El pilar de Dostoievski
Anna Grigorievna tenía sólo 20 años cuando conoció a Dostoievski, con quien comenzó a trabajar como estenógrafa. Muy pronto, Fiódor quedó cautivado por su inteligencia. Estuvieron casados hasta la muerte del escritor en 1881. Anna no fue sólo una esposa y madre de sus hijos: cuidó de los intereses económicos del escritor y fue guardiana de sus manuscritos
POR RUZANNA MANUKYAN
En una destemplada mañana de otoño de 1866, la joven Anna salió de su casa, que tenía en la calle Kostromskaya (San Petersburgo) y se dirigió a la casa del famoso escritor Fiódor Mijailovich Dostoievski.
Anna tenía 20 años, era una joven muy inteligente y pertenecía a los grupos feministas de los 60. Había empezado hacía poco tiempo cursos de estenografía y era una de las mejores alumnas del profesor Olhin. Una semana antes el profesor le ofreció a Anna un trabajo con el escritor Dostoievski. Para
Anna, eso representaba una oportunidad no sólo para conocer personalmente al escritor al que admiraba (y serle útil), sino también, de ganar algo de dinero y así ayudar un poco a su familia.
Dostoievski había firmado un contrato con una editorial que dirigía Stellovski con una condición muy dura: si no entregaba una nueva novela por entregas antes del 1 de noviembre de 1866, perdería todos los derechos de autor durante ocho años. Él en ese momento trabajaba en la novela El jugador, siempre escribía a mano y era consciente de que no acabaría a tiempo, ya que a la vez escribía Crimen y castigo.
Conoce más de la obra de Fiódor Dostoievski aquí.
Decidió recurrir al servicio de taquigrafía. Pidió a su amigo Olhin, profesor de la universidad, que le mandase a alguien, y el profesor le mandó a su mejor alumna, Anna Grigorievna Snitkina, de 20 años, que posteriormente se convirtió en una de las primeras mujeres filatelistas de Rusia.
Habían acordado una cita en casa de Dostoievski a las 12:00. Anna llegó muy puntual, la sirvienta que le abrió la puerta la hizo pasar a la cocina para que esperara allí al dueño, que ahora le avisaría. Dostoievski salió enseguida y le pidió pasar a la habitación que era su despacho y se retiró para pedir que les sirvieran té. La casa donde vivía el escritor era bastante humilde, en el centro de su despacho tenía una mesa con libros en pila, una silla donde se sentaba a escribir, al lado de la ventana había un pequeño sofá y el suelo estaba tapado con una alfombra barata. Entre las ventanas tenía colgado un espejo grande con bordes negros, que quedaba bastante mal y feo. El despacho estaba diseñado lo más normal y habitual como se ven en muchas casas humildes.
Cuando trajeron el té, Dostoievski pidió a Anna que se sentase en la silla donde ella se imaginaba que trabajaba él. En adelante ella siempre se pondría en esa mesa para trabajar.
—¿Cuánto tiempo llevas ejerciendo estenografía?
—Sólo medio año.
—¿Tiene muchos alumnos su profesor?
—Al principio se habían apuntado más de 150 personas, ahora han quedado unos 25.
—¿Por qué tan pocos?
—Pues porque muchos pensaban que la estenografía era fácil de aprender, pero cuando han visto que no se puede asimilar en dos días lo han dejado.
—Así es en cualquier oficio —dijo Dostoievski—, empiezan con entusiasmo y en seguida lo dejan, viendo que hay que trabajar duro, pero nadie quiere trabajar duro.
Más tarde en sus recuerdos Anna describe ese día con todo el detalle:
“En el primer momento, Dostoievski me pareció bastante mayor, pero rejuveneció en cuanto habló, yo le puse unos treinta y cinco o treinta y siete años. Era de mediana estatura y se mantenía muy erguido. Sus cabellos de color castaño claro e incluso ligeramente pelirrojos estaban peinados con pomada y cuidadosamente alisados. Pero fueron sus ojos lo que más me sorprendieron en ese rostro.
Uno de ellos era marrón y el otro tenía la pupila tan dilatada que no se veía el iris. Esta mirada asimétrica le daba una expresión muy enigmática. Su aspecto enfermizo me resultó familiar, sin duda porque había visto un retrato suyo anteriormente. Dostoievski llevaba una chaqueta de paño azul bastante raída, pero el cuello y los puños de la camisa eran blancos como la nieve”.
No se equivocó Anna al calcular la edad de su interlocutor, que en la fecha del referido encuentro tenía 44 años.
Anna salió de casa de Dostoievski con una sensación de tristeza. El escritor no le agradó, le pareció un hombre muy triste. Ella creía que no congeniarían para el trabajo. Cuando volvió a la casa del escritor, él otra vez le preguntó su nombre y apellido. Empezó a preguntar sobre su familia, Anna le contestaba con un tono muy serio y frío. Desde el principio decidió que con la gente que tiene que trabajar, debe mantener una distancia, y ni siquiera le había sonreído una vez.
