El Salvador: la tormenta Nayib, entrevista con el investigador Juan Martínez d’Aubuisson
Juan Martínez d’Aubuisson habla del régimen de excepción en su país instaurado para controlar crímenes relacionados con pandillas, pero que ha traído la suspensión de derechos humanos fundamentales y la detención de personas presuntamente inocentes
POR CATERINA MORBIATO
Desde finales de marzo de este año, El Salvador vive uno de los momentos más críticos de su historia reciente. En respuesta a un repunte del número de homicidios vinculados con pandillas, la Asamblea Legislativa ha aprobado un régimen de excepción y la suspensión de varios derechos fundamentales, entre otros, el derecho a defensa jurídica y el derecho a ser informado de los motivos de la detención.
Entre las reformas legales, destaca una del Código Penal que permite castigar con hasta quince años de cárcel a quienes compartan declaraciones o mensajes supuestamente originados por las pandillas. Considerada por la Asociación de Periodistas de El Salvador (APES) como un claro intento de censura a los medios de comunicación, esta medida ha derivado en múltiples represalias en contra de quienes critican el actuar del gobierno.
Uno de los blancos de la estigmatización y las calumnias presidenciales es Juan Martínez d’Aubuisson, antropólogo sociocultural, periodista, y especialista en las pandillas del norte centroamericano, fenómeno que ha relatado en muchas publicaciones, entre ellas El niño de Hollywood (Debate, 2018).
El pasado 11 de abril, el presidente salvadoreño Nayib Bukele le “dedicó” un tweet tachándolo de “basura” y menospreciando su trabajo de investigación. Acto seguido, Martínez d’Aubuisson recibió amenazas de muerte; lo mismo sucedió a algunas de sus fuentes.
Lejos de su país de origen, el antropólogo salvadoreño expone los retos que enfrenta toda voz crítica en un país que, de acuerdo con la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa 2022 de Reporteros Sin Fronteras (RSF), por segundo año consecutivo ha registrado uno de los retrocesos más marcados y alarmantes de América Latina.
Quisiera dimensionar contigo la gravedad de un mensaje como este, sobre todo cuando quien lo emite es un primer mandatario.
No quisiera restringir esto a un mensaje violento del presidente Bukele. En realidad hay toda una lógica profunda detrás de este gobierno por mantener y cuidar mucho una narrativa. Todas las estrategias del gobierno giran en torno a la construcción de una especie de cuento, de historia, en donde Nayib Bukele, que es un joven alegre y valiente, ha ido derrotando a las viejas estructuras de los orcos de la política salvadoreña y arreglando de manera muy sencilla, pero sobre todo muy alegre, los problemas de El Salvador: la pobreza, la violencia, la corrupción.
Es como el esquema clásico de la literatura, que es el viaje del héroe, en donde Bukele, para lograr este cometido —llevar abundancia y seguridad al pueblo salvadoreño— ha tenido algunos aliados, que son su familia y algunas figuras connotadas de la política actual, y algunos enemigos que le obstaculizan para que él logre la felicidad para el pueblo salvadoreño.
En esta narrativa, que creo que está de más decir que es falaz y mentirosa, básicamente él es la persona que se interpone entre el pueblo y el abismo. Y este abismo está habitado por todas esas fuerzas o entes que lo obstaculizan: en esto ha metido tanto a los partidos políticos corruptos del pasado, a ciertas universidades y a los periodistas —no a todos: a los independientes, obviamente—. Y ha rescatado aquellas figuras que no han puesto reparo en contribuir con su narrativa y su figura. Todos los demás somos una sola y misma cosa: entre pandilleros, periodistas, académicos y políticos, somos una misma cosa.
¿De alguna manera Bukele se ha construido a sí mismo como una figura mesiánica?
Sí, creo que el pueblo salvadoreño, y en general la sociedad mesoamericana, somos sociedades que entendemos la política con la misma parte del cerebro, o del corazón, con la que entendemos la religión. Para las sociedades de acá el campo político y el campo religioso conviven. Nayib Bukele, que es un gran mercadólogo, ha tocado las puertas de esta lógica de la sociedad salvadoreña, y lo ha hecho con éxito. En Washington he encontrado a salvadoreños que tienen altares de Bukele. Tengo fotos de eso.
