El Rey del Kitsch

Ene 20 • destacamos, principales, Reflexiones • 14346 Views • No hay comentarios en El Rey del Kitsch

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A decir del filósofo holandés Rob Riemen, fundador del Instituto Nexus, Donald Trump encarna el poder del kitsch, una cultura materialista y desprovista de valores espirituales, la cual está vinculada al pensamiento fascista. En esta era, el humanismo se ha convertido en la contracultura de la resistencia

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POR ROB RIEMEN

El 20 de enero se cumple un año de la investidura de Donald J. Trump como presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Para aquellos que se preguntan cómo es posible que este hombre pueda habitar la misma residencia que en su momento ocuparon Abraham Lincoln, Franklin D. Roosevelt o John F. Kennedy, basta dar cuenta del talento americano de Trump en su máxima expresión: ¡el poder del kitsch!

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La fuente del poder del kitsch reside en lo engañoso del término, ya que pretende ser un fenómeno inocente, una simple manifestación de mal gusto o de arte sentimental. En el momento en que se deja caer el velo, se revela la verdadera naturaleza del kitsch y nos encontramos frente a una expresión cultural carente de cualquier moral universal o valores espirituales. En el fondo, la cultura kitsch es, sin lugar a dudas, absurda, sin embargo, se esconde detrás del culto, por no decir idolatría, de servir a nuestros instintos y deseos más básicos. Desprovistos de todo valor espiritual, el materialismo es llamado a llenar el vacío, lo que implica que nuestra identidad humana ya no se basa en quién soy sino en qué tengo. La compulsión por tener y comprar, como una mera manifestación de la avaricia, se sustituye por el anhelo de lograr una personalidad que se pueda presumir a tantas personas como sea posible, con la esperanza y expectativa de agradarles. Es así como la vida intelectual deja de ser relevante, pues se trata de sentirse bien, y todos se sienten en su mejor versión cuando todo es lindo y, por ende, agradable. El grado de deleite se convertirá en la medida absoluta de todas nuestras experiencias. Por ejemplo, la religión ya no será el llamado para cambiar la vida y actitud que tenemos hacia el prójimo, sino la satisfacción de mostrar rectitud y una superioridad moral frente a otros. Otra secuela importante es la sustitución de la búsqueda de la calidad, que es un valor espiritual, por el deseo de cantidad. Todo tiene que ser grande y en el mundo del kitsch, lo “mejor” es por definición lo más grande en número. Si mezclamos la prevalencia del materialismo con la fe en la cantidad, comprenderemos por qué la sociedad del kitsch siempre habrá de idolatrar el deseo de amasar riqueza. En este sentido, es lógico que la educación en el mundo kitsch se reduzca a ser un instrumento de transmisión de todo aquello que sea útil, de conocimiento que tenga una aplicación directa en la economía y de todo aquello necesario para ganar dinero. Las emociones y la irracionalidad se imponen toda vez que la racionalidad y el acto de pensar hacen que la vida sea demasiado complicada; en la cultura kitsch no se permite que algo sea demasiado difícil ya que la vida debe de ser fácil y divertida.

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Las consecuencias políticas son evidentes: la desaparición del ejercicio de la responsabilidad colectiva y la expectativa de la masa de contar con un líder que promete extirpar el mal social de su pueblo. Para sus muchos adeptos, se trata de un nuevo mesías que desciende del cielo a la tierra (o bien, de una escalera mecánica en estos tiempos modernos) y que se revela, incluso, como una epifanía en la oscuridad que se dirige hacía la luz en comunión con sus seguidores. Este líder es el hombre espectáculo, o embustero por excelencia, que es consciente, en todo momento, de la importancia de su imagen. Tan pronto surja algún cuestionamiento sobre su estado de salud mental, se transformará en el estadista sabio y sereno frente a las cámaras de los medios que sabrán dar la nota favorable a propósito de su imagen de acuerdo a sus cálculos.

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Dentro de la sociedad del kitsch, el deseo de riqueza y poder junto con la satisfacción inmediata son comportamientos normalizados. El Rey del kitsch es la personificación de esta conducta. Empero, esta representación entra en conflicto con la imagen del mesías que promete el cielo en la tierra a propios y extraños, por lo que no tiene más remedio que engañar a su pueblo a través de consignas falsas que prometen el regreso a un pasado inexistente y que abundan en una variedad de enemigos, sin olvidar la propaganda interminable para manipular los hábitos y opiniones de su pueblo.

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Desde luego, el Rey del kitsch no es el origen de la cultura kitsch, pero sí es su representación más significativa dado el poder político que encarna. Existe un vínculo indisoluble entre la cultura del kitsch y el pensamiento fascista.

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Cuando la democracia de masas se contamina de una crisis y la sociedad es avivada por el resentimiento, el miedo y el odio, el Rey del kitsch hará uso de un talento fascista que florece en la política del engaño. Su autoritarismo y la exigencia de una lealtad incondicional se muestran como una fuente de liderazgo, mientras que su hostilidad hacia el intelecto y su aborrecimiento contra de las artes se traduce en antielitismo. El Rey del kitsch revela su conflicto con los hechos inoportunos al tacharlos de noticias falsas y al referirse a sus propias mentiras como hechos alternativos. Su falta de ideas y visión se esconden al culpar a todo tipo de chivos expiatorios, mientras que su indiferencia por el resto del mundo la hace pasar como una brillante estrategia para hacer su país grande de nuevo.

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El Rey del kitsch, tan cuerdo como él solo, sabe que pasará mucho tiempo antes de que su pueblo deje de creerle y que lo contemple por lo que es en realidad. En el mundo del kitsch siempre se identifica a la maldad por su aspecto desagradable como el Guasón. Mientras que él, El Rey del kitsch se ve, como decirlo, se ve… ¡presidencial!

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Con su discurso racista, su polarización producto de una política de miedo y odio, poco a poco provocará cada vez más violencia dentro de su propio pueblo y el mundo. Tristemente, los expertos en materia política sólo reconocerán que nos encontramos frente al fascismo cuando sea tengan prueba de ello, es decir, cuando sea demasiado tarde para detener la violencia.

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Sin embargo, ¡nunca es tarde para la resistencia ! Y serán ellos quienes habrán de seguir la luz en la oscuridad, la estrella del espíritu democrático, la misma que iluminará un pasado y un futuro de lucha de la verdad contra la política del engaño y que guiará el camino para que la sociedad emerja de la cueva de sus fantasmas y regrese a lo real a la realidad de los tres eternos valores espirituales: verdad, belleza y bondad. Serán ellos quienes nos digan: ¡vive en la verdad, genera belleza y haz justicia! Ésta es la contracultura frente a la cultura del kitsch, ésta es, en las palabras eternas del gran humanista europeo que albergó grandes esperanzas para el nuevo mundo: “La civilización como un ejercicio permanente de respeto. Respeto por lo divino, la tierra, por nuestro prójimo y por nuestra propia dignidad” (Goethe).

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Traducción de Berenice González

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FOTO: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, baila con la primera dama Melania Trump, el 20 de enero de 2017 en Wáshington. /AP

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