El presente de Björk
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La exposición Björk digital y el concierto que el 29 de marzo ofrecerá en el Auditorio Nacional como parte de su Vulnicura, muestran a esta cantante islandesa como un referente mundial de la música pop, con un discurso musical en el que conviven lo ancestral y lo moderno, que exige apreciarla como una artista más que como una intérprete
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POR JOSÉ HOMERO
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La mejor etapa de Rex fue cuando tocaba en la banda de Lester Jones. A su hijo le explica que esta deidad del rock, devenido pintor de gran éxito, “tenía una cosa que todo el mundo deseaba, algo menos usual que los rubíes o incluso que la habilidad para ganar dinero, la fuerza central del mundo que hacía que las cosas preciosas e importantes sucedieran. Se trataba de su imaginación o su talento. Ése era su don”. El regalo de Gabriel, segunda novela en la que Hanif Kureishi se inspira en David Bowie –la primera fue El buda de los suburbios, que propiciaría una fecunda amistad entre ambos creadores–, además de la exploración filial, reflexiona en torno al talento, a su origen y su función dentro de la sociedad.
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Si Bowie devino icónico de la creatividad incluso en ámbitos tan peregrinos como el empresarial, la mejor pretendiente al sitial vacante es Björk, quien exige ser apreciada como artista más que como mera intérprete del pop. Bastaría mencionar los acontecimientos que propician este ensayo: su primer concierto en la Ciudad de México en el Auditorio Nacional el 29 de marzo, y su primer exposición de arte, Björk digital, en el FotoMuseo Cuatro Caminos, desde el pasado martes 21 de marzo hasta el 7 de mayo. Su espectáculo se desarrolla en torno a Vulnicura, que desde su aparición en 2015 ha abordado desde nuevos arreglos, al punto que otros dos discos complementan el concepto: Vulnicura Strings (2015) y Vulnicura Live (2016), de modo que tanto el concierto individual como el del festival Ceremonia participarán de ambas vertientes: con orquesta de cámara y coros en el recinto, la fusión acústica con los beats electrónicos en el masivo. A su vez la exposición parte de los videos creados para este concepto, de ahí que también se le denomine Vulnicura VR, explorando las posibilidades estéticas de la realidad virtual, entre ellos una filmación con cámara de 360º y una experiencia interactiva que para sentirse dentro de la boca de la cantante requiere de una tecnología especial –por ello el alto costo de la entrada al museo. Esta faceta se acompaña de una curaduría de sus videos, que incluyen verdaderas obras maestras del género, dirigidas entre otros por Michael Gondry, Spike Jonze y Steve McQueen. De ahí que partamos de este aserto: Björk es sinónimo de arte total.
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Innovación y tradición en el art pop
Hay una coherencia narrativa entre sus incursiones tempranas y las maduras. Los instrumentos y melodías tradicionales con que comenzó su carrera –cuando fue una auténtica estrella infantil– reaparecerán a partir de Vespertine (2001) y la imbricación entre pop y arte, entre melodía y grito, entre experimentación y balada, señas particulares de su trabajo con Sugarcubes, se manifiestan desde Post (1995) adquiriendo cada vez mayor relevancia hasta alcanzar su cúspide en Biophilia (2011), uno de los grandes álbumes ignorados del rock, cuya crítica no ha sabido apreciar la extensión de la propuesta.
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Paradójico camino el de Björk: de la modernidad tecnológica de la electrónica hacia la modernidad del primer Renacimiento. Si Telegram (1996) se adscribía al minimalismo al decantar las canciones a lo esencial, en Vespertine, el viaje descubrió la riqueza e innovación de instrumentos de resonancia sutil: las cajas de música, las arpas eólicas, la celesta y la elección del abigarramiento tímbrico en lugar de los matices vocales. Esa vinculación entre sutileza y ajenidad geográfica y temporal halla su punto culminante en Biophilia, donde la creación de aplicaciones para artefactos nómadas –las tabletas, los celulares– para reverberar los conceptos detrás de cada canción, se complementa con la elaboración de instrumentos únicos, en ciertos casos recuperando inventos perdidos –la viola organista, siguiendo el diseño de Leonardo Da Vinci, las bobinas de Tesla–, en otros aportando híbridos visionarios: arpas pendulares en “Solsticio”, gamelasta en “Moon”, órganos digitales para secuenciar los beats. Viaje a la semilla que explora el registro vocal; del grito al susurro, sin olvidar que la voz puede imitar cualquier sonido y en contrapunto muestra que entre percusión y melodía hay una intrínseca unidad.
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Björk es asombrosamente moderna porque se acuerda del pasado. Confiesa que pensó llamar Ink (“tinta”) a su cuarto álbum, en alusión al color del ancestro africano de la humanidad –no hay que olvidar que la antropóloga Björk es sobre todo mitógrafa, como exhibe “Cosmogony”. Después encontró que la palabra latina medúlla cifraba la intención: regresar a los orígenes, a la sustancia vital, para comenzar otra etapa. Y también asentarse, tocar tierra. Morir para renacer. Este disco se corresponde con el inicio de su matrimonio con Matthew Barney, uno de los más importantes artistas contemporáneos, artífice de la monumental River of fundament, no casualmente composición megalómana que enlaza los mitos del antiguo Egipto con la mitología moderna del automóvil a través de la visión de Norman Mailer. No sorprende que el álbum con que cierra su unión conyugal comparta además del ascendente lingüístico –el título dimana también del latín, aunque se trata de una palabra valija: Vulnicura, que fusiona dos vocablos, vulnus (herida) con cura (sanar), refiriéndose al proceso de la herida y la sanación–, sino también la perspectiva: la intimidad, la recuperación tras el dolor. Por ello aun cuando la crítica se ha empeñado en llamar a éste su disco más personal, por su vehemencia confesional, lo cierto es que Vespertine (2001), cuya inspiración es paliar una experiencia traumática, en este caso la vejatoria colaboración con Lars von Trier en Bailando en la oscuridad (1999), es igualmente documento autobiográfico. El cabo que enlaza los dos discos más personales de Björk es el matrimonio: uno al inicio –Vespertine lidiaba también con la función materna–, otro al final.