La sirvienta del escritor, Fedosia, llevó té con fruta y algún dulce. La conversación mientras los dos tomaban té tomó un tono más personal. Llegaron a hablar sobre la pena de muerte y sobre el círculo Petrashevski. Este círculo fue una asociación ilegal fundada por Mijaíl Petrashevski, dedicada a discutir filosofía y las ideas de los socialistas utópicos. Formaron parte de él intelectuales y artistas opuestos a la autocracia zarista, pero sin afanes revolucionarios directos. En 1849, el gobierno del zar prohibió el círculo, encarceló a sus 123 miembros y condenó a muerte a 21 de ellos, uno de los cuales era Dostoievski. Ya ante el pelotón de fusilamiento, llegó el indulto, fueron deportados a Siberia y amnistiados unos años más tarde.
“Recuerdo —dijo Dostoievski—, cuando estaba de pie en Semenovsky Platz, entre los colegas condenados viendo los preparativos, sabiendo que me quedaban sólo 5 minutos de vida. Pero esos minutos se han convertido en años, en miles de años, tanto parecía que me quedaba vivir. Nos pusieron la ropa de ejecución y nos dividieron en tres filas, yo estaba en la segunda. A los primeros tres los ataron al tronco. En dos, tres minutos las dos filas estarían ya fusiladas, y llegaría nuestro turno. ¡Cómo quería vivir, Dios mío! Cuántas cosas buenas quería hacer, qué maravilloso regalo me parecía la vida. Me acordé de todo mi pasado, de cómo despreciaba la vida y un nuevo anhelo de vivir brotó dentro de mí. De repente oímos el aviso de la cancelación, a mis compañeros les desataron, les trajeron de vuelta y empezaron a leernos la nueva orden del Zar. Me condenaron a 4 años de trabajo forzado en Siberia. ¡No recuerdo otro día tan feliz! Iba por el foso Alexeev y cantaba, cantaba muy alto y fuerte. Tan feliz era por ese regalo de poder vivir. Luego dejaron a mi hermano despedirse de mí. En víspera de Navidad me mandaron a Siberia, al fin del mundo. Aún guardo la carta que mandé a mi hermano el día de la condena, que me devolvió mi sobrino cuando murió Mijaíl”.
A pesar de esa primera impresión no muy agradable el trabajo marchaba bien, a Fiódor le resultó muy cómodo trabajar con Anna, cuya mano literalmente volaba al unísono con el pensamiento de Dostoievski. Cada día Anna salía corriendo de su casa para ir a trabajar con Dostoievski desde las 12:00 hasta las 16:00. Anna escribía lo que él le dictaba y luego en casa lo pasaba a limpio. Durante el dictado hablaban de muchas cosas y esa parte era la que más le gustaba a Anna. El escritor era tan inteligente, tenía un mundo interior tan inmenso que la joven después de hablar con él, no se imaginaba hablar con los chicos de su edad, le aburrían, le parecían muy simples. Al día siguiente se repetía el escenario, de esa manera Dostoievski consiguió escribir la novela El jugador ¡¡¡en 26 días!!! Estaba muy agradecido con Anna y le dijo que sin ella no lo hubiera conseguido. Le gustó tanto trabajar con ella que le propuso seguir colaborando y ayudarle a terminar Crimen y castigo, que publicaba por partes y aún no lo tenía terminado.
Así empezó la historia de una unión que duró hasta el final de vida del gran escritor.
El 3 de noviembre de 1866, Dostoievski por primera vez visitó a Anna en su domicilio y conoció a su madre, a quien comentó sus intenciones de seguir trabajando con Anna.
El 8 de noviembre de 1866, le propone matrimonio de una manera muy literaria. Anna llegó a su casa esta vez para trabajar en Crimen y castigo. Pero de repente Fiódor le habló de otra novela que tenía en su mente.
Anna escribe en sus recuerdos:
“‘Ponte en su lugar por un momento’”, dijo con voz temblorosa. ‘Imagine que este artista soy yo. Que le he confesado mi amor y le he pedido que sea mi esposa. Dígame, ¿qué respondería?’
Su rostro revelaba una vergüenza tan profunda, un tormento interno tal, que comprendí por fin que no se trataba de una conversación sobre literatura, que si le daba una respuesta evasiva daría un golpe mortal a su autoestima y orgullo. Miré su rostro preocupado, que se había vuelto tan querido para mí, y dije: ‘Le respondería que le amo y le amaré toda mi vida.’
No intentaré transmitir las palabras llenas de ternura y amor que me dijo entonces, pues son sagradas para mí. Estaba aturdida, casi aplastada por la inmensidad de mi felicidad y, durante mucho tiempo, no pude creerlo.”
Anna nació en San Petersburgo en 1846, en la familia de Grigori Ivanovich Snitkin, que era un pequeño funcionario en palacio. A lo largo de su vida pudo reunir una pequeña fortuna. Era un hombre culto y gracias a él, Anna heredó la pasión por la literatura. Anna, igual que su padre, admiraba las obras de Dostoievski. Entonces ella no podía ni imaginarse que llegaría el día en que ella sería su mano derecha y le ayudaría con las publicaciones de sus obras. Fue educada en el instituto Mariinski y después en la escuela pedagógica Vichnegradski. En abril de 1866, murió su padre y Anna se vio obligada a aprender a gestionar el patrimonio que éste les dejó. Más adelante esta experiencia de gestionar las finanzas le ayudaría a mejorar la situación económica de Fiódor Mijailovich, que llevaba endeudado casi toda su vida. Aunque tardará diez años en liberar a su marido de todas las deudas.