Cuando Bukele toma la Asamblea Legislativa con los militares (el 9 de febrero de 2020), haciendo uno de los actos antidemocráticos más graves de la Centroamérica actual, la excusa que utiliza es que quería entrar a orar. Y ciertamente entró, se sentó en la silla del presidente de la Asamblea Legislativa y se puso a rezar. Lo ha hecho muy bien: ha aludido a la necesidad de la sociedad salvadoreña de líderes mesiánicos, de protectores que se interpongan entre la desgracia y las familias centroamericanas, lo cual se me hace bastante cruel pero muy inteligente.
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A través de un tweet, como suele hacer, el 16 de enero de 2021 Bukele proscribió la conmemoración de los Acuerdos de Paz. Argumentó que la firma de dichos acuerdos no representó ninguna mejora para el pueblo salvadoreño y, en su lugar, instauró un día para las víctimas. De esta manera borró lo que sí se había logrado con los acuerdos: la reformulación del sistema judicial, la creación de instituciones de derechos humanos, la disolución de ciertos cuerpos de seguridad.
En el tweet del 11 de abril, para atacarte, Bukele hace referencia a tu parentesco con el mayor Roberto d’Aubuisson, líder de los escuadrones de la muerte de El Salvador y autor intelectual del asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero. Tanto la mención utilitarista de tu parentesco como lo que decretó respecto a los Acuerdos de Paz parecen ser una misma forma de estar utilizando la historia a su favor.
La apuesta de este gobierno es borrar la memoria, volver a construir la narrativa nacional. Por eso atacaba tanto a los Acuerdos de Paz, porque quiere borrar el pasado y volverlo a construir desde el bukelismo. En esta misma línea el presidente hizo alusión a mi parentesco con Roberto D’Aubuisson, uno de los genocidas y magnicidas más oscuros de la Centroamérica contemporánea. Y fue un golpe bajo porque Nayib y mucha gente de su gobierno me conocen, conocen a mi familia, conocen la trayectoria de mi madre y lo separado que mi familia ha estado no sólo de la familia D’Aubuisson, sino de aquellos principios, valores e ideas que orientaron las acciones de mi tío Roberto. Lo saben y por eso fue un golpe bajo, haciendo alusión nuevamente a los sentimientos de un país que quedó dolido, herido y resentido con lo que hicieron esas estructuras, con lo que hizo mi tío Roberto.
Bukele necesita desacreditarnos, y si para eso necesita de evidencias de sangre, lo va a hacer. Su apuesta, a nivel de narrativa, es refundar El Salvador. Todo lo del pasado es parte de algo corrupto que tenemos que olvidar: si de él dependiera reescribir los libros de historia, El Salvador se habría fundado el día en que llegó al poder.
¿Cuál es la magnitud del daño que puede ocasionar un proyecto político de este tipo a la población?
La transformación antidemocrática que ha hecho Bukele es muy profunda: ha destruido un sistema institucional que estaba muy lejos de ser perfecto, pero al menos teníamos una división de poderes, una alternabilidad política, había algunas instancias más o menos eficientes. Insisto: muy lejos del buen funcionamiento, pero había instituciones que velaban por los derechos humanos, una Fiscalía que, si bien no era completamente independiente, tenía algunos rasgos de serlo, y que ahora es absolutamente dependiente.
Lo que sucede es que la población salvadoreña no se da cuenta de esto. Es una población que ha estado tantos años al margen de todas las dinámicas políticas, que sólo es escuchada si se vuelve masa violenta, que ha estado excluida adrede en un apartheid socioeconómico tan grande que nunca percibió como importantes la libertad de prensa, la democracia. En este sentido es una población fácil de manipular. Aunque duela decirlo, El Salvador somos una sociedad donde nos sentimos bastante cómodos con el autoritarismo y la violencia. El salvadoreño común realmente cree que el castigo físico es un mecanismo bueno para normar y educar. Somos una sociedad que gusta mucho de figuras tiránicas, fuertes y militares, que cree que la división de poderes y el engranaje estatal en realidad es una burocracia que no conviene.