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La conciencia de los ciclos imbuye este universo. Las metáforas no se limitan al campo lírico, donde florecen los versos con palabras, sino que fieles a la poética expansiva se reiteran y ratifican en las imágenes plásticas tanto de la fotografía como del video, la instalación o el performance: Björk universo, Björk madre tierra en Biophilia; Björk amante-tierra herida recomponiéndose desde la fractura, eco de las capas tectónicas hasta de nuevo emerger como fluido en “Black lake”. Estas constantes asientan esa idea cíclica presente tanto en la naturaleza como en la evolución de las relaciones. Mirada antropológica que rige en “Sacrificio”, cuyo enfoque, precisa la compositora, es antropológico. Igualmente al evocar su matrimonio y su impulso retoma el concepto de investigación antropológica para situarlo.
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Hija de la madre naturaleza
Uno de los versos más confesionales atribuye el fracaso a la diferencia de temperamentos: a él le molestaban sus “emociones sin límite”, a ella, las obsesiones apocalípticas: “You fear my limitless emotions/I am bored of your apocalyptic obsessions” (“Black lake”). La clave está en la emoción, en los sentimientos, que a despecho del lugar común fluyen como ríos, se comparan en varias canciones con agua, océanos, torrentes. Sentir es derramarse, la separación es la sequía. Björk o de la conciencia de la unidad entre la tierra y el hombre, no sólo en Biophilia (un disco aparentemente poco subjetivo, condición que desaparece cuando comprendemos que Björk, nueva Lucrecio, al hablar de la naturaleza de las cosas en realidad explora su territorio), sino también en su disco más íntimo, más subjetivo, más personal. No sólo hay una recuperación de los dominios del hogar —el vientre, la oscuridad, el recogimiento, la cámara: ese aprendizaje de las cenizas—, también una vigencia del diario expreso en composiciones musicales, la lírica como cifra, la existencia como un breviario que ilustra un camino de perfección, estaciones que ya encontramos en Vespertine.
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Lejos de Björk la univocidad idílica; aunque ésta sea la palabra adecuada para esos reencuentros con la terrenidad y el anima mundi. La antigua excéntrica adopta hoy una actitud de madre terrena, especie de fuerza volcánica en consonancia con su natal Islandia, de ahí que haya siempre imbricación entre la conciencia de la persona con la de Gaia y que incluso discos en apariencia tan abstractos, como Biophilia (una ópera sobre la naturaleza), se conviertan en un comentario político sobre la crisis financiera pero también sobre los derroteros de la humanidad. En estos dos últimos álbumes, conceptualmente en apariencia tan distintos, pero musicalmente tan cercanos –en Biophilia continúa esa recuperación de Vespertine y Medúlla de timbres antiguos, delicados y heterodoxos, combinados con la investigación de las propiedades físicas de los sonidos, un proyecto de ciencias destinado a crear nueva instrumentación–, además de enraizamiento, fortaleza femenina y fertilidad natural, ofrece delicadas discordancias, violentas vocalizaciones y monocordes registros en la vena de Steve Richter y de György Ligeti, que acompañan, al modo de imbricada polifonía, las melodías no pocas veces sublimes de Björk. Latido primordial que transmite la sensación de amenaza, el golpe mortal, latente en todo arte. Porque si una forma quiere permanecer, debe perecer. Esta lección es otra de las presentes dentro de esta telaraña. “Nuestros corazones son arrecifes de coral durante la marea baja / El amor es el océano que anhelamos / Inquieto girando alrededor y alrededor / Estoy bailando hacia la transformación” (“Atom dance”).
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Björk, que asombrosamente nos recordó la ancestralidad de lo moderno en “The modern thing”, pretende la conciliación. No sólo de la melodía y el ritmo, como era notable en sus primeros discos y muy especialmente en Post, sino de las texturas abstractas, cierto ruido diríamos, como eco de una actitud de avanzada, y las inclinaciones primarias a la melodía.
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En una época donde la tentación por negar la experiencia de la vanguardia y devolver al pop a un encuadre comercial –servir de acompañamiento de la diversión–, Björk retoma la corona caída del artista y se asume como una suerte de energía primordial. Hay muchas metáforas con que podemos asociar su trabajo, desde una suerte de sol, de energía polar que concentra a un universo, hasta el de madre tierra, sin soslayar el de araña, a la manera de Ariadna.
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En Björk, como se comprueba en los videos de Biophilia, todo es concatenación, secuencias, desarrollos en espiral, gravedad y tiempo. Y en el centro de este tapiz se encuentra ella generando todo a través del único don innegable: el talento. Ésa es su presencia, ésos sus presentes.
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FOTO: Imagen promocional del disco Biophilia, de Björk.
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