“El peor guía para entender a Vasconcelos es él mismo”, entrevista con Rafael Mondragón
El académico Rafael Mondragón Velázquez revisa el legado político e intelectual del primer secretario de Educación Pública. En entrevista adelanta algunas ideas de su libro El largo instante del incendio, que próximamente será publicado por El Colegio Nacional
POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
Al cumplirse el centenario de la fundación de la Secretaría de Educación Pública, la figura de José Vasconcelos, su primer titular, es revisada por los jóvenes estudiosos de la historia de las ideas en México. Entre los proyectos editoriales de El Colegio Nacional está la próxima publicación de El largo instante del incendio. Ensayo biográfico de José Vasconcelos, de Rafael Mondragón Velázquez, investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. En estas páginas es posible entender las vicisitudes intelectuales del principal impulsor de las campañas educativas en el México posrevolucionario y candidato opositor a la presidencia que vivió sus últimos años sumido en el resentimiento.
¿Quién era José Vasconcelos, el intelectual y el político, al momento en que recibe el encargo de dirigir la recién creada SEP?
En ese momento y como lo sería a lo largo de toda su vida, Vasconcelos era un extranjero. Había participado en el Ateneo de la Juventud, donde desempeñó un papel marginal. Eso está muy bien relatado en los testimonios de otros ateneistas: Alfonso Reyes, Pedro Henriquez Ureña, y su propio testimonio, que por distintas razones es poco confiable. A diferencia de sus amigos, no pertenecía familiarmente a las élites intelectuales del Porfiriato. Como narra en Ulises criollo, había vivido largo tiempo en la frontera por el trabajo de su padre. Era mayor al resto de los ateneistas y trabajaba cuando ellos eran estudiantes. Hacía lectura raras, entre ellos los clásicos del orientalismo gracias a las traducciones de Max Müller. Era un autodidacta prodigioso. Proponía textos que los demás ateneístas no querían leer. A diferencia de ellos, Vasconcelos tuvo una participación militante durante la Revolución mexicana. Intentó ser un intelectual orgánico de distintas fracciones. Vasconcelos – evocando una frase famosa de Borges– no sabía quién era hasta que asumió el encargo que le hace Obregón. Se reveló a sí mismo en aquellos años milagrosos que Claude Fell llamó Años del águila. Nunca tuvo idea muy clara de lo que se le reveló y pasaría el resto de su vida tratando de explicarse lo que sucedió. Parte de su tragedia es que mientras más intentaba explicarse lo ocurrido más perdido se sentía. En muchos sentidos, el peor guía para entender a Vasconcelos es él mismo.
¿Cuál era la tradición a la que pertenecía y con quiénes dialogaba intelectualmente al momento de su rectorado y su etapa como primero secretario de Educación? Mencionas la influencia que tuvo su lectura de Ariel, de José Enrique Rodó, y coincidencias con Pedro Henríquez Ureña y José Carlos Mariátegui.
Es representante de un estilo intelectual fundamental para la historia de las ideas en México y América Latina, que es el intelectual autodidacta con todas sus potencias y sus fallas. Es por necesidad ecléctico, que es también la tradición de Henríquez Ureña y buena parte del Ateneo. Me interesa es su relación con el vitalismo, con filósofos que están haciendo una crítica a la razón occidental que entra en crisis a finales del siglo XIX y que se profundiza con las guerras mundiales. Vasconcelos pertenece a esta corriente intelectual abierta por Rodó, el gran vitalista de América Latina: el arielismo, que llama a la constitución de la juventud como sujeto histórico y político. Pero Vasconcelos representa una segunda oleada del arielismo, porque la primera –la de los hermanos García Calderón en Perú– había hecho una lectura en clave conservadora de las ideas de José Enrique Rodó.
