El placer del texto: Antonio Alatorre (1922-2010), lector creador

Jul 16 • destacamos, principales, Reflexiones • 2029 Views • No hay comentarios en El placer del texto: Antonio Alatorre (1922-2010), lector creador

 

Para Alatorre, la frontera entre el ‘lector’ y el ‘crítico’ es invisible, pues éste último no opera desde una “ciencia fría y exacta”, sino que es un lector que se acerca a la literatura con una sensibilidad aguda que aumenta la vida del texto

 

POR JOSÉ HOMERO
Jorge Luis Borges fue un poeta de versos incipientes. Muchos de los principios de sus poemas se han popularizado a tal punto que hemos olvidado que son versos y no sentencias. Al reflexionar sobre el legado de Antonio Alatorre (1922-2010) rememoro el famoso íncipit de “Un lector”: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito;/ a mí me enorgullecen las que he leído”. No conocí al gran campeador de tantas batallas a favor de la lengua y la tradición, pero apostaría que la asociación no le sería ingrata. Del mismo modo que en la obra borgiana abundan las referencias al papel del lector en la configuración de la literatura (“Pierre Menard, autor del Quijote”) e incluso de la realidad (“Tlon, Uqbar, Orbis Tertius”), en la de Alatorre la noción del lector se antoja la llave que gira la cerradura de su universo y nos permite contemplarlo bajo una luz unitaria.

 

Saludada como una pieza de microhistoria, El brujo de Autlán presenta en el prólogo, además de las trazas que propiciarían –y propician– esa ponderación, indicios de su verdadero carácter. Alatorre declara que al igual que en el mundo hay “muchos personajes en busca de autor”, así “en un archivo hay documentos en busca no sólo de un historiador que los aproveche, sino también –sobre todo, diría yo– de simples lectores que los disfruten”. (1) En la segunda parte, encontraremos la ratificación de esta clave y la indicación de que para él el interés es indisociable del placer:

 

Quienes hayan leído las páginas anteriores no lo habrán hecho, pues, como especialistas en estudios históricos, sino como simples lectores, esos que leen por leer, pudiendo hacer alguna otra cosa. Todo ser humano es aficionado a los cuentos.(2)

 

Diríase que las empresas de Alatorre, sean estas profesionales o diletantes, se rigieron por el gusto como fundamento del goce estético. El aprendiz no de brujo de Autlán, sino de teórico literario que era Alatorre en 1955, manifestaba que “el crítico es un lector pero un lector más alerta y más ‘total’, de sensibilidad más aguda: las cualidades de recepción del lector corriente están como extremadas y exacerbadas en el lector especial que es el crítico”. (3) En “La crítica literaria”, ponencia en una mesa redonda organizada por la UNAM, destacará que la crítica, en vez de ser una “ciencia exacta y fría”, es “un aumento de vida”. (4) Esta definición, alejada tanto de los principios de la nueva crítica anglosajona –William Epson y I. A. Richards, digamos– como de las escuelas lingüísticas, semióticas o parafilosóficas –estructuralismo, posestructuralismo, hermenéutica…–, ciertamente sí perfila un ideal de crítica, uno al servicio de la obra para inquirir en su sentido y no pretexto para un metadiscurso, pero, especialmente, perfila a su autor. En 1972, invitado nuevamente a perorar sobre dicha disciplina reiterará que “la crítica es la formulación de la experiencia del lector”. En esta conferencia fue más explícito en su visión de la crítica como prolongación de la lectura y también más vehemente en su convicción de que leer es indisociable de la vida; nuestra biografía permea la concepción con que enfrentamos un texto, de ahí que una de las sentencias siempre útiles de este ensayo rece: “La frontera entre ‘lector’ y ‘crítico’ es invisible. En realidad no existe”. (5)

 

“Una de las formas de la felicidad” llamó Borges a la lectura en una entrevista, donde asimismo defendió al gozo como el motivo principal para leer. Si leemos por placer, entonces, un escritor consciente tendrá en consideración al lector. Alatorre no olvidó nunca que al hombre de la calle no le interesan las disquisiciones ni discusiones académicas, por ello no atendió la solicitud de recopilar sus estudios y análisis filológicos, como expresó en varias ocasiones; ni tampoco, para saber de un tema de su interés, requiere ser descoyuntado en la rueda del aparato crítico. Dirá en el prólogo de Los 1001 años de la lengua española que su historia es:

