‘El secuestro de la Cuquis’: sátira política
POR JUAN HERNÁNDEZ
Una puesta en escena deliciosa es El secuestro de la Cuquis, de Dario Fo y Franca Rame, versión mexicana de Flavio González Mello y dirección de Ignacio García, con las actuaciones de Aurora Cano, Claudio Lafarga, José Carlos Rodríguez, Paul Stanley, Isaías Martínez, Raquel Pankowsky y Miguel Conde, en el Teatro Helénico.
Diversión acompañada de crítica aguda a la realidad inmediata del mundo, la puesta en escena de García es fiel a la ideología de Darío Fo, Premio Nobel de Literatura 1997, quien desde sus inicios como actor, director y dramaturgo se abocó a hacer teatro popular, político, abrevando de la tradición de la comedia del arte para llegar, a través de la sátira, a la reflexión sobre los usos abusivos del poder político, el nauseabundo ámbito financiero y el desastre humanitario como consecuencia de la explotación de los más desprotegidos a los que, por cierto, también les exige una toma de conciencia y asumir responsabilidad de su papel en el sistema en el cual participan. Es decir: Fo no deja títere con cabeza.
El secuestro de la Cuquis, decía, se desarrolla en esta vertiente del teatro que hace sátira política: se vale de algunos elementos de la comedia del arte, como es el uso de máscaras y de estereotipos que subrayan la estupidez, la astucia, el cinismo y la maldad. En este caso, la traducción y adaptación de Flavio González Mello acerca el texto a la realidad mexicana, no sólo a través de un uso del español muy nuestro, sino de referencias a atmósferas, noticias y personajes de la vida pública del país.
La anécdota es simple: unos rufianes secuestran a la Cuquis, interpretada por Aurora Cano, quien es miembro del sistema financiero mexicano y del mundo. La farsa se desata cuando la mujer, cínica y astuta, les hace creer a sus captores que ella no es la verdadera Cuquis, sino su doble.
El público reirá, sin duda, con esta puesta en escena en la que el mundo, visto a través de su distorsión cómica, se desvela de modo esencial. El juego ahí planteado toca fibras sensibles sobre el tejido social, las formas de explotación, la lucha de clases, el analfabetismo funcional de la clase popular fácilmente manipulable y el uso de la inteligencia para los fines más perversos, siempre tendientes a hacer más poderosos a los detentadores del poder, más ricos a los multimillonarios y más jodidos a los desposeídos.
No se trata sin embargo de una obra maniquea, que victimice a los pobres y los vuelva heroicos, nada de eso. En este juego teatral, en esta versión del mundo a través de la comedia, los personajes establecen un tipo de relación de codependencia: uno no puede existir sin el otro; y es entonces que la visión se traduce en una verdadera revelación sobre lo que somos y permite la reflexión profunda acerca de la condición humana.
El secuestro de la Cuquis, versión mexicana, nos remite a personajes de la realidad inmediata, representados por máscaras; las mismas que hemos visto de venta en cruceros, en medio del tráfico intenso de la ciudad de México, o cubriendo el rostro de niños que trae como glúteos globos grotescos.
Máscaras que ridiculizan a presidentes de México o que recuerdan al Chapo, en la imagen de Malverde (el santo del narco), son esenciales en esta puesta en escena que por momentos parece la opereta de la vida política, social e incluso religiosa del país: ridícula, grotesca, inverosímil.
La música y el vestuario refieren a la “cultura del narco”, identificada con la región norteña, aunque este es un estereotipo que se ha quedado corto en la actualidad. Los personajes de El secuestro de la Cuquis son una especie de espejo puesto frente a la sociedad mexicana y es por eso que en esta visión del mundo se nos incluye a todos de manera descarnada.
La ambientación, la tipología de los personajes, la manera de hablar e incluso de moverse, la picardía, reír de la desgracia, propia y ajena, son en el montaje el mapa social, emocional y político de lo mexicano, que puede extenderse, desde luego, a una comprensión amplia del mundo, en el cual lo importante es acumular dinero y poder.
Esta comedia delirante sale adelante con la eficacia de los actores, quienes consiguen, bajo la dirección de García, unidad “estilística”, o lo que es lo mismo, encontrarse todos en un mismo estado de estimulación escénica, para darle a cada uno de los personajes ese aspecto grotesco y caricaturesco sin el cual no se conseguiría desvelar la esencia del estereotipo.
Pero más allá de todas estas búsquedas artísticas, que tocan a la realidad política y social circundante, El secuestro de la Cuquis es una buena opción para divertirse en esta ciudad atribulada, reírse de uno mismo, alejados y al mismo tiempo en contacto de la tragedia cotidiana. Una buena puesta escena para iniciar el año 2016.
*FOTO: El secuestro de la Cuquis, de Dario Fo y Franca Rame, versión de Flavio González Mello, dirección de Ignacio García, actuaciones de Aurora Cano, Claudio Lafarga, José Carlos Rodríguez, Paul Stanley, Isaías Martínez, Raquel Pankowsky y Miguel Conde, escenografía y utilería de Jesús Hernández y musicalización de Iñaki, se presenta en el Teatro Helénico viernes a las 20:30, sábados a las 18:00 y 20:30 y domingos a las 18 horas, a partir del 14 de enero. /C Adair R./Cortesía Centro Cultural Helénico.
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