La boda se celebró el 15 de febrero de 1867, a las siete de la tarde en la gran catedral de la Trinidad en presencia de numerosos amigos. Pero Anna aún tenía que enfrentarse a otra prueba: Dostoievski en un día tuvo un doble ataque epiléptico. En 1918, Anna confiesó al escritor y crítico A. A. Izmailov:
“Recuerdo los días de nuestra vida juntos como los días de mayor felicidad inmerecida. Pero a veces lo redimirá con mucho sufrimiento. La terrible enfermedad de Fiódor Mijailovich amenazaba con destruir toda nuestra felicidad cualquier día…
Como saben esta enfermedad no se puede prevenir ni curar. Todo lo que pude hacer fue desabrocharle el cuello y tomar su cabeza en mis manos. Pero ver un rostro querido, azul pálido, distorsionado, con las venas marcadas y no poder ayudarle eso fue el mayor sufrimiento, tal vez tuve que redimir mi felicidad de estar cerca de él.”
Los médicos le recetan tranquilidad absoluta y Anna hizo todo los posible para que pudieran marcharse al extranjero, lejos de los familiares de su marido, que vivían a sus expensas y abusaban de él sin pensar en su salud. Como era de esperarse, la familia de Fiódor, temiendo que en el extranjero gastaran mucho dinero, se opusieron al viaje. Tuvieron que enfrentarse ahora a Anna Grigorievna, que estaba dispuesta a poner los intereses de su querido marido por encima de todo. Entonces, ella decidió empeñar los muebles y todo el oro que tenía para hacer el viaje.
El 14 de abril de 1867, abandonaron San Petersburgo y se dirigeron a Dresden. Pensaban pasar en el extranjero una temporada de tres meses; se quedaron algo más de cuatro años. Era el primer viaje de Anna al extranjero y decidió llevar un diario donde describió todos los detalles.
Su diario es una enorme fuente sobre la vida de la pareja en el extranjero. Dostoievski no escribía un diario y gracias a los apuntes de Anna ahora sabemos lo mucho que sufieron en el extranjero, pero también sus minutos de felicidad. Es allí donde, gracias a Anna, Dostoievski consigue curarse de la ludopatía y también en el extranjero se convierten en padres por primera vez.
Una vez, Lev Tolstoi dijo: “Muchos escritores rusos se sentirían mejor sí tuvieran esposas como la de Dostoievski”.
Anna se convirtió en el ángel de la guarda de Fiódor Mijailovich. Junto a ella escribió sus novelas más épicas. En su lecho de muerte le dijo unas palabras que transmiten todo el amor casi divino que les unía. Anna escribió en sus Recuerdos:
“ […] Después me dijo algo que no todos los maridos pueden decir a sus esposas pasados 14 años de matrimonio:
“Recuerda, Ania, siempre te he querido con todo mi corazón y nunca te he sido infiel, ni siquiera con el pensamiento.”
Cuando Anna aceptó la propuesta de matrimonio de Dostoievski, le dijo: “Te amaré toda mi vida”, y cumplió su palabra. Después de la muerte de Fiódor nunca volvió a casarse. “¿Con quién podría casarme después de Dostoievski?” bromeaba.
“Los sentimientos hay que tratarlos con cuidado para que no se rompan. No hay nada más valioso en la vida que el amor. […] Me entregué a Fiódor Mijailovich cuando tenía 20 años, ahora tengo más de 70 años y aún le pertenezco por completo, sólo a él en cada pensamiento y acción. Pertenezco a su memoria, a sus obras, a sus hijos que son también mis hijos. Y todo lo que es, aunque sea en parte, suyo, es mío completamente. Y no hay nada fuera de él.”
Así escribía Anna en sus recuerdos.
En una vida marcada por la pobreza, mala salud y la desgracia, conocer a Anna le resultó a Dostoievski la coincidencia más feliz de su vida.
Hasta su muerte, Anna trabajó en cuidar la biografía y la bibliografía de su marido, publicando sus obras. También nos dejó unas memorias muy íntimas y sentimentales sobre su vida con el gran genio. Ella soñaba sólo con que después de muerta la enterraran al lado de su amado esposo. Pero apenada todavía tras la desaparición de su esposo y obligada tras la revolución rusa a huir de San Petersburgo, Anna murió en Yalta (Crimea) en junio de 1918.
50 años después, su nieto Andrei cumplió su último deseo. Trasladó sus cenizas al cementerio de Tijvin al lado de su esposo, donde junto con el nombre de Fiódor Dostoievski ahora se puede leer también el nombre de la maravillosa Anna Grigorievna.
FOTO: Anna Grigorievna Dostoievskaya (1846-1918) fue una mujer culta y con intereses feministas/ Crédito: Especial
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