción, entre el sujeto y el objeto descrito. Esta unión cimbraba las relaciones entre los dos conceptos. Los volvía más complejos, indudablemente. Subrayaba, además, la vigencia de esa “necesidad de la introyección de los propios problemas subjetivos en la historia amorfa” que mencionara alguna vez el teórico George Lukács.

 

Novelas de autores consagrados como El arpa y la sombra (1978) de Alejo Carpentier; Noticias del imperio (1987) de Fernando del Paso; El general en su laberinto (1989) de Gabriel García Márquez, entre muchos más, manifestaron esta creciente tendencia por revisar desde la ficción el pasado histórico. Entrada la última década del siglo XX, este afán por la temática histórica no decreció. A raíz de las festividades de los quinientos años del descubrimiento del continente, el capital creativo de novelas de este tipo siguió acumulándose más y más. En este contexto, aparte de los autores mencionados, hubo también escritores, no tan conocidos, que decidieron unirse a este viaje hacia el pasado. Por fortuna, alguien como Herminio Martínez (1949-2014) estaba entre ellos.

 

Este prolífico escritor, surgido desde los márgenes geográficos de la provincia de México, refugiado en los ámbitos académicos de su natal Guanajuato, no tuvo el menor reparo en crear una obra de una magnitud y relevancia estética similar o mayor a la de muchos autores apoyados por un enorme aparato propagandístico editorial. En 1990, con la publicación de su novela histórica Diario maldito de Nuño de Guzmán en la Editorial Diana, pasaría a formar parte de esa extraña cofradía de autores de culto; más murmurados que leídos; escritores que eran vistos sólo como una curiosidad o un exotismo literario. Herminio Martínez sería desde ese momento una mención requerida en los compendios de la nueva novela histórica. Sin embargo, la obra del narrador y poeta guanajuatense era mucho más que eso.

 

Herminio Martínez funda un nuevo discurso en la novela histórica del país. No es del todo casual que este viaje épico lo realice a partir de la figura de Nuño Beltrán de Guzmán (1490-1544), un personaje tratado como una nota poco privilegiada en las páginas de la conquista de México. Si bien es cierto que la crueldad no fue la excepción entre aquellos hombres que se embriagaron con las hazañas del nuevo mundo, nadie como él tuvo los epítetos más ponzoñosos. Sería “el maldito entre los malditos”, el eterno enemigo de Hernán Cortés o bien el “gran tirano”, como lo bautizaría fray Bartolomé de las Casas. Y es que aquel hombre, al que le había asignado el Rey Carlos I de España la gubernatura de la provincia de Pánuco, así como la presidencia de la Real Audiencia de México en 1528, con el fin de aminorar los excesos cometidos por Hernán Cortés y otros conquistadores, terminaría por ser el más vilipendiado de los hombres que llegaron a estas tierras en el siglo XVI.

 

El Diario maldito de Nuño de Guzmán no sólo tiene las atribuciones del mundo reflexivo del narrador. Es también la proclama de un incesante coraje, de una ironía y de un humor violento que exige una justicia histórica para el personaje. El viaje es la escritura misma. Un “diario maldito” que explaya los secretos del odio, que se desliza como una espada que descabeza a ídolos y conquistadores del nuevo continente. Nuño de Guzmán se ve a sí mismo como el elegido, el de la verdadera misión que borrará con un terror contundente las mediocres misiones anteriores. Quizá de ahí es donde se pueda desprender una de las mayores aportaciones de Herminio Martínez: en el hecho de haber situado, de una manera casi perfecta, el tono profético y desmitificador, con los delirantes desplantes de cinismo y la caricaturización del héroe.

 

Nuño de Guzmán se erige desde su diario. “El gobernador electo de la provincia de Pánuco” escribe la “crónica de su propio sino”. “Lo escribo hoy para que se lea mañana” proclama desde la flor de su estirpe: la de los Guzmanes de León. Anuncia las futuras conquistas. Los lugares en los que será recibido con los brazos abiertos, lugares que conformarán esa tierra denominada Guzmania, la cual será “la perla de este mundo”.

 

El juego de las diversas versiones de la historia se aloja a lo largo de esta trama. Por lo mismo, en el Diario maldito de Nuño de Guzmán, el discurso narrativo es un palimpsesto. Las redes textuales se acumulan y se borran. Las verdades y las mentiras del pasado dialogan con una ferviente intensidad. Las viejas hazañas de los conquistadores, testimoniadas en sus crónicas, son parte de los registros orales de la época. El oro, la crueldad y la sangre, viajan de boca en boca, abren los presagios proféticos de la ilusión aventurera.  Para Nuño de Guzmán aquellas crónicas de sus predecesores inmediatos están cifradas en la mentira. “De puerto en puerto” y “de nación en nación” escucha “contar historias acerca de estos personajes semihumanos de tierra y aire”. “Se echa al pico las lecturas” que caen en sus manos. Sin embargo, ante los personajes de Colón y de Cortés, el nuevo conquistador “acota” todo eso “con tinta de verdades”. “Escribe todo”, para que su “relación no se ande trunca por el hontanar de tantos siglos”.

 

Herminio Martínez explora con los mejores mecanismos del humor el dibujo de un personaje maldito. Relee y rescribe una versión imaginada de su historia, de una manera libre y provocadora. Las memorias de aquel mundo conquistado o inventado, en las páginas del diario son un espejo de oscurantismos y odios. Los sueños de Nuño de Guzmán están bordeados de obstáculos. Él es —a veces con justa razón— el personaje al que llaman “impío, cruel y aun criminal”. Los otros son para él los “deshocicados”, “los rufianes”, “los güevones” “en espera de cómo les llega la oportunidad de hacer fortuna”. Son los que han dejado un paraíso lleno de escombros, y que han planeado, además, un nudo de traiciones en su contra.

 

En la utopía del proyecto del personaje, “moldeado en los salones de su intimidad”, se justifican las crueles reglas contra los indios y toda la sangre que se pueda derramar. Queda al desnudo la rabia, la crueldad y la rebeldía de un personaje que intenta borrar las hazañas de la historia inmediata de la conquista. Muchos siglos tuvieron que pasar para que el conquistador de la tercera parte de México estuviera representado en toda su magnitud. Sólo en una prosa con una inusitada mezcla de humor, poesía y atisbos anacrónicos de gran originalidad, como la de Herminio Martínez, pudo darse tan relevante hazaña. Este arte lo revelaría aquel escritor, nacido en el municipio de Cortázar, Guanajuato, también en algunas otras de sus novelas como Hombres de temporal (1988), El regreso (1990), Las puertas del mundo (1992).

 

Discreto en muchas cosas, y muy lejano a la improvisación, Herminio Martínez tuvo el reconocimiento con algunos premios literarios nacionales e internacionales. Fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. El pasado 17 de agosto murió. Su deceso tuvo pocas, por no decir nulas, menciones en la prensa nacional. Sin embargo, sobran muchas razones para volverlo a mencionar, para continuar con la lectura de su obra, una obra apasionada que merece todo menos el olvido.

 

*Fotografía: El autor del Diario maldito de Nuño de Guzmán falleció en agosto de 2014 / Especial.

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