Esto queda claro en el llamado a la juventud que hace desde la SEP y que tendría ecos de larga duración. Tenía claro que independientemente de que la campaña cumpliera sus objetivos explícitos había un objetivo implícito: que la juventud letrada y politizada de los centros urbanos entrara en contacto con las masas rurales y fuera transformada por este contacto. Como decían durante la Revolución cubana: que la mitad del país conozca a la otra mitad. Esto va de la mano con el gran proyecto político-cultural de Vasconcelos en esa época: la creación de una cultura popular alternativa. Mientras el Ateneo de la Juventud se veía a sí mismo como un círculo de la élite espiritual que ante el fragor de la revolución tenía el deber moral de aislarse para preservar esos valores intelectuales para un mejor momento, para Vasconcelos ese fragor implica la necesidad de abandonar una concepción del intelectual. En este sentido está la influencia de la Revolución rusa, de su periodo cultural más creativo, marcado por Anatoli Lunacharski, y de todos sus esfuerzos por poner en diálogo vanguardias política y artística. Era un diálogo de ideas como las de Mayakovski –quien quería quemar los museos– con las de eruditos que recopilaron las tradiciones populares; con gente que hablaba de la necesidad de los museos desde la pregunta por una universalidad auténtica, no colonial, no pensada desde la cultura de las élites europeizadas. Vasconcelos participó de este anhelo.
Mariátegui lo vio claramente. Desde Perú diría que el inicio del siglo XX, con la Primera Guerra Mundial, sus grandes crisis de los estados europeos, el inicio de las rebeliones coloniales, marcaban el fin de un proyecto civilizatorio –europeo occidental– que tenía que ver con una crisis del capitalismo y la necesidad de construir un proyecto mundial alternativo en el que todas las culturas tendrían que entrar en diálogo. Frente a la idea de lo universal clásico construido laboriosamente por el Ateneo –con el regreso a las fuentes griegas y latinas–, Vasconcelos pensó lo universal como una apertura de las culturas del mundo. Esto lo vemos en sus lecturas de textos orientalistas, de Tolstoi, de Tagore, su conversión al vegetarianismo y su práctica del yoga, elementos no compartidos por nadie en esa época y hacían verlo como un loco. En este marco se revaloraron las culturas indígenas, leídas en un prisma que tiene mucho que ver con el arte de vanguardia. Del mismo modo que Picasso se acercó al mundo africano para presentar un arte liberado de las cadenas de la representación, hay una lectura en clave no pasatista del mundo indígena que representan la manera en que Vasconcelos –que es el más radical– interpela a la Revolución mexicana en cuanto movimiento popular. Después va a adjurar de esto y construirá una idea racista con que usualmente se le asocia.
¿Qué nos dice la capacidad de convocatoria en revista como El Maestro y la campaña alfabetizadora?
En una de las circulares de la convocatoria para la campaña de alfabetización, Vasconcelos dice que para que esta campaña triunfe es necesario crear una fe por la educación similar a la fe religiosa. Hay un proyecto de construcción de una religiosidad laica en donde el maestro asume la figura de líder y profeta. Es parte de la herencia más radical del vasconcelismo en el presente y que se puede ver en los movimientos de las normales rurales y en episodios de la historia de México en los que el maestro pasa a ser defensor de su comunidad y organizador de proyectos educativos. Heredera de Vasconcelos es Elba Esther Gordillo tanto como Lucio Cabañas. Esta religiosidad laica, vinculada al proyecto de una nueva sociedad, es compartida por otros personajes radicales de la época. Mariátegui dijo esto respecto al socialismo, que debía convertirse en una nueva fe. El fascismo intentaría apropiarse de esas ideas que originalmente nacen de un campo de la izquierda que tiene un diálogo crítico con el marxismo desde un trasfondo místico, el campo al que se adhiere Vasconcelos. El Vasconcelos de esta época se asume claramente como socialista. Tiene una relación problemática con la religión instituida al mismo tiempo que un hambre de diálogo con religiosidades no cristianas.