Esta población va a notar el retroceso, ya lo está notando ahora que han arrestado a estas miles de personas, de las cuales yo me atrevo a decir que la mayoría ni son pandilleros, ni tienen relación con las pandillas. Son personas que básicamente están ahí para hacer estadística. Hay personas que apoyaron el bukelismo y que ahora tienen un problema porque han arrestado a sus familiares de manera ilegal e injusta. Y cuando van a la policía a reclamar sus derechos, un policía les echa gas lacrimógeno en la cara y les pega con un bastón. Entonces se van a la Procuraduría de Derechos Humanos, pero es del bukelismo y no los reciben, entonces quieren poner una demanda en la Fiscalía, pero tampoco la reciben porque también ahí está presente el bukelismo. Entonces quieren ir a los medios de comunicación, pero la mayoría se han ido del país, entonces se dan cuenta y empiezan a padecer en carne propia este retroceso.
¿Este momento crítico podría generar algún tipo de oposición estructurada al gobierno?
No lo sé. Ahora veo a una población con bastante temor a su gobierno: la represión indiscriminada de este último mes ha sido tan fuerte que ha logrado generar muchísima zozobra y muchísimo miedo. La generación que nos antecede ha vivido una guerra muy jodida, nuestros abuelos anduvieron buscando a desaparecidos, sufrieron el maltrato de un gobierno y no estoy seguro que exista la disposición necesaria para enfrentarse a una tiranía como la que estamos viendo.
Creo que habrá que estar atentos a la capacidad organizativa de la población salvadoreña en cuanto inicien a sentir en carne propia las consecuencias de tener un gobierno autoritario y corrupto. Cuando esto sea más masivo, y cuando se sentirá la crisis económica que viene encima dentro de muy poco, entonces habrá que ver qué tanto pueda la sociedad salvadoreña convertir su dolor y frustración en organización popular.
¿Cómo el acoso virtual —de parte de Bukele, de trolls, de funcionarios de gobierno— afecta el día a día de la vida real?
Definitivamente hay mucho riesgo para mi seguridad y la de mis colegas: de ser apresado y de no tener un tratamiento justo dentro del régimen, este es un riesgo estimulado por los mismos funcionarios que están solicitando en redes sociales mi encarcelamiento y lo hacen públicamente. Por otro lado hay muchas amenazas de muerte, de daño físico en contra mío, de mi familia, de mis fuentes, y en contra de las familias de las y los colegas por parte de trolls.
Claramente esto dificulta nuestro trabajo. El periodismo y la académica han sufrido un golpe: muchas gente ha tenido que salir, incluyéndome; muchos han tenido que tomar estrategias complicadas, muchas y muchos colegas han renunciado a la labor periodística. Al poner en persecución al periodismo y a la academia, se ha puesto a los periodistas y a los académicos en desbandada, pero nos vamos a reagrupar: vamos a volver a trabajar y a coordinarnos. Me conmueve como bajo condiciones tan adversas siguen saliendo materiales periodísticos importantes. Creo que, si bien ha sido un golpe fuerte, no ha sido un golpe mortal y nunca lo será: el periodismo siempre encontrará un camino.
¿Cómo ven la reacción de la comunidad internacional frente a lo que está sucediendo en El Salvador?
Por un lado, la comunidad intelectual, académica y periodística ha reaccionado bastante bien: hay muchísimo apoyo desde afuera para nosotros, para los medios y los periodistas independientes como es mi caso.