 

la menos académica que se ha escrito. No hay bibliografía en las notas de pie de página, ni la menor huella del llamado “aparato crítico”, ni más abreviaturas que las usuales en la lengua. Es la menos técnica, la menos profesional. No sólo no tengo datos científicos nuevos que enseñarles a ellos, sino que he evitado lo más posible el lenguaje técnico que ellos emplean. (6)

 

Añade que escribe “para la gente. El lector que ha estado en mi imaginación es el “lector general”, el no especializado” (ibid.).

 

Expresiones semejantes se encuentran en las presentaciones de sus libros Ensayos sobre crítica literaria (1993) o El sueño erótico en la poesía española de los Siglos de Oro (2002). Rose Corral ha efectuado una recapitulación al respecto en “Antonio Alatorre: itinerario de un lector”. Incluso, la tarea traductora se enfoca bajo la luz del lector; “un traductor es un lector especialmente alerta”, (7) observará en la conferencia “Lingüística y literatura” (1987). Advertimos que si la dinámica de la lectura ordena este universo, el desplazamiento nos lleva al extremo antagónico pero no contradictorio: la escritura.

 

Leer con atención es interesarse en la obra. Si queremos que los lectores nos comprendan, será primordial tentarlos, plantear una seducción. No nos sorprenda que la piedra de toque que propiciará la serie de trances con que se urde La migraña (2012), su inconclusa única novela publicada póstumamente, se vincule al acto de leer; a un “momento”, como el narrador lo denomina, narrativamente “explosivo”: la lectura de un ensayo sobre Roberto Arlt, propuesto para la revista que dirige Guillermo, el protagonista. Sin embargo, como recordará quien conozca esta noveleta magistral, es sólo uno más en la cuenta de los actos –una ilusión óptica, una bebida, el olor del césped recién cortado– que llevará al narrador a evocar el pasaje que desea escribir; la percepción de un “fragmento de vida” que le provoca una de esas interrupciones sobre las que reflexionó Tzvetan Todorov tan luminosamente. “¡De qué manera misteriosa algo del pasado se traba con algo del presente, y las dos cosas se hacen una sola!”; o como precisará, “una verdadera comunión entre las cosas del presente y las cosas del pasado”. (8)

 

La poética no formulada de Alatorre atravesaba por un rescate del estilo sencillo. Su cruzada contra el abuso de la terminología académica se complementaba predicando con el ejemplo de una escritura con palabras de “entresemana”, como hubiera dicho. O, “el que no se nota”, como recordó Raúl Ávila.

 

Lector excepcional, Antonio Alatorre dejó una obra, breve en libros, vasta en escritos, fértil en lecciones, y sobre todo la enseñanza de que la literatura, nos acerquemos a ella como lectores o escritores, se funda en el gusto, en el placer. A fin de cuentas, aunque no lo pareciera, el gran filólogo fue un cuentero sólo que la fascinación de sus historias se cimenta en las raíces del lenguaje (Los 1001 años…); en el árbol de una forma poética (Fiori di sonetti); en la vida cotidiana como se percibe a trasluz de las actas inquisitoriales (El brujo de Autlán). En el primer centenario de su nacimiento, estas lecciones continúan recordándonos que la experiencia literaria, sin importar cuán innovadora sea una poética, sólo se cumple, efectivamente, con “el encuentro de un autor y un lector”.

 

NOTAS

1. Antonio Alatorre, El brujo de Autlán, México: Editorial Aldus, 2001. p. 10.

2. Ibid., pp. 95-96.

3. Antonio Alatorre, Ensayos sobre crítica literaria, México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, p. 17.

4.  Ibid., 22

5. “¿Qué es la crítica literaria?”, ibid., p. 44.

6.  Antonio Alatorre, Los 1001 años de la lengua española, México: Fondo de Cultura Económica, 2012. p.10.

7.  Ensayos sobre crítica literaria, op. cit., p. 88.

8.  Antonio Alatorre, La migraña, México: Fondo de Cultura Económica, 2012.

 

FOTO: El escritor Antonio Alatorre/ Autor Anónimo/ Fototeca de la CNL-INBAL

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