Daniel Goldin está a punto de sacar un libro en que entre otros temas discute críticamente la herencia de Vasconcelos. Su libro y El largo instante del incendio se escribieron en diálogo. Ahí, Goldin dice algo con lo que estoy en desacuerdo porque vincula la herencia vasconcelista con esta tendencia hacia la unidad en donde el Estado decide todo desde arriba. Pone en relación este diálogo con la dificultad del Estado para reconocer la diversidad, que es una característica de México hoy, el gran problema es la diversidad. Esta tesis puede ser cierta si pensamos en Vasconcelos después de su derrota electoral pero no en su periodo en la SEP. Si algo se le criticó a Vasconcelos en esta época era el inusual nivel de apertura que dejaba para que cada quien hiciera de la campaña lo que quisiera. Eso que desde ese punto de vista era muy caótico, desde otra óptica era muy productivo porque permitía que cada quien hiciera de la campaña lo que consideraba necesario. Resultó así por la falta de medios. No había planes de estudio, no había capacidad para formar a la gente. En un primer momento funcionó con voluntarios, aunque se va a preocupar después para que se les pague bien. Esto es parte de los contrastes de Vasconcelos, que era muy autoritario en lo personal pero con la capacidad de reconocer el talento independientemente de la posición ideológica o la edad de la persona. Lo mismo convocó a un poeta católico y homosexual como Carlos Pellicer que a un intelectual del Porfiriato como Antonio Caso que a una socialista cercana al feminismo como Eulalia Guzmán o un viejo anarquista como Abraham Arellano, estos últimos coordinadores de la campaña alfabetizadora. Todo esto hace del vasconcelismo un mito colectivo que es más claro en los jóvenes que participaron en su campaña presidencial de 1929.
¿En qué medida su periodo en la SEP fue de ruptura con el positivismo porfirista y frente a la Revolución mexicana?
Esta idea de darle entrada a todos se expresa en el muralismo lo mismo que en las escuelas de pintura al aire libre. La idea de dar entrada a un México lo más diverso posible está puesta en acción en esta época. Sólo por la importancia que llegó a tener el muralismo como arte, Vasconcelos trataría de ocultar este impulso al decir que el muralismo fue idea suya y no de sus amigos.
Por otro lado, muchas de las élites intelectuales que van a trabajar en la campaña educativa, y eso lo muestra muy bien Susana Quintanilla, alcanzaron el ejercicio de sus funciones gracias a Justo Sierra. Desde esta óptica no hay ruptura, pero sí la hay desde otro punto de vista porque hay un intento de transformar la idea de las funciones intelectuales. La pregunta de qué significa crear, quién crea y en el marco de qué crea pone a la creación en el centro del mundo social. El proyecto del muralismo está hermanado con los grandes proyectos de arte público de los movimientos revolucionarios del siglo XX. Mucha gente decía que esos no eran temas para la pintura porque aparecía gente fea. En realidad mostraba con mucha dignidad la belleza del mundo más cotidiano. El intento de Rivera era integrar la mayor cantidad posible de perspectivas, estilos e historias en una obra que crea una totalidad conflictiva. Esto va de la mano con revistas como El Maestro, una revista dirigida a todos y que trató de romper la barrera entre alta cultura y cultura popular, entre formación exquisita para los letrados y formación dirigida a los autodidactas. Incluía lo mismo textos prácticos para trabajar la tierra y el cuidado de los animales que textos de culturas antiguas, obra de artistas de la vanguardia en México y temas de discusión social y política. Torres Bodet romperá con esto con un conjunto de decisiones que restauran el lugar rector del maestro y el bibliotecario en el acceso a ciertos bienes culturales. El vasconcelismo se acercó a una visión contemporánea que podríamos tener respecto a la capacidad del común, del cualquiera.
Incluyes tres capítulos dedicados a tres mujeres: Elena Arizmendi, Gabriela Mistral y Silvia Mistral. Me interesa el caso de Gabriela, ya que tuvo una participación inmediata en los proyectos educativos de Vasconcelos.
