El pequeño príncipe: la medianía
POR IVÁN MARTÍNEZ
///
El próximo 25 de julio, el compositor Federico Ibarra Groth cumplirá 70 años de vida. Reconocido hoy, aquí en su país, como uno de los más importantes compositores vivos, a Ibarra se le ha identificado comúnmente como “nuestro compositor de ópera más prolífico”; ha escrito ocho piezas para la escena, frente a los cinco proyectos concluidos por el desaparecido Daniel Catán (1949-2011) o a la única, Aura, de Mario Lavista (1943), por mencionar a sus pares.
///
Bien reconocido título, por sus frutos en ese terreno, aunque eso sea egoísta hacia otros géneros (tiene en su catálogo más maravillas para pequeños ensambles, varias obras sinfónicas de suficiente relevancia y un importante catálogo para piano solo), y porque hay un par de aciertos en su obra que se ve reflejada lo mismo en la ópera que en ciclos vocales pensados para la sala de concierto: el buen gusto literario y un extraordinario y desarrollado oficio para llevar correctamente la palabra en español a un instrumento que fue rara vez bien utilizado por las generaciones anteriores: la voz.
///
Las óperas de Ibarra, sin embargo, no han visto fuera de México el reconocimiento del que goza aquí. No es cosa rara; lo extraño es la ovación unánime y un poco desmesurada que tiene en México, sobre todo porque, como dije, es injusto hacia su música de concierto: de mejores formas e inventivas, más sólida en el lenguaje musical. Una cosa es que su música sea entendible al cantarse y otra que se conjunten las necesidades estructurales, de libreto y musicales, que hacen que una ópera funcione.
///
A propósito de su aniversario, que ojalá sea aprovechado para revalorar obras menos escuchadas como El viaje imaginario –cuarteto mixto instrumental inspirado en un poema de Xavier Villaurrutia–, el Concierto para violonchelo, todas las sinfonías y no sólo Las antesalas del sueño (Segunda), o los ciclos para voz y pequeño ensamble inspirados en poemas de Los Contemporáneos, la Ópera de Bellas Artes decidió abrir su año con un programa doble en su homenaje. Se presentaron en el Palacio de Bellas Artes El pequeño Príncipe y Antonieta. Presencié la primera en función del jueves 18 de febrero.
///
Escrita en 1988, luego de Leoncio y Lena (1981) y Orestes Parte (1984), la conforman diez cuadros en un solo acto que lleva libreto de Luis de Tavira sobre la novela homónima de Antoine de Saint-Exupéry.
///
Funciona poco la puesta en escena de Luis Miguel Lombana, pero me temo que las razones no son sus propias deficiencias como regista, sino que vienen de origen. Desde el libreto. Algún problema debe significar la necesidad de explicar algo en escena. El problema es mayor si estamos ante un clásico y más allá de los dos personajes principales, no se entiende quién es quién, quién hace qué, quién nos contó qué: por un lado está la traducción, literal (y no literaria), y por otra la mala (y mal llamada) adaptación a una estructura teatral (elementos que se quedan sin hilo conductor o elementos de gran belleza poética que se borraron).
///
Musicalmente, tampoco es el trabajo más original. Suena Prokofiev todo el tiempo, aderezado con un poco de Poulenc que brinda cierta elegancia armónica al estilo lúdico de la inspiración primaria, y una orquestación que se presta más a la sonorización fílmica (y dentro de ella, más a la de un soundtrack comercial que a la de un filme de autor). Melódicamente, las líneas se sienten forzadas a un libreto que, como dije, pudo haber sido traducido con menos literalidad y más sentido orgánico.
///
Estructuralmente, hace falta un buen número de puentes tanto dramáticos como musicales para contar una historia entre cuadros poco identificados entre sí.
///
El resultado de la puesta ha quedado en un plano de medianía. Hay elementos sencillos y destacables por eficientes: la escenografía de Paula Sabina, que pudo todavía ser más simple y agilizar el ritmo, el vestuario de Nuria Marroquín, sencillo, y la iluminación de Víctor Zapatero, que no es las más original que le hayamos visto.
///
La Orquesta del Teatro de Bellas Artes, dirigida por Iván del Prado, no ha estado en su momento más entusiasta, incluso los tempi han ido cayendo, lo que también ha dado lentitud al ritmo de la función. Manejando bien sus matices, es imperante la anotación al cuidado de los cantantes; fuera de ello, se ha dedicado a marcar compases antes que buscar ayudar a la ya de por sí débil partitura. Los elementos corales, dirigidos en esta ocasión por Christian Gohmer, han pasado desapercibidos.
///
Sobre el escenario, los personajes principales han sabido sortear los poco más de sesenta minutos que dura la pieza, sin mucho lucimiento musical ni deficiencias actorales qué anotar, todo lo contrario, sobre todo la soprano Nadia Ortega, como “El pequeño príncipe”, aunque sí ha estado dudosamente baja en la afinación de varios pasajes; y el barítono Enrique Ángeles como “El piloto”. Vale mencionar de entre los secundarios, la mayoría más bien imperceptibles, a la soprano Anabel de la Mora, como “La flor”, de cuya delgadez en su bello timbre había dudado este reseñista: llena sin cuestionamiento, con presencia y voz, la sala principal del Palacio de Bellas Artes.
//
///
*FOTO: El elenco de El pequeño príncipe estuvo integrado por la soprano Anabel de la Mora como “La flor”, el barítono Enrique Ángeles como “El piloto” y Nadia Ortega como “El pequeño príncipe”/ Yadín Xolalpa/ El Universal.