En general, el interés que la comunidad internacional le ha dado a procesos centroamericanos ha sido muy irrelevante: esta es tierra en donde los caudillos pueden hacer por mucho tiempo lo que les dé la gana sin mayor intromisión desde afuera. Juan Orlando Hernández, el expresidente de Honduras, mandó toneladas de cocaína a Estados Unidos por unos diez años antes de que lo extraditaran. El nicaragüense Daniel Ortega ha encarcelado y ha cerrado embajadas, y ahora está teniendo conversaciones y acuerdos económicos a nivel internacional y todo sigue igual. Nayib Bukele ha agredido el sistema democrático, ha perseguido periodistas, ha encarcelado opositores políticos, y no hay mayor reacción… Centroamérica es un territorio de caudillos dictatoriales y aterradores que tienen bastante libertad para hacer lo que más se les antoja. La casa centroamericana se arregla hacia adentro, y creo que las sociedades centroamericanas deben de dejar de tener esperanza hacia afuera: los Estados Unidos, origen de muchos de nuestros problemas, no van a ser nunca la solución. La solución está en la capacidad organizativa que tengan las sociedades, y mientras las sociedades no estén dispuestas a sacudirse esos valores horripilantes que nos definen como sociedad, nunca vamos a tener la capacidad de quitar del poder a quien los encarna.
Nayib Bukele llegó al poder en un país en donde había habido una guerra de aproximadamente dos años y medio entre pandillas y Estado. Desde mi punto de vista, las pandillas perdieron e internamente llegaron a la concepción de que no podían pelear una guerra contra el Estado. Entonces Bukele encuentra a unas pandillas que tienen el interés de volverse mafia, que buscan poder político, control territorial y el incremento de sus diferentes capitales a través de un abanico grande de actividades ilícitas como la extorsión, el secuestro, el robo, el blanqueo de dinero, el trasiego de droga, los cobros ilegales, etc.
Bukele no se encuentra a unas pandillas con ganas de guerrear, y se aprovecha con eso, comienza un proceso de diálogo y de negociación con las pandillas, para lograr detener los homicidios. Por causas que todavía no conocemos en su totalidad, la negociación se rompe, se quiebra, y esto ha llevado a los niveles de violencia que tuvimos aquel fin de semana (29 de marzo, cuando se registraron 62 asesinatos, la cifra más alta desde 2002) y a la violencia estatal que tenemos ahora.
En El Salvador la única entidad que hace rehabilitación de pandilleros es la iglesia evangélica. Últimamente en algunos centros evangélicos fueron capturados todos los presentes, incluyendo a algunos pastores. ¿Qué consecuencias tienen estos tipos de arrestos?
En su afán desesperado de capturar pandilleros y a posibles tales, han cometido un gran error. Insisto, una de las características de este gobierno es un desprecio profundo por la labor y la formación académica: no saben muchas cosas, no han tenido el interés de formarse en esto.
Muchos de los capturados son expandilleros evangélicos que giran en torno a la iglesia evangélica: el hecho de capturarlos es un retroceso muy peligroso. Porque es destruir al único estamento que realmente estaba rehabilitando a pandilleros, la única institución que, con grandes niveles de éxito, estaba logrando sacar personas de las pandillas e insertarlas en la sociedad, y ahora están bajo ataque y los han desarticulado. ¡El Estado nunca ha sacado a nadie de las pandillas! Ha matado a pandilleros, eso es diferente, pero nunca ha logrado hacer reinserción, nunca. Y ahora acaba de destruir, desautorizar y criminalizar a los únicos que lo estaban haciendo.
Por otro lado, los que ya eran expandilleros y que ya se habían salido y habían cumplido con éxito el proceso de dejar la pandilla e injertarse en la sociedad a través de las iglesias evangélicas, ahora están en los mismos penales que los pandilleros activos. Y muchos de ellos se van a volver a insertar, porque no ven una opción viable fuera de las pandillas, porque el gobierno los sigue considerando pandilleros, y porque, supongo, van a creer que ese ha sido tiempo perdido, y esto es bien peligroso. Es decir: Nayib Bukele está generando más pandilleros.
FOTO: Miembros de Mara Salvatrucha y Barrio 18 bajo custodia. Imagen distribuida por la secretaría de prensa de la Presidencia de El Salvador/ EL SALVADOR’S PRESIDENCY PRESS OFFICE/ AFP
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