El capítulo dedicado a Arizmendi es un homenaje al gran trabajo de Gabriela Cano sobre este personaje. Todo el libro también es un homenaje al trabajo de Quintanilla sobre el Ateneo. Gabriela Mistral fue una gran maestra para Vasconcelos. Su legado, hasta hace muy poco, estuvo enterrado bajo la imagen institucionalizada que se construyó de ella. En realidad, Gabriela Mistral fue muchas cosas. Mistral, como Pellicer y quizá como Torres Bodet, era homosexual. No sólo eso, sino que tenía una identidad de género para la cual no había palabras en esa época, una realidad que a la fecha es negada por muchos eruditos y legatarios de los papeles de Gabriela en Chile. Esto ha quedado claramente expuesto a partir de la publicación de las cartas de amor de Gabriela Mistral a la última de sus parejas (Doris, vida mía. Lumen, 2021). Estas cartas dieron pie a un documental maravilloso dirigido por María Elena Wood. Se llama Locas mujeres.
Gabriela, siendo una mujer católica y profundamente espiritual estaba muy cerca de los círculos anarquistas en Chile, la llamada educación racionalista. Esto lo dice en una carta que le dirige a José Carlos Mariátegui, quien la publicó en la revista Amauta, en donde explica la pedagogía alternativa en América Latina. Mistral viene de este medio que está implicando una revaloración radical del papel del niño como constructor de su cultura. Al mismo tiempo, Gabriela es una intelectual popular. En nuestras fechas, con la generalización de la enseñanza obligatoria, puede no sentirse tan radical como lo fue como lo fue en esta época. Ella no pertenecía a las élites. Se formó a sí misma, se sentía orgullosa de tener un origen en parte indígena y una visión de la cultura distinta al espacio restringido de la ciudad letrada. Desarrolló un conjunto de ideas pedagógicas que pusieron en el centro el derecho a la belleza y trasladan al ámbito social una experiencia que antes había sido utilizada para explicar la poesía. El derecho a la complejidad, a la sutileza, la capacidad de transformar la propia mirada del mundo, de sentir con lentitud, son elementos que permiten formar una identidad libre. Vasconcelos se dio cuenta que Gabriela era una extraordinaria poeta. Por eso fue recibida en México con los honores que recibió. Eso le costaría a Vasconcelos muchas críticas porque aún no era reconocida como la gran poeta que fue. La Escuela Gabriela Mistral era una escuela formada por feministas. Fue centro de un escándalo porque ahí se estaba utilizando un material impreso en Yucatán en que se discutía el derecho de las mujeres a elegir si querían o no tener hijos. Ellas eran sus interlocutoras. Mistral sería una gran animadora de experiencias pedagógicas alternativas en espacios rurales. Ahí es donde brinda su apoyo y donde tiene a sus grandes amigos y amigas. No primariamente entre los círculos intelectuales sino entre los maestros rurales.
El último capítulo lo dedicas a las últimas décadas de Vasconcelos luego de su derrota electoral. En ésta se notan actitudes de rencor, pero también lecturas delirantes de la realidad.
El libro es en buena medida una reflexión sobre la capacidad de los autodidactas y es también una reflexión sobre los peligros del resentimiento, entendido como una actitud reactiva que ante los dolores y desgracias del mundo prefiere refugiarse en la tristeza, en torno a quienes nos han hecho daño en lugar de asumir nuestra responsabilidad en la construcción de la felicidad. Ese es uno de los grandes temas en la discusión histórica de la izquierda. Los peligros del resentimiento fueron señalados por anarquistas y comunistas. Están vinculados a las posibilidades y peligros de emociones revolucionarias como el odio. El resentimiento fue reivindicado por sobrevivientes del genocidio nazi, como Jean Amery y por marxistas contemporáneos como Mark Fisher. Hoy es reivindicado por pensadoras indígenas que admiro mucho como Luna Marán y Yasnaya Aguilar. Han escrito últimamente sobre el derecho de quienes han sido lastimados por la desigualdad y la violencia a estar resentidos. Pero también hay que recordar que Jean Amery y Mark Fisher, defensores del derecho al resentimiento, se suicidaron. En nuestra pregunta sobre el peligro de ser envenenados por el resentimiento hay que regresar a Vasconcelos. En sus primeros años fue de nuestros grandes críticos del resentimiento desde la ética vitalista, de valoración de la diversidad, pero en sus últimos años fue nuestro gran resentido.
