El paraíso del individuo
POR ETHEL KRAUZE
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La reunión de estos títulos es más que perfecta para describir la realidad que la literatura nos pone de frente con estas nuevas, punzantes novelas. En todo el mundo la crisis que emerge en el siglo XXI no es la económica, no es la política, no es la militar, no es la ideológica, no es la religiosa… Finalmente es la falta de sentido, la banalidad de la que habla Hanna Arendt y que carcome la condición humana.
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Zygmunt Bauman, una de las ya pocas voces comprometidas que nos quedaban en medio de una intelectualidad vencida de hoy, sin autoridad moral, abúlica en sus torres de marfil que no son sino las prestaciones económicas y mediáticas que los adornan, señaló con dedo de fuego el peligro de las nuevas generaciones que anhelan el paraíso del individuo libre e independiente: “Los suecos han perdido las habilidades de la socialización. Al final de la independencia no está la felicidad, está el vacío de la vida, la insignificancia de la vida y un aburrimiento absolutamente inimaginable”.
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Un día un adolescente de catorce año descubre que no merece la pena hacer nada, puesto que nada tiene sentido. Se trepa a un árbol y decide contemplar el infinito hasta la muerte. No hay forma de bajarlo. Sus compañeros de clase urden una estrategia para convencerlo: cada uno entregará aquello que le signifique lo más valioso y harán con todo eso una enorme pila de sentido que él no podrá negar. Empiezan con pequeños tesoros como el juguete preferido o los zapatos nuevos, hasta que en un crescendo, muy de la mano de El señor de las moscas de Nobel William Golding, llegan a niveles dramáticos. El muchacho en el árbol representa una bofetada a todo autoengaño, a toda iniciativa optimista. La realidad es que nada tiene sentido. Esto resulta insoportable. Habrá de pagar caro esa verdad.
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Es Nada, brutal y simple como su título, la novela de la danesa Janne Teller, a quien, en 2010, una editorial le pidió que escribiera una historia para adolescentes. Éste fue el resultado. Se negaron a publicarla. Se prohibió en escuelas de Dinamarca, Suecia, Francia y Alemania. Siguió traduciéndose y causando estupor hasta que llega ahora a nosotros en español. Curiosamente, lo que ahí se transparenta es el alimento diario de los adolescentes, los milenials a quienes no sorprende la falta de sentido, viven en ella.
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Son las generaciones previas, aquellas lastradas por las guerras del siglo XX, y los horrores vividos en carne propia, quienes se estremecen en el paraíso del olvido. Hombres y mujeres como Bauman, Arendt, y Peter Matthiessen, quienes se aferran a la memoria y a la explicación. En el paraíso, novela póstuma, recién publicada, de este gran autor neoyorkino, se revela otra de las caras de una verdad insoportable: hay que olvidar para seguir viviendo. La imposición de la sacralidad de los monumentos físicos y morales del pasado, así sean de una generación hacia atrás, termina siendo una bufonada.
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En un intento por recuperar un vacío de su oscura infancia, pero sin plena consciencia de esto, un hombre ya maduro se embarca en una experiencia inédita: formar parte de una excursión de una semana al antiguo campo de concentración nazi de Auschiwtz, en Polonia, ahora un espacio de reflexión, oración y recreación de los hechos. Se congregan personas de diversas nacionalidades, credos y edades para meditar, convivir, comentar, entrando el siglo XXI, acerca del significado del Holocausto en la memoria personal y colectiva.
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La primera confrontación surge cuando una pareja de jovencitos polacos se ofrecen a llevarlo al pueblo, pues ha perdido el tren. La pareja ríe y se ama con inocente descaro y se divierte con las historias que cuenta el hombre sobre los judíos que habitaban ahí. “¿Jutíos?”, exclama la chica, desconocen todo. El hombre los recrimina ásperamente hasta que ella llora y el chico lo saca del automóvil. La despedida es la primera grieta helada en este inverosímil viaje.
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El hombre se preguntará mirando las fotografías y los nombres de los miles, los millones de muertos: “¿Quién es este tipo calvo que se ve al fondo? Caras extraviadas sin más relevancia que fragmentos al viento de unos nombres de un pasado remoto, sin más sustancia que un copo de nieve que se posa un momento en su pluma antes de disolverse en unos vacíos situados más allá de toda conciencia”.
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A lo largo de la semana, encontrará sobrevivientes que van a perdonarse para morir en paz por haber sobrevivido, alemanes jóvenes que esperan encontrar una explicación que les devuelva su futuro, sacerdotes católicos que buscan redimir su indiferencia, novicias que rezan para retener una vocación que las salvará del vacío, judíos seculares que van a blasfemar y a mofarse de la mascarada…
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Y estará él, reconociendo finalmente a qué fue, persiguiendo la sonrisa de una vieja fotografía, la de su propia madre, a quien no recuerda. Finalmente, a estas alturas, es lo que menos importa. Todo se ha venido abajo. Nada tiene ya importancia.
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Uno hubiera creído que todo se ha dicho ya sobre este tema. Que el Holocausto ya dio de sí en el imaginario del cine y la literatura. Pero he aquí que viene Matthiessen a meter una llaga nueva: cuando lo que para unos ha sido el mayor significado de la vida deja de tener significado para los que llegan. No hay dónde conservar lo atroz. La memoria se ha petrificado en monumento de piedra. Sin alma, sin latidos, sin corazones rotos.
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Ni siquiera el hombre es capaz de dar cabida al pasado. En medio de esos añicos, un tenue aleteo de lo inesperado irrumpe. Es el aliento de un amor que ha nacido y correo raudo, escapándose por entre los dedos, como todo amor trágico que deslumbra para fugarse en un relámpago de permanente melancolía. Mathiessen no puede traicionar a su generación, termina, como dice el rabino, con el corazón roto, porque “el único corazón entero es el corazón roto”.
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Yo digo, como Faulkner: “entre la pena y la nada, prefiero la pena”. ¿Qué dirían los más jóvenes?
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Foto: Peter Matthiessen, En el paraíso, Barcelona, Seix Barral, 2016, 256 pp./ Janne Teller. Nada, Barcelona, Seix Barral, 158 pp. Crédito de foto: Especial