Vasconcelos nunca entendió lo que había logrado. Es un personaje contradictorio, ambiguo, que vivió entre sombras la mayor parte de su vida y que gozó de instantes de claridad. La pregunta de qué sucedió en esos instantes casi terminó por volverlo loco. Eso ocurrió muy claramente después de 1929 porque supuso el asesinato de muchos de sus jóvenes seguidores. Nunca se liberó de la culpa. En su intento de dar razón de su fracaso, el resentimiento lo llevó a buscar culpables, que encontró en los más cercanos: en las ideas más queridas, en las personas más amadas y en él mismo, implícitamente.
Muchos de sus últimos libros son una forma sutil de autocastigo. Si se comparan con lo que escribió antes, te percatas que aquel a quien ataca es él mismo. En De Robinson a Odiseo truena contra las ideas que defendió cuando fue secretario de Educación. Frente a la educación centrada en el niño propone que se centre en el maestro como fuente de autoridad, en oposición a lo que publicó en El Maestro. La reivindicación que hizo del mundo indígena fue ambivalente. Fue muy crítico de las visiones racistas heredadas del Porfirismo que veían al indígena como un motivo del atraso de México. Ligó la cuestión étnica con el problema de la pobreza. Decía que no se trataba de una cultura indígena degradada sino que el problema verdadero era la pobreza y había una estructura injusta por transformar. Defendería también la capacidad de los indígenas para construir proyectos políticos por sí mismos. Al mismo tiempo defendía la castellanización. Por eso lo llamo ambivalente.
Lo que vemos en los textos de los años 30 en adelante es la construcción de una visión abiertamente racista que pide la desindianización. Defiende una visión claramente hispanista de la identidad en la que México es lo que es gracias a la llegada civilizadora de Cortés, de la lengua española y los valores del cristianismo. Enunció una crítica al papel destructor de Estados Unidos –siempre creyó que el gobierno norteamericano conspiró en su contra en 1929–. A través de Rodó recibió la herencia de Martí y los pensadores antiimperialistas. Pero a partir de los años 30 ese antiimperialismo adquirió un tono cada vez más de derecha. Frente a la acción destructora de la civilización norteamericana había que oponer la civilización latina, hispana y católica que en su lectura representa los mejores valores del antiguo occidente que ha entrado en crisis. Esto termina en sus últimos años con la práctica defensa del exterminio indígena, físicamente o en su identidad. Un académico judío, Itzhak Bar-Lewaw, describió la relación de Vasconcelos con los nazis y publicó una antología de los textos de Vasconcelos en la revista Timón. Una minoría de académicos, entre ellos Miriam Jerade y Héctor Orestes Aguilar, y periodistas como Juan Alberto Cedillo y artistas como Miguel Ventura, han trabajado este tema. El capítulo sobre Timón es breve pero trata de reconstruir las ideas de Vasconcelos en esta época y su relación con este grupo. El fascismo en América Latina y México tuvo una enorme penetración por razones que aún siguen vivas. El largo instante del incendio es una reflexión sobre los peligros del resentimiento. Las ideas nazis construyen un horizonte muy seductor para explicar las razones del fracaso de los proyectos de transformación social en países que vienen de experiencias coloniales. Por eso los nazis establecieron alianzas con grupos antiimperialistas, entre ellos México. Vasconcelos creía, como se desprende de sus textos en Timón, que el posible triunfo de la Alemania nazi le permitiría a México y a América Latina una segunda oportunidad para la realización de un proyecto alternativo frustrado. No sólo Vasconcelos, sino amplias capas intelectuales y políticas de México militaron en los grupos nazis, hicieron labores de inteligencia, apoyaron a sus empresas y construyeron proyectos culturales que les daban legitimidad. Vasconcelos no era un loco.
Uno de los autores a los que recurres para construir esta biografía intelectual es José Joaquín Blanco, quien lo calificó de excéntrico.
José Joaquín Blanco y su generación, agrupada alrededor de Fernando Benítez, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis, entre otros, fueron responsables de una construcción colectiva de una historia cultural alternativa de México. A través de las incursiones de Monsiváis en el propio Ateneo de la Juventud –fue su principal desmitificador–, en el mundo de Salvador Novo, en los proyectos culturales de las primeras décadas de la Revolución mexicana y en Se llamaba Vasconcelos, maravillosa biografía hecha por José Joaquín Blanco, esta generación se enfrentó a los mitos de la cultura que el Estado había construido para legitimarse a sí mismo. Entre otras cosas este mito decía que Vasconcelos y su generación habían encarnado en la cultura lo que en la política fue la Revolución mexicana. Era una narrativa épica, sin fisuras, con un tono claramente nacionalista. No sólo buscaba la legitimación de un Estado sino de un partido. Blanco, Monsiváis y su generación mostraron que las discusiones de las izquierdas críticas del 68 tenían un antecedente de larga duración en la discusión, que preocupaciones como la democracia, el papel de las disidencias y minorías sexuales, de los anarquistas, de las formas no hegemónicas y no autoritarias de comunismo habían estado siempre. Y por lo tanto, el 68 radical no había surgido de la nada ni fue una importación acrítica de Estados Unidos o Francia. El largo instante del incendio es deudor de esta apertura de horizontes que hizo José Joaquín Blanco y de un estudioso más contemporáneo que es Ignacio Sánchez Prado. Su libro Naciones intelectuales (Universidad de Pittsburgh, 2006) resalta la relación de Vasconcelos con la cultura de izquierdas. Claude Fell, el mayor filólogo sobre temas mexicanos del siglo XX, muestra en su libro Los años del águila quién fue Vasconcelos como secretario de Educación en toda su complejidad. Vasconcelos es inasimilable a las izquierdas hegemónicas en México del mismo modo que es inasimilable para nuestras derechas por su grado de furia.
¿Cómo evolucionó la idea de identidad y mestizaje en Vasconcelos?
México, como otras regiones de América Latina, participa del problema del racismo de una manera distinta a como ocurre en Estados Unidos y Argentina. En México, la violencia racista se dio de forma distinta y eso está vinculado a las políticas de integración que existieron en México, al papel del mestizaje como proceso aculturador. Sin esto uno no puede entender la defensa que hace Vasconcelos del mestizaje en sus primeros años. Propone el mestizaje como alternativa ante la construcción de reservas como sucedía en Estados Unidos. Al mismo tiempo se oponía a los líderes que estaban a su izquierda, como los socialistas de Yucatán y algunos líderes indígenas que planteaban la necesidad de que los pueblos indios contaran con proyectos educativos que valoraran su lengua y su cultura. Frente a esto, Vasconcelos habla de que la integración es una alternativa frente a la segregación y exterminio que se aplicaron en Estados Unidos, pero también en Chile y Argentina.
La idea de mestizaje que está presente en esta época anterior a La raza cósmica recupera el valor de los proyectos de federación que permitían la existencia de muchos grupos diversos en un espacio común que permitía defender sus intereses sin subsumir sus diferencias. Ese es el ideal latinoamericanista encarnado por pensadores con Francisco Bilbao donde América Latina no es una identidad homogénea sino un conglomerado de pueblos que comparten demandas y proyectos. Esta universalidad que preserva las diferencias está vinculado al lema de la Universidad Nacional, muy mal entendido después. En La raza cósmica ya hay un giro de estas ideas. Hay cierta voluntad de homogeneización, de que el mestizaje forma un crisol en donde los valores de distintas culturas podrán formarse y unirse en algo nuevo, pero donde los anteriores elementos se disuelven. Esto conforma un siguiente paso. Vasconcelos avanzaría en ese camino en la segunda época de la revista La Antorcha hasta llegar a los textos de la época nazi en donde argumenta la propuesta de un proyecto identitario, de fusión, donde el elemento superior prevalece sobre los inferiores; donde lo espiritual prevalece sobre lo material; lo hispánico y católico prevalece sobre lo indígena. En esta última época hay una articulación genocida que justifica la necesidad de desaparecer la identidad de pueblos enteros.
FOTO: José Vasconcelos, ca. 1929/ Crédito: Archivo El Universal
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